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Destituyendo todo centro

category venezuela / colombia | movimiento anarquista | opinión / análisis author Thursday January 27, 2011 23:39author by CILEP - CILEP Report this post to the editors

Este texto fue escrito en el 2006 y sirvió como introducción a una de las cartillas del Colectivo Contracultura.
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Destituyendo todo centro

(Comentarios al texto “Por una política más allá de la política” del Colectivo Situaciones)

Diego Paredes Goicochea
CILEP


John Holloway sostiene que la revolución no puede ser entendida como una respuesta, sino como una pregunta, como una exploración que permanece abierta . Tal apreciación puede ser utilizada para caracterizar este texto del Colectivo Situaciones, que se propone repensar la política desde la materialidad de los protagonismos sociales actuales. No sólo porque en este texto se polemiza con el determinismo histórico de ciertas teorías de herencia marxista, sino porque las hipótesis principales de dicho escrito se revelan a través de interesantes interrogaciones que guían la argumentación sin ofrecer respuestas definitivas. Dentro de estos cuestionamientos se encuentra aquél que se pregunta sobre el derrumbe de la teleología revolucionaria como principio movilizante de las luchas por la emancipación, las posibilidades de una investigación militante y la necesidad de “habitar la situación” para plantearse desde ahí el surgimiento de una nueva sociabilidad anticapitalista. Sin embargo, el texto parece tener como telón de fondo una hipótesis que, por motivos de interés y de extensión del presente escrito, se convierte en nuestro principal objeto de discusión en este corto comentario.

Así, en la introducción del texto del Colectivo Situaciones, encontramos una pregunta crucial que atraviesa al debate: “¿Cómo llamaremos a este saber sobre la emancipación que ya no concibe que el cambio pase por la detentación del aparato de Estado, del poder central, sino por la destitución de todo centro?” Esta interrogación que se torna actual a la luz de las luchas de los piqueteros, los zapatistas o las protestas alter-globalización, se convierte en una hipótesis que es necesario tener en cuenta para la discusión contemporánea de las transformaciones sociales. Después de los fracasos históricos del socialismo autoritario, es dudoso que el cambio pueda ser logrado por medio de la toma del Estado. El socialismo no puede ser elaborado desde arriba, porque entre otras cosas, la multiplicidad de las luchas se resiste a ser representada. En esta afirmación se vislumbra un profundo altercado con el pensamiento político moderno que, desde Hobbes, ha concebido la organización de la sociedad únicamente desde la óptica de la cesión de las voluntades individuales en un soberano. En oposición a la reducción de la multiplicidad en el Uno, el socialismo que se construye desde abajo crea una organización que no desemboca en la representación política. De ahí la necesidad de “destituir todo centro”.

A medida que se avanza en el texto del Colectivo Situaciones se entrevé una posible respuesta a aquella pregunta resaltada en el párrafo anterior. El saber que busca un cambio que no detente el aparato de Estado, recibe el nombre de contrapoder: “el contrapoder no deviene poder central” . El contrapoder es entonces el intento por pensar una política que no se conciba como actividad separada de la base y que, además, cobije a “las formas en que los hombres y las mujeres jugamos nuestra capacidad creativa, de insubordinación y de afirmación de nuevas formas de vida” . Lo que está aquí en juego es la posibilidad de pensar de una manera distinta, en postular hipótesis de organización que nos permitan imaginar una política que no recurra a la representación y que, sin embargo, no se desplome en la dispersión.

Representación quiere decir tratar de hacer presente algo que se encuentra ausente. Entonces, la representación política de los partidos o los gobernantes intenta hacer presente, en el espacio donde se toman las decisiones políticas, a los afiliados o a los votantes. En primer lugar la representación alude a un espacio separado donde sólo unos pueden estar y otros son excluidos. Dado que no todos pueden estar presentes, los afiliados o votantes, en su condición pasiva, deben ser reemplazados por los representantes y son sólo estos últimos los que pueden ocuparse de los “asuntos públicos”. En segundo lugar, hacer presente algo que está ausente presupone poder abstraer de las diferencias lo idéntico; extraer de lo diverso una voluntad única. La representación se basa entonces en la reducción de lo diferente en lo Uno y, es por ende, la delegación de las propias decisiones en el gobernante para que sea éste el que domine la multiplicidad y gestione las posibilidades de vida de todas las otras personas. Siendo así, el contrapoder no desearía solamente la negación de la necesidad de un poder central, sino a la vez la afirmación de la producción del mundo desde la multiplicidad y la actividad.

