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Mijail Bakunin: Carta a Ruge, mayo de 1843

category internacional | historia del anarquismo | opinión / análisis author Sunday October 16, 2011 05:42author by Bakunin Report this post to the editors

Introducción y traducción del alemán de Tobías Goetzfried y Diego Paredes Goicochea

Esta carta de Bakunin a Ruge, originalmente escrita en alemán en mayo de 1843, fue posteriormente publicada en 1844 en los Anales franco-alemanes (Deutsch-französische Jahrbücher), periódico radical dirigido por Arnold Ruge y Karl Marx. Bakunin conoció a Ruge en 1841 y por su intermediación se introdujo en las discusiones de la izquierda hegeliana. En 1840, el joven aristócrata ruso había decidido abandonar su confortable vida en la hacienda de Premoukhino para emprender una carrera filosófica en Berlín. En ese momento, su viaje era, de un lado, una lucha contra los límites de la realidad rusa y, de otro, un modo de encontrar un lugar útil en la sociedad como profesor universitario, sin necesidad de recurrir a una plaza estatal o militar. A sus 26 años, Bakunin estaba convencido de que la Universidad de Moscú no tenía mucho que ofrecerle en términos de su formación filosófica y que sólo sus estudios en la Universidad de Berlín le permitirían adquirir la preparación suficiente para retornar a su tierra natal con el propósito de ocupar una posición respetable.
Mijail Bakunin en la década de 1840
Mijail Bakunin en la década de 1840


Mijail Bakunin: Carta a Ruge, mayo de 1843

Introducción y traducción del alemán de Tobías Goetzfried y Diego Paredes Goicochea

Introducción

Esta carta de Bakunin a Ruge, originalmente escrita en alemán en mayo de 1843, fue posteriormente publicada en 1844 en los Anales franco-alemanes (Deutsch-französische Jahrbücher), periódico radical dirigido por Arnold Ruge y Karl Marx. Bakunin conoció a Ruge en 1841 y por su intermediación se introdujo en las discusiones de la izquierda hegeliana. En 1840, el joven aristócrata ruso había decidido abandonar su confortable vida en la hacienda de Premoukhino para emprender una carrera filosófica en Berlín. En ese momento, su viaje era, de un lado, una lucha contra los límites de la realidad rusa y, de otro, un modo de encontrar un lugar útil en la sociedad como profesor universitario, sin necesidad de recurrir a una plaza estatal o militar. A sus 26 años, Bakunin estaba convencido de que la Universidad de Moscú no tenía mucho que ofrecerle en términos de su formación filosófica y que sólo sus estudios en la Universidad de Berlín le permitirían adquirir la preparación suficiente para retornar a su tierra natal con el propósito de ocupar una posición respetable.

Su llegada a Berlín el 25 de julio de 1840 estuvo marcada por la triste noticia de la muerte de Nicholas Stankevitch. Bakunin había pertenecido a su círculo y en él se había iniciado en la filosofía, justo después de abandonar la carrera militar a la que, en principio, lo había destinado su familia. “Conocer a Stankevitch me salvó”, dice Bakunin, “este acontecimiento marca una época, un punto de inflexión en mi vida” (Leier 2009, 65). En el círculo autodidacta de Stankevitch, Bakunin conoció el idealismo alemán y leyó con dedicación y pasión a Kant, Schelling, Fichte y Hegel. Ya en Berlín, comenzó sus estudios con Karl Werder, un hegeliano de derecha, que representaba para el joven ruso “la unión viva y libre entre la ciencia y la vida” (Grawitz 2000, 91). En esa época, Bakunin entabló una gran amistad con Iván Turgueniev y conoció poco después a Bettina von Arnim, antigua amiga de Beethoven y Goethe. Además, en compañía de Engels y Kierkegaard, asistió con gran expectativa, en el otoño de 1841, a los cursos de Schelling, quien había sido llamado a Berlín para contrarrestar la fuerte –y sin duda peligrosa– influencia hegeliana.

