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category venezuela / colombia | antifascismo | non-anarchist press author Monday February 17, 2014 01:44author by Pedro Santana Rodríguez Report this post to the editors

"Sólo quien desarrolla la violencia es quien puede ofrecer seguridad" Jaume Balboa Colectivo Escuela Libre, La Hoguera

¿Qué se esconde detrás de la seguridad "democrática" o "ciudadana"? ¿Detrás de esa constante y oficiosa promoción de la llamada "no-violencia”? Georges Duby en su obra "Año 1.000, año 2.000. La huella de nuestros miedos" afirma que en la historia de Occidente nada hay comparable a las violencias establecidas desde el poder, pero que quienes han ejercido la hegemonía y el dominio en las distintas sociedades, siempre intentan por todos los medios mitigar, no la violencia que conlleva ese ejercicio de poder y de dominio, sino, solamente la violencia que nace como resistencia a ese poder.

La Iglesia, desempeñando una supuesta función pacificadora, durante parte de la Antigüedad y toda la Edad Media, no sólo amenazó con el castigo eterno a quienes perturbaran su paz (la heredada concepción de la Pax romana), sino que instauró todas las mazmorras, los patíbulos y las hogueras que fueron necesarias para preservar su control y hegemonía, además sacralizó el represivo oficio militar, incluso constituyendo órdenes religiosas que operaban como “compañías” militares, es decir, la Iglesia bendijo la violencia oficial, y le dio patente de funcionamiento a fuerzas civiles y militares, en tanto no entorpecieran su inquisitorial poder, su reino, su distribución de premios y castigos. Eso hacen aún hoy los publicistas de la llamada no-violencia... dicen que así como ayer había que suprimir a las brujas, a los herejes, a los descreídos y a los renegados, la violencia oficial de hoy está establecida para impedir la violencia de los “delincuentes”, de los “terroristas”, de los "bandoleros"; que el monopolio de las armas por parte de los grupos hegemónicos, es lo único que puede garantizar y mantener la paz... comparten que el Estado llame terrorismo a todo aquel juego de miedos y violencias que escape a su monopolio, a la sacralizada violencia de Estado; que la represión oficial, la acción policial y penal, es la solución a toda la problemática social, que no tiene sentido la resistencia ni la rebelión…

Es precisamente contra los rebeldes, no sólo contra la insurgencia armada, sino contra los inconformes, los indignados o simplemente contra los desobedientes, que el poder despliega su violencia; contra los individuos y los grupos sociales que le amenazan y lo hace mediante la utilización de todas sus fuerzas legales e ilegales, legítimas e ilegítimas. En lo que hoy podemos llamar con toda propiedad el Fascismo Democrático o el Demofascismo, que consiste en ese empleo constante y aceptado por las mayorías gregarizadas, de la violencia oficial, del terrorismo de Estado contra los individuo declarados en rebeldía, empleando militares, fuerza policiva, sistema penitenciario, sistema jurídico y legal, procuradurías, fiscalías, contralorías, es decir todo el andamiaje de la llamada estructura democrática, pero también las “fachadas” y simulaciones de esa misma “democracia”, como la de la supuesta “inteligencia militar” que no logra esconder del todo la bestialidad militar, o como la del paramilitarismo, que ya nadie duda que está formado y constituido por los mismos militares…

Esta constante función de control y de regulación ciudadana, va más allá de la represión y la violencia estructurada que hemos señalado, ya que se cumple y complementa también no sólo con la cooptación de los movimientos de protesta a los cuales, más que reprimirlos, se busca integrarlos, estableciéndoles los espacios en que pueden moverse y tendiéndoles supuestos mecanismos de comunicación con el poder, que dice tolerarlos si no se extralimitan.

Todas esas expresiones adocenadas de “protesta” que representan hoy muchos organismos gremiales, sindicales y partidistas, no son más que el “tinglado de la farsa” democratera ya que constituyen una protesta ficticia, una especie de oposición institucionalizada, acomodaticia a los intereses de los sectores dominantes. Además, estas estructuras de poder cuentan con un sinnúmero de actividades de normalización que se cumplen mediante la puesta en marcha de aparatos ideológicos, como el sistema educativo y toda la perversa labor de los llamados medios de comunicación, encargados de retroalimentar la violencia oficial y promover el conformismo, la decepción, la desilusión y el desencanto como expresión de esas huestes de aburridos “demócratas” que aceptan el actual estado de cosas, clamando lloriconamente por la “no violencia”, de los sectores populares, mientras convalidan la violencia oficial…

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