Ahora bien, teniendo en cuenta esta definición de contrapoder, resulta pertinente preguntarse qué se entiende propiamente por la destitución de “todo centro”. En términos de lucha revolucionaria el contrapoder podría ser sólo entendido como la creación de una política que no se proponga la toma del Estado, ¿pero acaso es el Estado el único centro de poder? El Colectivo Situaciones comienza retomando aquellas palabras de Spinoza que subrayan al poder como el lugar de la tristeza y la impotencia absoluta, en este sentido, ¿es el contrapoder una lucha que no se agota en la destitución del protagonismo estatal? O, por otro lado, ¿existe la posibilidad de concebir un poder que brote desde abajo y se perfile como poder constituyente? ¿Propone el contrapoder la creación de un nuevo poder de producción y organización o busca acabar con toda forma de poder?

Los anteriores interrogantes nos llevan a entrever las diferentes opciones que se presentan al preguntarse por la forma de lograr un cambio social radical. Una de las vías tradicionales en las cuales se enmarcan gran parte de las luchas por la liberación en los pasados dos siglos, sostiene, como hipótesis, la toma del poder estatal. Las corrientes marxistas-leninistas abogan por la creación de una vanguardia capaz de sustituir el antiguo régimen para instaurar un nuevo gobierno que administre la sociedad. El contrapoder vería en esto una sustitución ilusoria, porque la forma del mando “desde arriba” permanecería inalterada. Aquel ocupando la casilla del soberano, sea éste el demócrata burgués o el proletariado, tendría el poder de decidir sobre todos los otros ciudadanos. El contrapoder no buscaría entonces apoderarse de la casilla de mando, sino acabar radicalmente con su figura. Pero el contrapoder construye a su vez una alternativa, crea una fuerza que tiene en sí misma el germen de una nueva sociedad. Ahora bien, ¿es esta fuerza alternativa, un poder? Tal vez sí, pero un poder que no es gobierno impuesto, que no es poder sobre otros, sino capacidad de creación y organización que no busca erigirse en una institución de dominio. Por ejemplo en la lucha zapatista no se busca el poder, pero esto no quiere decir que no se cree una fuerza de organización y autogestión que además de estar en oposición de la sociedad hegemónica, cree en la práctica una nueva sociedad. Esto puede sugerir que del término poder se desprenden dos sentidos diametralmente opuestos y, siendo así, cabría hacer una distinción entre poder central y poder de la multiplicidad.

Pero si retornamos a las palabras de Spinoza, traídas a colación por el Colectivo Situaciones, podríamos pensar la posibilidad no sólo de un contrapoder, sino de un antipoder. Más allá de renunciar a la toma del Estado, se propondría acabar con toda jerarquía o relación de subordinación. Este punto es interesante, porque tener al Estado como único centro de poder puede ser contraproducente, no sólo para la manera tradicional de abordar la lucha revolucionaria, sino inclusive para la hipótesis del contrapoder. Así como es errado pensar que la toma del Estado es la meta de la revolución, pensar en que únicamente el poder se encuentra en el Estado es hacer un reduccionismo que desconoce el continuo habitar del poder en las relaciones sociales. La relación del dirigente-dirigido, se presenta en el arraigado autoritarismo de nuestras relaciones con los otros. Por eso cuando se dice que el poder es el lugar de la tristeza y la impotencia, se debería también pensar que la destitución de todo centro es el intento por eliminar todas las relaciones de dominación que se producen en la sociedad.

Ahora bien, en el inicio de este comentario resaltábamos la importancia de pensar la política sin recurrir al Estado. Decíamos que la posibilidad de pensar las luchas revolucionarias sin recurrir al dominio del poder central, respondía a los nuevos protagonismos de los movimientos actuales, pero también al fracaso histórico de un socialismo que pensaba la toma del Estado como la clave de la liberación. Gran parte del “marxismo heterodoxo” ha reconocido, desde hace unos años, la pertinencia de pensar una transformación radical que no pase por la detentación del Estado. Sin embargo, muy pocos de aquellos marxistas han reconocido el papel crucial del anarquismo en el desarrollo de esta discusión. Aunque la coyuntura actual pueda permitir ciertas convergencias ideológicas que tal vez eran impensables en el pasado, para los anarquistas concebir la revolución sin la toma del Estado no es algo nuevo. Para esto bastaría remitirse a algunas referencias teóricas y prácticas que tuvieron lugar a finales del siglo XIX y a comienzos del siglo XX.

