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Los Mártires de Chicago: historia de un crimen de clase en la tierra de la “democracia y la libertad”

category américa del norte / méxico | historia del anarquismo | portada author Monday May 01, 2017 17:33author by José Antonio Gutiérrez D. Report this post to the editors

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Fotografía de Los Mártires de Chicago de 1887

Este documento fue escrito en el 2010 como introducción al libro "Los Orígenes Libertarios del Primero de Mayo: de Chicago a América Latina" (Ed. Quimantú, Hombre y Sociedad, Libre Iniciativa), volumen que recogía contribuciones históricas sobre los orígenes del Primero de Mayo como día de protesta obrera y sus vínculos con el movimiento anarquista de comienzos del siglo XX en América Latina*. Esta introducción ponía los sucesos de Chicago de 1886 en el contexto de un movimiento de matriz libertaria, obrero, que se convirtió en una amenaza para la clase capitalista en los EEUU, y explora cómo este evento logró capturar el espíritu de toda una época de luchas y cómo estos sucesos fueron parte de un movimiento internacional muchísimo más amplio. Al difundir este documento, espero no sólo hacer un homenaje a estos luchadores de hace más de un siglo, sino también entregar algunas reflexiones sobre su experiencia histórica concreta, en la esperanza que puedan ser de utilidad para las nuevas generaciones de luchadores.

José Antonio Gutiérrez D.
1o. de Mayo 2017



*Este libro no se habría podido editar sin la ayuda económica del Centro de Documentación "Franco Salomone".


Los Mártires de Chicago: historia de un crimen de clase en la tierra de la “democracia y la libertad”

El Primero de Mayo conmemora uno de los eventos más dramáticos de los albores del movimiento obrero, cuyas repercusiones se hicieron sentir en todos los rincones del planeta. En 1886 los EEUU se vieron sacudidos por una oleada de huelgas exigiendo las ocho horas de trabajo diarias, la cual fue violentamente reprimida, terminando con la ejecución de cuatro importantes dirigentes obreros: August Spies, Albert Parsons, George Engel y Adolf Fischer; un quinto, Louis Lingg, se había suicidado un día antes de la ejecución a fin de evitar la horca. Tres obreros más, Samuel Fielden, Oskar Neebe y Michael Schwab, debieron pasar varios años en la cárcel hasta que, en 1893, un gobernador les pusiera en libertad. El escenario de esta tragedia fue Chicago, una ciudad pujante, que entre las décadas de 1870 y 1890 creció a un ritmo acelerado, de 298.000 habitantes a 1.099.850, atrayendo a una abundante mano de obra inmigrante para cubrir las necesidades de la creciente industria: en esa época, al menos el 40% de la población de Chicago había nacido en el extranjero (censo de 1880), y un 75% de las familias eran de origen extranjero según otro censo realizado en 1884[1]. Después de un incendio que en 1871 destruyó a la ciudad casi por completo, ésta fue reconstruida, literalmente, de las cenizas, lo cual produjo un importante estímulo económico. La ciudad no solamente cambió de aspecto después del incendio: antes era una ciudad primordialmente comercial, y después, se convirtió en un centro dinámico del desarrollo industrial norteamericano, donde las principales industrias fueron la carne, metalurgia, maquinaria pesada, textil e imprenta. El 45% de la población era parte del proletariado industrial[2]. Es al alero de esas industrias donde se desarrollará el movimiento sindical y anarquista de Chicago.

Pero estos no son años solamente de crecimiento económico, sino que son también años de gran violencia de clase: los trabajadores eran frecuentemente reprimidos por la más mínima demanda, el espíritu colectivo era constantemente aplastado y destrozado mediante la criminalización de toda forma de organización y de toda acción mancomunada para que los trabajadores mejoraran su condición social. Casi todas las huelgas, las cuales eran por lo general espontáneas y motivadas por el hambre y la desesperación, eran intervenidas por la milicia, con varios trabajadores muertos. Agentes privados, los odiados “Pinkerton” infiltraban las organizaciones obreras en labor de espías o para causar divisiones, o bien prestaban abiertamente sus servicios como mercenarios, protegiendo a los rompe huelgas o reprimiendo manifestaciones. Si una huelga no se podía controlar, aún pese a la intervención de la milicia, de los Pinkerton y de los policías, las clases dominantes por lo general recurrían a formar organismos de tipo paramilitar para asistir la represión (que en América Latina también se estrenaron bajo el nombre de “guardias blancas”), los cuales a sangre y fuego imponían el orden, asesinando en total impunidad. Y en caso de que aún todas estas fuerzas combinadas no pudieran controlar a los insubordinados, siempre estaba la posibilidad de enviar a las tropas federales. Como se ve, la cuestión social aparecía al desnudo, sin mecanismos de arbitraje legal, sino como una descarnada guerra de clases sociales. En estos años, un importante capitalista llamado Jay Gould, podía bravuconear diciendo “yo puedo contratar a la mitad de la clase trabajadora para que asesine a la otra mitad, si quiero”.

No es exagerado decir que el espíritu del Far West, del Salvaje Oeste, era el espíritu que animaba a la empresa capitalista norteamericana: violencia, corrupción, robo, saqueo, todos los medios servían con tal de enriquecerse. Es acá donde encontramos el origen de las grandes fortunas de la plutocracia yanqui de hoy, no en el “honesto sudor” de sus antepasados como quisieran hacernos creer. Pero este espíritu de Far West capitalista intoxicaba al conjunto de la estructura social. Sobre los trabajadores se intentaba inculcar por todos los medios el mismo espíritu egoísta y competitivo que animaba a los capitalistas norteamericanos, que sin ninguna clase de consideración explotaban descarnadamente al obrero mientras competían con los otros empresarios por todos los medios imaginables, incluida la corrupción y la violencia, naturalmente. Para evitar el menor asomo de solidaridad de clase, se buscaba poner al trabajador alemán contra el irlandés, al escandinavo en contra del polaco, y al nacido en suelo estadounidense, en contra de todos los inmigrantes. En estas condiciones, la clase obrera, cansada de ver su protesta pacífica ahogada en sangre, comenzó a agruparse según origen étnico y a responder con furia ciega a la violencia de los de arriba: los Molly Maguires, por ejemplo, respondieron a la fuerza con fuerza en las minas de Pensilvania en la década de 1870. Los Molly Maguires fueron una sociedad secreta que se dedicaron, junto a organizar y dirigir las disputas laborales de los mineros irlandeses, a sellar mediante el revólver las disputas con empleadores abusivos, los cuales, las más de las veces, también sellaban con plomo la protesta de los mineros en esta región, que había vivido una fuerte oleada huelguística desde la década de 1840 y cuyas organizaciones sindicales habían sido reprimidas y perseguidas violentamente, sobretodo durante las huelgas que azotaron Pensilvania en 1875[3]. Varios empresarios mineros fueron sencillamente llenados de plomo luego de alguna disputa con un minero irlandés, capataces groseros eran golpeados y a veces asesinados, carneros (rompe huelgas) muchas veces recibían un trato en nada diferente. Esta primera experiencia de resistencia obrera, incapaz de unir a los obreros irlandeses con sus hermanos de clase de otras nacionalidades, terminó con 19 líderes en 1877, y 2 más en 1879, asesinados en la horca –todos irlandeses, todos mineros, todos líderes de las importantes huelgas del carbón en 1875[4].

Los años del surgimiento de estas organizaciones de autodefensa, fueron años de aguda crisis económica a la sombra de la depresión de 1873: el crecimiento industrial acelerado por el que atravesaba el país, requería la intensiva construcción de infraestructuras, obras, que a su vez requerían de grandes préstamos e inversiones, sin respaldo y sin retorno inmediato. Bastó la quiebra de un banco para que la economía estallara inmediatamente en pedazos, golpeando a los proletarios con una fuerza cruel y arrojando a millones al hambre y al frío. El espectro del hambre hizo que más y más trabajadores expresaran organizada o desorganizadamente su descontento y exigieran condiciones mínimas de existencia: la respuesta de los capitalistas y de las autoridades, como se puede suponer, fue brutal. Un momento crítico, que marcó profundamente a los militantes obreros de la década posterior, fue la huelga de los ferroviarios en 1877. Cuando en Junio de ese año, la Baltimore & Ohio Railroad anunció que reduciría los magros salarios de sus obreros, los cuales apenas alcanzaban para cubrir las necesidades más básicas, los obreros de esa línea se declararon en huelga, sumándose a ella inmediatamente otras líneas, generalizándose la huelga entre los ferroviarios de la costa Este de los EEUU. Importantes capitalistas del sector, como Thomas Alexander Scott, pidieron inmediatamente que se diera “una dieta de rifles a los obreros, a ver si gustaban de ese alimento”[5]. Las 20.000 tropas de la milicia movilizadas para efecto de la represión y la policía inmediatamente comenzaron a ejercer violencia en contra de los huelguistas, los cuales respondieron con cualquier objeto que tuvieran a mano. Este combate desigual terminó en una carnicería en contra de los obreros: 10 asesinados en Maryland, 40 en Pittsburgh, 12 en Baltimore, 16 en Reading, 10 en Cumberland, entre 25 y 50 en Chicago... en total, se estima, según las cifras más conservadoras, que al menos 100 obreros fueron asesinados de la manera más cobarde, por instigación directa del empresariado. Esta represión atroz reforzó las posiciones de aquellos que sostenían la necesidad de responder al plomo con plomo y de formar organizaciones de auto-defensa obrera. Convenció, además, a muchos de los que hasta entonces creían ciegamente en la bondad intrínseca de las instituciones, que la lucha de los trabajadores por sus derechos encontraría una resistencia homicida por parte de la patronal, que no sería sabio enfrentar con las manos vacías –entre ellos encontramos a Albert Parsons, quien como dirigente de los obreros tipógrafos, fue despedido, pasado a lista negra y casi fue asesinado por esbirros de la patronal durante esa movilización[6].

La “cuestión social” comenzó a perfilarse en medio de ese proceso de industrialización acelerado, de esa oleada de inmigración que reunía diversas tradiciones socialistas y organizativas, y al calor de esa violencia fanática de las clases dominantes hacia cualquier forma de reivindicación obrera. En este contexto, nacieron organizaciones como la Noble and Holy Order of the Knights of Labor (Noble y Sagrada Orden de los Caballeros del Trabajo, KoL), una organización inspirada en la masonería y que propugnaba por mejora en las condiciones de vida de los trabajadores y una línea de conciliación de clases, que rechazaba las huelgas y que aceptaba no solamente a trabajadores, sino que también a empleadores en sus filas: pese a su orientación más bien conservadora y a que en general tenía connotaciones incluso racistas (en muchas secciones locales se impedía la participación de negros y fue una organización que no solamente apoyó la legislación que en 1882 limitaba el ingreso de chinos a los EEUU, sino que algunos de sus miembros participaron en masacres y linchamientos de chinos), su carácter de masas, con alrededor de 700.000 miembros durante su apogeo en 1886, significó que muchas secciones locales se radicalizaron, se opusieron a los prejuicios y la colaboración de clases dictada por su dirigencia, y que algunos anarquistas y socialistas ingresaron en sus filas para labores de agitación –entre ellos, Albert Parsons. También surgieron organizaciones sindicales que con el tiempo se dividieron según orientación política en sindicatos “gremialistas” o “progresistas”, en una práctica conocida como el “dualismo sindical”. También surgieron expresiones políticas de la clase trabajadora, como el Socialist Labor Party (Partido Socialista Laborista, SLP): hacia 1879 el SLP logró importantes triunfos electorales; sin embargo, la incapacidad de realizar reformas de alguna importancia, así como la reproducción de viejos hábitos clientelistas entre algunos de los representantes del partido, llevaron a una discusión en torno a la futilidad del electoralismo. Esta discusión llevó a la polarización del partido en torno a la cuestión de las tácticas, polarización exacerbada por los fraudes electorales de 1880: la burguesía, temerosa de mayores cuotas de poder para los socialistas, hicieron fraudes masivos y descarados para favorecer a sus propios candidatos.

Esta amarga experiencia llevó a que hacia fines de 1880 se perfilara una corriente que buscaba el quiebre con el electoralismo, abogando por la acción directa, y que hablaba, sin falsas vergüenzas, sobre la inevitabilidad de la violencia revolucionaria. Estos sectores se autodenominarían a sí mismos “Social Revolucionarios” y aún no se definían explícitamente como anarquistas, aún cuando la influencia anarquista ya comenzaba a hacerse sentir en las tierras del dólar: en Enero de 1881 había aparecido en Boston el primer periódico anarquista de los Estados Unidos, “The An-Archist”, editado por el Dr. Edward Nathan-Ganz, en el cual colaboraron algunas eminencias del movimiento revolucionario internacional, incluidos Johann Most, entonces aún un social revolucionario y de quien hablaremos un poco más adelante y Adhémar Schwitzguébel, amigo personal de Bakunin y figura clave del ala anarquista de la Primera Internacional (pese a su nombre y a su contenido, este periódico se autodefinía como Social Revolucionario). Nathan-Ganz, posteriormente, participará en el Congreso Social Revolucionario de Londres, en Julio de 1881, en el cual se fundó la llamada “Internacional Negra”, la cual en realidad jamás tuvo una existencia real, pero cuyas resoluciones tuvieron algún eco entre los círculos revolucionarios de EEUU, particularmente en Chicago, donde los sectores descontentos con el SLP se decidieron a organizarse según sus recomendaciones[7].

Social Revolucionarios y Anarquistas

El término Social Revolucionario, es relativamente elástico, agrupando una amplia gama de tendencias políticas aún en definición, que compartían entre sí la defensa de la violencia revolucionario y el rechazo al reformismo electoralista. En varios casos, el término era utilizado como sinónimo de anarquismo, como por el Dr. Nathan-Ganz. En el caso de los militantes de Chicago, así como del grupo Freiheit (Libertad) de Londres liderado por Johann Most, indicaba una especie de transición entre la socialdemocracia y el anarquismo revolucionario. Most, veterano del partido socialdemócrata alemán, que sirvió en el parlamento, el Reichstag, por algunos períodos y que en él se desencantó del electoralismo, y que luego fue expulsado de este partido por sostener ideas radicales, define de manera muy clara el programa de ese momento de los Social Revolucionarios en el siguiente artículo de 1880:

Concluimos que es un error el creer que el Estado democrático es el medio mediante el cual los trabajadores, mágicamente, podrán construir el socialismo... Quien sea que busque un orden completamente nuevo de cosas, no se meterá en la cabeza cosas ya manoseadas por la burguesía en su infancia. Una nueva sociedad no puede moldearse según fórmulas políticas anticuadas.

