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Posición frente al plebiscito, proceso constituyente y asamblea consti... Oct 21 20 [Chile] 2010-2020: 10 años de Centro Social y Librería Proyección Jun 23 20 Comunicado público FAO sobre el alzamiento popular en Chile de octubre... Nov 24 19 Los Libertarios y las lecciones del Golpe de Estado en Chile (11 de Septiembre de 1973)![]() ![]() ![]() ![]() El siguiente, es un artículo originalmente redactado para una edición de la revista anarco-comunista chilena Hombre y Sociedad especial por el 30 aniversario del Golpe de Estado y la inauguración de la dictadura de Pinochet. Este número, por una serie de razones, nunca apareció y el artículo no fue utilizado, salvo como base para redactar un documento del Congreso de Unificación Anarco-Comunista el cual fue distribuido en las manifestaciones de aquel entonces (2003). Lo reproducimos en esta ocasión, pues creemos que nunca se puede insistir lo suficiente en la necesidad de aprender de las dolorosas lecciones que nos deja la dictadura pinochetista y el Golpe que la llevó al poder. Hoy, a 35 años de tan fatídico acontecimiento, la urgencia de dar esta discusión se mantiene. LOS LIBERTARIOS Y LAS LECCIONES DEL GOLPE MILITAR EN CHILEEl Golpe militar en Chile ha sido un proceso de la más honda significación, que cambió el rostro del país y la subjetividad de nuestro pueblo; que incorporó profundas reformas al sistema de explotación de la clase trabajadora, y que puso el aparato productivo de cabeza, modernizándolo, en un sentido capitalista, para satisfacer mejor las necesidades de ganancia de la parásita clase patronal. Por ello se hace necesario que los revolucionarios sean capaces de extraer las necesarias lecciones de este doloroso proceso, con fines de no volver a cometer los mismos errores que permitieron que tal proceso sucediera como sucedió, y que nos sirva para pensar, a futuro, un proyecto social transformador, que resuelva en favor del pueblo el conjunto de profundas contradicciones que hoy dividen nuestra sociedad. Hoy en día es necesario conocer en profundidad los procesos que se han activado con el Golpe y qué significan para la elaboración de un proyecto libertario. Hoy, que el Gobierno a través de todos los medios a su disposición, habla de reconciliación, perorata a la cual se une la derecha a coro, tenemos que tener muy en claro lo que ello significa. Significa sólo su voluntad de borrar de la memoria histórica el duro shock al que se vio sometida la clase trabajadora de nuestro país en el tránsito al capitalismo neoliberal. Significa, a lo más, el deseo de parte de la burguesía de reconciliarse con SU PROPIA CONCIENCIA y blanquear así las manchas de sangre popular que la tiñen. Pero en ningún caso significa un gesto de querer abandonar el modelo que tantos beneficios le ha reportado, ni podemos esperar que la burguesía tome tal iniciativa, pues tal cosa, sería un acto suicida de su parte. Entonces, el discurso de la reconciliación es, por fuerza de los hechos, un discurso absolutamente ajeno al pueblo y sus intereses. Hablar de reconciliación en el Chile de hoy, aunque se intente en cuanto discurso, disfrazar de “izquierda”, no es más que claudicar frente a la hegemonía empresarial y burguesa. Lo de la reconciliación no nos va ni nos viene, pues ¿qué hay que reconciliar? ¿Es posible reconciliar los intereses de las clases antagónicas? ¿Es posible reconciliar los intereses de quienes quieren igualdad y libertad, con los que han puesto dictaduras y están interesados sólo en su ganancia, aunque ello acarree la miseria generalizada? No, sabemos que no es posible. Y tan grave como ello, el discurso de la reconciliación no sólo significa un blanqueamiento para la transición al neoliberalismo, borrando la sangre que ha quedado en el camino, sino de uno u otro modo, implica asumir los “errores” de ambas partes; y nos quieren hacer creer que nuestro error fue pedir demasiado, organizarse y luchar mucho. Eso de la lucha, eso de organizarse, dicen, hay que dejarlo en el