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Wednesday January 27, 2010 01:01 by Cristián Olea
Un relato del encuentro A 10 años de Comunismo Libertario Reflexiones de Cristián Olea, entrañable compañero de esa generación que nos hicimos anarco-comunistas a comienzos y mediados de los '90 y decidimos emprender el aparentemente imposible proyecto de levantar una orgánica política libertaria, de cara al pueblo y desde premisas políticas claras. Proceso que llevó desde 1998 a fines del '99 a la conformación del Congreso de Unificación Anarco-Comunista. Estas son sus reflexiones personales a raíz de su participación en las actividades por el Décimo Aniversario del Primer Congreso Anarco-Comunista de Chile. El Frente de Estudiantes Libertarios (FeL) marchando junto a los obreros de la construcción (Fetracoma) el 1o. de Mayo, 2008 Estar ahí era necesario y quedarse será simplemente un placer. Habían pasado 10 años, con sus noches y sus días. Y aquel referente temporal, interpretado desde las diversas experiencias que aquellas dos tardes confluyeron en este espacio de narrativas críticas y debates, sirve para entender la percepción del ayer, del ahora y del mañana. Hablar de 10 años de Comunismo Libertario en Chile suena desafiante. Y en el proceso de instalación de este encuentro no faltó la voz inquisidora que puso el grito en el cielo por una supuesta adjudicación antojadiza de determinadas agrupaciones anarquistas de todas las prácticas identificadas con lo que denominamos Comunismo Libertario. Sin embargo, lejos del ánimo hegemónico, estaba esta necesidad coherente de hacer la retrospectiva crítica a un momento de la historia reciente del anarquismo en Chile. Una década precedida de contradicciones y crisis profundas que devienen en experiencias sustantivas de organización y consolidación de discursos. Procesos que llevan a generar una pequeña tradición libertaria, volcada a levantar desde el campo popular proyectos autogestionarios, autónomos, basados en la democracia directa. Y como el desafío no era hacer la reconstrucción lineal y anecdótica, lo que orientó el proceso de reflexión fue el presente. Por lo tanto, fue desde el ahora, desde lo que se había construido en estos años, desde las derrotas y victorias, como se fue gestando esta mirada y rescate de un proceso iniciado a fines de los años 90. A la vez, se consideraba que los nuevos niveles de organización también arrojan nuevas crisis y problemáticas. Las organizaciones convocantes establecieron áreas temáticas en torno a las cuales giraron las exposiciones y debates programados. El primer día se hizo un recorrido histórico de las experiencias organizativas del anarquismo chileno, siendo un aporte en comparación con otras exposiciones que se quedan en los descriptivo o en análisis lineales que no logran generar interpretaciones que posibiliten debates profundos y críticos. En este sentido se plantearon ejes temáticos que articularon la exposición; separación analítica que supera lo cronológico y establece problemáticas específicas que vistas en perspectivas arrojan miradas complejas acerca de las racionalidades que ordenaban aquellos procesos. Posteriormente, se articuló esta revisión histórica con un recorrido por las ideas fuerza que permitirían hablar de un anarquismo social. En este sentido, se alcanzaron minutos valiosísimos en lo que respecta a instalar los nodos históricos, prácticos, ideológicos y discursivos de un anarquismo con vocación organizativa que permeó la expresión mayoritaria de las luchas libertarias. Un anarquismo que en la contingencia actual toma el calificativo de social; en un afán identitario y en la necesidad actual de resignificar en el plano público lo que entendemos por anarquismo. El calor insoportable de este comienzo de enero no fue suficiente para mermar el debate. El diálogo sorprende por alcanzar un nivel que revela madurez, voces que surgen de la experiencia práctica; de la reflexión de compañeros y compañeras que han crecido y han articulado sus discursividades a partir de trabajos colectivos que se han hecho posible con el esfuerzo silencioso pero con una alta convicción de construir espacios autogestionarios desde las luchas sociales. De este modo, la primera parte de este encuentro permitía a la heterogeneidad