Quien sea que piense en una transformación general de la sociedad, debe consecuentemente ser un revolucionario. Y debe serlo en el doble sentido del término. Primero, porque el derrocamiento del orden existente es a las claras el objetivo del término revolución; y en segundo lugar, porque resulta claro también que este derrocamiento será hecho por medios violentos. Pues solamente los sofistas y los ignorantes pueden recitar al pueblo el sin sentido de una “revolución pacífica” del conjunto de la sociedad...

Llamarse a uno mismo revolucionario, sin más especificaciones, sin embargo, también resulta cuestionable. Puesto que los revolucionarios son también aquellos que piensan solamente en una transformación política y no quieren más que reemplazar a la autocracia por un régimen constitucional... Por consiguiente, debemos denominarnos social revolucionarios.

Con este término manifestamos nuestra intención de transformar a la sociedad, y como la sociedad actual no puede ser destruida en pedazos sin, al mismo tiempo, destruir su soporte político, el Estado moderno, la revolución social abarca, no es necesario aclararlo, la revolución política.

La revolución social debe consistir... en nada menos que la más absoluta destrucción de todos los instrumentos existentes del “orden”, para así tener un amplio margen para construir una sociedad en armonía...

Uno no debe temer en absoluto a esta desintegración general de las cosas puesto que ella precede inevitablemente a la reconstrucción. Para asegurar que durante este breve período de transición la humanidad no se desmorone como la arena, habrá un factor que ha de servir como cemento –para este fin visualizamos al pueblo revolucionario en armas...
”[8]

Estas ideas definen muy bien al programa de los Social Revolucionarios liderados por Most, y a los grupos de obreros revolucionarios en Chicago. En este espíritu, y con el ejemplo del Congreso de Londres, en Octubre de 1881 se convocó a un Congreso Social Revolucionario en Chicago, entre los días 21 y 23, bajo el nombre “Congreso de Socialistas de los EEUU”. En él, pese a que solamente participaron 21 delegados, se destacó la participación de tres compañeros que en los años posteriores tendrían una importancia capital en el desarrollo del movimiento obrero y revolucionario de Chicago: Michael Schwab, August Spies (quien actuó como secretario del Congreso) y Albert Parsons. Este Congreso aprobó las resoluciones del Congreso de Londres (que versaban sobre la “propaganda por el hecho”, es decir, los golpes violentos a los representantes más odiados del régimen como mecanismo para despertar a la clase trabajadora), llamó a los obreros a organizar cuerpos armados de auto-defensa, condenó la propiedad privada y el régimen del trabajo asalariado, y se solidarizó de las luchas de los populistas rusos y de los anti-imperialistas irlandeses. De esta convención nació el Revolutionary Socialistic Party (Partido Socialista Revolucionario -RSP), pero desde su nacimiento esta organización se vio entrampada en diferencias tácticas (se siguió participando de las elecciones, por ejemplo, para demostrar su “futilidad”) y su estructura orgánica era demasiado laxa como para tener eficacia alguna. Fue solamente en Diciembre de 1882, con la llegada de Johann Most a los Estados Unidos desde Londres, quien ya se había convertido al anarquismo, que este núcleo militante adquirió una dinámica que le convertiría en una poderosa corriente revolucionaria y libertaria, que dejaría una impronta indeleble en la historia de la clase trabajadora[9].

El Congreso de Pittsburgh (Octubre de 1883)

La llegada de Johann Most fue como un vendaval que infundió vida nueva en el movimiento obrero y revolucionario en los EEUU. Su recepción fue propia de un héroe, miles de obreros iban a escuchar sus arengas y sus discursos repletaban los salones de varias ciudades donde anduvo de gira. Por un período de un año, junto a varios compañeros, incluidos algunos que terminarían en la horca, se entregó absolutamente, con pasión febril, a la agitación y propaganda revolucionaria, con miras a organizar las fuerzas anarquistas para prepararse a la revolución inminente. Los anarquistas veían en la crisis económica aguda, en las condiciones de miseria materiales absolutas del pueblo, en su desesperación, en la violencia de clase generalizada, los signos que anunciaban la inminente llegada de la revolución. Los anarquistas no hacían una defensa ciega de la violencia- en palabras de Adolf Fischer: “Aquellos beneficiados por la actual organización social ¿cederán pacíficamente sus privilegios? Esa es la cuestión. Si los anarquistas estuvieran convencidos que esto es posible, serían los seres más felices del planeta. Pero en base a la experiencia concluyen que las clases privilegiadas no cederán a la razón, sino que se aferrarán a sus privilegios por la fuerza y que por tanto un conflicto general entre estas clases diametralmente opuestas es inevitable”[10]. Engel se expresa en los siguientes términos ante la inevitabilidad de la revolución: “No me gusta la guerra, pero me doy cuenta de que una revolución violenta se viene, debe venir, no como fruto de los obreros, sino que de los capitalistas”[11]. Durante una conferencia, Spies expresaba lo siguiente: “Una revolución es un levantamiento abrupto -una convulsión del organismo social febril. Nosotros preparamos a la sociedad para ese momento”[12]. Ellos se entendían así mismos como aves que auguraban el futuro mejor, como apóstoles de lo inevitable, cuyo rol era preparar a los trabajadores para el choque final de las clases y para la vida nueva que seguiría.

Esta mentalidad redentora de la humanidad es la que dominó al Congreso de Pittsburgh, celebrado los días 14, 15 y 16 de Octubre de 1883, el cual marcó un punto de quiebre en el desarrollo del movimiento libertario de Chicago y de los Estados Unidos. Este Congreso, decía Most a August Spies en una carta de Julio de 1883, debía sentar las bases para una “partido internacionalista, federalista y revolucionario, sin un ejecutivo, sin una agencia central, sin funcionarios pagados”[13]. A él llegaron representantes de 26 ciudades de todo el país; sin embargo, el grueso de la militancia libertaria se concentraba en la región nororiental, aquella que presentaba el centro más dinámico del desarrollo capitalista: Chicago, Nueva York, Filadelfia, Pittsburgh, St. Louis. También participaron representantes venidos de Canadá y México.

El consenso del Congreso en torno al rechazo del electoralismo, el fomento de la acción directa, la necesidad de la lucha armada para el derrocamiento del capitalismo fue abrumador. Un importante punto de discusión fue el rol de los sindicatos en la lucha revolucionaria: mientras los delegados de Nueva York, con Most a la cabeza, guardaban ciertas desconfianzas en el sindicalismo por considerarlo de naturaleza reformista, que en sus negociaciones retrasaba el advenimiento de la revolución y por sus derivas burocráticas[14], los delegados de Chicago, con Parsons y Spies a la cabeza, defendían el rol primordial del sindicalismo y de la lucha por ciertas reformas a favor de la clase obrera, como escuelas de lucha revolucionaria, a la vez que se oponían frontalmente al sindicalismo gremialista y reformista. El sindicato era a la vez instrumento de lucha contra el capitalismo, y embrión económico y social de la sociedad post-revolucionaria. A esta posición que propugnaba por un sindicalismo militante, de base, revolucionario, se le conoció como la “línea de Chicago” y fue la posición dominante de la mayoría de los delegados[15].

La visión política de los elementos radicales que se congregaron en el Congreso, se plasmó en el “Manifiesto de Pittsburgh”, redactado por un comité compuesto por Johann Most, Albert Parsons, August Spies, Victor Drury (revolucionario francés que llegó a EEUU después de la supresión de la Comuna de París en 1871) y Joseph Reifgraber (obrero metalúrgico, dirigente nacional sindical y editor del periódico anarquista Die Parole –La Palabra- de St. Louis). El Manifiesto tomó prestados los párrafos finales de un programa de unificación propuesto por Burnette G. Haskell, de la llamada Internacional Roja, organización del Lejano Oeste, con bases en San Francisco, Denver y en Chihuahua (México). Este documento se publicó originalmente en alemán e inglés, pero se tradujo posteriormente al francés, checo, yiddish y al castellano. Su circulación fue enorme: su tiraje inicial fue de 100.000 copias en inglés, 50.000 en alemán y 10.000 en francés, pero hubo varios tirajes posteriores. Tan sólo entre Mayo y Noviembre de 1885, según el registro del secretariado de propaganda e información, se vendieron 200.000 copias del Manifiesto, en inglés, alemán y checo.[16] [Ver documento completo del Manifiesto en el anexo]

La Asociación Internacional de Trabajadores (IWPA)

El Congreso marcó el nacimiento de la International Working People’s Association (IWPA), la primera organización marcadamente anarquista en los EEUU[17], y en la cual confluyó toda la radicalidad de esos años de lucha. Su nombre, marcaba por una parte la continuidad de la tradición revolucionaria iniciada por la Primera Internacional, fundada por Carlos Marx en 1864 en Londres, y a la cual se sumarían los libertarios en 1868, marcando el primer intento de hacer un frente clasista y revolucionario de alcance internacional. De hecho, plantearon que esta organización sencillamente revivía a la Internacional[18]. Pero también marcaba una diferencia y era un enfoque mucho más incluyente, que no rechazaba a los elementos del llamado “lumpen proletariado” (los elementos marginados por el desarrollo capitalista de esa época y sin un lugar fijo en la producción) y también hacía un esfuerzo especial por organizar a las mujeres[19]: se destacaron en sus filas importantes compañeras como Lizzie Holmes, Lucy Parsons y Sarah Ames, sus postulados explicitaban abiertamente la igualdad de los sexos y se procuraba que las actividades políticas fueran familiares (picnics, por ejemplo) para facilitar la asistencia de las mujeres. Muy pocas otras organizaciones políticas de aquella época lograron tener una participación femenina tan importante, reflejado en la visibilidad de algunas dirigentes mujeres. Esta participación femenina horrorizaba de igual manera a la burguesía yanqui como en la Comuna de París las “petroleras”[20] horrorizaban a la burguesía francesa[21].

Esta Asociación era internacional no tanto por su alcance a trabajadores extranjeros (su fundación se hizo sentir en Europa y América Latina, y surgieron bases del movimiento en Canadá y México[22]), el cual pese a todo fue limitado, sino por su política internacionalista y por su composición multiétnica. En su seno se organizaron obreros de todo el orbe, formando una auténtica torre de Babel en que debían entenderse en por lo menos 12 idiomas diferentes. Aunque el movimiento era en su inmensa mayoría alemán (de acuerdo a las listas de miembros disponibles, aproximadamente un 45%), también se encontraban numerosos bohemios –checos- (15%), escandinavos (10%), estadounidenses (15%), irlandeses (5%), británicos, siendo el resto suizos, franceses, polacos, holandeses, belgas, rusos, canadienses, luxemburgueses e italianos[23]. Haber logrado organizar a esta masa de manera relativamente compacta, constituye el mayor logro de esta generación militante, que generó unidad donde todo confabulaba a la desunión y la competencia entre las comunidades inmigrantes.

El movimiento anarquista en Chicago organizó tanto a obreros calificados como a jornaleros y obreros sin ninguna clase de calificación. Se calcula, según un listado de 572 militantes anarquistas cuyos oficios se conocen, que el 40% de la IWPA eran obreros de manufacturas (mueblistas, textiles, tabacaleros, gráficos, etc.), un 20% eran obreros de la construcción (carpinteros, pintores, albañiles, canteros, estucadores, ladrilleros, etc.) y un 14% eran jornaleros sin ninguna clase de especialización. El resto, pertenecía a los más diversos oficios, desde telefonistas, tenderos, comerciantes, herreros, oficinistas, choferes, panaderos, cerveceros, amas de casa, matronas, profesores, hasta uno que otro periodista y doctor. ¡Incluso aparece hasta un adivino y un par de Pinkertons! En total, se estima que aproximadamente el 82% de los miembros de la IWPA eran trabajadores de cuello azul; el 18% eran trabajadores de cuello blanco, y de ese sector, tan sólo un 1% estaba en ocupaciones de alta profesionalización[24]. Era un movimiento eminentemente nacido de las entrañas de un pueblo explotado y pobre. Pero aún cuando la inmensa mayoría de los jornaleros y obreros sin calificación en Chicago estaban desorganizados (política y laboralmente), el anarquismo tenía fuerte llegada a esos sectores y mantenía capacidad de convocatoria y de movilización entre ellos mucho mayor que lo que se deduce de las estadísticas de militancia activa.

La organización se conformaba de diferentes grupos: en su mayoría organizados según etnicidad (alemanes, bohemios, escandinavos –principalmente daneses y noruegos- o angloparlantes –británicos, irlandeses o norteamericanos) o según la localidad de Chicago en que sus habitantes moraban. El movimiento estaba organizado primordialmente en base a criterios étnicos: con los altos niveles de inmigración que hemos visto, no era fácil la tarea de organizar a una clase obrera que hablaba en varios idiomas ininteligibles entre sí: por tanto las organizaciones sindicales, así como los grupos que componían la IWPA, se organizaban según lengua –alemanes, escandinavos (principalmente daneses y noruegos, en menor medida, suecos), bohemios (checos), angloparlantes (irlandeses, estadounidenses, ingleses).