pasado. Aunque la patronal nos pase su aplanadora todo el día. Porque en el fondo, este discurso reconciliador, implica dejar atrás nuestra memoria de siglos de lucha y organización. Eso es lo que precisamente hoy queremos rescatar. Hoy se debe tener memoria, y un rol de primordial importancia de los revolucionarios en esta época, es el de mantener viva la memoria de lucha de los explotados. Pero nos alejamos de aquellos que creen que la memoria sólo pasa por recordar a los muertos (cosa que, sin lugar a dudas, se debe hacer) o por tener una visión romántica de un pasado que ya fue y que probablemente no volverá a ser. Nuestra memoria debe servir como una herramienta fortalecedora de las luchas en el presente. Nuestra memoria debe ser crítica y debe escarbar en las experiencias pasadas sus errores y éxitos, para así transformar la memoria en lecciones útiles para nuestra lucha cotidiana. En este breve artículo, en atención al tema que tratamos de abordar, sólo trataremos de las lecciones que algunos libertarios creemos necesario extraer del proceso del Golpe y la dictadura subsiguiente. Los anarquistas, pese a ser una fuerza política que resurge con mayor fuerza en los años noventas, estamos en deuda con un análisis serio y en profundidad de las experiencias políticas y sociales de los últimos cuarenta años, que de una u otra manera, han desembocado directamente en la instalación del escenario actual en el cual el anarquismo se ha desarrollado. La comprensión correcta de estos procesos servirá para comprender claramente el por qué de nuestro surgimiento como un fenómeno aparecido con fuerza en los noventas. Servirá para el desarrollo de un proyecto libertario que se inscriba en nuestra historia, que tome un rumbo definido, que tenga arraigo en las tendencias de lucha presentes, explícita o implícitamente, en el seno de nuestro pueblo, de nuestra clase. Si bien sabemos que estamos en deuda con esta tarea, este no será el momento para realizar tal labor. Nos bastará con esbozar tan sólo algunas lecciones que el Golpe militar y el proceso abierto el día 11 de Septiembre de 1973 han evidenciado a nuestro ojos y que marcan nuestras concepciones políticas más profundas. El molde capitalista no sirve para un camino verdaderamente revolucionarioSi bien el proceso de la Unidad Popular y la concepción de construcción del socialismo que impregnó el trabajo de los distintos partidos de izquierda durante décadas, están profundamente empapados en una tradición legalista, reformista, de respeto a la institucionalidad burguesa y que se asentaba en la creencia ciega de que la transición al socialismo se produciría tras la acumulación mecánica de un cierto número de reformas, nos negamos a reducir todo este proceso al Gobierno de Allende y la “vía pacífica al socialismo”, negando procesos que ocurrían al interior de los explotados que escapaban a esta lógica, y aún que estaban reñidos con ella. Creemos que la idea del Poder Popular, tan en boga en los años 60 y comienzos de los 70, es fiel reflejo de la persistencia de una tradición libertaria subterránea en el seno de la izquierda. Ahora bien, debe recordarse, que el término de “Poder Popular” recibía distintas interpretaciones: mientras para los partidarios más conservadores de la Unidad Popular, Poder Popular quería decir sólo bases de apoyo del Gobierno, pues no concebían un proceso por fuera del Gobierno, ni contra el Estado (quizás porque no concebían un movimiento que fuera más allá de las meras reformas), para sectores obreros y populares de base, y para la cultura mirista, Poder Popular quería decir la organización directa del pueblo, en oposición del Estado y el Poder Burgués. Cuál era el sentido que se le daba, si táctico o estratégico, también es otra discusión. Muchos sectores que así comprendían al Poder Popular, le asignaban un rol sólo en la lucha contra el Estado, pero creían que éste debería asumir su posición subordinada cuando el partido de vanguardia conquistara el poder. Ahora para sectores de base del mirismo, y ligados a experiencias