“El debate de fondo es la calidad de información que recibimos hoy los colombianos” Hollman Morris
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Saturday October 24, 2009 10:46 by José Antonio Gutiérrez D.
Entrevista con el periodista colombiano Hollman Morris
Ser periodista en Colombia no es fácil: en los últimos 30 años, más de 130 periodistas han sido asesinados en el ejercicio de su profesión, 98 de ellos asesinados durante el período 1992-2006. Durante este mismo período, muchos periodistas más fueron forzados a abandonar el país. La constante en el asesinato de periodistas es la impunidad: de estos 98 casos, tan sólo 3 han tenido un fallo condenatorio. Colombia, según Reporteros Sin Fronteras, se sitúa en el lugar 126 en su ranking de países con menor libertad informativa (de un total de 175 analizados). Reproducimos a continuación el interesante diálogo que sostuvimos con el periodista colombiano Hollman Morris en relación al periodismo en la compleja realidad colombiana.
“El debate de fondo es la calidad de información que estamos recibiendo hoy los colombianos” entrevista con el periodista colombiano Hollman Morris
El nombre de Hollman Morris es conocido en Colombia tanto por
Contravía, el programa que conduce desde hace años y que es una ventana casi única a la realidad del conflicto en Colombia, como por las acusaciones y persecuciones de las cuales ha sido víctima por parte de los aparatos de inteligencia del Estado (DAS), así como por el propio presidente Uribe. En Febrero, Uribe lo denunció ante las cámaras de televisión como un
“cómplice del terrorismo” por su cobertura de las liberaciones unilaterales de las FARC-EP de un grupo de rehenes[1], mientras el entonces ministro de defensa, Juan Manuel Santos, lo acusaba de hacer
“apología del delito”[2]. Luego, en Mayo, cuando se destapó el escándalo de las “chuzadas” del DAS, se descubrió que no solamente el aparato de inteligencia del gobierno se había dedicado a interceptar ilegalmente las comunicaciones de miembros de la oposición, periodistas, organizaciones populares, jueces, abogados defensores de derechos humanos, etc., sino que además, se les seguía, fotografiaba y se investigaba toda su información privada. Entre los perseguidos por el DAS se encontraba Hollman Morris, cuyo expediente aparecía con el nombre “Caso Puerto Asís”:
“A Morris le esculcaron sus correos, en un informe confidencial lo tachan de “periodista beligerante” y se siguieron de cerca sus actividades en el extranjero” [3]. Aparte de esto, Morris debe también vivir y desarrollar su labor como periodista en medio de contante presión y amenaza por parte de los grupos paramilitares de ultra-derecha, quienes no le perdonan su labor investigativa[4].
La situación de Morris no es excepcional, aún cuando debido a su perfil nacional e internacional su grado de visibilización sea bastante mayor: lo que ocurrió en el DAS es sintomático de un ambiente enrarecido en el cual se persigue y estigmatiza a todas las personas que resultan incómodas para los designios del gobierno de Uribe Vélez, situación a la cual los periodistas no son inmunes, menos aún cuando la estrategia mediática del gobierno ha sido particularmente fuerte.
