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Mexicanos al grito de guerra. Reflexiones sobre la guerra civil en México

category américa del norte / méxico | la izquierda | opinión / análisis author Sunday September 09, 2012 07:45author by Chk García Report this post to the editors

Y una propuesta de Programa Nacional de Lucha
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A los compañeros de la Convención Nacional contra la imposición

Pasadas las elecciones han quedado en el tintero algunos puntos de vista ante lo previsible con que los acontecimientos políticos se han desarrollado en las últimas semanas. El calendario de arriba continúa su marcha dictada: la imposición pactada de Enrique Peña Nieto como presidente de México. Apenas hace dos meses las elecciones tenían lugar. El fraude había sido anunciado con anticipación. Con los tiempos marcados, hace unos días el Tribunal Electoral desechaba en fast track las impugnaciones de la coalición opositora, Movimiento Progresista. Al siguiente día ese mismo tribunal otorgaría a Peña Nieto la constancia de mayoría necesaria para asumir la embestidura presidencial. Luego, en un acto que confirma el cinismo de la clase política, Felipe Calderón entregó su último informe de (mal)gobierno, no sin antes felicitar a Peña Nieto por su triunfo y posteriormente reuniendose con él, llamando a "todos" los mexicanos a respaldar al próximo presidente. El proceso de imposición continúa, nada ni nadie parece tener el poder de detenerlo. Sin embargo, aun hay incognitas por resolverse.

La Lucha Electoral Prolongada es la estrategia predilecta de la izquierda institucional. De vocación pretendidamente maoísta (por aquello de la estrategia de guerra conocida como Lucha Popular Prolongada), es sin embargo, una teoría presumiblemente contrarrevolucionaria, no tanto por partir del presupuesto socialdemócrata de que hay que llevar adelante una revolución democrático-burguesa gradual, y no una ruptura socialista radical, como porque en esta Lucha Electoral Prolongada (LEP), los actores principales del supuesto cambio gradual no son las masas afiliadas al partido, sino sus dirigentes, "la vanguardia del proletariado", los cuales ante lo prolongado de la lucha, hay que admitirlo así, no hacen sino reproducir y mantener la desigualdad social al interior de sus organizaciones y al interior del estado por medio del clientelismo, el corporativismo, el compadrazgo y la corrupción con tal de que algún día puedan alcanzar el poder. Somos un proletariado sin cabeza -diría José Revueltas, y no la tenemos, porque quienes se presentan como su vanguardia han perdido toda conciencia histórica, toda ética y principios revolucionarios.

Fiel a sus principios políticos, cercanos también a los de la Lucha Electoral Prolongada, AMLO ha convocado a una asamblea informativa para el próximo 9 de septiembre en el zócalo de la ciudad de México tras desconocer el fallo del tribunal electoral que da el triunfo a Peña Nieto. Desde antes de las elecciones, para muchos y para AMLO mismo, era claro que ni el IFE ni las instituciones del estado mexicano tenían ni credibilidad ni legitimidad para realizar unos comicios limpios y democráticos. No obstante, AMLO convocó a votar y a creer en esas instituciones, el mismo se creyó su mentira e incluso firmó un pacto de civilidad bajo el argumento de que iba a ganar. No fue así y ahora es presa de la mala fe con la que mintió al pueblo mexicano jodido. Luego entonces no le ha quedado más que continuar bajo el esquema de la Lucha Electoral Prolongada, más aun porque hay un fuerte sector partidista que lo respaldaba que obtuvo múltiples posiciones políticas en las gubernaturas, y las respectivas cámaras de diputados y senadores que lo están presionando para que se conforme con la derrota, pues hay quienes ganan cuando otros pierden (y vuelven a perder), todo ello dentro de una historia de caudillaje político como factor movilizador de la lucha electorar prolongada, y de la transformación democrático-burguesa que se ha operado en México desde hace varios años, que ha colocado a la izquierda socialdemócrata como segunda fuerza política, esto a decir de la derecha, lo cual evidencía la componenda, pues es claro que la mayoría de quienes votaron por el PT, el MC y el PRD no votaron porque identifiquen a estos partidos como de izquierda o ellos mismos, los votantes, estén autoadheridos ideológicamente a la izquierda, sino por la promesa del cambio verdadero difundida por AMLO, que era algo que daba a muchos motivos para creer en él; amenazó con salvarnos y no ha podido.

