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Capitalismo: interpretaciones falaces (II).

category internacional | medio ambiente | non-anarchist press author Friday October 29, 2010 11:41author by José Miguel García Gonzálezauthor email jomigarcia at hotmail dot com Report this post to the editors

Los movimientos ecologistas y su mágica receta de individualismo liberal para salvar al medio ambiente. La tecnocracia y el cinismo del discurso dominante, que evita los desastres ecológicos en el Norte, pero los alienta a través de sus multinacionales en el Sur. El capitalismo en su fase de devastación como la causa principal de los problemas del cambio climático y la degradación ambiental.

La fase capitalista de la devastación.

Hace mucho tiempo que venimos observando desde una postura muy crítica a los movimientos ecologistas. Pero en estos últimos años de recrudecimiento de los problemas ambientales, donde estos movimientos han comenzado a jugar un rol más protagónico, mucho más aún. Y esto es por demasiadas razones, de las cuales sólo unas pocas, pero seguramente las más significativas, trataremos de exponer a continuación.
Pero comencemos por el principio y centrémonos en los movimientos ecologistas del Primer Mundo que son los de más prolongada data, y sin duda los más famosos (siempre han tenido muy buena atención mediática, lo que habla a las claras de que sus “cuestionamientos” no ponen en riesgo ninguno de los pilares fundamentales de nuestra “sociedad occidental y cristiana”). Movimientos que nunca han dejado de asombrarnos: algunas veces han basado su prédica en reclamos “radicales” que han rayado en la violencia, pero a su vez, en sus objetivos, nunca está presente la necesidad de cambiar las verdaderas causas de los problemas por los que basan su acción.
La fallida “receta mágica” del individualismo liberal. Es así que la mayoría de estos movimientos (muchos de ellos partidos verdes formalmente establecidos y con representación parlamentaria), aunque con matices, alzan su voz contra los crecientes y cada vez más evidentes daños al medio ambiente que está sufriendo el Planeta, pero siempre haciendo el foco en el abuso individual. O sea, aunque se estén cometiendo infinidad de perjuicios ecológicos a diario, éstos son la consecuencia directa, en cada caso, de una determinada acción individual, ya sea de las personas, o de alguna empresa o corporación, pero nunca del sistema.
Por eso todas las “campañas verdes” están enfocadas a que este descalabro medio ambiental que se agrava día a día, sólo puede ser cambiado por la acción individual de cada ser humano. De ahí el boom, en Europa básicamente, de la promoción de acciones individuales para reciclar la basura en el hogar, o tener la huerta orgánica en el balcón del apartamento, o que cada persona se esfuerce por reducir su “huella ecológica” y otras cosas por el estilo. Como si la fallida “receta mágica” del individualismo liberal, que nunca pudo resolver ninguno de los grandes problemas de la Humanidad, ahora pudiera contrarrestar los terribles efectos del cambio climático y la degradación ambiental.
La tecnocracia ambientalista. Por otra parte, la inmensa mayoría de los ecologistas plantean que con soluciones tecnocráticas convertidas en leyes que protejan al medio ambiente, se podría poner freno a los crecientes daños ecológicos que está sufriendo el Planeta.
Mucho de lo cual ya está vigente en el Primer Mundo, y es justamente la puesta en práctica de tales regulaciones, las que nos demuestran a carta cabal la doble moral y el cinismo sin par que adopta el discurso dominante al respecto. Por ejemplo: unos pocos días atrás oíamos a Andrew Bloodworth (1), un experto inglés en minería, que hablando sobre el tema de su especialidad, dijo algo que pinta de pie a cabeza lo que decimos: “en esta parte del Mundo (obviamente que por el Reino Unido y suponemos que por extensión, en el resto del mundo desarrollado) era ambientalmente intolerable” que existieran grandes emprendimientos mineros, sobre todo los del tipo “de a cielo abierto”.
