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Corrupción

category iberia | community struggles | opinión / análisis author Monday February 11, 2013 21:58author by Manu García Report this post to the editors

Un pueblo fuerte, organizado, movilizado, alerta en todo momento, consciente, peleando por el rol protagonista que le corresponde y le quieren negar, con una cultura antagónica a la del lucro individual y el “sálvese quien pueda”, es el mejor anticuerpo contra la corrupción. Tanto contra la ilegal como contra la más peligrosa y nociva, la que anida en el núcleo duro del sistema y es su fundamento.
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Los hechos de corrupción hace muchos años que dejaron de ser noticia. No porque hayan dejado de aparecer en las primeras planas, sino porque apenas producen ya sorpresa, de tan habituales que son.

En el sentido común se sigue considerando la corrupción como un asunto principalmente de ética personal (“no hay pan para tanto chorizo”). Sin negar que algo de eso hay, cuando se trata de una cuestión tan extendida no es posible seguir pensando que el problema se reduce a que la política esté llena de ladrones, sino que hay cuestiones estructurales, y culturales, muy presentes en nuestra sociedad, que incentivan la corrupción. Es decir, que si se roba tanto y en tantos sitios por algo será.

Entre otras cosas, porque lo ponen muy fácil para que los vivitos que nunca faltan se animen a lanzarse a ese terreno. En ese sentido, hay normas dentro de la legislación española actual que favorecen la existencia de corrupción: bancarias, de funcionamiento y financiación de formaciones electorales, de fiscalización de cargos de elección popular, de elección del poder judicial, de concesión de obras públicas…

Son normas que tienen su razón de ser. Nos equivocaríamos si pensáramos que la corrupción corroe al sistema. Corroe, sí, las instituciones públicas, feudalizándolas, colocándolas al servicio de intereses particulares, deslegitimándolas, vaciándolas, sangrándolas, orillando procedimientos y estructuras democráticas. Pero es que… de eso se trata: la corrupción es un lubricante que hace funcionar mejor este sistema fundado en la apropiación por parte de una minoría de las palancas de la riqueza generada por una mayoría, y en la negación del protagonismo de dicha mayoría en su gestión y en sus beneficios. En un mundo donde lo que se dice es muy diferente de lo real y donde el “libre mercado” y la competencia son mitos, donde el pez grande se come al chico y donde los buenos negocios se hacen al alero de una fuerte red de influencias y no del esfuerzo o la innovación. Donde lo que importan no son las personas, sino los tantos por ciento.

Entramado jurídico, estructura económica y también ideología hegemónica que los legitima. Y es que los dueños de la riqueza y sus voceros fomentan la ilusión del enriquecimiento fácil, del “emprendimiento” y del ascenso individual en una escala social donde en la cima estarían los “hombres de negocios”, presentándose a ellos mismos como el modelo a seguir. Y cuando esos parámetros se llevan a sus extremos, quebrantando las leyes, forzándolas o interpretándolas creativamente para beneficio propio, y de por medio hay un cargo público o varios, se le llama “corrupción”… de lo contrario, le llaman “éxito”.

Porque no hay que olvidar que la peor corrupción de todas es la corrupción institucionalizada, la corrupción asumida como natural, protegida, fomentada, la que cuenta con todas las de la ley y frente a la cual no hay ningún tipo de amparo. Que entonces no se llama corrupción, sino acciones, bonos, beneficios, cuentas de resultados. Y ahí los políticos van muy a la zaga de los grandes maestros en ese arte, de los verdaderos amos del país, que son quienes marcan la pauta y que en ausencia de contrapesos relevantes modelan conciencias y hacen leyes a su medida ¿Lo de Díaz Ferrán es corrupción o es la forma predilecta de acumulación del empresariado hispano? A la vista del predicamento de que goza en estos círculos, nos inclinamos por la segunda hipótesis.

Con semejantes modelos a seguir y la carta blanca que existe para sus fechorías, no es de extrañar que les salgan imitadores de primera, de segunda y de tercera (porque la gangrena no es cuestión sólo de altas esferas, sino que permea) que aprovechen su situación para reclamar a toda costa y caiga quien caiga una parte en el festín.

Un pueblo fuerte, organizado, movilizado, alerta en todo momento, consciente, peleando por el rol protagonista que le corresponde y le quieren negar, con una cultura antagónica a la del lucro individual y el “sálvese quien pueda”, es el mejor anticuerpo contra la corrupción. Tanto contra la ilegal como contra la más peligrosa y nociva, la que anida en el núcleo duro del sistema y es su fundamento.

Manu García

Columna de opinión publicada originalmente en el número de febrero de 2013 del periódico "CNT"

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