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Neonazismo y Ultraderecha en Chile

category bolivia / peru / ecuador / chile | antifascismo | opinión / análisis author Monday November 12, 2007 04:39author by José Antonio Gutiérrez D. Report this post to the editors

El siguiente artículo fue publicado hace ya casi un año en el número 20 de la revista anarco-comunista chilena "Hombre y Sociedad". Este artículo trata sobre el "fenómeno" manoseado por los medios del surgimiento de "bandas neonazis" en Chile. En realidad, el hablar de "neonazis" -como si fueran una "novedad"- lo que hace es ocultar el parentesco genético de estos grupos de matones con una larga historia de terrorismo de derecha en nuestro país. La forma de enfrentar este terrorismo es reforzando la lucha y la construcción revolucionaria.
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En los últimos meses, hemos visto aparecer en los medios de comunicación nacionales reportajes especiales, informes, notas, titulares, todo muy amarillista, sobre el fenómeno del “Neonazismo”. Este fenómeno ha sido analizado, como es natural, con la misma óptica con que se trata a la decadente y aburrida farándula criolla. Una óptica chata, superficial y sedienta de sensacionalismo. La muerte del joven punk en Quillota, a manos de asesinos neonazis, marcó el primer campanazo; la muerte de un joven nazi en Santiago, esta vez a manos de anti-fascistas, y el aparatoso (y ridículo) funeral que le brindaron sus “camaradas”, marcaron la seguidilla de esto que para la prensa se trata de una novela que puede vender como pan caliente.

Entonces, luego del sensacionalismo, viene la reacción lógica en un país que se presume democrático como el nuestro: invitaciones de Neonazis a debates en “El Termómetro”, aparición en las revistas más serias de investigaciones “sesudas” sobre el tema, entrevistas en la televisión a un par de guatones pelados y por supuesto, las declaraciones gubernamentales de que no se aceptará más violencia política y que las ideas pueden todas discutirse democráticamente, como en el país civilizado que somos (nosotros, por nuestra parte, estamos acostumbrados a la discusión “democrática” con Fuerzas Especiales, cada vez que tenemos algo de qué protestar).

El travestimo político exudado en todo este proceso no deja de ser sorprendente: el victimario se transforma en víctima, y un gordo con la cabeza afeitada decía en la televisión de los anti-fascistas que eran “gente peligrosa, anarquistas, extremistas”... como si ellos, ¡Los Neonazis! fueran blancas palomitas inocentes. En ningún otro país del mundo, los nazis podrían tan sueltos de cuerpo hablar así. Y la televisión, implícitamente, les aviva la cueca: para ellos, esto es una lucha de pandillas, en que los unos son equivalentes a los otros, donde anti-fascistas y fascistas son dos caras de la misma moneda a quienes debe darse igual trato imparcial. Entendámonos: aunque tanto los grupos fascistas como los anti-fascistas adopten formas pandillescas, la diferencia de fondo entre ambos es evidente para cualquiera que tuviera más de dos dedos de frente (cosa rara de encontrar en los diarios y en la TV nacional): mientras los anti-fascistas centran sus ataques en los grupos neonazis, los grupos fascistas centran su violencia en prácticamente quien se les cruce por el camino y sea más débil que ellos: peruanos, negros, indios, travestis, homosexuales, punks, cualquiera que no esté dispuesto a vociferar “Heil Hitler” se transforma en una víctima potencial. Este “pequeño” hecho se le escapa a la visión de nuestros incompetentes periodistas, hecho que convierte la violencia de unos y la de otros en fenómenos completamente opuestos, y que se desmarca de la tésis de la lucha de pandillas pues... la violencia neonazi alcanza a quienes no son necesariamente parte de ninguna pandilla antifascista.

Pero más allá de toda esta parafernalia mediática en torno al “Neonazismo”, queremos cuestionar la intención de usar ese término: Neonazis son los de Alemania, los rubiecitos de ojitos claros, que escupirían en la cara de asco a cualquiera de los morochos gordos pintamonos chilenos. ¡Bastaría que se mirasen al espejo para saber que arios no son! ¿Por qué insistir en el término Neonazi entonces? Porque creemos que tal término oculta la verdadera naturaleza de estos grupos de inspiración fascistoide, y esa verdadera naturaleza es su carácter de grupos de choque de la derecha. Si, los Neonazis no son más que la cara nueva de la vieja ultraderecha criolla. Llamémosle a su violencia por su nombre: violencia ultraderechista. Ah, hacer esto incomoda a los medios de prensa en manos de la derecha política, porque su parentesco ideológico, aún habiendo una cierta distancia, aparece evidenciado.