Todos los grupos adherían al programa desarrollado en el Congreso de Pittsburgh y elegían un secretariado que era rotativo cada seis meses, para enfatizar la participación del conjunto de la organización y la democracia interna -adelantándose al sindicalismo revolucionario impulsado por los libertarios desde finales del siglo XIX, entendían a la organización revolucionaria como un laboratorio en el cual se ponían en práctica los principios que habrían de regir la vida futura: “¿Cómo podría esperarse que una organización autoritaria engendre una sociedad igualitaria y libre? (...) La Internacional, embrión de la sociedad humana futura, debe ser desde el primer momento la imagen fiel de nuestros principios de libertad y federalismo, y rechazar de su seno cualquier principio conducente al autoritarismo y la dictadura”[25]. La organización llegó a tener en Mayo de 1886 más de un centenar de grupos, con un promedio de 50 militantes cada uno[26], pero con algunos grupos llegando a sobrepasar los 200 militantes[27]. Estos grupos, se concentraban en la zona nororiental que hemos mencionado, pero también existieron grupos en Denver, San Francisco, Nuevo Orleans, los centros mineros de Pensilvania, Michigan, etc[28]. Aunque es difícil saber exactamente cuántos militantes activos tenía la organización, Paul Avrich calcula que en 1883 habría nacido con unos 2.000 militantes y que a fines de 1885 habría alcanzado unos 5.000 militantes, llegando a tener unos 15.000 colaboradores[29]. En Chicago, que era la plaza fuerte de la IWPA, se estima que en 1886 la organización habría contado con unos 2.500 militantes activos y con un número mucho mayor de simpatizantes, muy probablemente 10.000[30], que se expresa en su capacidad de convocar movilizaciones multitudinarias[31] –el anarquismo se convertía así en el polo de atracción de los elementos revolucionarios e inconformes en Chicago, constituyéndose en el principal referente de izquierda. Hacia 1884, las filas del SLP se reducían hasta poco más de un centenar de militantes, mientras el anarquismo crecía imparablemente, fuerte y combativo[32].

Un elemento fundamental, que vertebró al movimiento anarquista, fue la prensa: ella no solamente sirvió de canal de expresión y de agitación, escrita en un lenguaje provocativo, directo y sencillo; además, fue un importante sustento para la vida organizativa, siendo el punto en que se congregaban las diferentes visiones y experiencias que constituían el movimiento. Esta prensa, obrera y libertaria, fue políglota, al igual que el movimiento: la IWPA tuvo 14 órganos oficiales, 9 en alemán, 2 en inglés, 2 en checo y 1 en danés[33]. De ellos, solamente uno fue diario, el periódico alemán Chicagoer Arbeiter Zeitung (Periódico Obrero de Chicago), cuyo editor era Albert Spies. Michael Schwab también cumplía labores editoriales en ese periódico y Adolf Fischer trabajaba como tipógrafo. Este diario tenía, además, una edición dominical enfocada a la cultura, Die Fackel (La Antorcha) y una del día sábado Der Vorbote (El Heraldo). Estas tres publicaciones nacieron de la mano de la social democracia y luego se pasaron al campo anarquista. Otros periódicos de lengua alemana eran el Freiheit (Libertad) editado por Johann Most en Nueva York, Die Parole (La Consigna) de St. Louis, Die Zukunft (El Futuro) de Filadelfia, New England Anzeiger (El Informador de New England) de New Haven, el New Jersey Arbeiter Zeitung (Periódico Obrero de New Jersey) de Jersey City Heights y el mensual Die Anarchist (El Anarquista), editado en Chicago por Engel y Fischer, del cual tan sólo aparecieron cuatro números entre Enero y Abril de 1886. Este último periódico fue fundado por una base en Chicago que consideraba que el Arbeiter Zeitung no era lo suficientemente radical[34]. En danés apareció el Den Nye Tid (La Nueva Era), el cual también fue un periódico que se inició en la fase social demócrata para luego transitar hacia el anarquismo. En inglés, los periódicos fueron Nemesis editado en Baltimore y, de lejos el más influyente, The Alarm (La Alarma) de Chicago, editado por Albert Parsons y su compañera Lucy Parsons, una importante cabecilla del movimiento, quien irritaba a la clase dominante no sólo por ser mujer y anarquista, sino también por ser una mujer de color y estar casada con un hombre blanco, un verdadero sacrilegio en esa época. Por último, en checo, aparecieron el Budoucnost (Futuro) de Chicago y el Proletář (Proletario) de Nueva York. También apareció en Chicago una publicación anarquista checa de corta vida llamada Lampcka (El Farol)[35].

La prensa tuvo una importancia formidable: en Chicago, el Arbeiter Zeitung producía 5.780 copias todos los días, Die Fackel y Der Vorbote producían 12.200 y 8.000 copias semanales en 1886. The Alarm producía tres mil copias quincenalmente en 1886 y del periódico checo Budoucnost se editaban 1.500 copias semanales. Periódicos como Lampcka y Der Anarchist tenían publicaciones muchísimo más modestas, de algunos cuantos centenares de copias. El número de copias, debemos recordar, es una subestimación del número total de lectores de estas publicaciones, puesto que la mayoría de ellas circulaban ampliamente de mano en mano[36]. Junto a estos periódicos, se repartía abundante material de propaganda en forma de libros y folletos: durante 1885, como habíamos dicho, se distribuyeron en diversas lenguas 200.000 copias del Manifiesto de Pittsburgh, 25.000 copias del Manifiesto Comunista de Carlos Marx y Friedrich Engels, 10.000 copias de un folleto muy popular de Lucy Parsons titulado “A los Vagos” [reproducido en el anexo], 5.000 copias de folletos de Johann Most y más de 6.000 libros que incluían títulos de Bebel, Lasalle, Marx, Bakunin y Reclus entre otros. En total, se habían vendido 387.527 obras[37]. Esto da una buena idea de la amplia circulación y el interés existente en las ideas revolucionarias en aquel contexto.

Miembros de la IWPA, cansados de ver al movimiento sindical avanzar con pies de plomo y esclavo de las premisas ideológicas de la clase dominante en su desarrollo, se dedicaron a estimular sindicatos “progresistas” que tenían una orientación más radical, favorecían la acción directa y no temían a la convocatoria a huelgas. Es así como en Febrero de 1884 se llama a fundar la Central Labor Union (Central Sindical Obrera, CLU) en Chicago (ya existía una de igual nombre y similares principios en Nueva York); esta se constituye en Junio de aquel mismo año con ocho sindicatos “progresistas”[38], los cuales llamaron a “la rebelión, en todo el país, de la clase expoliada, en contra de las instituciones económicas y políticas”[39]. Esta organización adoptó la organización de base y horizontal de la IWPA, con cargos rotativos y asambleas de base resolutivas, también adoptó como declaración propia el Manifiesto de Pittsburgh y sus métodos y fines eran abiertamente revolucionarios. El secretariado de la CLU se reunía en los mismos locales que la IWPA y convocaban conjuntamente a manifestaciones y actividades sociales. La mayoría de los dirigentes de la CLU eran también militantes de la IWPA, aunque había algunos que pertenecían al sector de izquierda del SLP. El historiador Paul Avrich revela que de los 400 miembros del sindicato progresista de carpinteros, casi todos eran anarquistas o simpatizaban con el anarquismo[40]. Esto es prueba de lo hondo que el movimiento libertario supo calar en la clase trabajadora de esos años. En 1886, la CLU contaba con 24 sindicatos, incluidos los 11 más importantes y numerosos de Chicago, agrupando a una masa activa de 28.000 obreros en la ciudad[41].

Los anarquistas también participaron activamente de las organizaciones de autodefensa armada que formaron organizaciones sindicales en respuesta a la brutalidad policial y militar (las cuales eran posibles debido a las permisivas leyes norteamericanas sobre posesión de armas de fuego), y donde compartían espacio con algunos socialistas de izquierda, pese a que el SLP les restara oficialmente el apoyo en 1878[42]. Tanto August Spies como Adolf Fischer pertenecían a una de las cuatro compañías de la Lehr-und-Wehr-Verein (Sociedad para la Instrucción y la Protección –fundada en 1875) de Chicago, la cual, pese a ser predominantemente alemana, incluía miembros de otras nacionalidades, incluida una compañía francesa. Esta organización, que fue la de mayor desarrollo, tenía probablemente unos 400 miembros en armas[43]. Otras organizaciones armadas reproducían esta organización étnica del movimiento: la alemana Jaeger-Verein (Sociedad de Tiradores), la checa Bohemian Sharpshooters (Francotiradores Bohemios), la irlandesa Fifth Ward Labor Guards (Los Guardias Obreros del Quinto Distrito) y la angloparlante International Rifles (Rifles Internacionales)[44]. Cada cual tenía su uniforme y armas. Ninguna de estas organizaciones se enfrentó con las fuerzas armadas del Estado; su rol pasó por preparar a los obreros para la revolución “inminente” y hacer de guardia en protestas y actividades sociales, donde su presencia sin lugar a dudas tuvo un rol disuasivo que impidió la perpetración de arbitrariedades por parte de la fuerza pública en más de una ocasión. Algunos sindicatos incluso, llegaron a disponer de ciertos fondos para el apoyo de estas organizaciones y para la adquisición de armamentos: a Louis Lingg, el joven delegado de un sindicato de carpinteros adherido a la CLU, se le encomendó supervisar esta tarea en su condición de dirigente sindical y ferviente revolucionario[45].

Junto a su partido revolucionario, a su prensa y a su organización sindical, los elementos revolucionarios tenían una rica y vibrante vida cultural y social, que abarcaba al conjunto de la familia, mediante la existencia de sociedades de beneficencia y apoyo mutuo, grupos de teatro, coros, bandas musicales, escuelas dominicales para los niños, asociaciones de gimnasia y diversas festividades, desde bailes y picnics, hasta celebraciones en grande de eventos como la Comuna de Paris, o las marchas, que eran ocasiones en que también acudía el conjunto de la familia y en las cuales el elemento revolucionario ostentaba todo su poderío mediante el despliegue de sus emblemas, la procesión organizada de los militantes y de las compañías armadas de auto-defensa obrera. Esta vida social, más que nada, demostraba el afán anarquista de mejorar no solamente las condiciones materiales, sino también morales, de existencia de la clase obrera. Este movimiento, dice Bruce Nelson: “De las divisiones etno-culturales, linguísticas, de oficio, de género y de especialización producida por la industrialización acelerada, los anarquistas forjaron un sentido de solidaridad de clase (...) Con un programa de eventos que eran públicos y visibles, los socialistas y anarquistas alimentaron una cultura que era confrontacional y agresiva. Tanto el movimiento como su cultura eran auto-concientes y con conciencia de clase. Más aún, este movimiento amenazaba con infectar al conjunto de la clase trabajadora”[46].

Ese temor a la “infección” revolucionaria de la clase trabajadora, ese miedo a la fuerza organizada del elemento libertario, explican la violencia y la histeria con la cual la plutocracia yanqui procedió a reprimir al conjunto del movimiento durante su clímax en la Huelga General de Mayo de 1886.

La Gran Huelga del 1º de Mayo de 1886

Desde la década de 1870 diversos intelectuales y algunos reformistas con simpatías por los trabajadores venían planteando la necesidad de instaurar una jornada de ocho horas mediante el parlamento y no mediante la acción misma de los trabajadores. Algunos socialistas y dirigentes sindicales asistieron a algunas conferencias en torno a esta cuestión (entre ellos, Albert Parsons), pero no se sacó nada en limpio de esto. Hasta que en Octubre de 1884 la Federation of Trade and Labor Unions of the United States and Canada (Federación de Sindicatos y Organizaciones Gremiales de EEUU y Canadá) deciden declarar que desde el 1º de Mayo de 1886 se establecería la jornada de ocho horas y que todos los medios para obtener ese fin eran válidos, aún la Huelga General. Esta reunión tuvo lugar en Chicago y se formó así una asociación para luchar por las 8 horas.

Sindicatos conservadores, temerosos de los disturbios, y los KoL miraron con recelo este llamado; estos últimos, por principio se oponían a las huelgas, aún cuando las bases locales de los KoL hayan participado y animado muchas de ellas. En un primer momento, los anarquistas y la IWPA también se opusieron a este movimiento, algunos en base a una argumentación principista. Decían que con esta reforma se buscaba frenar al movimiento revolucionario, que la revolución inminente no debía retrasarse, que esta reforma parcial era una manera de domesticar a la clase obrera. Otros, como Parsons y Spies, consideraban que era una batalla perdida. En palabras de Spies en un artículo suyo publicado en The Alarm el 5 de Septiembre de 1885: “No somos antagónicos al movimiento por las ocho horas –ya que constituye una lucha social; sencillamente predecimos que es una lucha perdida”[47].

Pero a fines de 1885 los ánimos comenzaron a cambiar, primero en los compañeros más permeados y experimentados en la lucha sindical, como Parsons, Schwab, Fielden y Spies, después en el resto. La influencia de la CLU fue decisiva: la clase obrera en su conjunto asumió esta lucha y arrastró con ella a los principales dirigentes anarquistas. El movimiento anarquista demostró en esta ocasión la clave de su éxito: que no solamente predicaba su credo, sino que también aprendía de la clase trabajadora, era un movimiento abierto, que escuchaba, libre de dogmatismos y que no reemplazaba la lucha de clases viva con argumentos recalentados de teoría muerta. En fin, era un movimiento que se constituía a sí mismo en el proceso de lucha.

En esas circunstancias, desde Diciembre de 1885 ya encontramos a los principales dirigentes de la IWPA apoyando al movimiento por las Ocho Horas y a sus organizaciones a la cabeza de esta lucha en los principales centros obreros del país, pero sobre todo en Chicago, el principal foco de agitación obrera en todo el país. Como diría el historiador Bruce Nelson, los anarquistas le dieron un sentido militante y combativo al movimiento de las ocho horas en Chicago[48].

Los anarquistas esperaban que la reforma, de ser conquistada mediante la lucha, abriera las puertas a una serie de victorias obreras que llevarían al socialismo. Otros creían que la oposición burguesa provocaría el esperado levantamiento armado de la clase obrera. Y otros veían en esta reforma una especie de escuela práctica para demostrar la futilidad de las reformas a la vez que los trabajadores ganaban experiencia en la lucha. Sea como sea, los anarquistas ayudaron en gran medida a convertir a este movimiento en un movimiento de masas dispuesto a luchar y triunfar.