de los asistentes, con mayor o menor conocimiento de "lo libertario", tener referentes claros, interpretaciones sólidas para iniciar un proceso de reflexión en torno a las prácticas político-sociales que se identifican como parte del cúmulo de la tradición anarquista. El segundo día continuaba en el mismo infierno santiaguino. Sin embargo, el ánimo se mantuvo. Con retraso se iniciaron las mesas de exposición y debate. En primer lugar, en torno a prácticas sociales territoriales y no territoriales en donde el anarquismo se hizo presente con prácticas concretas que permitieran formas organizativas horizontales, de carácter autogestionario y que apostaran a la recuperación de la acción directa en las luchas sociales. La segunda parte, según los organizadores una de las más esperadas, buscaba instalar una mirada crítica de el auge y caída del CUAC en voces que fueron protagónicas de aquel proceso. El espacio que ocuparon las prácticas sociales del Comunismo Libertario en estos últimos 10 años, atravesó un espectro amplio de situaciones y contextos. Tal vez, una luz de lo que debiera potenciarse en el presente en cuanto al proceso de rearticulación y replanteamiento constante que el anarquismo debiera tener desde la relación teórico-práctica. A nuestro entender lo más rescatable de las exposiciones, más allá del hecho concreto de referir con profundidad las particularidades de la articulación de luchas específicas y las problemáticas que aquello arroja, fue la ausencia de la autocomplacencia. Esto, porque quizás en este recorrido de los últimos años de organización (a ratos discontinua) el espacio de lo libertario tendía a ratos a mirarse el ombligo, intentando convencer a los "convencidos" y hacer de estos encuentros un mero testimonio acumulativo de experiencias. Aquí lo que hubo de sobra fue mirar desde adentro cómo se había crecido individual y colectivamente en contextos de lucha, en espacios poblacionales, sindicales, culturales, estudiantiles. Y en el debate, que nos permite alcanzar la síntesis, se evidenció la necesidad de problematizar acerca de lo que fue en algún momento parte fundamental de la estrategia política del CUAC: la inserción social. Desde nuestra perspectiva, la constatación práctica de discursos que vienen haciendo crisis al interior del anarquismo y de parte de la izquierda tradicional, se manifestaban con claridad. La pregunta de cómo potenciar las luchas particulares dentro del movimiento social y de cómo encontrar los nodos articuladores para enfrentar una realidad que nos ofrece un proletariado menos homogéneo y más extenso; la necesidad que arrojan las respuestas prácticas, requieren también un repensar la manera en que enfrentamos e interpretamos la realidad en que vivimos y que nos urge cambiar. Las categorías de análisis y los discursos que van siendo soporte de nuestros deseos, muchas veces arrojan fracturas que mueven (y es lo que esperamos) a instancias de reflexión crítica para reorientar nuestros esfuerzos individuales y colectivos; o también (y es lo que pretendemos superar) aislarnos en prácticas esteriles pero aparentemente "viriles" desde lo que consideramos debe ser el desempeño revolucionario de una corriente. Tal vez no consiste en ir, en viajar, en "meterse", sino en emerger organizado desde el pueblo; lo que nos llevaría además a la necesaria problematización de cómo generamos sintonía, de cual es nuestra capacidad para comunicar y materializar nuestros deseos emancipadores. Cambiar la realidad sin darse contra el muro, lejos del mesianismo y la ideologización. No estar atados a aparatos, perder movilidad; no estar atados a dogmas, perder la frescura. En la etapa final de este encuentro, voces encargadas de compartir el proceso de articulación del CUAC, abordaron el proceso previo para entender la razón de ser de esta organización. Esto además porque, los convocantes a este espacio de debate, establecían que aquella experiencia orgánica era un punto de inflexión para lo que dentro de este contexto se denominó Anarquismo Social. Además de los precedentes, se instalaron los siguientes enfoques: Estructura Orgánica; una visión crítica a la inserción social; el Anarcocomunismo y la necesidad de referentes ideológicos claros; educación y propaganda; política de alianzas