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¡No Sea Indio, Carajo!

category venezuela / colombia | luchas indígenas | portada author Tuesday October 17, 2006 02:27author by José Antonio Gutiérrez D. Report this post to the editors

Reflexiones en torno al racismo en América Latina

Este artículo no pretende ser un estudio sociológico sobre el racismo y la cuestión "indígena" en América Latina. Mas bien, plantea una serie de ideas desarrolladas en los últimos años en que he asistido al desarrollo y despertar del movimiento “indígena” e indigenista en América Latina. Lo expuesto es resultado de la convivencia pueblos indios en Bolivia, Perú, Chile y Colombia (quechuas, aymaras, mapuche, kankuamos, arhuacos entre otros), así como del estudio, la lectura y la reflexión personal. La tésis central del ensayo es que: el racismo contra el indio es sintomático de relaciones sociales que se arrastran desde la Colonia; que la imposibilidad de negar su origen en el indio, a la vez que la discriminación centenaria de éste, hacen al mestizo mitificar el pasado, creando así un indio heroico y mítico como su ascendencia, a la vez que se vilipendia al indio actual; que en la comunidad indígena hay elementos que permiten la regeneración de América Latina.


El siguiente artículo no pretende ser un acabado estudio sociológico sobre el racismo y la cuestión "indígena" en América Latina. Mas bien, es un breve ensayo que plantea una serie de ideas, convicciones e intuiciones desarrolladas largamente en los últimos años en que he asistido al desarrollo y despertar del movimiento “indígena” e indigenista en América Latina. Lo expuesto es resultado de la convivencia pueblos indios en Bolivia, Perú, Chile y Colombia (quechuas, aymaras, mapuche, kankuamos, arhuacos entre otros), así como del estudio, la lectura y la reflexión personal. La tésis central del ensayo es que: el racismo contra el indio es sintomático de relaciones sociales que se arrastran desde la Colonia; que la imposibilidad de negar su origen en el indio, a la vez que la discriminación centenaria de éste, hacen al mestizo mitificar el pasado, creando así un indio heroico y mítico como su ascendencia, a la vez que se vilipendia al indio actual; que en la comunidad indígena hay elementos que permiten la regeneración de América Latina.

Me adelanto a ciertas posibles críticas: entiendo que el rescate de la cultura del indio en ausencia de la lucha en contra del capitalismo no tiene ninguna proyección. La pura recuperación de sus técnicas de cultivo milenaria no solucionarán el problema del hambre si es que se mantienen vivas las estructuras de explotación capitalistas. Si no he hecho suficiente énfasis en ello, ha sido por parecerme demasiado obvio y porque creo que el énfasis, en este artículo, debe ser puesto en la denuncia del racismo.





¡NO SEA INDIO, CARAJO!



Así se le dice en Colombia a alguien que ha mostrado falta de urbanidad, de educación, que hace gala de poca cultura o de gran mal gusto, o que es algo brusco en el trato. Ser “indio”, entonces, es un concepto que encierra en sí todo lo que hay de indeseable, de desagradable en el ser humano. En fin, es ser lo peor de lo peor. El “indio” es la antítesis del ciudadano ideal y civilizado de nuestras –ya no tan- jóvenes repúblicas americanas. Es una expresión abusiva, que puede variar en su uso desde ser un ligero y fraternal regaño entre amigos, hasta convertirse en un insulto frontal, último recurso antes de pasar a los puños. Esta expresión se escucha en todas partes: en un programa televisivo, en boca de los locutores cansones en las radioemisoras, en el transporte público, en el mercado, en la calle, en las oficinas, en las escuelas. Es una expresión de uso diario.

“Ser indio”, es ser el último peldaño antes de entrar de lleno al reino animal. Es que el indio es un personaje que siempre ha vivido, en el imaginario occidental, en la frontera entre el salvajismo, la barbarie, y la civilización. Es el puente entre cultura y naturaleza. Es la conciencia de nuestra animalidad. A la llegada del Conquistador, el indio fue indoctrinado en los misterios de la fe y recibió su primer contacto con la civilización propiamente tal (la occidental, se entiende). Luego, durante la Colonia, el indio aprendió las virtudes de la disciplina y el trabajo –se omite, convenientemente, el adjetivo “forzado” en la última virtud mencionada. Durante la Independencia, frecuentemente, se les otorga un breve lapso de lucidez en la exaltación patriótica subsecuente. Y desde los albores de la República, pareciera que el indio ha dejado de desarrollarse, para pasar a ser un ente vegetativo, insuficientemente adaptado para el carril de la modernidad en el cual nuestras repúblicas se han embarcado, pero incapaz de volver al estado prístino en que lo pilló la Conquista. Desde entonces, el indio se ha convertido, en nuestro imaginario, en un estorbo para el desarrollo de las repúblicas, en un ente atávico que encarna la razón última de nuestro subdesarrollo y atraso económico. Es el chivo expiatorio perfecto.