Mientras los KoL –que se habían sumado de mala gana al movimiento y por presión de las bases más que de los dirigentes- y los sindicatos conservadores pedían, tímidamente, ocho horas de trabajo y sueldo equivalente a esas 8 horas, los anarquistas y la CLU exigían 8 horas sin reducción salarial por menor número de horas. El estilo confrontacional de los anarquistas no era ineficaz: el 1º de Mayo de 1886, sin necesidad de iniciar la huelga, diversas empresas en Chicago ya habían otorgado la jornada de ocho horas a 47.500 obreros, algunos habiendo logrado hasta un aumento salarial. Otros 62.500 obreros se fueron a huelga en Chicago, la inmensa mayoría haciéndose eco de las demandas de la CLU y de la IWPA, de ocho horas de trabajo con igual salario que según la jornada previa[49]. Pocos días después la huelga era total y abarcaba a 80.000 asalariados en la ciudad[50].

Esta huelga fue una impresionante demostración de la fuerza del movimiento obrero organizado en los EEUU, donde más de 300.000 obreros abandonaron su puesto de trabajo, pero particularmente en Chicago. Es imposible que la huelga haya tenido la fuerza que tuvo sin la decisión y el apoyo que otorgaron al movimiento los anarquistas, quienes se convirtieron en los principales promotores de la huelga. Fueron ellos quienes organizaron charlas públicas y manifestaciones masivas, que agruparon a miles de obreros, las semanas previas a la convocatoria a la huelga[51]. Esta decisión de los libertarios está capturada en las opiniones de un anónimo anarquista entrevistado el 1º de Mayo por un periódico local en Chicago:

Los trabajadores alemanes y bohemios se hayan absolutamente organizados y armados y lucharán para obtener sus objetivos. [Varios gremios] ya han obtenido la jornada de ocho horas, Los KoL son fundamentalmente estadounidenses e irlandeses (...) ellos se contienen y toman lo que les den, mientras que los alemanes y bohemios van a tomarse lo que ellos mismos quieren”[52].

Sin embargo, y pese a los preparativos oficiales (la policía recibió nuevos hombres y nuevos “juguetes”), la huelga fue del todo pacífica. Era la calma que antecedió a la tormenta: como hemos señalado, todo movimiento obrero, toda actividad huelguística, era acallada mediante la más brutal represión. Diversas huelgas en el Estado de Illinois y en Chicago mismo, en el período 1884-1886, habían enfrentado una brutal represión. Por ejemplo, en Mayo de 1885, en Lemont, un grupo de huelguistas de una cantera local, fueron acribillados por la milicia: al menos dos obreros murieron y varios más fueron heridos gravemente, mientras el resto eran pasados por el garrote y la bayoneta[53]. Esta misma escena se repitió en numerosas otras ocasiones y todos estaban concientes de que la violencia podría desatarse con la menor provocación.

Tal provocación ocurrió el 3 de Mayo, con la represión a los obreros de la fábrica Mc Cormick. Ese día la policía comenzó a atacar violentamente a los manifestantes: una marcha de 500 costureras, por ejemplo, fue atacada salvajemente, dejando a varias de ellas, apenas adolescentes, mal heridas. Pero los más graves enfrentamientos se vivieron en la fábrica de maquinaria agrícola McCormick, donde los obreros se encontraban en huelga y movilizados desde Febrero, mes en el cual el patrón Cyrus H. McCormick Jr. Había despedido a todos sus trabajadores y contratado a carneros que no estaban sindicalizados en retaliación por las conquistas que habían logrado los obreros mediante una huelga en 1885. Al término de uno de los turnos, el día 3 de Mayo, se presentó una escaramuza entre los obreros que protestaban fuera de la fábrica y los carneros que la abandonaban. La policía intervino con gran violencia, asesinando a por lo menos dos obreros (algunos informes de la época hablan de hasta seis muertos) e hiriendo gravemente a varios más[54]. En esos precisos momentos, Spies arengaba en las inmediaciones de McCormick a una masa de entre 5.000 y 10.000 obreros, convocada por el sindicato de trabajadores madereros, el cual le había nominado al término de esa manifestación su vocero en la negociación por la reducción de la jornada laboral[55]. Apenas terminado su discurso, Spies se dirigió al lugar de la carnicería, al cual ya antes habían concurrido algunos obreros de la manifestación de los madereros para solidarizarse en la lucha contra la policía, y el espectáculo de hombres, mujeres y niños heridos, sangrantes, siendo golpeados salvajemente por la policía lo asqueó en lo más profundo. Corrió apresuradamente a la redacción del Arbeiter Zeitung, escribió su famosa circular titulada “Venganza”, en la cual llama a los obreros a tomar las armas por los caídos en la planta de McCormick[56] [Documento completo en el anexo]. Esta circular tensó el ambiente y motivó a que se convocara una manifestación de protesta al día siguiente, por iniciativa de Fischer y Engel. El 4 de Mayo, sin embargo, concientes del peligro, se trató de evitar provocaciones y se suprimió un primer borrador de la circular de la protesta que invitaba a los trabajadores a “armarse y asistir con toda su fuerza” a la manifestación. Spies no quería que la convocatoria sirviera de escusa para un nuevo derramamiento de sangre y como él sería uno de los oradores, pidió a Fischer suprimir esa parte de la convocatoria, a lo cual éste accedió.

La manifestación de Haymarket no tuvo el carácter masivo que los convocantes esperaban: en parte, porque el 4 de Mayo fue un día agitado en el cual hubo múltiples enfrentamientos entre la policía y los huelguistas; en parte, porque ese mismo día había otras manifestaciones públicas convocadas, y en parte, porque el negro cielo amenazaba con lluvia. Creo que también influyó que la manifestación fuera convocada sobre la hora, sin especificar quién convocaba ni quién hablaría en ella: se decía que habría buenos oradores y que era convocada por el “comité ejecutivo”, sin especificar de qué. Con todo, se reunió una muchedumbre de unas 3.000 personas, quienes fueron arengados por Spies, Parsons y Fielden. Cuando éste último estaba a punto de terminar su arenga a las 10:30 de la noche, debido a que parecía que llovería en cualquier momento, y cuando no quedaban más de 300 asistentes, apareció, súbitamente, una patrulla de 175 policías bajo el mando del inspector Bonfield, dando orden de que la manifestación fuera suspendida. Fielden protestó diciendo que la manifestación era pacífica, el Capitán Ward insistió prepotente y agresivamente en que la manifestación fuera suspendida, a lo cual un asistente no identificado respondió arrojando una bomba que mató instantáneamente a un policía, dejando heridas a varias decenas de ellos. La policía, confundida, respondió disparando atolondradamente, a lo cual algunos obreros respondieron con tiros, pero la mayoría sencillamente arrancó y trató de salvar su pellejo ante la lluvia de balas policiales. Al final de esta escena, que duró tan sólo un par de minutos, yacían en el suelo más de sesenta oficiales heridos (la mayoría de ellos por las balas de sus propios camaradas que disparaban atolondradamente) y uno muerto. Posteriormente, la cifra de muertos en la policía sería de siete oficiales muertos. Del lado de los trabajadores, se estima que murieron entre cuatro y ocho, aún cuando jamás se sabrá a ciencia cierta[57].

¿Quién arrojó la bomba? Hay quienes afirmaron que la bomba había sido arrojada por un agente provocador o por un detective, idea defendida por Albert Parsons en su famoso discurso ante la Corte del Estado de Illinois opinión[58], y opinión que sostuvo su esposa Lucy Parsons hasta el fin de sus días[59]. Más parece ser que la bomba fue arrojada efectivamente por un anarquista, sobre el cual se ha especulado bastante, pero cuya identidad jamás se ha establecido[60]. Sea como fuera, los anarquistas defendieron, aún ante la tragedia que se desencadenaría con este fatídico suceso, la moralidad de aquella bomba arrojada a una fuerza policial que por años había atormentado a la clase obrera. En su juicio, Spies declaró: “Si yo hubiera arrojado la bomba, o hubiera instigado a que fuera arrojada, o hubiera sabido que esto ocurriría, no vacilaría un solo momento en reconocerlo. Es cierto que se perdieron unas cuantas vidas –y que muchos fueron heridos. ¡Pero también se salvaron cientos de vidas! De no haber sido por esa bomba, habría habido cien viudas y cientos de huérfanos, en vez de unos pocos como ahora”[61]. Haciéndose eco de esta opinión, George Engel declaró que “creo firmemente, que si aquel desconocido no hubiera arrojado la bomba, al menos 300 obreros hubieran sido asesinados o mal heridos por la policía (…) ellos pretendieron masacrar a los obreros, pero las cosas se dieron de otra manera”[62]. Otros anarquistas se expresaron de idéntica manera, entre ellos, Johann Most quien dijo que ese bombazo se justificaba legalmente como autodefensa y que en un sentido militar, había sido excelente[63]. Para ellos, este fue un chispazo de justicia en medio de varios golpes mortales recibidos durante años.

La persecución

Sea cual sea el origen de la bomba, lo cierto es que este ataque fue capitalizado por la clase dominante de Chicago: se decretó la ley marcial y se desató una feroz persecución sobre los anarquistas, y en general, sobre los sectores organizados de la clase obrera. Esta campaña estuvo orquestada desde los círculos de magnates de Chicago, que donaron U$100.000 con el fin de acabar con los “anarquistas”[64], y movilizó, bajo la dirección del inspector Bonfield y del Capitán Schaack, a toda la fuerza policial y a un importante número de agentes, que secuestraron obreros, torturaron a otros en terribles interrogatorios en los cuales incluso sometían a los hijos de los anarquistas a tormentos[65], mientras la prensa aullaba notas histéricas en contra de los “rojos”, “salvajes asesinos”, “escoria extranjera”, “basura humana”[66]. En esta tarea, fueron asistidos por la dirigencia conservadora de ciertas organizaciones gremiales, que querían mostrarse como “buenos muchachos” ante la patronal. Los KoL tuvieron un rol particularmente grotesco en este libreto, aún cuando Parsons haya sido miembro activo de esa organización. Un órgano de Chicago de los KoL, regurgitando la verborrea de Terence Powderly, jefe principal de esta organización que en nada se diferenciaba del discurso de la prensa capitalista, declaraba:

Que el mundo entienda que los KoL no tienen ningún tipo de afiliación, asociación, simpatía o respeto por esta banda de cobardes asesinos, degolladores y ladrones conocidos como anarquistas, que merodean en este país como asesinos de medianoche, agitando las pasiones de extranjeros ignorantes, enarbolando la bandera roja de la anarquía y ocasionando desórdenes y derramamiento de sangre. Parsons. Spies, Fielding [sic], Most y todos sus seguidores, simpatizantes, auxiliadores y ayudantes debieran ser tratados mediante la justicia sumaria. No debiera tenerse con ellos más consideración que con bestias salvajes. Sus líderes son unos cobardes y sus seguidores unos imbéciles.

KoL los llamamos a boicotearlos; si uno de esta pandilla de maleantes ingresa, por alguna equivocación, a nuestra organización, expúlsenle sin más, señálenle como a un monstruo al margen de la ley. No se permitan conversar con ellos; trátenles como lo merecen, es decir, como monstruosidades humanas que no merecen simpatía ni consideración de nadie en este mundo
”[67].

Estas declaraciones grotescas las reproducimos para vergüenza eterna de quienes, diciendo defender a los trabajadores, se disciplinaban del lado de los patrones y traicionaban a sus propios compañeros en momentos que la más cruda represión arreciaba y en momentos en que la vida de muchos corría peligro –hoy en día, aún existen quienes cumplen el mismo rol. Estas declaraciones hicieron que los KoL perdieran toda credibilidad a los ojos de la clase obrera y que después que se consumara el asesinato legal de los mártires, debido a este rol vergonzoso, entraran en crisis profunda y perdieran todo protagonismo en las luchas obreras por venir. Powderly, ansioso de ganarse los favores de la burguesía, contribuyó al declive de los KoL[68]. Hay que destacar, sin embargo, que no siempre las bases obreras se hicieron eco de la opinión de sus dirigentes y que muchas secciones locales de estos sindicatos o de los KoL participaron activamente en la defensa de los anarquistas perseguidos e injustamente encarcelados[69].

La prensa burguesa repetía similares denuncias anti-anarquistas enardecidas, dejaba entrever el mismo fanatismo capitalista, pedía a grito más ametrallamientos a obreros y la horca para los líderes obreros de Chicago, pedían expulsar a extranjeros y socialistas, con notas llenas de misoginia y racismo. En este ambiente de ley marcial e histeria, cientos de compañeros fueron a parar a la cárcel, donde se les quería hacer “confesar” conspiraciones y planes demoníacos para incriminar a los líderes del movimiento anarquista, mediante la amenaza de prisión perpetua y horca; también buscaban las “confesiones” a cambio de prebendas, trabajo, dinero o más frecuentemente, a cambio de la libertad y de dejarlos de torturar[70]. Es de destacar, como testimonio de la entrega de los militantes libertarios de Chicago y de la firmeza en sus principios revolucionarios, que solamente tres aceptaron renunciar a sus principios y traicionar a sus compañeros. Quienes a cambio de dinero y otras migajas entregaron a los Mártires al verdugo fueron Gottfried Waller, Bernard Schrade y Wilhelm Seliger (mencionado a veces con la versión inglesa de su nombre, William Seliger)[71]. Sus testimonios comprados fueron instrumentalizados por la parte acusadora para dar “sustento” a los relatos de fábula de conspiraciones y planes maquiavélicos.