y la crisis de la militancia. El CUAC surge como una de muchas repercusiones de intentos fallidos de articulación general del anarquismo chileno. Y así se planteó durante esta mesa, la visión crítica en torno a cómo los años 90 resumieron la crisis entre subversión y organización, permeándose a veces, enfrentándose en otras. Para efectos analíticos se hace una división, que considera que la primera mitad de los años 90 estuvo marcada por la presencia decenas de colectivos que funcionaban en torno a publicaciones, a una incipiente presencia en espacios universitarios, a la contracultura, a un pequeño trabajo cultural en poblaciones y a la heredada (o compartida, como se quiera) lucha callejera estudiantil. La segunda mitad de los 90, va mostrando como de la relación entre estos distintos espacios, surgen discursos más complejos y nuevos contextos que en algún momento entrarán en un debate (a ratos no muy fraterno). Se da la tensión entre visiones que tenían como prioridad tener un referente global del anarquismo y las que apostaban por fortalecer los colectivos. Por otra parte, la lucha callejera seguía limitada a las universidades y sólo periféricamente tenía eco (al menos desde los anarquistas) en espacios poblacionales. Así uno de los primeros aspectos que intenta superar el CUAC es construir una organización que pueda darse desafíos de mayor envergadura, que tal vez un colectivo por sí solo no podía enfrentar, intentando configurarse como un referente de masas. Después de su fundación el CUAC vivirá un proceso de fortalecimiento hacia dentro en donde intenta establecer las bases orgánicas en torno a un trabajo desterritorializado para posteriormente, a un año de su fundación, apostar por la inserción social. En esta etapa de la exposición, se hizo referencia a cómo se llegó a esta necesidad orgánica. El CUAC cambia su dinámica interna en función de este salto cualitativo que aspira a crear frentes territoriales de Inserción Social. Así, los expositores plantearon de qué manera esto ayudó a reivindicar prácticas libertarias al interior de las organizaciones sociales. Como también se plantearon problemáticas con la evaluación de tales espacios y de la falta de debate en torno a cómo se estaba construyendo desde aquellos contextos. La falta de madurez política sumado a ciertos roces de liderazgo al interior del CUAC, termina quitándole potencia a esta política, terminando en constituirse en uno de los factores del ocaso de esta organización. Por lo tanto, las aspiraciones que el CUAC se autoimpuso no estuvieron en sintonía con el contexto interno que la organización vivía. Sin embargo, las consecuencias de tal desafío, en el mediano y largo plazo, entregaron referentes territoriales sólidos. Desde aquí, también surgió un proceso paralelo a los cambios orgánicos y estratégicos que tiene que ver con definiciones ideológicas al interior del CUAC. La reivindicación del Manifiesto del Comunismo Libertario de Fontenis, como también la Plataforma, permitieron cierta claridad teórico práctica, pero a ratos fue razón para impedir inaugurar espacios permanentes de debate al interior de la organización. Desde nuestra mirada, esto se produce por interpretaciones antojadizas y dogmáticas de determinados militantes, que sirvió para alimentar odiosidades innecesarias. En uno de los puntos que el CUAC pudo tener mayoritariamente puntos altos, fue en la capacidad para generar una propaganda y una presencia pública sin precedentes en las últimas dos décadas. Fruto del trabajo interno, del compromiso y la creatividad de sus militantes logró instalar en la calle una iconografía libertaria que hizo coincidir lo mejor de la tradición clásica del anarquismo con el desenfado y la irreverencia de la contracultura. Y esto no es menor, ya que permitió que gente que no necesariamente fuera adolescente o luciera un atuendo punk, se acercara a las ideas y a la organización. Esto sumado a la edición de una publicación; talleres de debate y formación políitica; más los espacios culturales que se fueron gestando, como lo fue el mítico Café Acracia, permitió aportar identidad a lo que en ese momento llamamos anarquismo organizado. El último aspecto relevante que falta mencionar, fue el que aborda la política de alianzas que el CUAC desarrolló. Aquí