¡No sea indio!”. Tal expresión, anda en boca de todos. Pero esa misma gente que usa ligeramente este término, tiene un gran orgullo en pleno centro de Bogotá: el Museo del Oro. Y no es sino para estar orgulloso. En sus vitrinas se exponen obras de arte finamente elaboradas en oro y aliaciones de alta ley, como la tumbaga, que sobrecogen a quienquiera sea que le visite. Es realmente un espectáculo maravilloso, de una belleza indescriptible, única, donde todo reluce ante el espectador como un amanecer de oropel. Es una auténtica explosión de luminosidades. Toda esta riqueza, y mucha más que se ha perdido para siempre, alucinó a los conquistadores con el mito de “El Dorado”.

Ahora bien, los museos, en general, tienen por defecto el mostrar una realidad estática, y por consiguiente, distorsionada, en que pasado y presente están prácticamente disociados. Pues, ¿los orfebres maestros que realizaron esas piezas de extraordinaria belleza se han ido para siempre? ¿No están sus hijos aún vivos? ¿No utilizan aún ellos muchos de los objetos en exhibición? ¿No hay algo de ellos en todos nosotros, también? Pareciera que las glorias que el Museo exhibe fueran glorias ya largamente idas, para nunca volver.

Siendo justos con el Museo del Oro, es un defecto que han tratado de superar con la exhibición de unas cuantas fotografías etnográficas actuales en que se aprecia a un par de indios ataviados con finas joyas de gran parecido a las exhibidas en las vitrinas. Pero ese par de fotografías no es sino un gesto mínimo, casi un saludo a la bandera. Quien visite el Museo, puede salir siempre con la sensación de que eso es un capítulo cerrado, que esa era gente excepcional, como venida de la luna, que no tiene nada que ver con el “indio”. El visitante superficial sale pensando la belleza de un mundo perdido, y seguirá diciendo, a la ligera, “no sea indio”.

Pero quien no se contente con una mirada superficial de las colecciones, quien penetre al corazón mismo de esa cultura fragmentaria que se nos muestra, no puede sino trocar el desdén en admiración. Y comprenderá que quien dice “no sea indio” de lo único que hace gala es de su propia ignorancia. Quien conoce la cultura del indio, descubre en ella una fuente vital, vibrante, de gran profundidad. Quien la ignora, puede persistir en el desprecio. Cuando las puertas del mundo indio se abren ante uno, se descubre un mundo fascinante, donde una honda espiritualidad se entrelaza con un conocimiento acabado del entorno y de la realidad. Personalmente, siento que con los indios he aprendido muchísimo más que con la mayoría de mis profesores, aunque muchos de estos indios no supieran ni leer ni escribir. Agradezco profundamente el acceso que he tenido a su mundo. Conocerlo es respetarlo.

Ese mundo, que se quiere confinar a las vitrinas de los museos, está pese a quien le pese, extraordinariamente vivo. Los descendientes de los orfebres Taironas, Muiscas, Nariños, etc. aún desarrollan su forma de vida, aún integran los elementos fundamentales que desarrollaron extraordinarias culturas prehispánicas, muchos aún conservan su lengua, su música, sus creencias que subsisten, muchas veces de forma casi críptica, en un sincretismo religioso católico-indio. Su mundo no sólo es pasado, sino presente y futuro. Persisten en ser indios, porfiadamente, pese a las violaciones generalizadas que sufren dentro del conflicto colombiano. Sufren hoy de una neo-conquista, donde nuevamente son víctimas de desplazamientos forzados (siendo tan sólo el 2% de la población, representan el 8% de los desplazados), donde nuevamente vienen los afuerinos a quitarles tierras, a despojarles de sus bienes, a quitarles las mujeres, a intentar asesinar su cultura, hasta a arrebatarles la milenaria y sagrada hoja de coca.