Una prueba de lo anterior es que 500 mil panistas y priístas que votaron por el derechista Mancera para el gobierno de la ciudad de México no votaron por AMLO, lo que demuestra, no el voto diferenciado como pretenden hacernos creer sino que el triunfo de quienes ganan -a la izquierda o a la derecha, no es el triunfo de quienes padecemos la opresión abajo, que seguimos esperando que, ahora sí, el candidato de la supuesta izquierda, llame al levantamiento ante la imposición de un dictador, como hiciera Francisco I. Madero en 1910, como parte de una revolución burguesa que hoy debemos dar por concluída para avanzar en un nuevo proceso revolucionario, con nuevos sujetos revolucionarios y nuevas utopías históricas.

Por ello, ninguna sorpresa se espera de esa asamblea informativa a la que ha convocado AMLO, más aun porque sus formas de hacer política son burguesas aun cuando tenga todavía un amplio potencial movilizador que no ha derrochado, como en 2006, en manifestaciones y plantones que concluyeron cuando ese mismo tribunal dio por triunfador a Felipe Calderón, por lo cual, pese a lo que piensan propios y extraños, hoy todavía estaría en condiciones de levantar un fuerte movimiento de oposición para impedir la imposición de Peña Nieto. La gente ha aguantado su rabia y sigue en espera de las indicaciones del líder. No sabemos si AMLO va llamar a esa movilización, pero tampoco lo esperamos, por lo tanto, como hemos dicho, creemos que de él ninguna sorpresa nos espera, confiamos, eso sí, en la rabia de la gente.

Por su parte, el movimiento #Yosoy132, quien también ha estado realizando movilizaciones en contra de la imposición de Peña Nieto, se ha visto preso de su "frescura política" que le impide estar a la altura de las circunstancias, como antes fue preso de los oportunismos políticos, particularmente el de los panistas, que desde dentro de el movimiento operaron y que lo llevaron hacia la indefinición, el inmediatismo y el llamado a respetar las podridas instituciones del estado. Al respecto han surgido distintas voces provenientes de intelectuales -filosofos socialdemocrátas reconocidos- que han sugerido imperativamente al movimiento #yosoy132 se institucionalice y jerarquice como movimiento estudiantil para darle continuidad a su proyecto movilizador ante la imparable imposición de Peña Nieto. Algunas declaraciones por parte de voceros del movimiento hacen pensar que muchos en su interior pretenden seguir esas indicaciones. No debería asombrarnos que alguna fracción del movimiento así lo intentara después del 1 de diciembre, fecha en que tomará posesión Peña Nieto, pese a que ello le restaría capacidad de convocatoria, pues ha sido precisamente su horizontalidad y su diversidad multitudinaria la que lo ha sacado de las universidades, y ha hecho posible que a él se sumen no solamente jóvenes, sino también distintos sectores inconformes con la telecracia mexicana.

De otro lado encontramos un tercer agente movilizador,la Convención Nacional contra la Imposición, la cual aun está en espera de definir sus ejes y su capacidad de convocatoria, pues por mucho esta ha recaído en el movimiento #yosoy132 pese a que entorno a ella se han agrupado más de 200 organizaciones. En la primera asamblea de la convención, realizada en San Salvador Atenco los días 14 y 15 de julio de 2012, cometimos un error metodológico. Este error, posiblemente involuntario, fue el haber discutido, fuera de toda lógica, primero el plan de acción posteriormente la estructura y al final el programa nacional de lucha, cuando debió haber sido al revés, primero discutir el programa nacional de lucha, es decir, los propósitos que nos estaban convocando, posteriormente que tipo de organización íbamos adquirir para lograr esos propósitos, y finalmente, que acciones se tomarían para lograrlos. A pesar de este error, y del notorio protagonismo de un grupo organizador que ya llevaba discutida una ruta de lucha que pretendió imponer, las conclusiones a las que se llegaron fueron un gran avance para definir un movimiento que por su diversidad y experiencia de lucha puede llegar a tener un peso más importante en la lucha contra la imposición y el gobierno de Peña Nieto.