Y es que ser periodista en Colombia no es fácil: en los últimos 30 años,
más de 130 periodistas han sido asesinados en el ejercicio de su profesión, 98 de ellos asesinados durante el período 1992-2006. Durante este mismo período, muchos periodistas más fueron forzados a abandonar el país. La constante en el asesinato de periodistas es la impunidad: de estos 98 casos, tan sólo 3 han tenido un fallo condenatorio[5]. Colombia, según Reporteros Sin Fronteras, se sitúa en el lugar 126 en su ranking de países con menor libertad informativa (de un total de 175 analizados).[6]
Pese a las declaraciones grandilocuentes del gobierno de que la situación de la prensa ha mejorado, aludiendo que durante el 2008 ningún periodista fue asesinado por ejercer su profesión, el parámetro para medir la libertad de prensa en Colombia no puede ser únicamente si los periodistas son asesinados o no. Como indica un informe del Committee to Protect Journalists (Comité para la Protección de Periodistas):
“
La violencia letal en Colombia disminuyó por segundo año consecutivo al no registrarse periodistas caídos en represalia directa por su labor. Las autoridades colombianas citaron el aumento de la seguridad en todo el país como motivo de la reciente baja en el número de periodistas muertos, pero los reporteros señalaron que la autocensura generalizada ha ocasionado que la prensa sea menos blanco de ataques. Aún así, la intimidación y las amenazas siguieron siendo un problema serio. Repetidas amenazas de muerte en contra de cuatro periodistas provinciales los obligó a huir de sus hogares. Conocidos periodistas de la capital denunciaron hostigamiento gubernamental como resultado de sus críticas a la administración del Presidente Álvaro Uribe Vélez.”[7]
Un informe de la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP), también llega a conclusiones semejantes, estableciendo las amenazas, la estigmatización y presiones de carácter económico, como las prácticas de control predilecto del periodismo en Colombia[8]. Aún así, en lo que va del 2009 al menos 5 periodistas han sido asesinados[9], cifra alarmante, que es la más alta desde el 2004, año en que asesinaron a 7 periodistas, con lo cual la visión gubernamental de una tendencia “decreciente”[10], no pareciera ser sostenible, y el mayor o menor número de asesinatos parecen tener relación con otras dinámicas, como la auto-censura, el destape de escándalos, etc.
Tuvimos el placer de recibir recientemente a Hollman Morris en Irlanda durante la presentación del documental de Juan José Lozano sobre la labor periodística de Morris, “
Testigo Indeseable” (Dolce Vita & Intermezzo Films, 2009). Un interesante documental que es más que sobre la experiencia de vivir como periodista en una sociedad desgarrada por el conflicto, con todas las vicisitudes y riesgos personales que ello conlleva. Es sobre todo, un documental sobre el conflicto, sobre las mil caras de la violencia en Colombia, sobre la indiferencia como un mecanismo de supervivencia, sobre la realidad fragmentada de una sociedad que encierra mundos paralelos, a través de los ojos de un testigo que se ha adentrado a las zonas donde el conflicto realmente se vive. Reproducimos a continuación el interesante diálogo que sostuvimos en relación al periodismo en la compleja realidad colombiana.
José Antonio Gutiérrez D.
23 de Octubre, 2009
¿Cuál es la situación del periodismo en Colombia actualmente?
La amenaza que se cierne sobre el periodismo colombiano se llama estigmatización. Los periodistas colombianos hemos estado siempre en la mira de los intolerantes, de los paramilitares, de las guerrillas, de el político corrupto, y ahora, bajo los señalamientos estigmatizadores del propio presidente de la República Álvaro Uribe Vélez, que de manera sistemática ha venido señalándome como “aliado del terrorismo”, al igual que a otros periodistas como Gonzalo Guillén, Daniel Coronell, y la misma práctica la ha hecho con defensores de derechos humanos, e inclusive con magistrados de las Altas Cortes.
El gobierno afirma que en Colombia se ha reducido el asesinato de periodistas …
El gobierno colombiano dice con orgullo que bajo esta administración ha disminuido el número de periodistas asesinados, lo que es cierto, pero no porque en Colombia haya más democracia, o seamos más tolerantes al pensamiento disidente, o a la crítica, sino que simplemente esto ocurre porque los periodistas se autocensuran.
¿En qué consiste esa autocensura?
Consiste, por ejemplo, en que los periodistas colombianos están dejando de recorrer las zonas de conflicto, ya que el gobierno reiteradamente ha señalado a los periodistas que recorren estas zonas de estar “vinculados al terrorismo”.
¿La concentración de los medios en pocas manos en Colombia no puede ser considerada también una forma de censura?
La censura no es por lo general de frente, no es algo que se hace público, no es el cierre de las emisoras, de los medios, pero es la estigmatización, la amenaza que llega a tu correo, a tu casa, a tus trabajadores, o la estigmatización pública de boca del propio presidente hacia ti, hacia tu trabajo, pero también la estigmatización del gobierno a ciertos temas. Por ejemplo, el comportamiento del presidente, grosero a ciertos periodistas, hace que prácticamente los periodistas no le pregunten sobre sus pasado, sobre los helicópteros de su familia[11], sobre los paramilitares.