Al llegar el indio desplazado a la ciudad, conoce la pobreza, el hacinamiento y la discriminación en su versión urbana. Recibe sobre sus hombros una pesada carga de cinco siglos. Maneje a medias el castellano, o lo maneje a la perfección, el crimen de ser indios les acompaña a donde vayan. Recuerdo lo extraordinariamente difícil que puede ser tomar un taxi un día lluvioso de Bogotá con un par de kankuamos con sus trajes tradicionales. Son, lisa y llanamente, personas non gratas en la civilización. Una civilización bastarda que sabe, pero no quiere reconocer, lo mucho que les debe.

Colombia se parece mucho a Chile en que son países en que la población india representa una minoría a nivel nacional (en el caso chileno, alrededor de un 10%, con las estadísticas frecuentemente manejadas y disputadas por las instituciones estatales debido al conflicto mapuche), pero sin embargo, donde el mestizaje es altísimo: 50% en Colombia, 70% en Chile. Además, la influencia india exhuda por todos los poros de la vida diaria, desde la forma de hablar y las palabras usadas, hasta el aspecto físico. La influencia es innegable. Ese 2% de la sociedad colombiana ha moldeado en gran medida el rostro actual de ésta, le ha dado su carácter y su herencia. Ese 2% ha constituido el cimiento principal sobre el cual se han incorporado las otras influencias, las otras sangres y sobre el que descansa la sociedad mestiza. Sacarle ese 2%, siginifcaría el resquebrajamiento de todo lo que sobre ese cimiento se ha construido. Pero como un mal hijo que niega a sus padres, la cultura criolla ha insistido en negar la influencia india en sus orígenes y la ha mirado como si fuera una mala conciencia, como si fuera un pecado original. O la ha mitificado.

En el caso chileno, la mitología nacional divide radicalmente al “araucano”, del “mapuche”: el araucano es el indio guerrero, sobrio e hidalgo, que combatió fieramente la penetración hispana en el territorio actualmente ocupado por el Estado chileno, desde los albores de la Conquista en 1536 hasta entrado el siglo XIX. De ese personaje mítico, exaltado por sus virtudes en la obra “La Araucana” de Alonso de Ercilla, es que la chilenidad se nutre. El mapuche es el indio actual, estorbo para el progreso, flojo, borracho, inmundo, traicionero, levantisco. Pareciera tratarse de dos razas diferentes, una de las cuales, los araucanos, se esfumaron sin dejar rastro. Es la forma esquizofrénica en que la cultura criolla ha podido conciliar su innegable orígen indio con la realidad del racismo y la discriminación.

En Colombia no es muy diferente: el Tairona aparece como un fino artesano, como realizador de grandes obras –tal cual la Ciudad Perdida-, como artífice de una notable cultura desvanecida en la niebla de los siglos. Los diseños de sus ornamentos ilustran el hermoso pasaporte colombiano, demostrando alguna clase de vínculo con “ese” indio centenario. Los cuatro pueblos actuales de la Sierra Nevada de Santa Marta (arhuacos, wiwas, koguis, kankuamos), pese a ser los descendientes directos de esa cultura y conservadores por derecho propio de ese riquísimo legado cultural, es como si hubieran llegado de la luna, y no aparecen en el imaginario popular investidos de ninguna de esas cualidades. A lo más, pueden ser figuras un tanto curiosas para alguna propaganda telefónica. U objetos de lástima. O modelos para que los gringos se lleven lindas fotos a su país de origen, y las puedan mostrar a sus amigos exclamando “very typical”. O indios sucios que joden la vida por no querer permitir la realización de ciertos megaproyectos en sus resguardos. Pueden ser sólo eso, pero nada más. No hay sentido de descendencia directa.

Reconocer esa descendencia, reconocer esa paternidad y esa maternidad de los indios sobre las poblaciones mestizas que mayoritariamente pueblan Nuestra América, sería reconocer las tremendas injusticias y la discriminación de la que son víctimas desde el despojo de hace cinco siglos. Porque sobre la base de ese despojo, de la violenta Conquista, se han edificado las sociedades sobre las cuales, a su vez, reposan nuestras repúblicas. Y la Colonia se sustentó sobre la servidumbre forzada del indio; esta servidumbre sólo podía ser justificada mediante el racismo. ¿O de qué manera sería posible aplicar el cepo y el látigo a un semejante? ¿Tendría alguien corazón para matar al indio, robar a su esposa e hijos, si se reconociera la humanidad de éste? ¿Cómo justificar el despojo de las tierras? ¿Cómo justificar los trabajos forzados en las minas? ¿Cómo justificar el hambre del indio, mientras el hispano amasaba inmensas fortunas? En la deshumanización del indio, encontraba el hispano la tranquilidad para conciliar el sueño todas las noches. La Iglesia tardó un par de siglos en conceder a los indios el beneficio del alma. Nuestras sociedades aún no son capaces de concederles el beneficio de la igualdad.