El problema del Programa Nacional de Lucha, es un problema teórico y un problema práctico. Es un problema teórico porque es evidente la confusión entre el común de la gente y de las organizaciones, que toman por igual, programa de gobierno, pliego petitorio, plan de lucha, catálogo de buenas intenciones y programa de lucha, cuando cada uno de estos conceptos tienen significado distinto, con consecuencias prácticas distintas. El lugar donde nos situamos respecto a la autoridad es lo que define básicamente a cada uno de ellos. Expliquemos:

Un pliego petitorio son una serie de reivindicaciones que se exigen y presentan a un interlocutor, generalmente una autoridad superior, el gobierno, el rector, etc. En este sentido, creemos por demás acertado que el movimiento #yosoy132 no haya surgido de la reivindicación de un pliego petitorio porque de muchas maneras su permanencia y trascendencia no depende de que la autoridad cumpla, sino de que se avance en un proceso de organización y de lucha. Muchos hemos aprendido que el poder no está dispuesto a ceder a las demandas populares, incluso a pesar de que se tenga una fuerza representativa que obligue a dialogar/negociar a las autoridades, la traición a la firma de los acuerdos de san andrés y la traición a los dialogos que se sostuvieron con la rectoría durante la huelga estudiantil de 1999, han dejado amplias experiencias sobre ello, pero no son los únicos ejemplos que podríamos mencionar.

Un programa de gobierno está compuesto por una serie de acciones que pretenden tomarse desde el gobierno en base a ciertas ideas, las cuales guiarán la relación de la autoridad con los ciudadanos. Un punto de un programa de gobierno sería por ejemplo, la realización de obras públicas. Nótese que más allá de que los ciudadanos puedan influir en el programa de gobierno, es la autoridad misma quien decide que acciones van emprenderse como parte de su gobierno.

Un plan de lucha es aquel que se plantean una o varias organizaciones y que contiene una serie de acciones que pretenden tomarse en base a ciertas ideas, las cuales construirán la correlación de fuerza para conseguir determinados propósitos. Y sobre este punto queremos recordar que 6 meses de movilizaciones no consiguieron la correlación de fuerzas suficiente para derrocar al dictadorzuelo Ulises Ruiz en Oaxaca, como entonces, en la Convención, se nos ocurrió que con 5 acciones íbamos a impedir la imposición de Peña Nieto, quede claro, pues, que un plan de lucha es un plan de acción, pero obedece a cuestiones tácticas y estratégicas, no al voluntarismo y el inmediatismo.

Un catálogo de buenas intenciones es aquel que contiene todos los buenos deseos que quisieramos tuviera la sociedad del futuro, que si ecológica, que si basada en el amor, etc. Es importante pensar e imaginar como queremos construir una sociedad justa e igualitaria, pero eso no tiene nada que ver con un programa de lucha.

Un programa de lucha (revolucionario), y particularmente un programa nacional de lucha, está definido por una serie de ejes básicos que rigen la acción colectiva e individual. La virtud de un buen programa nacional de lucha es que en el podamos caber todos, individuos, series, grupos y colectivos, y además, que pueda arropar una amplitud y variedad de acciones que podamos emprender para conquistar los objetivos planteados. El programa de lucha no busca sentar a las autoridades a la mesa de negociación; el programa de lucha no es un plan de acción aunque necesite de uno; el programa de lucha no es un catálogo de buenas intenciones; el programa de lucha no es un programa de gobierno. El programa de lucha, parte de un análisis de las condiciones y circunstancias en las que se va emprender un proceso de lucha, proceso al que se busca sumar, más que restar, y para ello se establecen una serie de ejes básicos mínimos que todos y cada uno podamos compartir para movilizarnos en unidad, y que además, al conseguirlos, sienten las bases para el avance del proceso revolucionario.