Pero esos emprendimientos que en el Primer Mundo son “ambientalmente intolerables”, en el Tercer Mundo son “ambientalmente viables”. Y son las empresas multinacionales del Norte las que los llevan a cabo, y como es su característica habitual, con un desmedido afán de lucro, más emparentado con el saqueo, tanto económico como ecológico, que con la inversión “benefactora” por la cual muchos gobiernos de los países subdesarrollados se arrodillan e imploran, cediendo soberanía y dignidad al extranjero, lo que nos retrotrae a épocas coloniales que muchos naciones pobres suponían que ya habían superado.
Además, las regulaciones que en sus países de origen están obligadas a cumplir estas transnacionales, las olvidan tan rápidamente como llegan al Sur, tanto respecto al medio ambiente, como a la gente a la que emplean (a la que les pagan salarios miserables en comparación a los que pagarían en sus países de origen), como también respecto a muchas medidas de seguridad que dejan de poner en práctica con tal de bajar sus costos.
Este es el modo como opera la tecnocracia ambientalista del Norte que tanto apoyan los movimientos ecologistas: doble discurso que prohíbe estos emprendimientos en sus propias tierras, pero que los alientan bien lejos en el Tercer Mundo, para que los vertidos de cianuro y mercurio (a los que están indisolublemente ligados estas grandes actividades mineras), terminen alojados en los caudalosos ríos del Sur y en sus ricas praderas, o en lo que va quedando de ellas, que de tanto haber sido horadadas en busca de los “preciados metales”, terminan llenas de cráteres como paisaje Lunar.
La auto-regulación: un lobo disfrazado con piel de cordero. Pero los ecologistas también nos proponen como solución a alguno de los daños ambientales, la auto-regulación de las empresas y las corporaciones, que “naturalmente están tomando conciencia” acerca de estos problemas, y comienzan a hacer sus aportes para solucionarlos.
Y aquí, nada mejor que citar un caso muy concreto sobre este particular, que fue noticia unos pocos meses atrás. Tiene que ver con Nestlé (la multinacional que tiene asociado a su muy conocido logo --un nido con dos pichones a los que su “mamá” les trae alimento-- la frase “Buena comida, buena vida”), que anunció con bombos y platillos que estaría plantando cientos de árboles en el Perú, para marcar su contribución con la eliminación de CO2 en la atmósfera. Obviamente que este “buen gesto” tiene por objetivo primordial mejorar su imagen corporativa a nivel mundial, más que a reducir la cantidad de gases de efecto invernadero a los que la misma multinacional pueda estar asociada por su actividad económica.
Ahora bien, si de buenos gestos se trata, cuánto nos gustaría que estas políticas de auto-regulación que la multinacional Nestlé está aplicando en Perú, también las aplicara en Costa de Marfil y Ghana, no ya a nivel medio ambiental, sino a nivel humano, y se negara a comprar cacao de esos lugares del África Occidental que hubiera sido cosechado con trabajo infantil o mano de obra esclava, como tantas veces se ha denunciado que ha ocurrido y lamentablemente, estamos convencidos de que sigue ocurriendo.
Es que la auto-regulación de esta multinacional puede llegar a plantar árboles, pero nunca a preocuparse (a pesar de lo que tan categóricamente nos anuncia su mensaje institucional) por los niños de las zonas donde se abastecen de materia prima, que seguramente no tengan “buena comida” (los ingresos de las familias vinculadas al cacao apenas si llegan al nivel de supervivencia). Y seguramente tampoco tengan una “buena vida” hoy (cuando pierden su infancia trabajando), ni la tengan mañana (porque de este modo, ni siquiera puedan concurrir a la escuela y con ello, el destino amargo de estos niños ya estará sellado para siempre, aunque sea muy dulce el chocolate que han ayudado a fabricar y que otros disfrutan).
No podemos ser tan ingenuos, lo único que le importa a esta multinacional, como a todas las demás que están pululando por los todavía ricos suelos del Tercer Mundo, es que el suministro de las materias primas esté asegurado (aunque ello implique el trabajo infantil o esclavo, como en este caso) y que éstas se consigan al menor precio posible, aunque esto signifique ingresos de hambre para las poblaciones que son tocadas por la varita mágica de la inversión extranjera de las transnacionales.