El racismo es el peor engendro del colonialismo. No hay país que habiendo sido colonia, no presente algún grado de racismo. Esto sigue siendo una realidad, en gran medida, porque sobre las estructuras coloniales se erigió el armazón del republicanismo. Aún hediendo a colonia, a aristocracia, surgió un moderno Prometeo llamado oligarquía, que mezclaba elementos del burgués moderno, con formas arcaicas de producción calcadas a la servidumbre, en las cuales se reproducían los viejos vicios coloniales con todo su pesado legado de racismo y pigmentocracia. Es el racismo el indicador más claro del peso de la Colonia en el desarrollo de las repúblicas: mientras más importante fue una Colonia, más ha tardado en sacudirse, progresivamente, de ciertas taras racistas. Los centros coloniales (México, Bolivia, Perú) presentan los ejemplos más claros y brutales de racismo en nuestra América. En estos países, el criollo vino a reemplazar al hispano al pie de la letra. En los países periféricos, como Chile, o en centros secundarios, como Colombia, el término criollo, incluso, se ha democratizado para incluir al mestizo. Sin embargo, en todos por igual, rige una cierta pigmentocracia, que fusiona la marcada distinción estamentaria de estas sociedades neocoloniales, con las leyes del capitalismo del siglo XXI.

Estas sociedades se desgarran en sus propias contradicciones, mientras el indio, igual que hace cinco siglos, sigue sometido a ser el último peldaño en una rígida cadena de mando. No se culpe al indio del atraso de nuestras sociedades: el indio no ha sido para nada responsable del subdesarrollo. Los auténticos responsables han sido los descendientes de los Pizarro, de los Cortés, de los Valdivia, de los Jiménez de Quesada, y sus modernos imitadores llegados de EEUU y Europa, quienes, que han mantenido a las repúblicas americanas prisioneras de un pasado colonial, y han reproducido un sistema económico deforme, atrasado y dependiente, que apenas produce, como en épocas del dominio de la Corona, materias primas y monocultivos. País cobre, país palma africana, país café, país estaño. ¿Qué culpa tienen de esto los indios? Ah, es que es necesario un chivo expiatorio. Porque así la oligarquía criolla puede expurgar su rotundo fracaso en dos siglos de vida republicana. Pretenden de esta manera aplazar el juicio histórico que tarde o temprano les ha de llegar.

Pero no se puede tapar la luz del sol con un dedo, y cada vez emerge más claramente que es la burguesía la verdadera fracasada, que la hora del indio está por venir. Cada vez el espíritu del indio respira más fuerte. Se viene desde los Andes, desde la selva, desde el extremo húmedo y frío del Cono Sur, desde el desierto. Ya muestra algunos síntomas de despertar, con tropiezos y todo, en Ecuador y en Bolivia. En Perú, en Chile, en Colombia su silueta se dibuja en el horizonte. Creo que es en el indio donde subyacen muchos de los elementos de regeneración de Nuestra América. Compréndase bien: no hablo de dar la espalda en bloque a la “modernidad”, sino que al espíritu que la ha animado. Tampoco hablo de una imposible utopía arcaica de retorno a un modo de vida prístino, como si 500 años no hubiesen transcurrido en absoluto. De lo que hablo es de recuperar el espíritu y las enseñanzas de los abuelos, de los indios, para el presente y el futuro. Mientras el modelo winka, el modelo k’ara, el modelo occidental, el modelo capitalista, como se le quiera llamar, ha producido opresión y pobreza, el indio nos enseña el principio del ayni, de la reciprocidad. Del dar y del recibir. Es algo así como lo que la Primera Internacional trató de sintetizar con su lema “No más deberes sin derechos; ningún derecho sin deber”. O lo que los anarquistas habían definido como su máxima “de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”. Sólo que de modo más preciso, conciso, y a la vez, más amplio. Porque el ayni es una relación que tiende a la mantención del equilibrio y de la igualdad en la comunidad y también en la naturaleza. Porque el modelo explotativo importado desde épocas coloniales y perfeccionado con las revoluciones burguesas del siglo XIX, ha generado un desastre ecológico de consecuencias aún no previstas, mientras que el indio, en su relación de reciprocidad con todo lo que es vivo y con cuanto nos rodea y constituye la naturaleza, nos entrega la clave para volver a vivir en armonía con nuestro entorno natural.