Esta confusión, que ahora intetamos disolver, fue evidente en las mesas de discusión y en la asamblea general de la Convención Nacional contra la Imposición. Con la diversidad de propuestas que se virtieron pudimos haber elaborado un pliego petitorio, un programa de gobierno, un plan de acción, un catálogo de buenas intenciones y un programa de gobierno, lamentablemente, como toda la energía de los participantes se puso en la discusión del plan de acción, para cuando llegamos a la discusión del programa nacional de lucha, y ante la confusión evidente de lo que es eso, pues no se llegó a ningún acuerdo trascendente al respecto.

Los ejes que nosotros, yo y muchos más, estamos proponiendo contenga un programa nacional de lucha, son las siguientes:

(el orden de importancia puede variar)

1.- Alto a la imposición de Enrique Peña Nieto.
2.- No a las reformas estructurales neoliberales (reforma laboral, reforma energética, etc.)
3.- No a los megaproyectos capitalistas (mineros, urbanos, turísticos, etc.).
4.- Libertad a todxs los presos políticos
5.- Defensa de la madre tierra, el agua y los bienes de la nación.
6.- Reparto agrario
7.- Trabajo, techo, alimentación, salud, educación pública y gratuita, independencia, libertad, democracia, autonomía, justicia y paz
8.- Democratización de los usos y propiedad sobre los medios masivos de comunicación.
9.- Defensa del patrimonio cultural de la nación
10.- Disolución de los cuerpos represivos
11.- Castigo a los genocidas y explotadores del pueblo trabajador mexicano.
12.- Asamblea constituyente, nueva constitución.


Creemos que la consecusión de los ejes propuestos sería un gran avance en el proceso revolucionario que estamos viviendo. Creemos también que enarbolar un programa mínimo de lucha puede aglutinar a distintas organizaciones, tanto campesinas, como obreras, estudiantiles, de maestros, pero también a amas de casa, y demás sectores que componen la población mexicana, a partir del cual podamos crear un movimiento de movimientos, un movimiento revolucionario como se lo proponía la otra campaña, a la cual le faltó, dicho sea de paso, proponer un programa nacional de lucha, tal como se lo había planteado en un principio.

Más allá de la organizacion y plan de acción que se requiere para avanzar en la consecución de un programa de lucha, es preciso también discutir varios conceptos centrales que pueden dar, o no, identidad a ese movimiento revolucionario por el que trabajamos: ¿cuántos mexicanos se necesitan para cambiar méxico? ¿quiénes son mexicanos y qué aspectos definen a la nación mexicana? Dar respuesta a estas preguntas no es cosa fácil, requieren un amplio análisis de la historia de México, que muchos han hecho, entre ellos de manera sobresaliente Guillermo Bonfil Batalla en su México Profundo. No pretendemos resolver esas cuestiones, queremos plantear en cambio algunos puntos que coadyuven a la discusión.

La fragmentación de las identidades, acelerada por los medios de comunicación y particularmente por las redes sociales virtuales, es un hecho evidente, no sólo en México sino en todo el mundo. Por un lado, sin embargo, no debemos olvidar que las identidades de un individuo o una colectividad siempre han sido múltiples, en todo caso, y por otro lado, lo que se ha fragmentado, deteriorado, son los grandes relatos que dieron origen a las identidades nacionales surgidas en el siglo XIX y que tuvieron su mayor auge a mediados del siglo XX. Identidades nacionales que, no obstante el gran peso político e histórico que llegaron a tener y muchas todavía tienen -y por las que se han librado decenas de cruentas guerras en todo el mundo, no surgieron de la noche a la mañana, sino como parte de un conflictivo proceso de definición del yo y del otro, y de los Estados. En latinoamérica y particularmente en México, el surgimiento del Estado sólo pudo darse a partir de la construcción de una identidad nacional, que lamentablemente, para reforzar la hegemonía, control, opresión y explotación del estado, nos fue impuesta a sangre y fuego. Los grandes constructores ilustrados del Estado nación mexicano han sido también unos grandes etnocidas que pretendieron acabar con la diversidad cultural de México en aras de acrecentar su poder, pero que afortunadamente, para quienes hoy vagamos en la hibridación cultural, no pudieron conseguirlo.