Lo que estamos presenciando, y que la prensa se esmera en mostrarnos como un fenómeno novedoso (ie. el surgimiento de capillas neonazis), no es para nada algo nuevo en nuestra historia nacional: si entendemos a estos grupos como la expresión moderna de la ultraderecha, podemos trazar sus orígenes genealógicos a una larga data, partiendo por las guardias blancas, de principios de siglo, siguiendo, obviamente con los nacionalsocialistas de algunas décadas más tarde, siguiendo con Patria y Libertad y con la Acción Chilena Anti-Comunista (ACHA). Todos estos grupos, incluidos los “neonazis” de hoy, no son sino el brazo de choque, los tontos útiles, de la oligarquía criolla más rancia. Los que aplican el terror y el garrote cuando la burguesía quiere. Pero la burguesía no puede hacerlo a cara descubierta para no ensuciar sus credenciales “democráticas”. Ahí es donde el fascismo opera. Los vínculos entre Patria y Libertad y la derecha y el “centro” político durante el gobierno de Allende, son la mejor prueba de este modus operandi de la burguesía. Por un lado, jugando a la oposición parlamentaria, y por el otro, usando el terrorismo más guarango, financiado por la CIA y los capitalistas norteamericanos.

Cada vez que hay un ascenso de las luchas populares, el fascismo arrecia. Si bien en sus orígenes, el fascismo pudo ser una respuesta de ciertas burguesías nacionales, de sectores pequeño burgueses y clasemedieros, a, por un lado, la creciente concentración internacional del Capital y, por el otro, a la amenaza de una revolución proletaria, lo cierto es que hoy su rol ya no es el mismo. Ha perdido absolutamente su carácter de “alternativa” política. Es más, quienes se benefician del fascismo como herramienta de terror (empresarios, burguesía, la derecha política), se escandalizan al ser asociados públicamente a éste. Apenas conserva el fascismo un lejano tufo al rol que tuvo como dique de contención para el avance del movimiento revolucionario. Hoy, su rol es de agentes provocadores, de grupos de choque. Como lo pone en evidencia el anarquista escocés Stuart Christie en su estudio sobre el fascista italiano Stefano Delle Chiaie[1] “vemos a las organizaciones terroristas neofascistas en su auténtico rol: el de agentes de una esfera de poder interno, oligárquico, situada por sobre toda ley y toda moralidad (...)” de las cuales, cómodamente, pueden negar todo vínculo. Pero “los fascistas son elementos subordinados de fuerzas más cohesionadas y más poderosas que son la columna vertebral de cualquier movimiento reaccionario violento” (ie. empresarios, militares, sectores políticos y religiosos, etc.).

Por eso los vemos resurgir siempre, a los grupos de choque de la ultraderecha, en momentos de crisis del capitalismo o de ascenso de las luchas populares: hoy, es exactamente lo que está ocurriendo. El hostigamiento de estos grupos hacia liceos en toma durante las recientes movilizaciones estudiantiles, no hacen sino confirmar el rol que tienen como brazo terrorista de los poderes fácticos en Chile.

No son nada nuevo; con todos sus distintos nombres los hemos conocido a lo largo de la violenta historia de nuestro país. Y más aún, los hemos conocido en el poder, ¿o no se recuerda que para el cumpleaños del Generalísimo criollo Pinochet, más de alguna vez se vieron fuera de su casa las suásticas flameando al viento? ¿O no fue él quien dijo que el juicio al Mamo Contreras había sido tan injusto como el juicio de Nuremberg? ¿O no se recuerda que Onofre Jarpa había sido un entusiasta militante del Movimiento Nacional Socialista chileno, tal cual lo fue el ministro del Trabajo de la dictadura, general Díaz Estrada? ¿No está la derecha política saturada de la influencia del Opus Dei, obscura secta católica, nacida bajo el alero del fascismo franquista en España? Eso para no hablar del vergonzoso asilo que se ha dado en este país a connotados nazistas...

No se puede entender el ultraderechismo en Chile, como un fenómeno excepcional, como nos quisieran hacer creer los medios de comunicación cuando hablan del “flamante nuevo fenómeno del neonazismo”: el ultraderechismo, de corte fascistoide, tiene hondas raíces en las instituciones armadas de este país, tanto en los Carabineros como en el Ejército, y eso es un hecho bien conocido por todos, evidenciado en las investigaciones en torno al asesinato del joven punk en Quillota, y apenas disimulado por el saludo a la bandera del Ejército, calcado al saludo nazista de la Alemania de los ’30. Sólo que en Alemania si han superado un poco ese estadio, lo que es nosotros, nada.