Y no sólo eso: hoy la sociedad mestiza despierta a reconocer los inmensos avances realizados por los indios en los planos de la tecnología y la ciencia, avances que hoy pueden ser de gran utilidad para superar muchos de los problemas que nos afectan. En la medicina, por vez primera muchos médicos comienzan a interesarse en los saberes tradicionales y despierta el interés por el desarrollo de esta ciencia durante los períodos prehispánicos: las trepanaciones e intervenciones quirúrgicas craneanas que se pueden apreciar en las momias del Ande Central son testigos del alto nivel alcanzado por los médicos precolombinos. La precisión en sus conocimientos astronómicos también ha sido objeto de asombro para muchos científicos modernos: incluso los conceptos utilizados reflejan el alto grado de conocimiento de esta sociedad. Mientras Einstein recibía ovaciones y premios Nobel por demostrar que el tiempo era indisociable de la materia, el concepto quechua de pacha, manejado ancestralmente por el indio andino, encerraba en un mismo término una realidad indisoluble, tiempo y espacio, a saber. Ese conocimiento, era de manejo cotidiano y ordinario para el indio.

Mientras los monocultivos ponen en riesgo la seguridad alimentaria, y mientras los métodos de cultivo modernos resultan insuficientes en vastas regiones de América, los métodos de cultivo desarrollados por los ancestros ofrecen una alternativa que hoy es cada vez más ampliamente reconocida. Conversando a orillas del Titicaca con comuneros de San Pedro Huarisani, mirábamos los cerros, llenos de andenes atávicos, arqueológicos, abandonados y veíamos que en ellos reposa la respuesta al problema del hambre en la sierra peruana, no en expertos agrónomos que traigan de Alemania, Francia o de EEUU. Nos hemos acostumbrado, por mucho tiempo a mirar hacia afuera, y no nos hemos percatado que muchas de las respuestas a nuestros grandes problemas yacen más cerca de lo que pensamos. Con el indio, volvemos a aprender a mirar hacia adentro.

Quien haya visitado Machu Picchu, Moray, Tiawanaku no puede sino maravillarse ante el aprovechamiento de las condiciones naturales con que el pueblo quechua pudo levantar una gran civilización, sin violentar el ecosistema. Ante ellas no se está ante simples “ruinas”: se está ante testimonios vivos de lo que fuimos y de lo que podemos volver a ser. Estamos ante una denuncia brutal de lo que la Conquista significó y aún significa para nuestros pueblos. Cierto es que no se puede idealizar en demasía: había problemas, había conflictos, había clases y estamentos sociales, había Estados, había imperialismo. Pero, sin entrar en el detalle de que cualquier problema que estas sociedades hubieran tenido palidece con el genocidio y el holocausto de los cinco siglos posteriores a la conquista, es necesario recalcar que reivindicamos la comunidad india, el espiritu de esta sociedad –no todas las prácticas que se puedan haber dado en ellas. Ahí, en la comunidad, encontramos elementos que pueden permitir nuestra regeneración.

Este despertar del indio hace que el mestizo-criollo sienta el despertar en su propia sangre de lo que hay de indio en ella. Hoy es momento en el que sentimos en nuestra conciencia, en nuestra sangre, el choque violento, personificado en nosotros mismos de esas culturas que vienen ya de hace siglos en pugna. Tal es la precondición para que se desarrollen las bases para integrar a todas nuestras sangres en una genuina cultura mestiza: reivindicar nuestra base indoamericana. No hay mucho espacio para posiciones intermedias, pues somos fruto de una relación violatoria, no del armonioso mestizaje que se nos pretende vender. Nuestra madre ha sido india, y nuestro padre el conquistador. Hay que decidir con quien se quiere estar. Opción nítida, como decía mi amigo Víctor Colodro, quien en La Paz, lleva ya casi treinta años de lucha en la reivindicación y el desarrollo de la cultura andinoamericana. Por mi parte, he optado por el indio. Y digo indio, porque indígena siempre me ha sonado a un eufemismo, esas palabras que se usan para adornar la terrible realidad, para que todo suene más bonito, mientras subsiste la discriminación y la violencia. Mientras haya, además, el concepto de lo “indígena”, “indio” seguirá siendo un término abusivo. Creo importante reivindicar, sin vergϋenza, el término abusivo para no dejar nada con que insultar. Así, la próxima vez que le digan “No sea indio”, mas bien, sienta orgullo. Mire que, como cantaban Los Prisioneros hace ya veinte años, siempre será preferible ser indio, a ser “occidental de segunda mano”.