El territorio que hoy llamamos méxico siempre ha sido un territorio multinacional. Para cuando llegaron los conquistadores en mesoamérica había un sin fin de culturas y unas cuantas grandes civilizaciones. Hoy la civilización mexicana es un asco y va en franco declive ante la estupidez, cerrazón, ignorancia y cinismo de los grupos hegémonicos que han decidido durante más de un siglo el rumbo histórico de la misma. El colonialismo interno es una pesada carga que ya nadie está dispuesto a llevar. El estado mexicano se ha convertido en un conjunto de instituciones inoperantes para el bienestar de la población, pero efectivas para la corrupción, el saqueo, la represión y la explotación del pueblo trabajador.

Asumirse como mexicano, dentro o fuera del territorio mexicano, significa hasta cierto punto compartir el proyecto etnocida de la oligarquía que nos sigue manteniendo en la opresión y la explotación. No obstante, el concepto de nación es una moneda de dos caras. Para hacer un uso político revolucionario del concepto de nación -como ha pretendido en cierta manera AMLO y no ha podido, debemos conocer hasta que punto el estado y la oligarquía sigue teniendo el control cultural e ideológico sobre la población habitante del territorio mexicano, y hasta que punto lo han perdido, es decir, debemos ver la otra cara de la moneda, para así tomar una identidad propia, una posición definida en la guerra civil que actualmente vivimos.

El estado nación mexicano es producto de la guerra civil. En el siglo XIX, los nuevos estados surgidos de las revoluciones de independencia en latinoamérica, como parte de una revolución hispánica -que desintegró territorialmente y políticamente a la monarquía católica hispánica, se definieron en amplios y cruentos procesos de guerra civil. Pese a la declaratoria de independencia México no vivio etapa de paz en todo el siglo XIX. Durante ese siglo vivimos no solamente la guerra civil de independencia, sino también una invasion yanquis, dos intervenciónes francesas, una prolongada guerra entre liberales y conservadores, que hizo, por fin, nacer a un estado nación mexicano bajo la conducción del dictador Porfirio Díaz, el más grande liberal capitalista mexicano, que impuso 30 años de paz armada, y contra la que se alzó una nueva revolución burguesa, una nueva guerra civil que duró otros 20 años, tras lo cual se alzaría el vetusto edifico estatal que hoy, aunque debilitado, nos sigue oprimiendo. Un millón de muertos, tan solo en la revolución mexicana, da una idea de los miles más que hubo en el siglo XIX como parte de ese periódo de guerra civil que dio a luz al estado nación mexicano.

En 1810 muchos se preguntaban que quedaría tras la desintegración de la monarquía católica hispánica, y lo que quedo fueron los ayuntamientos, las ciudades, los pueblos, sobre las que se levantarón los estados independientes... Hoy, podríamos volver a preguntarnos, qué quedaría si se desintegrara hoy el estado mexicano, y lo que quedaría, es algo seguro, serían los poderes regionales, el autogobierno en las ciudades y los pueblos, la autonomía en las zonas indígenas. Es decir, se abriría un proceso de guerra civil por la reconstrución del estado mexicano. Sin embargo, ese proceso de guerra civil ya está abierto -aunque muchos no lo vean y otros quieran negarlo, y lo ha iniciado la oligarquía que tiene el poder del estado.

Hace 6 años, habiendo la oligarquía adoptado desde los 80's las políticas neoliberales que desmantelaron los pilares (las empresas paraestatales) del estado nación mexicano, y ante la franca la debilidad del mismo ante los poderes regionales, muchos de ellos producto del poder económico de los narcotraficantes (como principal actividad económica regional), Felipe Calderón mando a sus fuerzas armadas a luchar contra esos poderes regionales. Michoacán, Tamaulipas, Guerrero, Sinaloa, Veracruz han sido estados donde las fuerzas armadas han estado sosteniendo duros combates, no podemos negarlo, y no podemos, porque las consecuencias, es decir los muertos, los torturados, los descuartizados, los presos están a la vista de todos. Una tarea en la que el poeta Javier Sicilia y el movimiento por la paz con justicia y dignidad han contribuido enormemente, razón por la que se les sigue atacando injustificadamente.

