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Ecologismo y Anarquismo en Chile

category bolivia / peru / ecuador / chile | medio ambiente | opinión / análisis author Monday July 05, 2010 16:18author by Mario Celis Report this post to the editors

Brotes de una Ecología Social criolla

Artículo escrito por un compañero que fue parte de la experiencia del Congreso de Unificación Anarco-Comunista de Chile (C.U.A.C.) y que ha participado activamente en el movimiento del Ecologismo Social criollo. Este artículo fue escrito como parte de una serie de trabajos dedicados a reflexionar en torno a los diez años del Congreso Anarco-Comunista de fines de 1999 organizados y recopilados por la publicación chilena Hombre y Sociedad.

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    Ecologismo y Anarquismo en Chile


    Brotes de una Ecología Social criolla

    Mario Celis



    El ecologismo en Chile ha experimentado en las últimas décadas, un desarrollo a nivel teórico, organizativo y como propuesta político social, cruzándose y vinculándose con una reaparición de las ideas libertarias.

    Para analizar como ambos conjuntos de ideas y acciones, generan respuestas de lucha social, necesitamos ir al final de los años 80 cuando el ecologismo comienza a tener influencia masiva.

    En medio de la agitación de la época y como un síntoma del destape democrático y la penetración de las ideas verdes en Chile, El Canelo, una revista declaradamente ecologista con portada de papel couche, se vende crecientemente en los quioscos capitalinos.

    El Canelo revisa críticamente la política ambiental de Aylwin y Frei y difunde un intenso panorama de actividades: ONGs que coordinan redes de plantas medicinales o huertos urbanos en la periferia, talleres nacionales sobre agricultura sustentable, hornos de barro, tecnologías solares, etc. Seminarios internacionales con destacados pensadores, o la feria de tecnologías y creatividad popular en Nos, San Bernardo, convocan a miles de personas de todo el país y América Latina.

    A principios de los años noventa, mientras el anarquismo apenas comienza a reorganizarse en el país, luego de una larga ausencia de varias décadas, el llamado movimiento ecologista chileno, vive su mejor momento. Inspirados en los movimientos sociales europeos, pero adoptando la identidad de cada región, brotan grupos ecológicos por todo Chile. Sus principales causas: El combate a la contaminación atmosférica, el cierre de basurales, y una incipiente oposición a megaproyectos, junto a una identificación con los pueblos originarios.

    Para 1993 el llamado mundo alternativo, ecologistas, y grupos indigenistas se encontraban embarcados en la campaña electoral a la presidencia del anarco ecologista cristiano Manfred Max Neff.

    Debido a que el fin era utilizar la elección para agrupar diversos sectores y reactivar la organización social, varios anarquistas participan en la gestación de “Gente en Movimiento” o el “movimiento de los mosquitos”, una variopinta y multidiversa red informal, con miras a convertirse en un amplio referente social.

    Luego de un sorprendente buen resultado electoral, los mosquitos se aprontaban a definir los pasos a seguir. Pero mañosos dirigentes de partidos apolillados por el tiempo, que creían dirigir el movimiento, terminarían por hundir toda posibilidad de construcción del ecologismo como un referente ideológico político, a través de sus disputas por el control, vicios autoritarios, inercia organizativa y otras prácticas nada novedosas.

    De forma paralela y durante toda la década, la “Red Nacional de Acción Ecológica Renace”, crece por todo el país de la mano del movimiento de los Consejos Ecológicos Comunales. En varios de estos consejos, militan anarquistas de la generación de los 70 y 80, que intentan más que imponer posturas ácratas, fomentar la construcción de organización local autónoma y fortalecer su funcionamiento, legitimándola en la comunidad.

    A pesar de gestarse bajo la tutela de ciertas ONGs del ecologismo político, cuyo único objetivo al parecer era crear un partido, el movimiento ecologista se despliega con vida propia en el ámbito comunal. Venciendo la idea conservacionista de salvar especies a través de una tarjeta de crédito y superando la lógica ambientalista de “yo cuido el planeta desde mi casa, con pequeños gestos individuales” el concepto de ecología comienza a ampliarse al mundo popular.