La plutocracia de Chicago había aprovechado la oportunidad presentada por los incidentes de Haymarket como la oportunidad perfecta para ir tras los principales líderes del movimiento obrero de esa ciudad, todos anarquistas y militantes de la IWPA, hombres a los que detestaban de todo corazón y que, cada cual con sus particularidades, representaban la amenaza revolucionaria que les quitaba el sueño. Así fueron tras de Parsons, Spies, Fielden, Schwab, Neebe, Engel, Fischer, Lingg y Rudolph Schnaubelt, cuñado de Schwab, a quien acusaron sin ninguna prueba de ser el hombre que efectivamente arrojó la bomba pero a quien nunca pudieron atrapar pues tras una breve detención, se les voló de la ciudad para siempre[72]. Albert Parsons también se escapó de la justicia: al ver que el clima represivo se deterioraba y presintiendo lo peor, salió de la ciudad residiendo por algunos meses en Waukesha, estado de Wisconsin[73]. Cuando comenzó el juicio (21 de Junio), al no querer abandonar a sus compañeros a su suerte y sintiendo que su gran popularidad serviría para aumentar las posibilidades de los demás enjuiciados, Albert Parsons se entregó voluntariamente ante la Corte de Chicago[74]; pese a que jamás volvería a ver la luz del día, Parsons nunca se arrepintió de haberse entregado en solidaridad con sus compañeros[75]. Es probable que Lucy Parsons, a quien las autoridades odiaban intensamente (por ser anarquista y mujer de color), solamente haya librado con vida pues la imagen de marido y esposa ahorcados, dejando a dos niños completamente huérfanos, hubiera sido demasiado sórdida y quizás las autoridades hubieran enfrentado oposición a ello aún de parte de las clases acomodadas de EEUU. Otro a quien las autoridades de Chicago querían ahorcar era Johann Most –aún cuando éste vivía en Nueva York, es probable que hubieran buscado la manera de extraditarlo, si no fuera por el hecho de que entonces, Most se encontraba preso por “incitación a la violencia” durante un discurso a fines de Abril[76]. Eso le salvó la vida.

El juicio y la pasión de los Mártires de Chicago

El juicio a los Mártires fue una parodia de justicia. En realidad, no hubo ninguna prueba contundente en contra de ellos, no se comprobó que fueran ellos los que arrojaran la bomba y la única “prueba” en su contra fue que algunos de los artículos incendiarios escritos en la prensa anarquista de esos años “podrían” haber incitado a quien arrojó la bomba a hacerlo[77]. Se introdujo como evidencia, aparte de los testimonios comprados, artículos escritos en la prensa de la IWPA, que habrían supuestamente incitado a quien arrojó la bomba, y hasta la ropa ensangrentada de los policías heridos, lo cual obviamente no tenía nada que ver con el proceso judicial pero que serviría para excitar las pasiones de la prensa y el jurado[78]. En realidad, la parte acusadora, desde el comienzo, fue clara que a estos hombres se les juzgaba en su condición de anarquistas y líderes del movimiento obrero en Chicago, no porque la “evidencia” (inexistente, por lo demás) los inculpara de manera alguna. Tal cosa se desprende de las palabras del Fiscal Grinnell, jefe de la parte acusadora, dirigidas al jurado apenas terminado el juicio: “La ley está siendo enjuiciada, la anarquía está siendo enjuiciada. Estos hombres han sido seleccionados, escogidos por el Gran Jurado y acusados porque han sido líderes. No son más culpables que los miles de hombres que les siguen. Señores del Jurado, condenen a estos hombres, hagan de ellos un ejemplo, ahórquenlos y salven a nuestras instituciones, a nuestra sociedad”[79].

La manera en que el juez Joseph Gary condujo el juicio demuestra que no había posibilidad de ninguna clase de imparcialidad: “Día tras día, él se hacía rodear de muchachas jóvenes y atractivas, bien vestidas (...) las cuales venían a una especie de teatro, susurrándose cosas al oído, sonriendo y comiendo dulces. Gary (...), al igual que las muchachas, parecía tratar el caso como un juego romano, en el cual los pulgares desde el comienzo apuntaban hacia abajo. Un día (...) Gary le mostró un crucigrama [a una señorita] mientras transcurrían los argumentos del caso. Otra joven señorita posteriormente declaró que el juez Gary le decía bromas y que pasaba la mayor parte del tiempo haciendo dibujos en lugar de poner atención a los testimonios”[80]. No había en realidad necesidad de poner atención: el veredicto ya estaba tomado. No viene al caso mencionar todos los pormenores del caso ni todas las irregularidades e iniquidades en ella cometidas. Digamos sencillamente que el juicio fue una mera formalidad para lograr el asesinato a sangre fría de siete de los anarquistas (a cambio de los siete policías que murieron en Haymarket)[81]. Parsons, Spies, Fischer, Engel, Lingg, Fielden y Schwab, fueron condenados a la horca, mientras que Oskar Neebe fue condenado a 15 años de prisión el día 20 de Agosto de 1886[82]. Al conocerse el veredicto, los Mártires, uno tras uno, se dirigeron al jurado durante los días 7 y 9 de Octubre con unos discursos que por su serenidad, convicción inquebrantable y por su combatividad constituyen uno de los más hermosos testimonios en la lucha de los pueblos; fueron profusamente difundidos en varios idiomas, pero aún así, hasta la fecha, no contamos con traducciones completas a la lengua castellana de ellos.

La clase capitalista, como era de esperarse, se deleitó con este veredicto que saciaba su sed de sangre obrera. Esta afirmación no es exagerada: basta leer los comentarios de la prensa capitalista de la época para ver que sus aullidos no revelaban otra cosa sino auténtica sed de sangre: “La horca los espera” se regocijaba el Chicago Tribune, “la ley ha triunfado. La anarquía ha sido derrotada. Los conspiradores han sido rápidamente condenados. Que sean castigados rápidamente”. Luego, este mismo diario dice, sobre el Jurado “han realizado su desagradable tarea sin titubear (…) recolectemos un fondo de unos $100.000 para dárselos en agradecimiento”[83]. Estas expresiones de júbilo en la prensa reflejaban el pensamiento y el sentir de la plutocracia norteamericana. El presidente de la Asociación Cristiana de Jóvenes (YMCA), el multimillonario J.V. Farwell escribía en una carta al Fiscal Grinnell “Estoy orgulloso de nuestro gobierno. Su belleza y poder por sobre todos los demás gobiernos quedan demostrados por la condena de los demonios anarquistas (…) Aún la misma Rusia no nos iguala, pues allá envían a las minas de Siberia o al paredón sólo a algunos individuos. Es preciso que nuestra gloriosa América (ie. Estados Unidos) les diera una lección sobre cómo exterminar a esta plaga social cortándoles su cabeza, y así matar también al cuerpo de su movimiento”[84]. No cabe duda de que la crueldad de estas palabras reflejan el salvajismo y la bestialidad con la cual en Estados Unidos, la tierra de la libertad, se ha perseguido, masacrado y aplastado a cualquier forma de disidencia.

De ahí en adelante vendría un período de más de un año de apelar y tratar de detener la ejecución por medios legales y de movilizar a las masas para oponerse a este crimen. Estas actividades fueron coordinadas y financiadas por un Comité de Defensa, al cual llegaron fondos de todo el mundo, incluida una recaudación de fondos desde La Habana, Cuba [ver artículo sobre el Primero de Mayo en Cuba en este mismo volumen]. El abogado defensor, “Capitán” William Black, jugó un rol extraordinariamente importante en todo este proceso, no solamente desde las Cortes, sino también denunciando el carácter político de este asesinato judicial: en el transcurso del juicio él mismo se fue radicalizando en sus opiniones políticas y siguió, por el resto de su vida, siendo un amigo de las organizaciones obreras y revolucionarias[85]. Otro rol destacado cupo a la infatigable Lucy Parsons, quien como parte del Comité de Defensa, participó en innumerables protestas y realizó un tour de agitación por todo Estados Unidos, hablando entre los meses de Octubre de 1886 a Marzo de 1887 a unas 200.000 personas en todo el país que asistieron a sus charlas públicas en diversas ciudades. Estas reuniones públicas a veces fueron interrumpidas por la policía y en todo momento Lucy Parsons fue acosada por ellos[86]. El Comité también publicó folletos y los discursos de los Mártires, los cuales servían el doble propósito de mecanismo de financiamiento y agitación. El interés en el caso era tal, que Lucy Parsons en un sólo día, podía vender fácilmente 5.000 copias de estos folletos en la calle[87]. Se creó un gran movimiento de masas en todo el mundo que clamaba por su emancipación y circulaban peticiones para su liberación con cientos de miles de firmas: una petición del grupo anarquista Freedom (Libertad) de Londres, liderado por el veterano anarquista ruso Piotr Kropotkin, reunión, en un sólo día, 16.000 firmas[88]. Todas las formas de avanzar la causa de los mártires se aplicó: una amplia novilización y cooperación de los sectores socialistas y obreros, que incluyó incluso la participación en las elecciones locales de Octubre de 1886 en la plataforma común de un partido formado para la ocasion con el nombre de United Labor Party (Partido Unido Obrero, ULP), el cual contó con la participación de los anarquistas, socialistas, sindicalistas varios y sectores de base de los KoL. Como muestra de la agitación y simpatía lograda por el movimiento, este partido obtuvo un 27% de los votos. La participación de anarquistas en esta plataforma electoral debe ser entendida en el contexto de la aguda represión vivida en esos días, que imposibilitaba las maneras tradicionales de organizarse de la IWPA y como una manera de presionar por el caso –de hecho, esta iniciativa no sobrevivió a los Mártires[89]. Dicho sea de paso, los mismos mártires no descalificaron la iniciativa –según Spies, “El partido político que obtuvo más de 25.000 votos el último otoño es otro de los buenos resultados de la propaganda revolucionaria de Grinnell”[90].

Pero el interés que despertaba el caso no era solamente un interés humano en estos Mártires del movimiento obrero que eran llevados sin ninguna prueba de peso, al cadalso. El interés también crecía en la causa que sustentaban, en el anarquismo –como explicó un literato norteamericano, William Dean Howells, quien participó del Comité de Defensa, “gente de todo el mundo se pregunta en qué consiste realmente esta causa por la cual los hombres mueren inexorablemente, sintiéndose afortunados de su muerte”[91]. El interés en el anarquismo crecía enormemente y toda una generación de nuevos anarquistas crecieron a la sombra de la horca –esa es la razón primordial por la cual estos militantes revolucionarios en ningún momento se quebraron y miraron a la muerte con desprecio, sabiendo que su sacrificio no sería en vano sino que inspiraría a miles a tomar sus banderas. Spies da cuenta de esto cuando dice en una carta que “el resultado directo de la persecución ha sido –actividad generalizada de los círculos obreros; un gran progreso en la organización y particularmente en las ideas. Los elementos radicales han tomado la delantera en todas partes, mientras que los elementos conservadores han sido rezagados. El Arbeiter-Zeitung ha triplicado su número de suscriptores desde que Greinnel comenzó su agitación. En ese entonces teníamos 4.000 suscriptores; ahora hay más de 10.000”[92]. Parsons preparaba su propio libro para explicar los principios filosóficos y científicos del Anarquismo, con contribuciones de Kropotkin, Reclus, Marx y de los otros mártires[93]. Y todos los mártires, en general, expresaban esa misma serenidad y esa misma entrega a la causa: Fischer, por ejemplo, escribía a Johann Most que “la revolución social debe tener su ímpetu y nuestra noble causa anarquista precisa de mártires. Que así sea. Estoy dispuesto a entregar mi vida al altar de nuestro ideal”. En otra ocasión Fischer confesaba “soy un revolucionario, pero también un esposo y un padre (...) Pero aún amándoles tan tiernamente (ed. a su familia), no les puedo deshonrar con mi cobardía”. En otra ocasión, Fischer enviaba un mensaje a los obreros de St. Louis mediante el anarquista William Holmes: “Diles que muero gustoso por mis principios. Diles que no flaquearé ni vacilaré; que no deben llorar por mi ni guardar luto por mi muerte, sino que deben seguir adelante con sus buenos oficios y estar también preparados, de ser necesario, a dar su vida por nuestra gran causa”[94]. Esta convicción era compartida por todos los mártires, y la única debilidad que mostraban, eran las dudas que sembraba el profundo amor por sus familias[95].

Esta presión familiar, más la del círculo directo de amigos, simpatizantes y de muchos compañeros, llevó a Fielden y Schwab a firmar una petición de clemencia al gobernador el día 3 de Noviembre de 1887, aproximadamente a una semana de la ejecución. Los otros mártires, aunque nunca les guardaron rencor por ello, se negaron aduciendo que no pedían clemencia sino un juicio justo. O libertad o muerte[96]. El editor del Chicago Daily News, arrepentido por su rol en fomentar la histeria durante el primer semestre de 1886, suplicó con lágrimas en los ojos a Parsons que firmara un pedido de clemencia, a lo cual éste respondió “me expuse al juicio a sabiendas de mi inocencia; sus ataques venenosos nos condenaron de antemano. Yo moriré con mucho menos miedo y remordimiento que el que usted ha de sentir en vida, ya que mi sangre caerá sobre su cabeza”[97].

Todos los dados ya estaban echados en contra de los cinco mártires y ninguna de las gestiones impulsadas hasta el último minuto pudieron salvarles la vida. El 5 de Noviembre de 1887, reaparecía The Alarm (había cesado de publicarse después de Mayo de 1886) con el siguiente mensaje de Parsons a los lectores: “No desfallezcan. Desnuden las iniquidades del capitalismo; denuncien la esclavitud de la ley; señalen la tiranía del gobierno; denuncien la ambición, la crueldad, las abominaciones de la clase privilegiada que se desmadra y deleita sobre el trabajo de sus esclavos asalariados. Adiós. A.R. Parsons. Celda 29, Chicago, Illinois”[98]. Cuando estaba todo listo para las ejecuciones, el 10 de Noviembre, por la mañana, Lingg encendía una carga de fulminante de mercurio que le había sido entregada por el anarquista Dyer Lum, la cual colocó en su boca. Debido a que la carga era bastante pequeña, apenas del tamaño de un cigarro, se voló la boca, lengua, gran parte del rostro, pero sobrevivió su intento de suicidio por seis horas de horrenda agonía. Lingg había preferido morir por su propia voluntad y no permitirle a la burguesía el placer de ver su cuerpo colgando[99]. Al día siguiente, el 11 de Noviembre, los cuatro condenados restantes, tras una noche en que tuvieron que conciliar el sueño interrumpido por el incesante martilleo de quienes armaban el cadalso, enfrentaban la horca. Chicago amanecía en estado de sitio, el tráfico detenido, varios regimientos rodeando la ciudad con metralletas Gatling y 300 policías armados hasta los dientes rodeando la cárcel –todo en vano, pues no había ningún plan para rescatar a los condenados. De hecho, los anarquistas Holmes, Lum y Robert Reitzel, tenían un plan para rescatar a los presos, pero los mismos mártires los detuvieron, entre ellos Lingg quien comentó a Lum que la hora para la venganza sería después, y Fischer, quien temía que un rescate armado, aunque plenamente justificado, podría poner en riesgo los avances hechos por la propaganda de la causa en torno a su juicio y que podría acarrear un derramamiento de sangre innecesario. En palabras de Holmes “la ciudad de Chicago se salvó de la destrucción solamente por la intervención de esos hombres en espera de su muerte. Dieron piedad y misericordia a cambio de su persecución, traición, encarcelamiento, tortura y asesinato. Que sea nuestro silencio el que hable, ese fue el pensamiento de cada uno y de todos ellos”[100].