Hay temas intocables. Como por ejemplo, las amistades dudosas del presidente. Algunos medios impresos se han atrevido a hacer este tipo de investigaciones, que contrasta con la terrible pasividad de la televisión cuyos canales privados ofrecen una actitud tremendamente reverencial hacia la figura del presidente Álvaro Uribe.
Ustedes en su programa Contravía realizaron un excelente documental de uno de los asesinatos a periodistas que remeció la conciencia de todo el país. Me refiero al asesinato de Jaime Garzón. En perspectiva, ¿cuál cree usted que fue el impacto de este asesinato?
Yo creo que el asesinato de Jaime Garzón fue un mensaje al periodismo crítico en Colombia. Que no nos metiéramos con ciertos poderes de la sociedad colombiana, para mi ese fue el mensaje. A partir del asesinato de Jaime Garzón desaparece la crítica política en televisión, desaparece el humor político en televisión, y hasta el día de hoy, diez años después de su asesinato no existe humor político en la televisión colombiana.
Hablando de la censura y la autocensura, así como del rol de la prensa impresa… ¿qué opinión le merece la noticia que tuvimos hoy del despido de Claudia López de El Tiempo* por su cuestionamiento a la parcialidad de ese periódico?
La actitud que asume el periódico el Tiempo frente a Claudia López es preocupante. Primero, su salida y segundo el haber bloqueado los comentarios de los foristas en la página web. No es un comportamiento democrático. Pero dicha actitud habla en sí del giro que está tomando el periódico en manos del Grupo Planeta y con la terrible influencia de personas como José Obdulio Gaviria, tan ligadas al gobierno, un gobierno que no tolera la más mínima crítica. Yo quiero pensar que una persona que debe estar terriblemente incómoda con esta actitud debe ser Enrique Santos, quien hoy es presidente de la SIP, y cuya voz en este debate sería interesante escuchar. Sin embargo, creo que lo que se plantea de fondo con este incidente es un debate de la sociedad colombiana, es el debate sobre la calidad de información que estamos recibiendo todos los días los colombianos. La sociedad colombiana, un país que es el segundo drama humanitario más grande del mundo, con la parapolítica, que discute hoy un cuestionado proceso de paz con los paramilitares, que procura la liberación de los secuestrados y discusiones de paz, para esa sociedad, ¿será sano que exista solamente un periódico de circulación nacional? ¿Y que dicho periódico sea controlado por un grupo que no esconde su íntima relación con el gobierno actual?. Y que ahora para colmo, de sus pocos columnistas disidentes, terminen echando a Claudia López. El debate de fondo, queridos amigos, es la calidad de información que estamos recibiendo hoy los colombianos. Tanto en prensa, radio y televisión. Ese es un debate urgente que debe dar la sociedad colombiana y los periodistas, ya que lo que está en juego es el fortalecimiento o no de nuestra democracia.
¿Qué opinión le merecen las presiones legales en contra de periodistas que se atreven a destapar los nexos de la mafia con elementos de la clase política y empresarial? Me refiero a los procesos en contra de Alfredo Molano, Daniel Coronell, Rodrigo Pardo, Maria Jimena Duzán…
Reitero, estamos viendo un gobierno y su círculo que no toleran la más mínima crítica. Son críticas que se han hecho con profundas investigaciones periodísticas, argumentadas, que sin embargo, inmediatamente son deslegitimadas por miembros del gobierno. Recuerde usted como el presidente llamó de mentiroso al director de la revista Semana, Alejandro Santos, cuando ésta publicó las irregularidades de la administración del señor Jorge Noguera como director del DAS y sus vínculos con el paramilitarismo.
La figura de Uribe en la prensa, sin embargo, es recurrente… jamás ha habido un presidente más mediático que Uribe, hay una saturación de Uribe en los medios, mañana, tarde y noche… ¿qué rol ha tenido en su opinión la prensa frente a esta saturación?
A ver, también hay ejercicios interesantes del periodismo, como es el caso de revista Semana y El Espectador. A través de la revista Semana, Colombia conoció el tema de la parapolítica y de las interceptaciones ilegales del DAS. Las páginas de opinión del Espectador de lejos muestran diversos matices de análisis de la realidad colombiana. Sin embargo, yo sigo preocupado por el rol que juegan los grandes canales de televisión, quienes no elevan la más mínima crítica ni cuestionamiento al presidente Álvaro Uribe, y algunas veces pareciera que operaran como sus mejores jefes de prensa. La compleja realidad colombiana le exige a esos canales que generen espacios para el debate, opinión, y que recuperen el documental y el reportaje como formas de hacer la labor periodística. El omitir esos géneros periodísticos en la Colombia de hoy, es hacerle un juego a los vientos que soplan contra el fortalecimiento de nuestra democracia.
