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Políticas del absurdo: el plan “Estadio seguro” y la seguridad pública

category bolivia / peru / ecuador / chile | crime prison and punishment | opinión / análisis author Wednesday April 25, 2012 06:06author by Felipe Ramírez Report this post to the editors

Columna de opinión de Felipe Ramírez, secretario general de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile y militante del Frente de Estudiantes Libertarios (FEL).
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Las políticas de seguridad han llegado a su nivel más alto de locura con el llamado plan “Estadio seguro”, que prohibiendo el estar de pie, el ingreso de lienzos, bengalas, bombos y hasta el papel picado, busca en teoría detener la “violencia en los estadios” mediante la desintegración de las llamadas “barras bravas” y la sanción sistemática a los dirigentes de los “clubes” o sociedades anónimas deportivas que mantengan relaciones con las mismas.

En el papel, el plan parece positivo, sin embargo, si cruzamos un poco la primera impresión y revisamos las consecuencias y los precedentes que sienta, la situación se torna un poco más compleja. ¿Qué es lo realmente peligroso de las barras de fútbol, que se busca con tanto ahínco al desarmarlas con la excusa de la violencia?, porque el período de violencia en el fútbol chileno fue en la década de los 90 y lo que hoy podemos ver por la televisión dista mucho de lo que pudimos ver en esos tiempos.

Entonces, nuevamente ¿qué se pretende conseguir con este plan que tanto impacto mediático ha tenido, con escenas ridículas como cuando la bandita de Magallanes no pudo entrar al estadio porque sus instrumentos podían ser herramientas subversivas? Luis Thielemann ya mencionaba en una reciente columna en la página Red Seca sobre el tema, la necesidad del “lumpen-propietario” que asaltó los clubes de fútbol al alero de las sociedades anónimas, de salvar su imagen en medio de un “negocio” en el que evidentemente no todos pueden ganar, utilizando a las barras como el chivo expiatorio de que la familia se haya “alejado del estadio”, cuando la realidad es que la gente no va al estadio porque la calidad del espectáculo es deficiente.

El nexo entre barras organizadas y violencia en los estadios es bastante cuestionable, en la medida en que como Thielemann mencionaba en su ya citada columna, muchas veces Carabineros cumple un rol de directo provocador o incitador de incidentes en los estadios del país. La prepotencia con la que las fuerzas de seguridad se manejan en los alrededores de los estadios, golpeando, empujando, impidiendo la entrada muchas veces sin justificación a los hinchas, colabora bastante en los ambientes de tensión que a veces explotan en escenas de violencia. Es indudable que existe violencia en los estadios o en sus alrededores, pero nada demuestra que sea en mayores medidas que la existente en las poblaciones del país, en las mismas protestas que hemos podido ver en las calles de nuestras ciudades durante todo el 2011, entre bandas de narcotraficantes etc…

¿Qué provoca en las autoridades esta necesidad de disolver por decreto las hinchadas organizadas, y prohibir elementos como lienzos y bombos, que hasta hace poco tiempo lograban transformar un partido de fútbol en una fiesta? El estadio, la barra, el tablón, son figuras y espacios que no se rigen por la racionalidad y el orden, sino que tienen como elemento central el disfrute, el dejarse llevar por las emociones, el gozo, y estamos ante un intento de disciplinar uno de los pocos espacios en donde las masas pueden dejarse llevar libremente, y con el solo afán de maximizar las ganancias (meras rentas) de los empresarios que se han hecho con el control de los antiguos clubes deportivos.

Como ya mencionaba Aldo Schiapacasse en una columna publicada en El Mercurio hace un tiempo, la ilusión de sociedades anónimas con pequeños accionistas fue rápidamente eliminada en pos de la monopolización del mercado por parte de grandes empresarios, que buscan por sobre todo aumentar sus beneficios, lo que en este caso se corresponde con ordenar una afición desordenada, indisciplinada, con sus propios códigos, estructura, valores y normas, reduciéndolo a un mero espectáculo privado e individual, eliminando su naturaleza social y de masas. Ante esta necesidad, el Estado ataca a través de sus herramientas preferidas, la policía actuando como brazo armado del empresariado y una legislación que regula hasta en la más mínima expresión el cómo cada uno debe desenvolverse en un espacio en el que hasta hace poco, uno podía sentirse un poco más libre de lo que se es en la vida cotidiana.