Sin permitírsele a August Spies ver por última vez a su esposa, Nina Van Zandt, esa mañana, ni a Lucy Parsons y sus dos hijos visitar por última vez a Albert Parsons[101], los cuatro condenados fueron conducidos, poco antes del mediodía, con túnicas blancas al cadalso, ante el cual se había congregado una muchedumbre de 170 personas, la mayoría periodistas, pero también médicos, miembros del jurado, entre otros. Cuando la capucha ya se les había colocado y se ajustaba la horca a su cuello, se escuchó, con un terrible eco que resuena hasta nuestros días, la voz de los anarquistas de Chicago diciendo sus últimas palabras:

Spies: “¡Llegará el día en que nuestro silencio hable más fuerte las voces que hoy estrangulan!

Fischer: “¡Viva la Anarquía! Este es el momento más feliz de mi vida

Engel: “¡Viva la Anarquía!

Parsons: “¿Se me permitirá usar la palabra, oh, hombres de América? ¡Permítame hablar, Sheriff Matson! ¡Deje que se oiga la voz del pueblo!

En esos momentos, se dejó caer la trampa bajo los pies de los condenados. La Autoridad había sido cruel hasta el último minuto de vida de los condenados: la caída no era lo suficientemente grande como para habérles garantizado una rápida muerte mediante el quiebre del cuello. Murieron a las 12:06, tras 7 minutos de horribles contorsiones, por estrangulamiento[102].

Mueren para vivir en las luchas de la clase trabajadora

La prensa burguesa se regocijó con la muerte de los anarquistas proclamando que con ellos “moría la anarquía” (incluso en Londres, el Times recomendaba a las autoridades británicas seguir el ejemplo de Chicago para acabar con los problemas laborales); la sociedad de abogados de Chicago hacía cenas de honor al Juez Gary y la alta sociedad escribía cartas de felicitaciones al juez, gobernador y fiscal[103]. Sin embargo, el juicio histórico desde el momento mismo de la muerte, condenó a estos personajes a la vergüenza y el repudio de las generaciones venideras, mientras los mártires, y con ellos su causa, se engrandecieron como figuras emblemáticas, que en sí mismas encarnaron los valores que innumerables luchadores sociales han intentado seguir. Su ejemplo, su heroísmo, su integridad, son una fuente de inspiración después de un siglo de su asesinato para los pueblos de todo el mundo, mientras que la cobardía, las intrigas, la violencia descarada y la perversidad de todo el sistema judicial yanqui, representante de la clase capitalista, fue desnudada como pocas veces en la historia. Decenas de miles de personas en todo el mundo abrazaron la causa revolucionaria y la causa anarquista gracias al ejemplo de los mártires, algo que ellos bien sabían, pues convirtieron su tragedia individual en una campaña de agitación y propaganda –supieron vivir y morir, valientemente, por la causa libertaria.

En todo el mundo hubo protestas ante el salvajismo cometido en la “tierra de la libertad”; para los anarquistas en particular, la horca se convirtió en un símbolo de igual magnitud que la cruz. En Chicago, espontáneamente, anarquistas y revolucionarios comenzaron a hacer pequeñas horcas en plata o en oro[104].

Los cuerpos de los mártires recibieron honores que ninguna figura pública había recibido ni ha recibido nunca en Chicago. Miles de personas, terriblemente acongojados, fueron a dar sus respetos a las casas de los mártires, donde sus cuerpos eran velados en medio de un hondo dolor. Solamente en casa de los Parsons, 10.000 personas pasaron frente al ataúd del ex director del Alarm. Similares escenas se vivieron en casa del resto de los mártires. El 13 de Noviembre, la procesión de 20.000 personas que acompañaban los féretros camino al cementerio, fue saludada por una masa impresionante de 200.000 habitantes de Chicago, que con su presencia condenaban a la justicia de clase y a la plutocracia que en esos momentos destapaba botellas de champaña para celebrar. Todos saludaban y lloraban a sus mártires –incluso algunos policías fueron vistos derramando lágrimas[105].

Sus cadáveres fueron depositados en el cementerio Waldheim, en las afueras de la ciudad, donde se erigió en 1893 un monumento que hasta el día de hoy marca su tumba con las últimas frases pronunciadas por Spies en el cadalso. Esta tumba se ha convertido en un sitio de peregrinación para los revolucionarios de todo el orbe que han pasado alguna vez por Chicago.

Los sobrevivientes

La memoria de los mártires sería reivindicada poco tiempo después por el nuevo gobernador del Estado de Illinois, John Peter Altgeld, uno de los pocos políticos que sería universalmente admirado por los anarquistas por su integridad y honestidad. Tras años de arduo trabajo del Comité por la Amnistía de los presos de Haymarket, el 26 de Junio de 1893, emitió la orden de liberación de los tres anarquistas aún presos por el caso de Haymarket (Fielden, Nebe y Schwab), no como un acto de misericordia en su condición de autoridad, sino como un acto incondicional ante hombres injustamente encarcelados. En su mensaje de liberación, el cual fue reproducido en miles de copias por las organizaciones obreras norteamericanas, denuncia la arbitrariedad, la “feroz maldad” y la parcialidad del fiscal Grinnell y del juez Gary, denuncia a todo el caso como un acto abierto de persecución política, donde pruebas y testigos fueron desvergonzadamente manufacturados, y donde el veredicto respondió a la presión fomentada desde los medios de comunicación de los capitalistas y la policía. El conjunto del sistema judicial había sido pervertido para facilitar el crimen de cinco hombres inocentes, un asesinato revestido de apariencia legal, y concluía que el único responsable de la muerte de los policías en la plaza de Haymarket era la brutalidad policial hacia los obreros y la imprudencia del capitán Bonfield. Por hablar con semejante claridad, Altgeld fue detestado por los capitalistas de la época (quienes lo atacaron desde sus medios tanto como habían atacado a los anarquistas en el período de 1886-1887), pero fue admirado por la clase trabajadora[106].

Los grandes perseguidores de anarquistas, los capitanes Bonfield y Schaack, habían caído en desgracia en Enero de 1889, cuando se descubrió que estos guardianes de la ley estaban a sueldo de maleantes y proxenetas, y que se dedicaban al tráfico de productos confiscados y robados, entre los cuales se encontró un recuerdo que Lingg había dejado en herencia a su novia antes de morir, y el cual había desaparecido “misteriosamente” de su celda[107]. Fueron dados de baja y terminaron sus días sin ninguna clase de honores. Los tres sobrevivientes, en cambio, aunque ya no volvieron a cumplir el rol dirigente que habían cumplido antes de los sucesos de Haymarket, siguieron trabajando por la causa del pueblo: Schwab volvió a colaborar en el Arbeiter Zeitung, hasta su muerte por tuberculosis en 1898; Fielden se fue a vivir en un campo en Colorado, desde donde colaboraba a veces con los anarquistas y participaba en algunas reuniones conmemorativas del 1º de Mayo, hasta que la muerte lo abatió en 1922; y Neebe, que siguió siendo activo en el mundo sindical, en los gremios de los panaderos y los cerveceros, demostró interés por el movimiento populista hacia fines de la década del 1890 y participó de los Trabajadores Industriales del Mundo (Industrial Workers of the World, IWW), a quienes nos referiremos más adelante, y en cuyo Congreso de 1907 lo encontramos asistiendo. Él moriría en 1916[108]. Todos ellos se dedicaron por el resto de sus días a defender el legado de los mártires, junto a otros compañeros de esas jornadas de lucha, como Most, Lucy Parsons, Lizzie y William Colmes, y Dyer Lum, quienes por el resto de sus vidas se dedicarían a no permitir que el olvido carcomiera la memoria de aquella barbarie consumada en Chicago el 11 de Noviembre de 1887. Neebe, por ejemplo, se quejaba frecuentemente de que “mucha de la literatura de ‘defensa’ [de los mártires] mostraba a las víctimas como si hubieran sido inocentes corderos, cuando en realidad habían sido soldados extraordinariamente bravos” en la lucha revolucionaria[109]. Ese es, precisamente, el mensaje revolucionario imperecedero que debemos rescatar para nuestros tiempos.

El Movimiento Popular después de los Mártires

Uno de los efectos que tuvo la prolongada ola de persecución y represión para el movimiento en Chicago es que, aún cuando el martirio de los anarquistas propagó las doctrinas revolucionarias y libertarias como nunca antes, muchas de las energías y de las capacidades organizativas del movimiento anarquista en esa ciudad, que hasta entonces se habían utilizado exclusivamente en tareas de agitación y organización revolucionarias, se volcaron a las tareas de supervivencia del movimiento, tales como los comités de defensa y asistencia legal[110]. Esta dificultad ya la había advertido el mismo Fischer durante una visita de Lizzie Holmes a la cárcel: “Ustedes no están haciendo nada, al parecer han abandonado completamente su labor solamente porque nosotros estamos en la cárcel”. Cuando Lizzie Holmes respondió que no querían hacer nada que pudiera complicar la situación legal de los condenados, Fischer respondió vehementemente “¡Bah! ¿Entonces van a abandonar toda actividad porque los capitalistas tienen a unos cuantos de los nuestros tras las rejas? Entonces jamás volverán a hacer nada, pues desde ahora en adelante está claro que se encargaran de tener siempre a unos cuantos tras las rejas. ¡Les digo que es ahora cuando hay que dar la batalla!”[111]

Esto, sumado a la desaparición física de los más dinámicos organizadores y dirigentes del movimiento anarquista en Chicago, significó que esta ciudad dejara de ser el centro más importante para el movimiento y que este rol lo asumiera Nueva York. Sin embargo, el movimiento libertario siguió siendo significativo e importante por mucho tiempo en esta ciudad, aún cuando la IWPA perdería mucho de su impulso tras la sistemática y prolongada represión desatada en 1886[112], reduciéndose a los círculos de alemanes, los cuales perderían ascendiente en el movimiento revolucionario local, con el ascenso, hacia 1890, de otras comunidades inmigrantes como los italianos, polacos y judíos[113]. Entre estas nuevas comunidades inmigrantes, Most, representante de esa generación militante de 1886, logró gran popularidad y sirvió así de puente entre ambos movimientos libertarios. Pero aún cuando Chicago haya perdido su lugar central relativo en el movimiento, se puede afirmar que el legado de los mártires hizo avanzar enormemente, tanto a nivel local, como nacional (y aún internacionalmente, como se demuestra en este libro) la causa revolucionaria.

El movimiento por la jornada de las ocho horas fue una víctima momentánea de la ola represiva que desde Chicago se expandió a toda Norteamérica: como habíamos mencionado, miles de trabajadores en Chicago obtuvieron la jornada de ocho horas mediante la huelga de Mayo y otros miles la habían obtenido aún antes de la huelga, incluso, con aumento salarial. En todo el país, se estima que 185.000 obreros del total que había ido a huelga, conquistaron la jornada de 8 horas, mientras otros 200.000 vieron sus jornadas laborales reducidas a 9 ó 10 horas, o vieron la introducción de descansos los fines de semana, etc.[114]. Sin embargo, durante los meses de represión generalizada que siguieron a los sucesos de Haymarket, la patronal se apresuró a tratar de revertir las conquistas de los trabajadores, y en muchos casos, lograron terminar con la jornada de ocho horas, aunque los trabajadores en general no volvieron a trabajar nuevamente las agotadoras jornadas de antes del 1º de Mayo de 1886. Más aún, es una verdadera proeza que en medio de la mayor reacción patronal, a fines de 1886, aún 15.000 obreros en Chicago conservaban la jornada de 8 horas[115]. El movimiento por las 8 horas en los EEUU dejaba de ser un movimiento organizado a nivel nacional: la Federación Americana de Trabajadores (American Federation of Labor, AFL), nacida en 1886 bajo la dirección de Samuel Gompers, llamaba en 1888 a retomar la agitación por la jornada de ocho horas y decretó que el 1º de Mayo de 1890 sería el día del establecimiento de la jornada universal de 8 horas en los EEUU. Cuando en Julio de 1889 se reunía el Congreso de Partidos Social-demócratas en París que daría nacimiento a la Segunda Internacional, Gompers, a nombre de la AFL, envió un mensaje llamando a los trabajadores a convertir el 1º de Mayo en un día internacional de protesta obrera por la jornada de 8 horas. Muchos obreros europeos y en algunos países latinoamericanos habían seguido con simpatía la movilización en EEUU por las 8 horas, y rápidamente se sumaron a la protesta. Así, desde el 1º de Mayo de 1890, se conmemora internacionalmente a los Mártires de Chicago y se instaura el día de la protesta de los trabajadores[116]. En los EEUU, sin embargo, la AFL pese a sus llamados, se restó de la iniciativa a comienzos de 1890 y dejó a algunos de sus sindicatos, como los carpinteros, tipógrafos y canteros, peleando solos por la jornada de 8 horas –la cual, empero, conquistaron mediante la lucha, ejemplo el cual fue seguido posteriormente por otros trabajadores[117].

Aunque durante algunos años posteriormente al asesinato de los mártires el 11 de Noviembre se convirtió en un día de protestas de los anarquistas en Chicago y en otras ciudades de los Estados Unidos, desde 1890 el primero de Mayo se convirtió en el día en que todas las vertientes del movimiento obrero se unieron en una sola voz de protesta.