El problema de la guerra civil, y por eso el gobierno se niega a reconocerla como tal -de ahí los ataques contra Sicilia y la simulación para con las víctimas, es que es una guerra entre hermanos, una guerra entre connacionales, una guerra entre mexicanos. Porque tan mexicanos son los narcos, como tan mexicano es calderón, como tan mexicano es Sicilia. El punto central de la estrategia guerrerista del gobierno, que es de vida o muerte para el estado mexicano es que se ha intentado de nueva cuenta construir en el imaginario popular un enemigo contra el que resulte legítimo luchar con las armas. Ese enemigo, según Felipe Calderón y el gobierno, son hoy los narcos, pero antes también fueron los comunistas -durante la guerra civil que se vivió desde los 60's y hasta los 80's, y que también dejo miles de muertos, encarcelados y desaparecidos; años antes fueron los cristeros, y mucho antes, siempre, los indígenas.

Esa estrategia, sin embargo, no ha funcionado, ni en todas las capas sociales, ni en todas las regiones de México, ni al gobierno ni a otros actores políticos. AMLO hace 6 años intento que los votantes identificaran a un enemigo, que el definió como la mafia en el poder. La oligarquía lo atacó duramente e impusieron su presidente; en las pasadas elecciones AMLO reculó, y salió con que México debía ser construído en base al amor, la reconciliación y hasta ofrecía una mano franca a la oligarquía que antes lo había atacado. Se equivocó. Si hubiera continuado con su discurso de lucha contra la mafia en el poder hoy muchos tendrían por seguro que la mafia en el poder es el gran problema del estado mexicano, pero no fue así, sino que hasta firmó un pacto de civilidad. Su construcción de enemigo se disolvió y hoy hasta de mal perdedor ha quedado AMLO.

Sin embargo, al mismo tiempo es claro que Peña Nieto ha llegado a la silla presidencial siendo parte de un estado fallido, con una clase política cínica y corupta, unos medios de comunicación que se creen la mamá de tarzán, con un pueblo trabajador harto del colonialismo interno, una jodida clase media indignada, a lo que habríamos de sumarle, una costosa guerra civil (contra los narcos) que nadie termina de ganar, una crisis económica mundial, un intervencionismo gringo en auge por varias regiones del país, y varios actores sociales que han decidido luchar contra la imposición, aunque, por supuesto, también están los que van a defender el estado de derecho, no solamente los cuerpos represivos, sino también los paramilitares.

Quisiéramos ser mayas, seris, zapotecos, michoacanos, veracruzanos, para desde esa identidad luchar contra el etnocida estado mexicano y la oligarquía trasnacional que nos explota, pero no lo somos, no todos los somos. En cambio tenemos algo que compartimos con todos ellos y con muchos otros, una historia común de opresión, represión, desprecio, explotación y un patrimonio cultural que nos pertenece a todos y a todas por igual. Ese relato desde abajo es un relato que nos construye como mexicanos dignos, rebeldes, trabajadores. Es un relato que debemos enarbolar para tomar posición en esta guerra civil que vivimos en territorio mexicano.

Muchos quieren colgarse de lo mexicano para reinvindicar su poder y riqueza. No importa que lo hagan, el juicio de la historia los desenmascarará como lo que son, como los opresores y explotadores de los mexicanos, del pueblo trabajador mexicano, porque si de algo estamos seguros es que el capital y los capitalistas no tienen ni patria, ni madre (nación).

La patria (el estado mexicano) está herida y lo celebramos con gusto. Hace falta darle la estocada final. Para ello, llamamos a todos a enarbolar un Programa Nacional de Lucha, desde abajo y a la izquierda. El futuro es nuestro.

Mexicanos al grito de guerra, abajo y a la izquierda

Chk García


Septiembre 2012

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