    Surgen por primera vez iniciativas relacionadas con la planificación urbana o rural, que abren nuevas posibilidades al mundo social, como comités de mejoramiento de barrios, diagnósticos ambientales comunales, cabildos vecinales, sindicatos de cartoneros, grupos pro bicicleta, de reciclaje comunitario, ferias ecológicas, huertos escolares, grupos de consumidores conscientes, talleres de educación ambiental, etc.

    Pero más temprano que tarde, su falta de referentes de lucha, la despolitización e ingenuidad de sus dirigentes, los hace presa fácil de la burocracia municipal, de la tentación eleccionaria o del clientelismo de los fondos concursables.

    Los consejos ecológicos comunales sucumben a fines de los 90, en un Chile globalizado en tiempo record.

    Como una salida a las truncadas aventuras electorales y a la paulatina muerte de las organizaciones comunales, comienza a sonar el concepto de Conflictos Ambientales: Este se refiere a una comunidad que se enfrenta a una empresa, generalmente de capital transnacional, mediante acciones que muchas veces, siguen indudablemente la lógica de la acción directa.

    Sus pobladores retrazan la construcción de un proyecto, tanto por medio de protestas, como de acciones legales (muchas veces solo simbólicas) y presión pública, poniendo en cuestión el aplaudido desarrollo, que por esos días un orgulloso Frei pregona por el mundo.

    Memorable es el caso de la comunidad de pescadores de Mehuin, enfrentados en pequeños botes a un buque de guerra de la armada, que interviene a favor de los estudios requeridos por la empresa forestal Celco, para la construcción de un ducto de celulosa.

    Un reguero de conflictos ambientales salen a la luz por todo el explotado Chile. Los noticieros se llenan de imágenes de ancianas mapuches luchando contra Endesa, niños hijos de mineros asfixiados por partículas de plomo, o pobladores enarbolando banderas negras.

    Más de alguien imaginó que estas eran las bases populares del nuevo anarquismo, pero el negro de las banderas, coincidentemente o no, representaba el luto por la muerte de sus barrios o ecosistemas.

    Sin embargo esta curiosa simbología, esta más cercana al anarquismo que el propio color de las banderas como tal, es más bien la expresión popular de un descontento insobornable, incrédulo, manifestado por la vía directa. Usando la asamblea como herramienta y cuestionando tanto al estado como a los proyectos del capital, los pobladores vuelven como antaño a movilizarse por reivindicaciones que décadas atrás habrían sido calificadas de siúticas o ajenas a la clase.

    La verdad es que muchas de estas movilizaciones dependen aún del apoyo de agencias extranjeras que todavía operan en Chile. Pero la cooperación internacional hace sus últimas maletas y se larga a lugares con pobreza de verdad. Las ONGs se hunden en disputas por el último computador de su clausurada oficina.

    Finalmente, en 2009, cagüines internos de poca monta acelerarán el irremediable quiebre del movimiento ecologista más político. Este terminará dividido entre quienes aún creen en la organización popular, grupos serviles a la maquinaria estatal y una minoría embarcada en otra candidatura presidencial, esta vez “ecologista, cuyo paupérrimo resultado, no los detendrá hasta la inscripción, años más tarde, de su propio partido verde.

    La ecología, un concepto reciclable.

    Para principios de la década 2000 los conflictos ambientales, disminuyen, debido al desgaste general de la organización social y al ser invisibilizados por la prensa.

    El secretismo que envuelve a las nuevas inversiones aviva paralelamente un reciclaje del ecologismo. Se pierde el sentido popular de los conflictos y avanzan las llamadas “organizaciones ciudadanas”: profesionales de clase media, y hasta alta, gente chora, que con sus niños y mascotas salen a protestar con globos, contra cualquiera que amenace sus barrios o lugares de veraneo, junto a otras causas similares.

    Sus negociaciones son de tú a tú con el poder. El BID y el PNUD invierten sus millones en estos pequeños granos de arena que salvarán el planeta. El ecologismo light encuentra un nuevo nicho, que parece enérgico, participativo y altamente social. El problema de los perros callejeros, vestido de un halo de samaritanismo, sin análisis alguno sobre sus causas, seduce a adolescentes desconectados de cualquier proyecto colectivo.