La carta que Bakunin le escribe a Ruge en mayo de 1843 debe ser leída, entonces, en el contexto de este encuentro, y posterior desencuentro, con el idealismo alemán. En 1842 Bakunin se dedica al estudio de la Ciencia de la lógica de Hegel y escribe, bajo el seudónimo de Jules Élysard, el artículo “La reacción en Alemania”, publicado en los Anales alemanes para la ciencia y el arte de Arnold Ruge. En este texto, el pensador ruso –que por esa época todavía no se consideraba anarquista[1]– evidencia los límites de la filosofía y sella su abandono de la teoría a favor de la práctica revolucionaria. Este texto, junto con su posterior artículo “El comunismo”, publicado en 1843 en El republicano suizo, y las cartas a Ruge de ese mismo año, dan cuenta de un importante viraje en la vida de Bakunin. El inicial entusiasmo con el idealismo alemán en el que, según sus propias palabras, se sumergió “de forma exclusiva, casi hasta la locura” (Bakunin1976, 43), se convierte pocos años después en la búsqueda de la acción y de la vida. Paradójicamente es Berlín –la ciudad que debía alejarlo de la política– el lugar que le permite curarse poco a poco de la dolencia filosófica. Como lo menciona en la Confesión al zar Nicolás I: “A fin de cuentas fue la propia Alemania la que me curó de la enfermedad filosófica que en ella predominaba; después de haber estudiado más de cerca los problemas metafísicos no tardé en convencerme de la nulidad y de la vanidad de toda metafísica: yo buscaba en ella la vida, pero no contiene sino muerte y hastío; buscaba la acción y ella es la inactividad absoluta” (Ibid, 44).

Este desencanto con la filosofía, que inmediatamente se convirtió en una conquista de la libertad por medio de la acción, se expresa también en su carta de mayo a Ruge. Su nueva pasión por los demócratas y los socialistas franceses se opone al “orgullo metafísico”, la “teoría erudita” y la soberbia filosófica de Alemania. La teoría sólo “puede estar segura en el corazón del pueblo” y ahora lo que importa es la difusión del pensamiento político en todos los círculos la sociedad. Por eso, es a partir de este momento que Bakunin toma la crucial decisión de consagrar su vida a la liberación del pueblo.

***

Para la presente traducción nos hemos servido de la carta publicada en alemán en la sección Ein Briefwechsel von 1843 de los Deutsch-französische Jahrbücher. Se consultó también la traducción francesa de Jean-Christophe Angaut (Angaut 2007) y la traducción castellana de Wenceslao Roces (Marx 1982).