José Antonio Gutiérrez D.
12 de Octubre, 2006.

indios de la Sierra Nevada de Santa Marta, Colombia
indios de la Sierra Nevada de Santa Marta, Colombia

author by Francoise Callier - tchendukuapublication date Sat Oct 14, 2006 18:32author email frcallier at wanadoo dot frauthor address author phone Report this post to the editors

Open Letter to the President of the United States George W. Bush

COLOMBIA
About fumigations in the Sierra Nevada de Santa Marta


I work for a French NGO , “Tchendukua” whose goal is to recuperate land for the Kogi Indians living in the Sierra Nevada de Santa Marta in Colombia.

In 2000 we bought, La Luna, a land, with access to the sea, It was the first time since the Spanish invasion, the Kogis had a low land. They where so happy, full of hope.
At the end of June 2004, La Luna became an “ Indigenous Reserve” , a protected area…
The Sierra is also one of the UNESCO’s “Biosphere Reserves”.
Fifteen days later, on July 17th, a plane from Dyncorp (American contractor) passed only once to fumigate La Luna. That was enough to provoke a complete disaster.
Some days ago, I saw the rushes of a second movie we have made on the Kogis.
Now, La Luna is like some places in Asia after the tsunami… I could not believe it.

The Kogis took five years to regenerate the soil, now they will have to wait, at least, five more years to replant. Everything is contaminated and the streams are dry because there are no more trees to retain water.
What are they going to eat? What are they going to drink? Where to go?
Tchendukua’s director in Santa Marta organized some time ago with the Kogis and the farmers around, the eradication of coca by hand. There was no coca in La Luna.
It is impossible that your sophisticated planes are unable to detect Indians villages.

In the movie there is a scene with a Kogi shaman sitting in front of his house, in the middle of the devastation. He is crying.
This image is unbearable and it will remain in my memory forever.
Yes, Mr. Bush, an image can turn people really angry.
Remember the picture of Nick Ut showing a little girl naked, burned by Napalm, running on a road in Vietnam. This image had an incredible impact in America.

Condolezza Rice wants Colombia to change its laws and spray in National Parks such as La Macarena, El Catatumbo, La Sierra Nevada de Santa Marta, etc…

The fumigation of La Luna on July 17th 2004 was completely illegal.

In the Sierra, Kogis, Arsarios-Wiwas, Kankuamos and Arhuacos are starting to have health problems , especially children (see notes-page 14).

In Vietnam, after 45 years, Agent Orange is still active.
The new poisoned cocktail is called Agent Green. If you take the ingredients one by one, it doesn’t seem so dangerous. If you mix them, highly concentrated, it is a terrible weapon. The mixture is made with Monsanto Round Up Ultra, Cosmoflux 411F (illegal in the US), POEA and the fungus fusarium oxysporum EN-4.

Dr David Sands, an American scientist who made some researches on EN-4 admits
( interview with the BBC-2000) that you can call it a Green Warfare or a Biological Warfare.
When you had a few cases of Anthrax in your country it was immediately called a terrorist biological attack…

The Dutch government donated 500.000 euros for the eradication of coca by hand in the Amazonas and the Sierra. A part of this donation is dedicated for substitution cultures and social development.
The Netherlands asked the parks director, Julia Miranda, to confirm whether the decision to fumigate on the protected aeras was definitive, because if it were so, “it could be motive to request the suspension of activities financed by his Embassy”.

Mr. Bush, you and your government, you will be responsible for the genocide or ethnocide (see notes-page 10) of the most ancient and sophisticated precolombian cultures in Colombia.

The proper name for this worthless so-called drugwar is « BIOLOGICAL and CHEMICAL WARFARE «.
In spite of a record spraying last year there was no eradication at all.

Before writing this, I’ve asked to a Dr in Molecular Biology if I could use those words, the answer was yes.

Mr. Bush, will you dare to say that you are doing this “In the Name of God”?