    La Concertación ve con buenos ojos aquellas agrupaciones bulliciosas, pero condescendientes con la labor ministerial. Publicitan el dialogo y el acuerdo entre los “ciudadanos activos”, el estado y los privados. Luego, la foto y que no se diga que en Chile no hay políticas ambientales que escuchan a la gente.

    La ecología sale de las sedes vecinales, para instalarse en las oficinas. Se produce una profesionalización del tema: jóvenes tecnócratas de cuanta universidad privada o instituto brota con la modernidad, egresan convertidos en expertos ambientales y se apoltronan en las dependencias ministeriales y municipales de todo el país, para ser piezas del oscuro sistema de evaluación de impacto ambiental y llenar estanterías con sesudos estudios a la medida del inversor. Emergen las consultoras y las licitaciones millonarias. Ningún roteque dirigente debiera atreverse a cuestionar un proyecto, sin un estudio que lo avale.

    Observando este folclórico panorama desde sus avionetas, las clases adineradas sólo se deslumbran con la llamada “Ecología Profunda”. Empresarios poco ortodoxos, escuchan el llamado de la madre tierra que los insta a defender los bosques australes o el desierto. La cultura ecológico-esotérica se extenderá por “chorreo” a otros nuevos ricos fecundados en el crecimiento y asentados en sus propias utopías precordilleranas.

    Durante el resto de la década 2000 la devastación es impuesta con lacrimógena y chequera. Esta última arma es la más eficiente. Dirigentes locales emblemáticos, son acosados con millonarias sumas o la opción de extender por años una situación tensionante. Políticos y parlamentarios aprueban en silencio y sin presiones megaproyectos de alto nivel destructivo.

    Pero también en esta década surgen nuevas agrupaciones, fundaciones o comités dedicados a temas específicos como la pesca artesanal, el problema de la salmonicultura, la devastación forestal etc. Infelizmente el anarquismo carece de presencia en este repunte.

    Revolución social...pero ecológica

    Es común escuchar en foros de izquierda o progresistas que el tema ambiental ahora si es considerado, a diferencia de décadas atrás en que la destrucción no era evidente.

    Esta aseveración parece ser compartida tanto por comunistas como por la derecha extrema.

    Los marxistas renovados, ahora concientes del daño que provocan sus negocios, inventan el Ecosocialismo.

    Los partidos de derecha se esfuerzan en acomodar sus programas para una explotación amable.

    Las empresas gastan millones en minimización de daño y responsabilidad Social. La ecología o el famoso desarrollo sustentable, recicla también su significado para agradar a la diversidad que lo proclama.

    Así como los partidos y hasta las religiones tienen un departamento “preocupado” del medioambiente, los anarquistas para no ser menos, deberíamos hacer lo mismo y a simple vista pareciera que el Anarco ecologismo es la pata ambiental de nuestro programa.

    Sin embargo el tema ambiental ha dejado hace rato de ser sólo un factor, o un tema transversal, como el de género o los derechos del niño... para convertirse en un paradigma central, especialmente para el anarquismo.

    La evidente relación de los temas ambientales con la crisis alimentaria, el saqueo de recursos naturales, la destrucción de economías locales, la desaparición de especies animales y vegetales junto al aumento de la pobreza urbana y rural, nos habla de un desastre nunca antes visto y hace imposible una concepción revolucionaria que ignore las relaciones cruciales entre sociedad y naturaleza.

    Sembrando ecologismo social

    Pero no sólo se trata de detener un desastre, se trata de construir una concepción de desarrollo. No estamos hablando de sociedades libres basadas en la clásica concepción industrialista.

    Desde la perspectiva de la ecología social, la naturaleza con sus especies, incluidos nosotros los seres humanos, se autorregula y no necesita autoridades ni mando centralizado. ¿Pero cómo ésta se convierte en prácticas en el contexto chileno? ¿Cómo se regenera nuestro orden natural, nuestra tradición local de gente en relación con la tierra?