La herencia militante de Chicago

Si bien es cierto que con la represión al anarquismo y sus consecuencias -declive de la IWPA y pérdida de organizadores y líderes destacados-, hubo un reflujo en el sindicalismo combativo[118], pasando la hegemonía en el sindicalismo al elemento conservador (la AFL, cuyo líder Gompers reflejaba su ideología pro-empresarial en su famosa frase “el peor crimen en contra de los trabajadores es que su compañía no obtenga ganancias”), esa herencia militante seguirá viva[119] y renacerá en 1905 en los Trabajadores Industriales del Mundo (IWW), que al igual que la IWPA y la CLU dos décadas antes, supieron atraer a sus filas al proletariado no calificado, a los jornaleros y peones, y supieron hablar en un lenguaje claro y franco a una clase obrera multicultural e internacional. Al igual que la IWPA no ocultaron la necesidad de los trabajadores de defenderse de la represión, no ocultaron sus fines revolucionarios, su práctica estaba en abierta confrontación al sistema y agitaron entre los obreros las banderas de la acción directa. Al igual que la IWPA sostenían que la organización obrera tenía que servir de modelo para la construcción de la sociedad futura. Para hacer este vínculo tan explícito como fuera posible, la IWW fue fundada en 1905 en la ciudad de Chicago, en uno de los locales que dos décadas antes habían sido lugares frecuentes de reunión de la IWPA (el Brand’s Hall) y una de las oradoras de la convención fue ni más ni menos que Lucy Parsons, viuda de Albert Parsons y destacada militante sindical y anarquista. El padre de otro de los fundadores de la IWW, Joe Ettor, había sido herido durante la protesta de Haymarket. Luego de la convención hubo una procesión al mausoleo de los Mártires de Chicago.

La importancia de esta organización no puede ser subestimada: la IWW reunió a los elementos revolucionarios en el movimiento sindical (marxistas, anarquistas, sindicalistas revolucionarios) y lograron convocar a amplias masas obreras, atraídas por su entusiasmo, su militancia, su entrega a la causa obrera y sobretodo, por un programa de acción directa que entregaba beneficios tangibles a una clase trabajadora brutalizada y súper explotada. Llegaron en 1924 a tener 100.000 militantes y lograron crear un auténtico pánico en la clase dominante yanqui. Su capacidad de lucha, de cara a una represión increíble, se desprende del relato de una de las huelgas célebres que condujeron en sus albores:

Una de las primeras y más encarnizadas huelgas de los IWW ocurrió en McKee Rocks, Pensilvania, en Julio de 1909. Violenta y sangrienta de principio a fin, esta insurrección de dos meses sentó el precedente de la militancia de los IWW por muchos años más (...)

La Pressed Steel Car Company llamó a los ‘Cosacos’ poco después de que sus ocho mil empleados se fueran a huelga por mejores salarios y condiciones de trabajo. Los ánimos estaban alborotados en la empresa por varias experiencias amargas en el pasado. Los IWW aparecieron en escena como siempre denunciando a los ‘opresores de los obreros’ y apelaron a la justicia económica, siendo bien recibidos con gran entusiasmo por los huelguistas. Desde el comienzo era evidente que no había suficiente espacio en McKee Rocks para la IWW y las fuerzas policiales. El primer choque ocurrió el 12 de Agosto. Un obrero metalúrgico llamado Harvath, fue asesinado a ‘sangre fría’ por los ‘Cosacos’ (...)

Tras el asesinato de Harvath, el comité de huelga se reunió para idear mecanismos de protección para que los obreros no volvieran a sufrir ataques semejantes de manos de estos pistoleros. Entonces, lanzaron un ultimátum diciendo que aplicarían el ‘ojo por ojo’ (...) El comité de huelga dio aviso al jefe de policía que por cada obrero metalúrgico asesinado se quitaría la vida a un ‘Cosaco’. Luego, añadieron que no serían selectivos a la hora de elegir al pistolero al cual escarmentar. Por un par de semanas hubo una reducción notoria de la violencia en contra de los huelguistas. Hasta que el 29 de Agosto, un grupo de obreros fueron atacados, muriendo uno de ellos en la refriega.

La venganza fue inmediata –y terrible. Se asesinó a cinco guardias y pistoleros de la policía. Luego siguió un combate cuerpo a cuerpo, en el que cayeron más obreros y más ‘Cosacos’. Pero los mercenarios de la empresa fueron batidos y se replegaron, quedando los huelguistas dueños del campo de batalla. Luego de esta batalla, Pressed Steel Car Company ofreció negociar el conflicto. Si hubieran pensado en hacer esto antes, nos hubiéramos ahorrado todo este derramamiento de sangre. Sea como fuera, los huelguistas volvieron a trabajar el 8 de Septiembre, con todas las demandas satisfechas
”[120].

Pero al igual que los Mártires de Chicago dos décadas, los IWW antes sufrieron de una represión feroz y de una violencia de clase difícil de imaginar: los horrendos linchamientos de Frank Little (1917) y Wesley Everett (1919), el fusilamiento de Joe Hill (1915), el encarcelamiento de sus dirigentes y la constante persecución de la organización, etc., son testigos del odio de clase que se generó en la plutocracia de EEUU. A veces, esta dinámica de violencia patronal motivó, como en McKee Rocks, respuesta por parte de los trabajadores, convirtiéndose la dinamita y el sabotaje en armas bastante utilizadas por los sindicatos norteamericanos durante las primeras décadas del siglo XX, muchas veces con resultados favorables a los obreros[121]. Más tarde, la persecución a los anarquistas llevó a la silla eléctrica a los anarquistas italianos Niccola Sacco y Bartolomeo Vanzetti en 1927, otro caso que también despertó la solidaridad internacional y movilizaciones masivas, despertando sentimientos semejantes a los que se habían despertado casi medio siglo antes por el caso de los Mártires de Chicago. Es de destacar que estos son los actos más emblemáticos de la brutalidad yanqui, pero que detrás de cada uno de estos mártires célebres hay cientos y miles de mártires anónimos, asesinados por pistoleros o por la milicia. La historia de la violencia de clase en los EEUU siguió por las décadas siguientes: el macartismo en los ‘50, la persecución a los comunistas, a los activistas por los derechos de los afroamericanos, la cacería de los “Panteras Negras” en los ‘60, todo demuestra que los límites para los movimientos de cambio social en EEUU son extremadamente limitados, pese a toda la palabrería hueca sobre las “libertades” y la “democracia” yanqui. Cada movimiento significativo de cambio social, que amenazara en lo más mínimo al status quo, enfrentó en los EEUU una violencia completamente demencial por parte del “establecimiento”. La violencia acompañaría inevitablemente la lucha de clases en los EEUU por muchas décadas, hasta la supresión, por media de la fuerza bruta del movimiento popular en la “Tierra de la Democracia y de la Libertad”.

Pero más que la violencia, hiere el olvido. El movimiento popular norteamericano es conciente que la memoria es subversiva en sí misma. Y eso es lo que hace relevante el ejercicio de escribir la historia de los de abajo en un país que les condenó al olvido más absoluto. Pero pese a la amnesia colectiva impuesta desde el poder mediante la sangre y el discurso dominante, la herencia militante de Chicago sobrevive cada vez que surge la protesta social en EEUU, pues pese a todo, ese movimiento representa el acto fundacional del movimiento popular en el país del dólar. Después del 11 de Noviembre de 1887, en que el mundo fue testigo del rostro verdadero de la sociedad de clases, ya nada volvió a ser igual que antes. Ni en los EEUU, ni en América Latina.


José Antonio Gutiérrez D.
3 de Marzo, 2010

[1] Bruce Nelson, “Beyond the Martyrs: A Social History of Chicago’s Anarchists 1870-1900”, Rutgers University Press, New Brunswick, 1988, pp.15-17.

[2] Nelson, op.cit., pp.10-11.

[3] Ver Bimba, Anthony, “The Molly Maguires”, Ed. International Publishers, Nueva York, 2000. Ver también Adamic, Louis “Dynamite –A Century of Class Violence in America, 1830-1930”, Rebel Press (Londres), 1984, pp.10-16.

[4] Bimba, op.cit. p.116

[5] Avrich, Paul “The Haymarket Tragedy”, Princeton University Press, 1984 (Princeton, NJ, EEUU), p.28

[6] Adamic, op.cit., pp.17-25; Zinn, Howard “A People’s History of the United States”, Ed. Longman, 1996, pp.237-246; Avrich, op.cit., pp.26-38.

[7] Para más detalles sobre la vida de Nathan-Ganz y sobre los orígenes de su periódico The An-Archist, y de la prensa libertarias en los Estados Unidos, se puede revisar el artículo de Heiner Becker “The Mistery of Dr. Nathan Ganz”, en Raven Quarterly, vol. 2, No. 2, Octubre de 1988 (Freedom Press, Londres), pp.118-145.

[8] Citado por Heiner Becker “Johann Most in Europe”, Raven Quarterly, vol. 1, No. 4, Marzo de 1988 (Freedom Press, Londres), pp.299-300.

[9] Avrich, op.cit., pp.55-60.

[10] Avrich, Ibid, pp.330-331.

[11] Foner, Philip (editor) “The Autobiographies of the Haymarket Martyrs”, Monad Press, Nueva York, 1977, p.98.

[12] Spies, August: “Autobiography, His Speech in Court and General Notes”, Chicago Illinois, 1887, p.61 (ed. Facsimilar Kessinger Publishing, 2009)

[13] Citado en Avrich, op.cit., p.68

[14] Si bien Most y otros delegados expresaban desconfianza de los sindicatos, era más bien porque el sindicalismo en EEUU no nació de la mano del movimiento socialista como en Europa y tendía a ser bastante conservador, hasta que los anarquistas irrumpieron decididamente después del Congreso de Pittsburgh. El supuesto “anti-sindicalismo” de Most y de sus partidarios ha sido exagerado o completamente inventado, como la biografía de Most escrita por Rocker lo demuestra. Adolf Fischer, entre los Mártires considerado uno de los “radicales”, no por expresar ciertas reticencias hacia las derivas burocráticas del sindicalismo dejó de ser un excelente militante obrero y sindical, como lo demuestra su afiliación y su participación en el sindicato de tipógrafos.

[15] Avrich, op.cit., pp.72-74

[16] Ibid, pp.75-75, p.135, p.469.

[17] Dicho sea de paso, el movimiento anarquista en esta época no tenía ningún problema en reconocer los aportes de Marx y aún no se enquistaba el sectarismo que caracterizaría más tardíamente a un sector del anarquismo que se definiría ante todo por su oposición a Marx. Estos anarquistas leían a Marx, a Lasalle, a socialistas como Bebel, junto a las obras de Bakunin, Kropotkin y Most. Uno de los grupos que conformó la IWPA, de hecho, se llamaba grupo Karl Marx.

[18] Ver, en este sentido a Dyer Lum, “A Concise History of the Great Trial of the Chicago Anarchists in 1886”, Socialistic Publishing Company, Chicago, Illinois, 1886, p.15. (edición facsimilar de Adamant Media Co. 2005)

[19] Aún del nombre se deduce este ánimo incluyente: mientras la Primera Internacional se llamaba en inglés “International Worginmen’s Association” (literalmente, Asociación Internacional de Hombres Trabajadores), ellos eligen el nombre de International Working People’s Association, que quiere decir, Asociación Internacional de Personas Trabajadoras.

[20] Nombre con el que se conocía, en francés, a las mujeres proletarias de la Comuna –pétroleuses- el cual evocaba imágenes de vandalismo, degeneración moral y destrucción.

[21] Ver Carolyn Ashbaugh, “Women in the Haymarket Events” en Roediger & Rosemont, “Haymarket Scrapbook”, Charles H. Kerr Editors, 1986, pp.97-100. Nelson, op.cit., pp. 93-94, discute el número de mujeres que militaban en la IWPA, estimando en base a algunas listas de militantes conservadas, en 6%. Esta lista, aparte de incompleta, podría estar reflejando sub-representación de las mujeres. También cita a S. Fielden quien entrega cifras de aproximadamente el 10% de participación femenina en la sección angloparlante. Aunque hoy la cifra pueda parecer baja, debe ser entendida en el contexto: en esa época las mujeres estaban casi completamente excluidas de las organizaciones políticas tradicionales, apenas podían estudiar y en otros partidos de izquierda, como el SLP, su representación no alcanzaba al 1%.

[22] Avrich, op.cit., p.76

[23] Nelson, op.cit. pp.86-87; Avrich, op.cit. pp.84-85

[24] Nelson, op.cit. pp.88-91. Los cálculos se hacen sobre una muestra del total que muy probablemente tiene sus propias distorsiones (muy probablemente los obreros sin calificación están sub-representados en la muestra)

[25] Citado en Avrich, op.cit., p.132

[26] Avrich, op.cit, p.83.