***

B. a R.


Isla de San Pedro, en el lago de Bienne, mayo de 1843

Su carta de Berlín me fue entregada por nuestro amigo M[arx]. Parece que usted se ha desanimado con respecto a Alemania. Usted ve sólo a la familia y al filisteo, encerrado entre sus cuatro paredes con todos sus pensamientos y deseos, y no quiere creer en la primavera que lo sacará de su encierro. Querido amigo, no pierda la fe, sobre todo no usted. Tenga en cuenta que yo, el ruso, el bárbaro, no renuncia a ella, no renuncio a Alemania. Y usted que se encuentra en el centro de su movimiento, que ha vivido sus comienzos y fue sorprendido por su auge, ¿quiere condenar a la impotencia a aquellos mismos pensamientos que usted antes, cuando éstos no habían sido puestos a prueba, creía capaces de todo? ¡Oh, lo concedo, todavía falta mucho para que se celebre el 1789 alemán! ¿Cuándo no han estado atrasados por siglos los alemanes? Pero, esa no es una razón para cruzarse ahora de brazos y desesperarse cobardemente. Si hombres, como usted, ya no tienen fe en el futuro de Alemania, ya no quieren moldearlo, ¿quién tendrá entonces fe, quién actuará? Escribo esta carta en la isla de Rousseau, en el lago de Bienne. Usted sabe que yo no vivo de quimeras ni de frases vacías, pero me estremece pensar que justo hoy, cuando le escribo a usted sobre semejante asunto, soy conducido a este lugar. Oh, con certeza mi fe en la victoria de la humanidad sobre los curas y los tiranos es la misma fe que el gran exiliado vertió en millones de corazones y trajo consigo hasta aquí. Rousseau y Voltaire, estos inmortales, se rejuvenecen, celebran su resurrección en las cabezas más talentosas de la nación alemana: un gran entusiasmo por el humanismo y por el Estado, cuyo principio es ahora por fin, realmente, el ser humano; un odio ardiente contra los sacerdotes y su ensuciamiento descarado de todo aquello que es humanamente grande y verdadero penetra de nuevo el mundo. La filosofía desempeñará otra vez el papel que desempeñó tan gloriosamente en Francia; y no es una prueba contra ella que su poder y su carácter terrible devinieran claros para los enemigos antes que para sí misma. Ella es ingenua y no espera en principio ningún combate ni ninguna persecución, ya que toma a todos los seres humanos por seres racionales y se dirige a su razón, como si ésta fuera su señor absoluto. Es perfectamente natural que nuestros adversarios, que tienen el descaro de declarar: “nosotros somos irracionales y queremos permanecer como tales”, inauguren la lucha práctica, la resistencia contra la razón a través de medidas irracionales. Esta situación sólo prueba el poder superior [Übermacht] de la filosofía; este griterío contra ella es ya la victoria. Voltaire dijo alguna vez: «Vous, petits hommes, revêtus d’un petit emploi, qui vous donne une petite autorité dans un petit pays, vous criez contra la philosophie?»[2]. En lo que concierne a Alemania, vivimos la época de Rousseau y Voltaire y “aquellos entre nosotros que son lo suficientemente jóvenes para poder recoger los frutos de nuestro trabajo verán una gran revolución y un tiempo en el cual valga la pena haber nacido”. También podemos repetir estas palabras de Voltaire sin el temor de que ellas sean menos confirmadas por la historia la segunda vez que la primera.

En este momento, los franceses son todavía nuestros maestros. Desde el punto de vista político, tienen una ventaja de siglos. ¡Y lo que se sigue de todo esto! ¡Esa enorme literatura, esa poesía viva y ese arte edificante, esa formación y espiritualización de todo el pueblo, son todas condiciones que sólo comprendemos desde lejos! Tenemos que recuperar el tiempo perdido, tenemos que darle látigo a nuestra arrogancia metafísica, la cual no inspira al mundo, tenemos que aprender, tenemos que trabajar día y noche para llegar a vivir como seres humanos entre seres humanos, para ser libres y hacer libres. Tenemos que –no me cansaré de repetirlo– tomar posesión de nuestra época a través de nuestros pensamientos. Al pensador y al poeta les es concedido anticipar el futuro y construir, al interior del caos de decadencia y putrefacción que nos rodea, un nuevo mundo de libertad y belleza.

Y frente a todo esto, iniciado en el secreto de los poderes eternos, que dan nacimiento desde su seno a la nueva época, ¿quiere usted desesperarse? Si se desespera de Alemania, no se desespera sólo de sí mismo, sino que renuncia al poder de la verdad a la cual usted se ha consagrado. Pocos seres humanos son suficientemente nobles para entregarse completamente y sin reservas al tejido y a la acción de la verdad liberadora. Pocos son capaces de comunicar a sus contemporáneos este movimiento del corazón y de la cabeza. Pero aquel que alguna vez ha conseguido llegar a ser la voz de la libertad y cautivar al mundo con sus sonidos magníficos, tiene de la victoria de su causa una garantía que otra persona sólo puede alcanzar con el mismo trabajo y el mismo éxito.

Ahora lo admito, tenemos que romper con nuestro propio pasado. Fuimos derrotados, y aunque sólo fuera la fuerza bruta la que se interpusiera en el camino del movimiento del pensamiento y de la poesía, dicha brutalidad habría sido imposible si no hubiéramos llevado una vida aislada en el cielo de la teoría erudita, si hubiéramos tenido al pueblo de nuestro lado. No hemos justificado su causa ante él mismo. Diferente fue el caso de los franceses. Se habría reprimido también a sus libertadores si hubiera sido posible.

