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Un genocida gobernará Guatemala

category américa central / caribe | community struggles | non-anarchist press author Tuesday November 08, 2011 21:10author by Silvia Piris - Alternativa Report this post to the editors

A casi 25 años de los Acuerdos de Esquipulas y a 15 de la desmovilización de la insurgencia guatemalteca tras el Acuerdo de Oslo, la situación de los pueblos en Centroamérica en general y en Guatemala en particular, lejos de mejorar, ha empeorado. El dominio de los más ricos se ha afianzado, siguen las masacres contra campesinos y avanza la descomposición social.
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Una vez celebrada la segunda vuelta del proceso electoral, y una vez conocida la victoria del General Otto Pérez Molina, la noticia principal no es que la derecha se aúpa al poder en Guatemala. Nunca dejó de estar allí. Además, ambos candidatos eran fieles defensores de un Estado limitado en derechos -que no en represión-, marcado por la impunidad y la violencia -el caso de la violencia machista es especialmente grave-; un Estado que propugna un modelo socioeconómico extractivista, excluyente y ultraliberal, y que niega de manera sistemática los derechos de las clases populares, así como la plurinacionalidad del territorio.

Sí, es cierto, el grado de ambigüedad de ambos contendientes ha sido diferente: mientras Pérez Molina hablaba sin ambages de mano dura y de un modelo basado en las concesiones mineras y de otros bienes primarios a las transnacionales, Baldizón proponía una agenda de picoteo, mezclando en su programa la posibilidad de organizar un mundial de fútbol con la idea de establecer una decimoquinta paga, a la vez que recortaba los impuestos en base a un impuesto único personal –en uno de los países con la presión fiscal más baja del mundo-. Como lo oyen.

Por lo tanto, como decimos, la derecha en el poder no es el asunto. La noticia está en que será un genocida, el militar responsable de la política de tierra arrasada durante el conflicto armado en el Departamento del Quiché, quien tomará las riendas durante cuatro años del poder ejecutivo guatemalteco. ¿Y cómo puede ser -nos preguntamos- que el mismo pueblo que sufrió su violencia y represión lo elija ahora como presidente? Pues empezamos respondiendo que esta realidad se debe a que Guatemala es realmente un Estado fallido, donde la impunidad campa a sus anchas, y donde no existen derechos de las personas ni de los pueblos; donde casi nadie en las clases populares cree en los procesos electorales como estrategias de cambio; continuemos respondiendo que la violencia actual, aunque bajo otro prisma, sigue siendo igual de protagonista que lo era en los tiempos del conflicto armado; y, finalmente, hablemos de la estrategia de campaña del futuro presidente –una campaña que empezó hace 4 años-, en la que, gracias entre otras cosas a sus vínculos con la represión y con la economía ilegal, azuzó la ingobernabilidad a través de un aumento de la violencia sistemática, dentro de una lógica de yo “controlo la violencia, nadie pude pararla, sólo yo puedo, porque la puedo generar”.

Ante esta nueva coyuntura, y ante la irrelevancia demostrada por los procesos electorales, la única alternativa constructiva y legítima pasa por la necesaria articulación de los movimientos sociales y comunitarios en torno a una agenda amplia y multidimensional, que aglutine indígenas, campesinado, comunidades, feministas, trabajadores y trabajadoras. Una agenda que permita plantear en clave política una estrategia de confrontación con el modelo hegemónico vigente. De esta manera, la unidad de acción, el entendimiento mutuo, y la articulación real de agendas sectoriales diversas, son los grandes retos que tiene la izquierda social por delante.

¿Y desde Europa, qué? ¿Qué debe hacer la izquierda europea ante esta nueva tesitura? Por supuesto, se deben estrechar al máximo los lazos de solidaridad –no confundir solidaridad sólo con cooperación internacional-. Así, debemos participar en la generación y fortalecimiento de alianzas con dichos movimientos sociales guatemaltecos, desde apuestas comunes y luchas compartidas; debemos vigilar y denunciar la labor de nuestras transnacionales en Guatemala, con un impacto social, económico y ecológico tan dañino; y debemos enfrentarnos conjuntamente a los Acuerdos de Asociación (ADA), entre Centroamérica y la UE, que apuestan por un modelo de capitalismo salvaje.

El General ha vuelto, el genocida regresa con banda presidencial. General, tenga usted bien claro que tendrá enfrente a la izquierda de aquí y de allá, no le tenemos miedo.

author by La Jornadapublication date Thu Nov 10, 2011 05:07author address author phone Report this post to the editors

Acosada por la injusticia social inveterada, por una corrupción imparable y por una ola de violencia delictiva en la que confluyen factores internos y externos, como el combate al narcotráfico impuesto por el gobierno de Washington en México, Centroamérica y Colombia, la ciudadanía guatemalteca entregó ayer el mando del país al general Otto Pérez Molina, del Partido Patriota (PP), en una segunda vuelta electoral caracterizada por la desesperanza y la ausencia de propuestas alternativas al modelo de subdesarrollo que impera en el vecino país desde hace décadas.

Con un programa de mano dura contra la delincuencia, que repite en buena medida las fórmulas contrainsurgentes aplicadas por las dictaduras militares en décadas pasadas, Pérez Molina obtuvo un amplio margen sobre su competidor, el empresario Manuel Baldizón, un populista de derecha caracterizado por sus propuestas confusas y contradictorias y sus antecedentes como forjador de una fortuna empresarial oscura y cuestionable. Ninguno de los dos presentó, en el curso de sus respectivas campañas, ideas coherentes para resolver la marginación, el desempleo, la impunidad fiscal de los más ricos, la opacidad administrativa y otros problemas que configuran la problemática tradicional de la nación centroamericana.

De esta manera, al final de la administración del socialdemócrata Álvaro Colom, a cuyo partido se le prohibió que presentara como candidata presidencial a Sandra Torres, ex esposa del aún mandatario, el poder en Guatemala regresa al estamento militar-empresarial que ha dominado el país desde mediados del siglo pasado y que, cuando lo ha perdido formalmente por breves periodos, ha tenido la capacidad de someter a las instituciones para preservar privilegios, injusticias e impunidad.

El caso de quien despachará como próximo presidente es paradigmático: Otto Pérez Molina hizo carrera en el ejército coordinando masacres de civiles en comunidades campesinas, torturando y asesinando a guerrilleros reales o presuntos. Hay documentos filmográficos que lo muestran, de pie junto a los cuerpos de sus víctimas, explicando con frialdad los métodos reglamentarios utilizados en la guerra sucia emprendida por los regímenes militares, que causó más de 200 mil muertos. Existen documentadas investigaciones que lo vinculan con el asesinato del obispo Juan Gerardi, quien, tras los acuerdos de paz de 1996, emprendió una exhaustiva investigación de los crímenes de lesa humanidad perpetrados por los militares en los años previos. Pero, a diferencia de su antiguo superior, el general Efraín Ríos Montt, quien hace unos años fue inhabilitado como candidato presidencial por su responsabilidad en el genocidio, Pérez Molina consiguió presentarse a los comicios.

A la vista de sus antecedentes, el triunfo electoral de Pérez Molina es una tragedia para la institucionalidad guatemalteca, un triunfo de la impunidad y un riesgo de agudización de la violencia en el país vecino. Cabe esperar que la vigilancia social sobre su gobierno y los contrapesos institucionales sean capaces de impedir que el general eche mano, en su prometida lucha contra la delincuencia, de los métodos que aprendió cuando, con el grado de mayor, destruía pueblos en el noroccidente de Guatemala.

 
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