En su ahora clásica obra, La Conquista del Pan, Pedro Kropotkin sostiene: “Toda la política se funda en ese principio (en las funciones providenciales del Estado), y cada político, cualquiera que sea su matiz, dice siempre al pueblo: '¡Dame el poder; quiero y puedo librarte de las miserias que pesan sobre ti!'” . Este ofrecimiento del político puede ser el mismo ofrecimiento del partido, la vanguardia o cualquier otra organización que pretenda representar los intereses de la multitud. La clase dirigente, sea ésta la burguesía o el partido popular, vive de la delegación, se funda en el poder que le es otorgado por sus adeptos. De esta manera, los líderes crean la ilusión de poder solucionar todos los problemas de la sociedad, decidiendo una minoría cómo debe vivir la mayoría. Así, unas líneas más adelante, continúa Kropotkin: “nos acostumbramos a creer que fuera del gobierno y de los hombres de Estado ya no hay nada” . En esta creencia se forja la política de la separación, es decir, el dogma de que la política es algo que se encuentra únicamente en la esfera de los dirigentes, en aquellos en los que la gente ha delegado el poder. Pero lo que los sujetos que hacen la historia han logrado demostrar es que fuera del gobierno sí hay política y hay autonomía. Fuera del gobierno se puede hablar de un contrapoder (¿o de un antipoder?) que crea formas socialistas de vida y organización. Para esto es interesante consultar el importante experimento autogestionario que se llevó a cabo por los libertarios durante la guerra civil española. Lo que en teoría había llamado Kropotkin una federación libre, fue realizada de manera concreta por los anarquistas españoles desde el año 1936 al año 1939 .

Asimismo en las discusiones que Bakunin sostuvo con Marx en la primera Internacional, la separación entre socialistas libertarios y autoritarios se debió, entre otras cosas, a la radical posición anarquista que sostenía que “la libertad sólo podía ser creada por la libertad” . Es decir que para lograr la revolución social no era necesario un gobierno de transición, sino la abolición del Estado, ya que como decía Bakunin: “ninguna dictadura puede tener otro objeto que el de perpetuarse; ninguna dictadura podría engendrar y desarrollar en el pueblo que la soporta otra cosa que la esclavitud” . Según esto, la transformación social no podría ser alcanzada por el Estado, porque la representación desembocaría en el favorecimiento de los intereses de unos pocos, en el reinado de los dirigentes y la esclavitud de los dirigidos. Caso que puede ser estudiado en la Revolución Soviética, no sólo deteniéndose en las numerosas críticas al periodo estalinista, sino además en los recuentos de aquellos libertarios que lucharon, en los albores de la revolución, en los soviets y en las fuerzas macknovistas .

Así es posible vislumbrar que para ir más allá de la política también es interesante releer aquellas prácticas e ideas que marcaron toda una época de transformaciones socialistas. Precisamente con base a la hipótesis del contrapoder puede existir una tensa cercanía entre algunas corrientes del marxismo y el anarquismo actual y, en cierta manera, se puede compartir un desafío mutuo que todavía no encuentra respuesta. Este desafío se remite al superficial opuesto de la multiplicidad: la dispersión. El Colectivo Situaciones lo tiene en cuenta cuando afirma: “El voluntarismo político y el pensar global, enfrascados como están en la universalidad abstracta, sólo reconocen dos estados de lo social: o bien la fragmentación – y la dispersión – o bien la organización política – centrada y estatal – del todo” . Para el pensamiento tradicional que no concibe política sin Estado, la otra cara da la moneda de la organización estatal es obligatoriamente la dispersión. Entre otras cosas, es por esta razón que el anarquismo fue siempre concebido desde el lado del poder como desorden. Aunque los anarquistas sociales siempre reivindicaron y siguen reivindicando la organización horizontal y la gestión de la vida social por medio de federaciones libres, el Estado siempre ha visto en la multiplicidad del anarquismo, el caos. De la misma manera, los opositores de las nuevas luchas por la emancipación que se plantean una política sin la toma del Estado, siempre ven la multiplicidad como equivalente a la desorganización. Sin embargo para ir más allá de la política, hay que ir más allá de las clásicas respuestas del poder y así dejar abierta la pregunta del contrapoder. Actualmente algunas hipótesis están siendo formuladas en el seno de las comunidades anticapitalistas organizadas que, desafiando la representación, han logrado autogestionar su existencia. Sobre esto la amplia red que comunica al zapatismo, con los piqueteros y el movimiento alter-globalización tiene mucho que enseñarnos.

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