Sé que usted ama a los franceses, que siente su superioridad. Esto es suficiente para seguir su ejemplo y alcanzar su nivel, tratándose de una voluntad fuerte y una causa tan grande. ¡Qué sentimiento! ¡Qué innombrable beatitud, esta aspiración y este poder! Oh, como lo envidio por su trabajo, incluso por su cólera, puesto que tal es también el sentimiento de todas las nobles almas de su pueblo. ¡Si tan sólo pudiera participar! ¡Mi sangre y mi vida por su liberación! Créame, ese pueblo se levantará y verá el gran día de la historia humana. La vergüenza de ser los mejores servidores de todas las tiranías, no siempre será un orgullo para los germanos. Usted le reprocha que no sea libre, que sólo sea un pueblo servil. Usted sólo dice lo que es, pero, ¿cómo quiere probar con eso lo que algún día será?

¿No se presentó exactamente el mismo caso en Francia? ¡Y cuán poco tardó toda Francia en convertirse en un ser público y sus hijos en hombres políticos! No podemos renunciar a la causa del pueblo, aún cuando éste mismo la abandonara. Entre más nos marginen y nos persigan estos filisteos, tanto más se entregarán sus hijos fielmente a nuestra causa. Sus padres buscan matar la libertad, ellos irán a la muerte por la libertad.

¿Y qué ventaja no le llevamos nosotros a los hombres del siglo XVIII? Ellos hablaban desde una época desolada. Tenemos, de manera vívida, ante nuestros ojos, los inmensos resultados de sus ideas y podemos ponernos en contacto con ellos de una manera práctica. Vayamos a Francia, pongamos un pie al otro lado del Rin y estaremos de golpe en medio de los nuevos elementos que todavía no han nacido del todo en Alemania. La difusión del pensamiento político en todos los círculos de la sociedad, la energía del pensamiento y del discurso, que sólo estalla en las cabezas más sobresalientes porque la fuerza de todo un pueblo es sentida en cada palabra contundente. (Todo esto lo podemos conocer ahora por la intuición viva). Un viaje a Francia e incluso una larga estadía en Paris sería de la mayor utilidad para nosotros.

La teoría alemana ha merecido, con creces, esta caída que está viviendo ahora desde lo alto de sus cielos, en la cual los toscos teólogos y los estúpidos hidalgos rurales le tiran de las orejas y le muestran el camino a seguir, como si fuera un perro cazador. Tanto mejor para ella si dicha caída la cura de su soberbia. Dependerá totalmente de ella si aprende esta lección de su destino: que está abandonada en la oscura y solitaria altura y que sólo está segura en el corazón del pueblo. ¿Quién ganará al pueblo, nosotros o ustedes? Eso es lo que le gritan a los filósofos esos oscuros castrados. ¡Oh, qué vergüenza este hecho! Pero, también, salud y honor a los hombres que lleven la causa de la humanidad hacia la victoria.

Aquí, sólo aquí, comienza la lucha, y tan fuerte es nuestra causa que nosotros, algunos hombres dispersos y con las manos atadas, podemos infundir con nuestro sólo grito miedo y espanto a sus legiones. ¡Ánimo, es el momento! Romperé sus cadenas, ustedes germanos que quieren convertirse en griegos, yo el escita. ¡Envíenme sus obras! En la isla de Rousseau, quiero imprimirlas y escribir de nuevo con letras de fuego en el cielo de la historia: ¡Qué caigan los persas!


Bibliografía

Angaut, Jean-Christophe. Bakounine jeune hégélien. La philosophie et son dehors. Lyon : ENS Éditions, 2007.

Bakunin, Mijail. Confesión al Zar Nicolás I. Barcelona: Editorial Labor, 1976.

Grawitz, Madeleine. Bakounine. Paris: Éditions Calmann-Lévy, 2000.

Leier, Mark. Bakunin. The Creative Passion-A Biography. New York: Seven Stories Press, 2009.

Marx, Carlos. Escritos de juventud. México: Fondo de Cultura Económica, 1982.

Marx, Karl y Ruge, Arnold. Deutsch-französische Jahrbücher. Paris, 1844.




[1] Sólo hasta 1867 se llamará a sí mismo anarquista.

[2] Vosotros, hombrecitos, investidos de pequeños cargos que os dan una pequeña autoridad en un pequeño país, ¿gritáis contra la filosofía?

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