Como hemos dicho, el fascismo, la ultraderecha, tiene como objetivo impedir que se dispute la hegemonía a la burguesía: pero su rol no sólo es represivo, sino también ideológico. Buscan la división en el seno de la clase, y por ello, dirigen una insidiosa y constante propaganda en contra de los sectores más débiles de ésta.

Porque la ultraderecha, los “neonazis” en este país no deben hacerse ilusiones acerca de ellos mismos: aunque vayan presumiendo de machitos y mostrando músculos, no son sino cobardes, cobardes bajos y rastreros de la peor calaña, que se hacen los matones sólo cuando están en superioridad numérica. Que atacan por la espalda a quienes se encuentran solos y son más vulnerables (inmigrantes, borrachos, prostitutas, travestis, etc.). Jamás, se atreverán a atacar a un enemigo más fuerte que ellos. Jamás se medirán en contra de los que verdaderamente detentan el poder, no sólo porque son quienes les alimentan, sino porque el fascismo se caracteriza por su cobardía, por su genuflexión ante la autoridad y el poder, y “tiene un especial atractivo para quienes carecen de aptitudes críticas (...) para quienes, ya sea por hábito o por inercia, se han vuelto absolutamente dependientes de los demás para tener una opinión y consideran la obediencia acrítica a la autoridad, tan cómoda como ventajosa”[2].

Y por ello, por su estupidez, por su falta de mentalidad crítica, buscan hacerse eco de los prejuicios existentes en el seno de la propia clase trabajadora, intentado así aparecer como genuinos representantes de ella. Por esto no vacilamos en denunciar, que el caldo de cultivo para el resurgimiento de la derecha en Chile lo han dado los propios gobiernos de la Concertación: por sembrar el individualismo, por la cultura del exitismo, por su desprecio a nuestros países vecinos, que han encontrado como correlato en la clase trabajadora el surgimiento de peligrosos instintos chovinistas y de una marcada intolerancia. Entre las frases abusivas y las groserías lanzadas a un inmigrante peruano y los palos dados a éste por los grupos de “acción” de la ultra derecha, hay una diferencia de grado solamente, que el gobierno ha alimentado con su política de división, responsabilizando de los problemas de los pobres siempre a otros pobres, así como con su indiferencia.

Pero no debemos esperar que el gobierno actúe para terminar con esta situación donde se nutre el ultraderechismo criollo. Es nuestra labor como libertarios propiciar la unidad, en la lucha, de la clase trabajadora y del conjunto del pueblo. No podemos perder de vista que, al final, si seguimos divididos, más fácilmente nos dominan, más fácilmente nos entregan casas de 12 mtrs cuadrados, más fácilmente mandan a nuestros hijos a escuelas con goteras, más fácilmente trabajamos 12 horas al día... y tener en mente que este terror fascista que hoy se aplica sólo en contra de ciertos sectores “débiles” de la clase, se puede aplicar el día de mañana, cuando la situación lo amerite, en contra de cualquiera de nosotros: “es en contra de la clase trabajadora que en última instancia se dirige el terror fascista y es sólo la clase trabajadora la cual puede resistirle (...) es inevitable que las tácticas de fuerza del Estado sean llevadas a efecto por agentes “fácilmente disociables” aparentemente (por su carácter anti-parlamentarista) desconectados del centro moderado y consensual, ya que cualquier conexión clara destruiría la fachada democrática del Estado y la imagen semi-benigna de las instituciones económicas a las que sirve”[3].

Sólo la clase trabajadora puede oponer resistencia definitiva a la ultra derecha, y la batalla comienza con la lucha en contra del chovinismo, en contra de la intolerancia, en contra de los prejuicios, en contra de la atomización. El principal campo de batalla contra el fascismo es el campo de batalla político, es la organización de un proyecto revolucionario incluyente para todos los sectores explotados y oprimidos. Lo que no descarta la necesidad de defenderse físicamente de las provocaciones de los matones a sueldo del empresariado chileno, de la ultraderecha –pero insertar esta autodefensa dentro de un proceso de construcción político afirmativo, libertario, revolucionario, único garante para extirpar definitivamente las raíces de las que se nutre la ultraderecha en Chile. Así destruiremos de una buena vez, al fascismo, porque como nos dijera hace 70 años el connotado anarquista y luchador anti-fascista español Buenaventura Durruti: “Al fascismo no se le discute. Se le destruye”.

José Antonio Gutiérrez D.

Agosto del 2006


[1] Steffano Delle Chiaie, Portrait of a Black Terrorist, Stuart Christie, Anarchy Magazine/Refract Publications, Londres, 1984. P. 132

[2] Christie, op. cit. p.1

[3] Christie, op. cit p.134

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