de construcción popular en Comandos Comunales y Cordones Industriales, éstos debían ser las mismas bases de la futura sociedad. Ciertamente, la falta de una alternativa anarco-comunista clara, no ayudó a que ésta última interpretación, que el mismo pueblo se daba en la lucha de forma intuitiva, se hubiera desarrollado, enriquecida por el acerbo teórico y práctico de las luchas y de la trayectoria del Anarquismo (ver entrevista al dirigente mirista Víctor Toro más abajo). Sin embargo, pese al fracaso de la experiencia reformista de la UP, y al verse truncado el desarrollo de un movimiento revolucionario de base por el Golpe Gorila de Pinochet en 1973, la experiencia que levantó el propio pueblo, en ausencia de un referente anarco-comunista, pero que expresaba prácticas y fórmulas libertarias con mayor o menor grado de claridad, debe servir para enriquecer nuestro propio acerbo teórico-práctico, pues el anarquismo, ante todo, es la experiencia acumulada del pueblo en lucha. Y muchas veces, los anarquistas criollos, se olvidan que nuestra experiencia, sea cual sea su signo, también vale, tiene que aportarnos, y nos entrega valiosas lecciones, en sus aciertos, desaciertos, fracasos y con sus pequeñas victorias. El horizonte de la izquierda revolucionaria del Poder Popular, el cual, aunque no podamos manejar libre de críticas, es, empero, la mejor lección que de estos años podemos adquirir. También debemos ver reforzada nuestra convicción de la futilidad de buscar el cambio dentro de la legalidad vigente, u ocupando el aparato estatal; la construcción del mundo nuevo, efectivamente, debe ser hecha con mecanismos nuevos, mecanismos los cuales el pueblo de Chile buscó y forjó a tientas en medio de las ilusiones reformistas. Cierto es que los anarquistas en momentos del Golpe no eran más que un puñado: sin embargo, la dura lección que significó el Golpe de Estado, es tan nuestra como de los actores políticos directamente involucrados en ella en la medida en que expresa tensiones y problemas del conjunto de nuestra clase que sobrepasan las distintas tiendas políticas; cada cual, la interpretará a su manera, pero es importante hacerlo de forma no dogmática y entendiendo claramente lo que ésta significa, al deshacer toda sombra de ilusión sobre una posible transición al “socialismo” usando como molde al aparataje capitalista, evitando el enfrentamiento inevitable de clases. La UP desde un inicio estaba demasiado comprometida con la mantención de la institucionalidad vigente como para presionar los cambios necesarios al pueblo mucho más allá de lo que ésta permitía. El ritmo de la Reforma Agraria, de la expropiación de empresas, todo era hecho según la Constitución lo permitiera y no según las críticas condiciones del momento lo exigieran, o según la fuerza de la demanda popular lo permitiera. La justicia quedaba en manos de los Tribunales burgueses que castigaban a los trabajadores y revolucionarios, mientras dejaban en libertad a la burguesía que saboteaba la producción y fomentaba el mercado de negro, a los latifundistas asesinos de campesinos y a los “niños-bien” (terroristas) de Patria y Libertad. Pero incluso antes de asumir, el gobierno de la UP había aceptado un documento preparado por la DC titulado “Estatuto de Garantías Constitucionales”, que ningún gobierno antes había tenido que aceptar. En ese documento, entre otras medidas tendientes a eliminar cualquier posibilidad de llevar los cambios más allá se concedía, implícitamente, a las Fuerzas Armadas la autonomía necesaria para preparar el Golpe Militar. El Gobierno confiaba plenamente en esas FFAA, al margen de cualquier sentido histórico y de la experiencia de este país, quedando el problema de la defensa de las medidas conquistadas por el pueblo amparado por una estructura ajena a la clase explotada. Así, desarmados los trabajadores y adoctrinados en la “constitucionalidad de las FFAA”, es comprensible las dificultades que enfrentará la resistencia a la dictadura y lo mucho que tardó en organizarse. Por último, en este