No podemos olvidar tampoco que las barras fueron durante dictadura un escenario de protesta, en el cual los hinchas eran libres de cantar el tan famoso “y va a caer…” sin temor a que la CNI o las fuerzas de seguridad pudieran dar con ellos tan fácilmente. Esa posibilidad de reclamo desaparece en esta “democracia” en donde la policía reprime la aparición de lienzos en apoyo a causas sociales como la lucha de sectores del pueblo mapuche, o en apoyo a las demandas estudiantiles. Por otro lado, en la última elección, y tal como el diputado Ascencio lo demostró en su intervención en la Cámara de Diputados cuando se discutió este tema, los mismos líderes ahora repudiados eran la cantera de “brigadistas” para las campañas de los partidos políticos, ¿por qué ese cambio entonces en la visión de las barras?

Hoy por decreto se puede generar un peligroso precedente para el movimiento popular: la prohibición, por decreto, de una forma concreta de organización social. Si bien las barras de fútbol no son eje de la política de las organizaciones políticas o eje de cambio social en el mundo occidental, no se puede olvidar que en Egipto las barras cumplieron un papel importante en la lucha contra el régimen de Mubarak, siendo una fuerza de choque de las fuerzas revolucionarias en las manifestaciones callejeras enfrentándose a la policía.

Pero más allá de eso, el peligro que se incuba en una política populista como esta, que busca de cara a las cámaras de televisión intentar lavar la imagen de un gobierno que hasta en medios internacionales de la derecha es calificado de inepto, está ahí y tenemos que enfrentarlo. No podemos olvidar que en dictadura, cuando prácticamente no había espacios en donde la izquierda pudiera refugiarse de la represión, fueron organizaciones simples, como clubes de barrio, los que sirvieron de espacio en el que los militantes pudieron “capear la tormenta”.

Detener este tipo de iniciativas se torna urgente ante un gobierno que complementa una “Ley Hinzpeter” y una represión en la calle con un intento de ilegalizar por detrás una forma de organización social, y que al mismo tiempo construye una base de entrenamiento bajo el mandato de las fuerzas militares de E.UU. en Concón para, miren que casualidad, entrenamiento de tropas en combate urbano.

Estamos ante una ofensiva represiva del Estado en diferentes planos, tanto legislativo, en el que se busca generar nuevas herramientas que permitan frenar el auge de movilizaciones sociales a nivel nacional sin necesidad de ceder ante las demandas populares en conjunto con la prohibición de organizaciones sociales y el entrenamiento de tropas de combate en lucha en ciudades. Según el periódico “El Ciudadano” en su última edición, a esto debe sumársele la autorización por parte del Ministerio de Defensa a las fuerzas armadas estadounidense de intervenir en el país en caso de que el ejército o las fuerzas de seguridad locales se vieran superadas por algún acontecimiento.

Frente a esta realidad el movimiento social debe saber reaccionar y avanzar. Y con esto no me refiero con que se debe discutir y proponer proyectos de ley que regulen las “formas de represión”, nada más lejos a mi intención. Pero si se debe reflexionar el cómo nosotros logramos detener las políticas represivas, y por sobre todo, tensionar el actual rol que las fuerzas armadas y de orden cumplen en el país. ¿Debemos seguir consintiendo que sean guardianes clave de los privilegios económicos de una minoría, sea esta el empresariado del Jumbo que teme a una huelga, o dueños de un club de fútbol que debe salvar su funesta inversión en una sociedad anónima? ¿Existe alguna alternativa que nos permita detener esta escalada represiva y plantear una alternativa a cómo hoy entendemos el “orden público”, contrapuesto a la necesidad clara de los explotados y oprimidos de manifestarnos y luchar por nuestros derechos conculcados?

La prohibición de las barras de fútbol hoy, puede traducirse en un ataque en el futuro a otras formas organizativas que sean más peligrosas para el modelo. Frente a esta situación, no podemos continuar mirando desde el costado mientras se fragua una ofensiva anti popular cuyos costos pueden hacernos retroceder lo poco que se ha avanzado en construcción de organización popular desde los noventa. Y esperemos que en este caso particular, el triunfo de una perspectiva popular nos permita mantener vigente esa imagen que surge de Los Miserables: “Desde la barra y el humo multicolor saldrán cantos como un solo corazón (…), somos hinchada en las buenas y en las malas, familia con el mismo corazón, a esa bandera que nos hace emocionar, este próximo domingo volveremos a alentar”.

Felipe Ramírez

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