    He aquí algunas pistas: Si los espacios de la ecología social, son las comunidades rurales, los pequeños pueblos y las vecindades de las grandes ciudades. Es importante comenzar a analizar cómo podría construirse organización de carácter libertario en estos espacios.

    En el ámbito rural y sin concentrarse sólo en el conflicto mapuche, parece una tarea titánica asumir el tema del territorio, especialmente en la zona central, donde la propiedad de la tierra esta en manos de las frutícolas transnacionales o la vieja oligarquía latifundista. Es cierto que persiste una sumisión histórica. Sin embargo desconocemos aún el futuro de las inversiones en esta área. La industria frutícola exportadora viene en decadencia hace unos años y el número de temporeros desempleados aumenta exponencialmente. Lo mismo ocurre con las masas pescadoras en las costas de Chile, con la industria salmonera y la pequeña minería. Es poco probable que las reconversiones laborales contengan el descontento de una enorme masa desempleada que no tiene más alternativa que emigrar a las ciudades.

    La agro ecología, como las tomas agrícolas, son en otros países latinoamericanos respuestas reales para pueblos rurales y comunidades que ven amenazada su sobrevivencia. Pero en Chile tiene escasas posibilidades, sin una mínima organización social campesina. Escasea el debate sobre el olvidado sujeto rural

    En el espacio urbano la organización vecinal que plantea la ecología social, es posible a través de temas clave como son: la alimentación, vivienda, energía, saneamiento o mejoramiento de barrios. Temas donde radica la fragilidad del sistema, evidenciada en situaciones de escasez o catástrofe.

    Pero para que este trabajo no sea sólo una anécdota vecinal, es necesario tener ciertas bases para construir un proyecto urbano ecológico radical, que realmente descubra las piezas claves de la maquinaria contaminante del sistema, que nos recluye en desiertos periféricos con vista al mall.

    Bases de un proyecto que pueda dar luces en medio de una crisis, controlar factores, que si no son asumidos por la organización popular, serán capitalizados por el narcotráfico o el aparataje político empresarial.

    No es difícil diagnosticar que actualmente las iniciativas anarquistas o afines, carecen de contenido práctico capaz de ir a la médula de cualquiera de estos problemas y convertirlos en un conflicto posible de ganar. Para esto es necesario diferenciar las prácticas de las experiencias aisladas. Una práctica es una iniciativa sistemática, sostenida en el tiempo, reproducible y con un método. En este caso una práctica ecológica en el sentido amplio del término, es la concreción de procesos organizativos y productivos en sistemas integrales y comunitarios con capacidad de respuesta.

    Algunas organizaciones identificadas con la ecología social comienzan a agruparse en torno a prácticas sistemáticas. En lo político organizativo empiezan a desarrollar el concepto de barrios ecológicos. Un mejoramiento integral de barrios de acuerdo a las capacidades y posibilidades orgánicas de la organización local, en los ámbitos de Áreas verdes, energía doméstica, reciclaje de residuos sólidos, compostaje, huertos y alimentación. Una mezcla entre iniciativa por calidad de vida y conflicto reivindicativo.

    En lo económico y aún más en lo productivo desde una concepción libertaria, falta mucho por debatir y construir. Creemos en la solidez de una concepción económica unida a la lucha y que esta debe basarse en el territorio, en el ecosistema en que la gente habita o desea habitar.

    Para reconstruir las relaciones político económicas con el hábitat, debemos crear asambleas de índole vecinal, que practicando la democracia directa, puedan federarse en confederaciones más amplias. Estas pueden organizar a través del contacto cara a cara, Diagnósticos Participativos que levanten planes propios de desarrollo, con estrategias, seguimiento de iniciativas, metas e Indicadores, evaluaciones y sistematizaciones.

    Estos planes no deben temer a las Nuevas tecnologías, las que se pueden combinar con Tecnologías Apropiadas, Permacultura urbana (huertos intensivos, lombricultura, compostaje), energías ecológicas, etc. Pero por sobretodo con una ética de las relaciones humanas, coherente, solidaria y armónica con el medio.

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