sentido, la burocracia estatal significó un importante freno para la iniciativa de las masas y para su creatividad revolucionaria. Mientras esta burocracia estaba comprometida con el sistema burgués, las masas avanzaban más allá, pero los compromisos asumidos por sus partidos dificultaban su avance y maduración autónomos. Todas las respuestas eran esperadas por parte de los representantes del Estado, y quienes se atrevían a organizar desde la base al pueblo, eran tratados de provocadores. Pero era el desarrollo de esos espacios de base los únicos que podían consolidar un avance de verdad revolucionario, al margen de toda la institucionalidad del enemigo de clase, al margen del Estado y en oposición a éste. La lucha por construir este Poder Popular, era, en el fondo una lucha instintiva contra un Estado que mostraba su naturaleza más allá del gobernante de turno y que se deshacía en promesas de moderación y control sobre los intereses de la clase trabajadora. Pero la concepción de producir las transformaciones socialistas sin quebrar el aparataje capitalista no sólo empapaba el quehacer estrictamente político de la izquierda, sino que su visión del ámbito económico e incluso de las relaciones sociales de producción se restringían sorprendentemente en este punto. Estaba la concepción del paso del capitalismo al socialismo como un proceso gradual, en el sentido de que un número de reformas acumuladas de forma mecánica, producirían la transición de un tipo de sociedad a otra. Resultaba como si la diferencia entre capitalismo fuera una diferencia simplemente cuantitativa (cifras de desempleo, productividad, PGB, redistribución del ingreso, etc...) y no un problema cualitativo (transformación de las relaciones sociales). Es decir, no se llegaba a la raíz misma del conflicto social, con lo cual las transformaciones que hubieran fortalecido una línea revolucionaria (o sea, por el cambio cualitativo), quedaban postergadas hasta quién sabe cuando. Una buena crítica a estas concepciones y a la visión del proceso emanada de ella, las hace Punto Final: “En suma, al hablar de socialismo se habla de industrialización y de ingreso por persona; al hablar de la “transición al socialismo” se supone gradual y sin conflicto; la “Técnica” (con mayúscula, pues es la técnica universal, neutra, desprovista de todo contenido o determinación social. Con mayúscula, porque esta “Técnica” es loa sublimación de la técnica) resuelve todos o casi todos los problemas, problemas que parecen ser puramente económicos, y la economía crece sobre la base de exportar mayor volumen y productos más elaborados y de comprar equipos y tecnología en el exterior. Todo esto es posible gracias a que se estatiza parte de los medios de producción y a que el aparato estatal lo controla en parte un equipo de hombres de buena voluntad.”[1] No dejes para mañana la línea clasista que debes hacer hoyEl único resultado que podía tener una táctica de construcción del socialismo que se asentara en la institucionalidad burguesa, era previsible; dar tiempo a la burguesía para armarse y atacar, mientras al pueblo, con los cantos de sirena de la Constitución y de la confianza en las instituciones de su enemigo de clase, se le ataba de manos. La tentativa de evitar un derramamiento de sangre, terminó en una de las peores masacres que recuerda nuestra historia. Y con un pueblo aturdido que, desorientado, no supo qué hacer durante años, salvo aguantar la reducción de los salarios, el congelamiento de los reajustes, el alza del costo de vida. Pero el movimiento popular se rearmó, casi sin que el General ni nadie se dieran cuenta, en ese país donde supuestamente “no se movía una hoja” sin que el dictador lo supiera, y reventó en la cara de la dictadura militar un hermoso día de Mayo de 1983. Ese día, se realizó la primera protesta nacional, que movilizó a cientos de miles, millones de personas en todo el país, contra el brutal régimen de Pinochet. En ella se reflejaba el trabajo subterráneo de todos los militantes y activistas en la clandestinidad, que