¿A quién defienden, al medio ambiente o al capitalismo? En definitiva, lo que no quieren entender estos ecologistas defensores a ultranza del capitalismo, perdón debimos decir del medio ambiente, es que es el propio sistema capitalista el gran causante del daño ecológico que está sufriendo el Planeta, y las “acciones ecológicas individuales” --que no dejan de ser necesarias--, sólo podrán atenuar mínimamente el problema, pero nunca atacar su causa verdadera que está en la esencia del modelo.
Y es aquí, justamente, donde radica otra de las grandes falacias del sistema, y que han hecho suya, en términos generales, los más importantes movimientos ecologistas del Mundo: es el hombre el que no sabe cuidar el Planeta, no es el capitalismo el que lo está destruyendo. En realidad, lo que no es “sustentable”, lo que no “maneja formas de producción amigables con la naturaleza”, aunque a tantos les cueste aceptarlo, es el modelo económico y social que nos rige desde siempre, pero que, además, se ha desbocado a extremos inconcebibles en estos últimos treinta años de festín neoliberal en los cuatro puntos cardinales del Planeta.
No podemos seguir haciéndole el juego a los intereses dominantes, y seguir proponiendo cambios de fachada, mientras se nos cae a pedazos el resto de la casa. Ya es hora de que comencemos a llamar a las cosas por su nombre: la degradación ambiental y el cambio climático que estamos padeciendo cada vez más es consecuencia directa, y en todos sus términos, del modo de organización económica, social y política que rige al Mundo Urbi et Orbi: el capitalismo.
La fase capitalista de la devastación. Claro está, los defensores del sistema se arrancan las vestiduras cuando se dicen estas cosas. Otro tanto ocurre cuando se califica al modelo con un adjetivo que lo sintetiza, que lo define al milímetro, que establece la verdadera esencia del mismo, porque cuando hablamos de capitalismo, en cualquier lengua y en cualquier lugar del Mundo, hablamos de capitalismo salvaje. Es así de sencillo. La naturaleza misma del sistema lo vuelve ávido e insaciable, como la peor de las bestias animales tras su presa.
Ahora, lo que deberíamos estar destacando en forma permanente y que, lamentablemente, muy poco se suele hacer, es que el capitalismo de estos últimos años, sin oposición ni frenos, ha ido mucho más allá, ha alcanzado un nivel superior en su evolución: a esta altura vivimos en lo que nos atreveríamos a definir como la fase capitalista de la devastación. Ahora la presa no sólo es el Hombre, es también el Planeta todo.
Sí, el capitalismo rampante de las últimas décadas ha alcanzando un estadio superior en su desarrollo, hoy ya no es suficiente con explotar al ser humano, también es necesario esquilmar a la Tierra. Ese afán de lucro descomunal, de competencia feroz y de consumo desmedido que impone el sistema, en su lógica voraz irá dejando agotados, uno a uno, a todos los recursos (que en algunos casos, a la Naturaleza le ha llevado millones de años en crearlos, como es el caso del petróleo) hasta que el Mundo, aún en el más recóndito de sus lugares, se vuelva un páramo carente de toda forma de vida.
Así es, desgraciadamente, una pocas décadas más de capitalismo desbocado serán suficientes para acabar con tan preciados recursos, para alterar irremplazables ecosistemas, para minar la biodiversidad, y también, para seguir atizando el cambio climático, al punto de poner en serio riesgo el destino de la vida humana, al menos en este generoso lugar del Sistema Solar.
Tal vez sea por esto que algunos “think-tankers” del Primer Mundo ya plantean conquistar Marte. Más le valdría a estos “pensadores visionarios” denunciar el irremediable daño climático y ecológico que el capitalismo le está ocasionando al Planeta, en vez de soñar con nuevos delirios coloniales, pero ahora a escala interplanetaria.

No podemos hacer más los oídos sordos: la Tierra ha comenzado a quejarse, y de qué forma: está dando gritos de dolor que se están expresando en terribles calamidades. Calamidades que nos anuncian que deberemos reaccionar antes de que sea demasiado tarde.

(1) Jefe del departamento de Ciencias Minerales del Instituto Británico de Geología. Fuente: “One Planet”: “Mining metals, Hungary sludge and toxic tankers” BBC WORLD SERVICE 14.10.2010.

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