surgieron voces diversas. Por un lado se hace ver cómo el CUAC apostó por extender puentes pragmáticos con organizaciones de la izquierda tradicional, buscando fortalecer su propio proceso de afianzamiento en los espacios territoriales y al mismo tiempo porque los desafíos globales que se iban asumiendo podían tener en lo concreto puntos de encuentro que ayudaran a construir movimiento social. Por último este esfuerzo se hacía para superar ciertos vicios dogmáticos y de aislamiento que históricamente jugaron en contra del enriquecimiento y expansión del ideario ácrata. Y en contrapunto con lo anterior, se desarrolló una crítica por parte de uno de los expositores que tiene relación con cómo el CUAC se relacionó con las demás orgánicas libertarias. Desde esta perspectiva se deslizó una crítica a la incapacidad que tuvo este referente para considerar un trabajo más cercano con instancias más pequeñas que abundaban en el mundo libertario, pero que tal vez miraban con desconfianza desde la contracultura o la ya afianzada tradición del colectivo, a esta nueva apuesta Anarcocomunista. Esto tal vez, dio espacio para que crecieran fantasmas, alimentados por la virulencia de críticas interesadas, que terminaron por aumentar un abismo entre el CUAC y una parte del mundo libertario. Podríamos preguntarnos también acerca de las consecuencias positivas y negativas que esto trajo, sobre todo a la luz de las últimas continencias. El debate posterior estuvo colmado de buenos aportes. Circulaba la curiosidad, la crítica y la convicción de que habíamos asistido a una retrospectiva que alimentaba nuestros deseos de converger. La necesaria convergencia, con la también necesaria duda de lo que marcará nuestra siguiente década. El espíritu de esta primera década de este siglo nos permitió seguir hablando en estas frecuencias y hoy van permitiendo el origen de nuevas sintonías. Desde hoy podríamos, con certeza del momento histórico que vivimos, hacer lo imposible por emerger como pueblo nuevo desde la cotidianidad de nuestras alegrías y miserias; resistiendo y construyendo diversos; demostrando que hemos aprendido de nosotros mismos y que ese aprendizaje es también parte de procesos colectivos anteriores. Y en el último aliento de este relato crítico, no puedo abstraerme (es más lo siento una necesidad fundamental) de la emoción de ver esa sala con tantos rostros desconocidos y, por lo menos, más jóvenes que algunos de nosotros. Esto más que sensiblería, nos permitía constatar con esperanza que los esfuerzos individuales y colectivos tienen alcances insospechados. Hubo un tiempo en que podíamos conocer a todos los y las anarquistas de Santiago. Ha habido un tiempo también en que nos hemos preguntado si ésta sigue siendo nuestra barricada; cuestionándonos aspectos más o menos ideológicos, como también teniendo noticias de ciertas prácticas que han llevado al anarquismo chileno a un proceso de crisis identitaria y de atomización suicida. Y como nos hicimos radicalmente cargo de aquella época es que podemos ver que cuantitativamente se ha crecido; que el deseo de libertad, de construcción autogestionaria y asamblearia va fluyendo poco a poco pero con decisión por los ingratos rincones de las demandas populares. De lo segundo, del que es tal vez este tiempo, constatamos qué tiene más de apariencia que de sustancia; que si bien a veces somos lo que parecemos, podemos revertirlo al calor del debate con todos los que estén en el ánimo de hacerlo; que las prácticas que día a día se van diseñando con la urgencia y la imaginación tienen eco en aquel crecimiento cuantitativo que mencioné; porque no somos simplemente más, aquí ha habido heridas y cicatrices, aquí ha existido crecimiento; hemos tenido derrotas porque nos hemos atrevido a vencer; porque seguimos siendo escépticos levantamos nuevos horizontes utópicos, pero lo hacemos desde aquí porque estamos vivos y vivimos la alegría de pensar y sentir de este modo. Y queremos seguir estándolo; los sacrificios e inmolaciones no nos seducen. Lo que nos motiva día y noche, es ese mundo que crecía en el corazón de Durruti, que no era ni nada más ni nada menos que otro corazón revolucionario. Cristián Olea Santiago de Chile, 26 de Enero, 2010
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