se quedaron a luchar, a organizar. Nuevamente, las tendencias libertarias aparecían espontáneamente en el Pueblo, en las ollas comunes, en agrupaciones culturales juveniles, en movimientos contra la tortura, en la Resistencia popular (que efectivamente incluyó a algunos escasos libertarios que había), en el movimiento sindical que hacía lo que podía en el lecho de Procusto que significaba el Código Laboral de 1980, en cooperativas de consumo y en la práctica del comprar y comer juntos..... quizás no como un programa político definido, quizás no como un horizonte transformador de largo aliento, pero si como aquel tozudo instinto del apoyo mutuo, del que tanto hablaran Kropotkin y los viejos ácratas. Ese espíritu de Apoyo Mutuo que surge cada vez que el pueblo las ve difíciles para llevarse el pan a la boca. Ese apoyo mutuo, del cual el Anarquismo no es más que la racionalización política. Lamentablemente, ese buen sentido popular, se restringió al campo de la supervivencia, y no se levantó como perspectiva revolucionaria; así, mientras el pueblo luchaba contra la dictadura y daba su vida en la calle, los politicastros de siempre, aquellos mismos demócrata-cristianos que habían pedido el Golpe algunos cuantos años atrás, más sus nuevos amigos socialistas, ya maduros y desembarazados de sus utopismos infantiles, negociaban a espaldas del pueblo y con promesas de “alegría”, como si fueran auténticos mercachifles, una transición a la “democracia”, con tufo a dictadura, sin tocar el modelo neoliberal que fue la razón de ser del pinochetismo. O sea, cambiaban un poco las cosas, para que todo siguiera igual. En palabras de la propia Concertación: “se reconoce la validez y necesidad de la apertura económica como un pilar central y el desarrollo exportador como uno de los motores principales del crecimiento para la economía chilena”[2] Después de todo, entre estatistas, milicos y burgueses se entienden: todo antes que la chusma pudiera pasarse para la punta en alguna protesta nacional, perspectiva que no convenía ni a la Dictadura, ni a su oposición “democrática”. Este proceso evidenció nuevas lecciones para nuestra clase, que debemos hacerlas carne e incorporarlas a nuestro legado: las contradicciones menores (democracia y dictadura, por ejemplo), jamás deben obscurecer la contradicción principal que da razón de ser a la lucha popular (contradicción Capital-Trabajo, Burguesía-Proletariado). El subordinar, aunque sea por un momento histórico particular, de forma “transitoria”, la contradicción principal a formas contradictorias secundarias, es igual a traicionar los objetivos revolucionarios de nuestra lucha. Esto quiere decir, que la lucha contra la “dictadura”, al no ser comprendida como lucha contra el capitalismo, estaba condenada al fracaso, desde el punto de vista revolucionario, al estar desnaturalizada en su propia esencia. La dictadura sólo tenía sentido como una estrategia del capitalismo. Y no olvidemos que el capitalismo, aunque sea ejercido por formas democráticas y no por una junta militar, es una dictadura de CLASE: de la burguesía, del empresariado, contra los trabajadores, el proletariado. De la supervivencia a la vida. De la resistencia a la revoluciónOtra lección, es que es necesario pasar de la aplicación de formas autogestionarias incipientes, o de ayuda mutua (ollas comunes, ej.), del campo de la pura supervivencia, al campo de reclamar nuestro derecho a la vida. Ya no se debe tratar sólo de asegurarnos el derecho de sobrevivir en medio del capitalismo, asegurándonos comida (hecho que los capitalistas aceptan de buena gana en esos momentos de crisis en que el sistema es incapaz de asegurar la supervivencia a todos los habitantes del territorio), sino que de reclamar los medios para reproducir y desarrollar nuestra vida, los cuales hoy se encuentran en manos de una minoría, los patrones, los cuales los han obtenido con la injusta explotación de generaciones completas, desde hace siglos. Esto significa dar el salto a plantear la expropiación revolucionaria de la burguesía