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Thursday April 12, 2012 00:04 by Juan Cendales
Cuando en la tarde del pasado martes los diez militares descendían del avión brasileño que los trajo desde las selvas donde estuvieron cautivos durante un poco más de doce años, Colombia parecía estar cerrando uno de los capítulos más duros de la violencia política de estos cincuenta años de confrontación armada. Los diez hombres eran los últimos de más de un centenar de uniformados que cayeron cautivos a manos de las FARC en diversas acciones militares en los años 90, época de granes victorias militares de la guerrilla. El resto de prisioneros ya habían sido liberados, rescatados, uno de ellos murió en cautiverio y otro se fugó. Unos los llamaban retenidos, otros rehenes y otros secuestrados. Después de muchos sufrimientos se fundieron en un abrazo con sus seres queridos. No podemos decir sin embargo que el drama de estos militares y sus familias haya terminado. Una década de cautiverio en la selva deja secuelas físicas y síquicas que pueden ser irreparables. La alegría desbordante del reencuentro suele seguir de separaciones traumáticas. Adaptarse a la sociedad no es fácil y así como el gobierno los ignoró durante tantos años tampoco tiene planes para sus procesos de recuperación. En las filas militares serán despreciados y mirados como traidores, cobardes y hasta de infiltrados de la guerrilla. Ha terminado una parte del drama. Ahora siguen otros. Esperemos que sean los últimos militares en vivir esta situación. La guerrilla anunció hace ya varios días que no volverá a utilizar el secuestro como herramienta política o financiera. Esta liberación es resultado de una ardua lucha de los familiares de los militares y de las organizaciones y personas que trabajan por la paz en Colombia y del apoyo internacional que han tenido. Durante todos estos años tanto el ex presidente Uribe como Juan Manuel Santos, ayer ministro de Defensa y hoy presidente, abandonaron en el olvido y el desprecio a quienes cayeron cautivos defendiendo al régimen. Los Altos Mandos militares rechazan por principio estas liberaciones y siempre buscaron sabotearlas. Preferían acciones militares sin importar que en ellas perdieran la vida los cautivos. Estas liberaciones se producen, hay que repetirlo, en contra de la voluntad del gobierno y se dilató en el tiempo por los obstáculos oficiales. En su soberbia militarista sienten que las liberaciones son una derrota a sus proyectos de guerra y de tierra arrasada. Por eso el presidente Santos tras un lacónico reconocimiento del gesto de la guerrilla vuelve a decir lo de siempre. Que no es suficiente. Y tiene razón. No es suficiente. Estas liberaciones humanitarias solo pueden ser peldaños hacia el logro de la paz, esa batalla tan larga y tan dura como la de las mismas liberaciones. No es suficiente porque nada dice el gobierno de las miserables condiciones en que se encuentran los presos políticos en las cárceles. Más de nueve mil presos políticos de los cuales menos de un millar son insurgentes. La mayoría son civiles acusados o juzgados arbitrariamente de rebelión dentro de la criminalización de la protesta social y política. El gobierno pretende desconocer su existencia. De esto ya les conocemos. En 1979 el presidente Turbay Ayala dijo que en Colombia no había torturas. Que la gente se auto torturaba. No es suficiente porque nada dicen de los cincuenta mil desaparecidos. No es suficiente porque los militares bajo el mando de Santos continúan secuestrando jóvenes y asesinándolos para presentarlos como guerrilleros dados de baja en combate. Porque los paramilitares siguen masacrando y amenazando. No es suficiente porque siguen asesinando sindicalistas, campesinos, indígenas y afrodescendientes. |
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