[27] Nelson, op.cit.,p.104

[28] Avrich, op.cit, p.84

[29] Ibid,. p.83

[30] Ibid, p.471

[31] Nelson, op.cit. pp.106-107

[32] Ibid., pp.74-75

[33] Ibid

[34] El periódico se proclamaba representante de los grupos “autonomistas” de la IWPA. El “autonomismo” era una corriente anarquista surgida en el exilio alemán en Londres en 1885, liderada principalmente por Otto Rinke y Josef Peukert, quienes sostenían el comunismo anarquista inspirado en Kropotkin, en oposición a las tesis colectivistas sustentadas por la Freiheit y Johann Most; además, desconfiaban particularmente de la lucha por reformas y enfatizaban el decentralismo al punto de ser casi inorgánicos. Engel y Fischer se sintieron atraídos a fines de 1885 por este decentralismo (aunque jamás llegaron al punto inorgánico como lo demuestra su militancia en la IWPA y en las autodefensas obreras), a esa hostilidad al reformismo y a la apuesta comunista de los autonomistas, que entonces eran una fuerza nueva. Pero Rinke y Peukert estaban en gran medida motivados por un dogmatismo enfermizo y por un sectarismo rabioso contra quienes discreparan de ellos, representantes últimos del purismo anarquista, y que sentían una envidia patológica por Johann Most, quien sentían les eclipsaba en el movimiento. Esta fracción, que expiró en 1895, hizo un enorme daño al movimiento alemán, disolviéndolo en amargas querellas internas, llegando Peukert a la delación de un asociado de Most encargado de pasar copias de Freiheit clandestinamente a Alemania: como resultado, este compañero (Johann Neve) fue arrestado en 1887 y murió en una prisión alemana tras una década de martirios. En realidad, los “autonomistas” no hicieron casi nada más que intentar por todos los medios boicotear el trabajo de la fracción liderada por Most y atacarla desde su prensa con más vigor que con el que atacaban a la burguesía, mediante toda clase de absurdas intrigas. La situación fue tal que el mismo Kropotkin, supuesto inspirador político de los “autonomistas”, le pidió a Peukert alejarse del movimiento y dejar de hacer daño (ver “Johann Most, La Vida de un Rebelde” de Rudolf Rocker, Ed. La Protesta, Bs As, 1927, y “Johann Neve” de Heiner Becker en The Raven Quarterly, Ed. Freedom, Londres, Vol.I No.2, 1987)

Ni Engel, ni Fischer, pese a todo su purismo, jamás cayeron en estos extremos. Es necesario hacer esta aclaración, pues aunque hayan utilizado el título de autonomistas, no tuvieron nada que ver con las querellas y las intrigas desafortunadas que desangraron intestinamente al movimiento. Su espíritu fue siempre mucho más generoso. De hecho, su periódico se mantuvo siempre en buenos términos con la Freiheit, y hasta el final, ambos mantuvieron profunda amistad con Johann Most, manteniéndose alejados de las peleas de ego de la pandilla de Peukert. De igual modo, estuvieron ajenos y murieron antes de la peor parte de estas peleas de tendencias de 1887 en adelante. Por otra parte, aunque se cacarea del anti-sindicalismo de los autonomistas de la IWPA y de su excesivo celo conspirador, Fischer siguió siempre siendo un fiel sindicalista adherido al sindicato de tipógrafos, lo cual desmiente esas falsas dicotomías que se han querido imponer entre los Mártires. No podemos por tanto dejarnos engañar por la utilización del término “autonomista” por parte del grupo de Engel y Fischer: en realidad, pese a las afinidades doctrinarias que puedan haber tenido con este sector del movimiento alemán en Londres, la aparición de este periódico no tiene tanto que ver con la pelea con la Freiheit o con Most (con quienes siempre se mantuvieron en buenos términos), como con las disputas internas en Chicago (con Spies y Schwab, principalmente, choques que tampoco deben ser exagerados ya que en ningún caso llevaron a un quiebre ni con ellos ni con la IWPA) y a su convicción de que la Arbeiter Zeitung no hacía lo suficiente por radicalizar al movimiento.

[35] Ibid, pp.132-133 Ver también Nelson, op.cit. pp.116-119

[36] Nelson, op.cit. 123-124

[37] Avrich, p.135

[38] Nelson, op.cit. pp.40-43

[39] Avrich, op.cit. p.91

[40] Ibid, p.92; ver también Nelson, op.cit. p.42

[41] Nelson, op.cit. p.182

[42] “Chicago Lehr-und-Wehr-Verein”, en Roediger & Rosemont, op.cit., p.86.

[43] Avrich, op.cit., p.162

[44] Nelson, op.cit., p.151

[45] Avrich, op.cit. p.159-161; Sobre la decisión del sindicato de carpinteros de la CLU de destinar fondos para la adquisición de explosivos y el nombramiento de Lingg como encargado de esta tarea, ver la defensa de William Black (fragmento), en Roediger & Rosemont, op.cit, p.48.

[46] Ibid, p.152

[47] Lum, op.cit. p.17

[48] Nelson, op.cit. p.184

[49] Nelson, op.cit. pp.183-184.

[50] Alan Dawley, “The International Working People’s Association”, en Roediger & Rosemont, op.cit, p.85

[51] La semana previa a la huelga, una manifestación convocada por la CLU y la IWPA, atrajo a 25.000 obreros, ver Lum, op.cit. p.

[52] Nelson, op. cit. p.184

[53] Avrich, op. cit. p.96

[54] Ibid, p.190

[55] Lum, op.cit. pp.22-23

[56] Ibid; Avrich, op.cit., pp.190-191

[57] Lum, op.cit., pp.26-35; Avrich., op.cit., pp. 197-214. Avrich entrega los nombres y ocupaciones de cuatro internacionalistas identificados entre los muertos: Emil Lutz (zapatero), Carl Kiester (jornalero), Mathias Lewis (zapatero), Charles Schumacher (sastre). Otros nombres han circulado sobre los cuales no hay certeza de que hayan sido asesinados esa noche (Reinhold Krueger, Frank Lewis –que podría ser el mismo Mathias Lewis-, Peter Lay, John Edlund y Franz Wroch).

[58] “The Famous Speeches of the Eight Anarchists in Court, October 7-9, 1886”, Free Society Publishers, San Francisco, 1899 (Edición facsimilar de Kessinger Publishers, 2009)

[59] Ver un discurso suyo de 1930 en “Lucy Parsons –Freedom, Equality & Solidarity”, ed. Gale Aherns, Charles H. Kerr Editors, Chicago, 2004, p.157.

[60] Avrich, op.cit. pp.437-445. En 1986 Avrich especuló con un nuevo posible candidato en un artículo publicado en Roediger & Rosemont, op.cit, pp. 71-73, titulado “The Bomb Thrower: a new candidate”.

[61] “Famous Speeches” op.cit., p.3

[62] Foner, op.cit., pp.97-98.

[63] Avrich, op.cit., p.441.

[64] Se estima que hasta 1891, la cantidad de fondos donados por la burguesía de Chicago en contra del movimiento anarquista fue de U$487.000. Nelson, op.cit., p.197

[65] El hijo de Parsons, por ejemplo, fue torturado para sacar información sobre el paradero de su padre, Avrich, op.cit., p.227.

[66] Ibid, pp.215-239.

[67] Ibid, p.220.

[68] Ibid, p.350; Ver también Foner, Philip “History of the Labor Movement of the United States, vol.2, From the Founding of the AF of L to the Emergence of American Imperialism”, ed. International Publisher, 1998 (Nueva York), p. 169, quien denuncia a Powderly como el gran responsable de la ruina de los KoL por estar más interesado en adular a los capitalistas y en ser piropeado por ellos, que en mejorar la situación de los trabajadores. Como libertarios, resulta muy difícil atribuir meramente a las acciones de un solo individuo (que de cualquier modo fue derrocado en 1893, entre otros cargos, por apropiación ilegítima de fondos de la organización) el declive de una organización de cientos de miles. Claramente, la razón debe ser buscada en la falta de claridad táctica, programática de los KoL, sus vacilaciones políticas, un método de organización anticuado y autocrático, etc. Todo esto confluye para explicar las derivas conservadoras de los KoL y su bochornoso rol durante el proceso de 1886-1887.

[69] Avrich, op.cit, p.309

[70] Ibid, p.222.

[71] Nelson, op.cit. p.192. No se sabe qué suerte corrió Schrader, pero Waller debió salir del país, volver a Alemania, donde debió cambiarse el nombre luego de ser gravemente agredido por anarquistas en retaliación por su traición en Octubre de 1886, Ibid. P.203. Selliger, por su parte, debió abandonar el país con un nombre ficticio, junto a su familia, para evitar represalias (Ver autobiografía de Lingg). Según Avrich (op. cit. p.230), Balthasar Rau, del Arbeiter Zeitung, probablemente habría cooperado con la policía, pero no tiene pruebas para ello, salvo que su acusación por asesinato fue desechada y salió en libertad. Esto no parece probable –cualquier declaración de uno de los más importantes colaboradores de Spies hubiera sido con toda certeza utilizada en el juicio.

[72] Tras múltiples viajes escapando de la persecución policial, Schnaubelt viaja a Inglaterra y de ahí en Argentina. Avrich, op.cit., pp.437-439.

[73] Ibid, p.243

[74] Lum, op.cit., pp.48-49

[75] Parsons, Lucy “Life of Albert Parsons”, Chicago, 1889 (edición facsimilar de Elibron Classics, 2005), p.102.

[76] Becker, Heiner, “Johann Most”, en Roediger & Rosemont, op.cit., pp.138-139.

[77] Incluso, se buscó establecer la culpabilidad de Lingg en el incidente, por el hecho de que éste habría fabricado algunas bombas anteriormente… sin comprobar que este hecho tuviera nada que ver con el incidente en cuestión. De hecho, esa noche Lingg no estaba siquiera cerca de Haymarket. Avrich, op.cit. p.273.

[78] Ibid, p.276

[79] Parsons, Albert “Anarchism: Its philosophy and scientific basis”, Chicago, 1887, p.53 (edición facsimilar University Press of the Pacific, Honolulu, Hawaii, 2003)

[80] Avrich, op.cit., p.263

[81] Spies sugiere en su discurso ante la Corte que se está aplicando una versión de la ley del Talión bajo la apariencia de legalidad al asesinar a siete anarquistas a cambio de siete policies muertos. Ver Van Zandt, Nina, “August Spies’ Auto-Biography: His speech in Court and General Notes”, Socialistic Publishing Society, Chicago, 1887, p.54 (edición facsimilar de Kessinger Publishing, 2009)

[82] Ibid, p.269

[83] Ibid, pp.280-281

[84] Ibid, p.280

[85] Ibid, pp.316-317 y pp.448-449

[86] Ibid, p.298

[87] Ibid, p.305

[88] Ibid, p.350

[89] Nelson, op.cit, p.206.

[90] Van Zandt, op.cit., p.84. Es necesario aclarar también que en ese momento histórico, como resultado de la represión generalizada en contra del anarquismo, hubo ocasiones en que se entendió tácticamente la participación en elecciones. Esta posición fue sostenida en 1882 por Carlo Cafiero en Italia, quien apoyó a Carlo Acosta. Después de la represión generalizada en toda Europa que se desató con la Comuna de París en 1871, el mismo Bakunin recomendó a su amigo Carlo Gambuzzi que participara en elecciones parlamentarias para buscar maneras de frenar las medidas represivas que arreciaban. En esta época los anarquistas cuestionaban que las elecciones fueran una estrategia para avanzar la causa del proletariado, o que pudieran llevar a la emancipacion gradual, y condenaban el electoralismo pues prolongaba la illusion en la metafísica política burguesa; pero en ocasiones de extrema represión no descartaban que podían tener cierta utilidad.

[91] Ibid, p.377

[92] Van Zandt, op.cit. p.84

[93] “Anarchism: Its philosophy and scientific basis”, publicado en 1887.

[94] Avrich, op.cit. p.299

[95] Ibid, pp.358-359.

[96] Ibid, pp.355-360. Spies también firmó la carta, bajo enormes presiones, pero inmediatamente se arrepintió y envió otra carta en la cual renuncia a la clemencia y ofrece su vida como chivo expiatorio a cambio de la libertad de sus camaradas. Parsons, el otro de los mártires que probablemente hubiera conseguido escapar a la pena de muerte mediante la clemencia gracias a su enorme popularidad en Chicago, se negó a hacerlo para no abandonar a sus otros compañeros que no tenían posibilidad alguna de que se les otorgara (Engel, Lingg, Fischer y Spies).

[97] Parsons, Lucy, op.cit. p.208.

[98] Avrich, op.cit., p.320.

[99] Ibid, pp.375-376.

[100] Ibid, pp.383-385.

[101] Ibid, pp.385-386. En los documentos adjuntos, Lucy Parsons relata el incidente mediante el cual ella fue encarcelada junto a sus hijos y a Lizzie Holmes, y sometida a malos tratos solamente por querer visitor a su marido por última vez.

[102] Ibid, pp.392-393.

[103] Ibid, pp.401-402.

[104] Ibid, pp.410-412.

[105] Ibid, pp.395-397.

[106] Ibid, pp.421-424.

[107] Ibid, p.415.

[108] Nelson, op.cit., p.202; p.229

[109] Ibid, p.162.

[110] Ibid, pp.199-200.

[111] Avrich, op.cit., p.330.

[112] La IWPA desaparecería formalmente hacia 1914, pero después de 1886 había perdido todo impulso. Ibid, p.432.

[113] Ibid, pp.432-433.

[114] Foner, op.cit (1998), p.104.

[115] Nelson, op.cit., p.225.

[116] Foner, Philip “May Day, a Short History of the International Workers’ Holiday 1886-1986”, ed. International Publishers, 2005 (Nueva York), p.41.

[117] Nelson, op.cit., p.226

[118] La CLU perdía importancia y sus sindicatos se fusionaban con los de la Asamblea Sindical, de tendencia reformista, hasta desaparecer en 1909. Ibid, p.228.

[119] En el período posterior a la represión de Chicago no hubo pocos enfrentamientos abiertos entre la patronal y los obreros, como la huelga de Pullman en 1894 o la célebre Huelga de Homestead (que derivó en una insurrección), en 1892, en la cual 5.000 obreros se alzaron en armas y derrotaron a cientos de Pinkertons. Después de la victoria militar de los obreros, la dirigencia conservadora llevó a los trabajadores a una derrota política durante la negociación de la huelga –derrota la cual destruyó por dos décadas al movimiento sindical entre los trabajadores del acero, el cual no volvió a ir a huelga sino hasta 1919. Hacia fines de la década de 1890, en Idaho y Colorado, las huelgas de los mineros terminaron muchas veces en ocupaciones y colectivizaciones de piques, y en insurrecciones armadas. La Western Federation of Miners (WFM), sindicato que condujo esas luchas, será en 1905 crucial para el nacimiento de la IWW.

[120] Chaplin, Ralph “Wobbly”, University of Chicago Press, 1948 (Chicago, Illinois, EEUU) pp.139-140

[121] Adamic, op.cit., p.113.

Cartel llamando a la protesta de Haymarket
Cartel llamando a la protesta de Haymarket

Cartel conmemorativo de los Mártires de Chicago hecho por Walter Crane (1894)
Cartel conmemorativo de los Mártires de Chicago hecho por Walter Crane (1894)

author by Centro di Documentazione "Franco Salomone" - Fano-Italiapublication date Fri May 05, 2017 19:13author address author phone Report this post to the editors

Fu un onore contribuire alla pubblicazione di un libro così importante
grazie "Pepe"

 

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