como horizonte necesario para madurar en el movimiento popular: hacernos cargo de la producción y la distribución, arrebatándola de manos de la burguesía y recuperándolas para el pueblo, y subvirtiendo, al mismo tiempo, las reglas que rigen la producción y la distribución -no más dictadura del mercado, sino que poner, antes que nada, nuestras necesidades. Este paso se condice con la necesidad de pasar de una política de resistencia a una política revolucionaria, en un sentido estratégico. Vale decir que, independientemente que en un determinado momento, sea por la debilidad relativa de las fuerzas populares, o por la razón que fuere, se deba asumir una postura defensiva, o de resistencia, este momento transitorio de la lucha no se confunde con una estrategia, la cual sigue siendo revolucionaria, tendiente a la reapropiación social del Capital expropiado en manos de una minoría. Cierto es que experiencias como las ollas comunes muestran las potencialidades del pueblo y son absolutamente necesarias cuando el hambre acecha. Pero si no son acompañadas, al menos, de la perspectiva del control de las tierras en que crecen las papas que se echan dentro de la olla, de la producción de la olla misma, del gas que se necesita para hacer hervir la cazuela, etc... son experiencias que no sólo no afectan al capitalismo, sino que no producen una transformación real en las condiciones de vida de los oprimidos; sólo les permiten seguir adelante, sin morir de hambre, con su vida de oprimidos. Lo mismo ocurre con la idea del Control Obrero; si se limita a la supervisión de las normas capitalistas de producción por parte de los trabajadores, ciertamente, es una futilidad. Pero si es tocado el principio de propiedad privada capitalista (traspasando, por ejemplo, la propiedad de los medios de producción a manos de las organizaciones de masas de la clase trabajadora, en lugar de los capitalistas, o su aparato político, el Estado), y el control sobre la gestión pasa efectivamente a manos del pueblo, lo que implica no sólo la toma de decisiones, sino quebrar la lógica de producción capitalista y producir según los intereses populares, la situación es otra. Como ejemplo de esto, podemos citar el caso de Brukmann en Argentina, la cual recientemente estuvo con “control obrero” (desde el 2000 hasta este año), pero sin tocar el derecho a propiedad de sus dueños. Una vez que los trabajadores, con su esfuerzo y sacrificio, sacaron a la empresa de la quiebra, la patronal la volvió a reclamar como propia. O sea, la patronal estuvo dispuesta a aceptar el “control obrero” mientras éste le fue funcional. Una vez que dejó de serlo, lo acabó de un dos por tres. Este último ejemplo habla por sí solo de la necesidad de avanzar no sólo en la consolidación de espacios propios, “autogestionados”, sino que en la necesidad de que esos espacios disputen y arrebaten efectivamente el poder a la clase dominante. Dime con quien andas...La cuarta lección se vincula estrechamente a la segunda: las alianzas policlasistas, en una sociedad en que existe dominación de una clase por otra, en que la patronal subordina al obrero, reproduce esa misma jerarquía y dominación social, en términos de la predominancia que adquieren los objetivos políticos de una clase, por sobre los de las clases subordinadas. Cualquier alianza no puede ser sino de los explotados, dejando atrás, en el inodoro de la historia, el mito de una “burguesía nacional, progresista y liberal”, potencial aliado de los trabajadores chilenos, ya que esa misma burguesía, esos PYMES que hoy tanto defienden importantes sectores de una izquierda añeja y ciega ante la experiencia histórica, fueron quienes más clamaron por un Golpe de Estado, pese a que la UP les coqueteaba abiertamente y pretendía impulsar sus intereses (con todas las contradicciones que eso planteaba). No sólo se contentaron con llamar al Golpe, sino que participaron activamente en su preparación y en el boicot al Gobierno de Allende, siendo puntales del desabastecimiento; hicieron todo esto pese a que resultaron