Where are the courageous American scientists who helped to stop the fumigations with Agent Orange in Vietnam in 1971?

REQUIEM FOR THE SIERRA NEVADA DE SANTA MARTA… AND MANY OTHER PLACES!


Paquita
(May 2005)
kogis@wanadoo.fr






NOTES:

UNITED NATIONS
Economic and Social Council
Distr. GENERAL E/CN.4/2005/88/Add.2 10 November 2004

COMMISSION ON HUMAN RIGHTS Sixty-first session Item 15 of the provisional agenda

INDIGENOUS ISSUES
Human rights and indigenous issues.
Report of the Special Rapporteur on the situation of human rights and fundamental freedoms of indigenous people, Mr. Rodolfo Stavenhagen Addendum MISSION TO COLOMBIA*

Page 10

On the western slopes of the Sierra Nevada de Santa Marta, an area visited by the Special Rapporteur, the Kankuamo people (3,000 families, 13,000 people and 12 communities), who live inside the “black line” which marks the traditional boundary of their territory, are now in the process of reclaiming their indigenous identity. Their lands have been recognized, but no reserve has yet been established. Guerrilla groups started arriving in the 1980s and AUC set up a base there in the 1990s, with the result that the number of kidnappings and murders escalated to a level far above the rural and regional average, particularly from 1998 onwards. It was then that the massacres of indigenous people, the mass displacements, the blockades and the forced confinement of communities to their villages began. More than 300 families are reportedly still displaced as a result of attacks and threats of various kinds. The accounts given to the Special Rapporteur testified to the continued ethnic cleansing, genocide and ethnocide of the Kankuamo people despite the protective and precautionary measures requested by the Ombudsman and the Inter-American Commission on Human Rights and several urgent appeals by a number of special mechanisms of the Commission on Human Rights.

Page 14

Indigenous organizations described to the Special Rapporteur the adverse effects of indiscriminate spraying, including environmental damage to the topsoil, fauna, flora and water, the destruction of subsistence crops and direct damage to human health, including birth defects. The Special Rapporteur was also told that there are technical and scientific studies to substantiate these assertions. The indigenous peoples see the aerial spraying of coca plantations as yet another violation of their human rights and, save for a few occasions when they have given their consent, actively oppose the practice; this position again brands them as guerrilla sympathizers, as happened after the rights marches organized by certain indigenous communities to protest against the spraying. The Office of the Ombudsman has received 318 complaints concerning spraying operations in three municipalities in Putumayo in July 2002 and their effect on 6,070 families and 5,034 hectares of land.

La Luna before and after fumigation
La Luna before and after fumigation

author by José Antonio Gutiérrezpublication date Tue Oct 17, 2006 02:35author address author phone Report this post to the editors

About the fumigations, I recently took part in a human rights mission in Colombia and the results of that mission include a chapter on that issue. You can find them in the website of ONIC. Recently, I'll be publishing an article that will deal with some of the issues around the mission, the situation of the indigenous people in the present conflict and the general situation in Colombia. Thanks for your information.

author by carlospublication date Wed Nov 01, 2006 13:31author address author phone Report this post to the editors

SOLO UN 90% DE LA POBLACION ES DE ORIGEN INDIGENA. O MIRATE AL ESPEJO

author by José Antonio Gutiérrez D.publication date Wed Nov 01, 2006 16:41author address author phone Report this post to the editors

Estoy de acuerdo contigo en que la base de nuestras poblaciones está en el mestizaje. De hecho, hay muy pocos blancos "puros" o "indios" puros en América Latina. Ese es un hecho que debe ser reconocido para confrontar el racismo.

Pero cuando quiero decir que un 2% de la población es indígena (hecho que las mismas organizaciones indígenas aceptan -la ONIC, por ejemplo), no quiero referirme a un fenómeno genético o a que sólo un 2% de la población tenga rasgos indios. No se trata de una cuestión racial, aunque se exprese de esa manera muchas veces: se trata de una cuestión cultural.

Ser indio es haber nacido en el seno de la cultura, de la comunidad. Es mantener esa clase de vinculos sociales ancestrales. Es la definición de un modo de vida y de un sentido de pertenencia que en muchos casos se ha perdido entre gente que, genéticamente, sea lo mismo.

author by Chacalón - Anarkismopublication date Tue Nov 07, 2006 03:09author address author phone Report this post to the editors

http://www.anarkismo.net/newswire.php?story_id=4114

 

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