ser uno de los principales afectados con el neoliberalismo y la apertura económica.... pero obviamente que se sentían más amenazados por los obreros que por los Chicago Boys que los llevaron a la ruina. Aún después de esto, la izquierda chilena y sectores revolucionarios, durante la resistencia a la dictadura en los años ochentas, nuevamente hicieron un frente “democrático” en contra de Pinochet, donde buscaban la alianza de todos los sectores por la democracia en este país, aglutinando a los trabajadores con los empresarios concertacionistas que hoy nos dominan. El resultado era esperable; la transición a la democracia fue hecha a lo caballero, respetando la amnistía y los negocios que armaron los partidarios de Pinochet durante todos esos años, entregando, claro, una buena parte del botín de guerra llamado Chile a los nuevos mandatarios que ahora eran importantes empresarios también... la idea, era que ningún burgués saliera perdiendo con la transición (claro, la solidaridad de clase ante todo). No podía ser de otra manera: la alianza policlasista, al tratar de conciliar los intereses de dos clases antagónicas, admite, dentro de su programa los intereses de la burguesía, los desarrolla, los impulsa, lo cual siempre es en detrimento de los trabajadores. Así, la jerarquía social y la subordinación del proletariado se reproduce en esta alianza, se pierde la independencia de la clase obrera, con lo cual ésta pierde su iniciativa histórica y se la entrega a los burgueses. Era fácil, entonces, predecir donde llegaría una transición en la cual la iniciativa reposaba en la patronal “liberal y democrática”. Esto, con el aval de la izquierda... entonces, ¿de quién es la culpa, del chancho o de quién le da el afrecho? Luego de estas dos experiencias catastróficas (11/09/73 y 05/10/88, el Golpe y la Transición), hay quienes insisten en la alianza policlasista, en apoyar a los “pobres” burgueses que nos explotan y que han demostrado no tener nada de “liberal”, “democrático”, ni mucho menos “progresista”. Por más que se busquen experiencias en la historia, siempre las alianzas de esta naturaleza llevan al mismo punto.... repetimos ¿de quién es la culpa, entonces? Sólo la lucha da frutosNo puede asumirse el problema de la violencia política de una manera abstracta, ni puede asumirse una posición inflexible, en un sentido táctico, respecto a su uso o no uso. Independientemente de los medios que se decidan para impulsar la lucha en un determinado momento histórico, es vital que los revolucionarios comprendan que tarde o temprano es la propia reacción la que se encargará de poner esta cuestión en el tapete. La transición pacífica se mostró como una farsa, en la cual, todo siguió igual. Para hacer transformaciones, es necesario negar el presente orden de cosas, pues en él está todo lo que nosotros criticamos. Es necesario plantear soluciones nuevas, partir de nuestras necesidades, deseos, aspiraciones, lo cual significa negar las reglas del juego impuestas por los explotadores. A esa negación, que opera mediante la lucha de masas, la patronal, que hoy se encuentra en el poder, presentará una enconada resistencia, pues lo que está en cuestión son sus privilegios, su dominación de clase, y todos los beneficios que obtienen a costa de la miseria popular. Para defender sus privilegios, recurren a Golpes de Estado, a la Contra, a las invasiones Yanquis, al Boicot, al Bloqueo, a todos los mecanismos, y la derecha ha dejado en claro, en más de una ocasión, que si se vuelve a producir una situación de “ingobernabilidad” del país (léase: pérdida progresiva del poder burgués), volverán a recurrir a las Fuerzas Armadas, o sea, volverán a pedir una masacre popular. Si ellos son tan claros al hablar de la violencia contrarrevolucionaria ¿por qué nosotros nos avergonzamos de la violencia revolucionaria? ¿por qué tenemos que ser mesurados?. Debemos rechazar de nuestro discurso y práctica aquel pacifismo sentimental, que hace del tema de la violencia un tema tabú, que se opone a la Violencia, con mayúsculas y planteada en el aire, que personifica en la Dictadura Gorila de Pinochet a la Violencia metafísica y la despoja de su contenido de clase. Ese discurso que, a lo más, asume la violencia patronal contra los trabajadores como una “lamentable” aberración histórica que no volverá a ocurrir, y no como lo que es: el último recurso de los ricos para seguir siéndolo. Y no se trata de una aberración, ya que la historia demuestra que siempre lo han hecho y no existe ningún argumento razonable que demuestre que no lo volverán a hacer en el futuro. Hay que volver a entender la violencia como una expresión más, inevitable, de la lucha de clases. A los poderosos no los derrotaremos con buenas intenciones; es necesario prepararse para cuando éstos recurran a la fuerza, y poder ser capaces de oponerles nuestra propia fuerza. Debemos ser honestos con el pueblo, y plantear la necesidad de dar la lucha; que sin lucha no se gana nada. La UP, al evitar la lucha, al evitar el derramamiento de sangre, no tocó un pelo a la burguesía, pero ésta masacró a los trabajadores revolucionarios aún cuando éstos tenían sus manos vacías. Luego, la transición pacífica a la democracia, dejó intactas las bases económicas y políticas de la dictadura, porque en una negociación de esas características, las dos partes ponen sus condiciones. Para haber cambiado las cosas, para que la alegría llegara, era necesario un acto de fuerza e imponer una nueva sociedad a la patronal (cosa que, evidentemente, la Concertación no iba a hacer). A la burguesía no se la negocia; se la combate (aunque dentro del combate se den momentos para negociar, estos acuerdos nunca superan la lucha de clases y apenas pueda, la burguesía tratará de desentenderse de sus compromisos hacia los trabajadores). El camino del Poder PopularPor último, ya lo decía Bakunin: Destruir es también construir. La destrucción del Poder Burgués, debe ir mano a mano con la construcción de Poder Popular. La única fuerza capaz de haberse opuesto al Golpe, y de haber generado una alternativa revolucionaria que superara el punto muerto en que se hallaba el proceso chileno tras tres años de gobierno de la UP, era la alternativa planteada por las organizaciones populares de base nacidas al calor de la lucha, los Comandos Comunales, los Cordones Industriales, las JAP..... pero faltó desarrollo histórico, faltó una corriente revolucionaria que pusiera un énfasis mayor en esa clase de construcción. El reformismo de izquierda pudo más. Es necesario tener en mente que si queremos una revolución real, que elimine todo antagonismo de clases, que cree las bases para la libertad y la igualdad genuinas, es decir, transformaciones libertarias en nuestra sociedad, es necesario acabar con los pilares de la vieja sociedad: el Estado y el Capital privado. A la nueva sociedad se llega por nuevos medios ¿cuáles son esos medios? Los que el mismo pueblo construye y se da en la lucha. Esas organizaciones, donde no tiene cabida la burguesía ni los burócratas que se enquistan en el aparataje estatal, donde todos los pertenecientes a un espacio popular tienen voz y capacidad de decisión (sean sus centros de estudio, sus lugares de trabajo, las poblaciones en que viene), son las que deben ser soberanas en los medios que les concierne. Esa Autogestión generalizada de la sociedad, en que ésta vuelve a tomar en sus manos sus asuntos y las riquezas generadas por los trabajadores desde generaciones, y se deshace de la propiedad privada y del cuerpo de especialistas separados de la actividad productiva que son el Estado, es lo que llamamos Poder Popular. Pero el Poder Popular no es algo que surja espontáneamente el día 1 de la Revolución; el Poder Popular es la construcción cotidiana que hacemos donde nos encontremos, son las organizaciones de resistencia al capitalismo, pero que a la vez son embriones de la futura sociedad que queremos. En ella, adquirimos la experiencia, para el día de mañana construir una nueva sociedad. José Antonio Gutiérrez D. |
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