Y aún así usted mantiene Contravía contra viento y marea, como indica el nombre de su programa, ¿cuáles son las dificultades que enfrentan?
Nosotros hemos dicho que Contravía vuelve al aire sabiendo que no tenemos garantías para nuestro ejercicio periodístico. Fuimos y creemos que seguimos siendo objeto de la más infame cacería por parte del DAS, por parte del presidente y sabemos que hay unos círculos de gente direccionados desde la presidencia, tratando de hacer una tremenda campaña de desprestigio contra nosotros, tratando de deslegitimar nuestro trabajo…
El mismo presidente lo llamó “cómplice del terrorismo” en público, ¿qué impacto ha tenido este señalamiento en su vida profesional y personal?
Los colombianos deben saber que un señalamiento de ese calibre, pronunciado por el presidente de la república y difundido por la televisión en horario prime, en vivo y en directo, y además, sin ningún cuestionamiento de los periodistas que ahí se encontraban, en Colombia se convierte en una amenaza de muerte. Eso ha generado decenas de amenazas contra nuestras vidas y contra el proyecto periodístico que dirijo. Eso ha generado que el tiempo que debiera estar dedicado a la investigación periodística lo dedique a denunciar estos hechos que ponen en peligro, insisto, mi vida. Esto ha generado que dedique una cantidad de tiempo para tratar de bloquear esta propaganda negra generada por dichas acusaciones. Eso sin entrar en los detalles de los daños y las repercusiones que ha tenido sobre mi familia, las afectaciones psicológicas, etcétera. Lo que le puedo anunciar es que la demanda viene en camino.
¿Qué piensa usted de los seguimiento del DAS en su contra y en contra de connotados defensores de derechos humanos, líderes de la oposición política y otras personas incómodas para el gobierno?
Es increíble que a un presidente que no se le escapa ningún detalle, que sabe cuántos son los kilómetros pavimentados o no entre Bogotá y Medellín, que sabe el nombre de los concejales de Puerto Rico, Caquetá, y que se caracteriza por un control férreo del tema de la seguridad, no tuviera conocimiento de que su policía secreta, el DAS, estuviera siguiéndonos, interceptándonos, intimidándonos durante los últimos años. No me crean tan ingenuo.
¿Y por qué entonces seguir en el periodismo crítico pese a los riesgos?
Por varias razones. Porque es difícil después de recorrer el país y ver las condiciones de miles de campesinos, llegar y como periodista quedarse callado, guardar silencio. En segundo lugar porque no es el país que le quiero dejar a mis hijos, el cual creo que, por ejemplo, con estas prácticas y con estos ataques a la Constitución del ’91, si los dejamos pasar, no les podremos garantizar un buen futuro, ni a mis hijos, ni a las próximas generaciones de colombianos. Quienes vivimos la década de los finales de los ‘80 y comienzos de los ‘90, a quienes nos mataron los sueños con el asesinato de Luis Carlos Galán, Camilo Pizarro, Jaime Pardo Leal y Bernardo Jaramillo, y posteriormente, con los asesinatos de Andrés Escobar y Jaime Garzón, sabemos, y así consta en los juzgados y en la Fiscalía, que el autor intelectual y material fue un monstruo llamado paramilitarismo y que el mismo con dichos asesinatos nos hizo retroceder en años de futuro, nos sumergió en la guerra y en la polarización, y por ello mi generación se inventó el sueño, y lo sacó adelante, de la constitución del ‘91. El proyecto paramilitar ha ganado en Colombia y ahora va por su gran trofeo, desmontar y atacar la constitución del ’91, que es condenar a otros cien años de soledad a nuestro país y hay gente como yo, y somos muchos, que no estamos dispuestos a dejar que eso suceda. Por eso seguimos en Contravía.
*Ver http://www.anarkismo.net/article/14780
sobre el caso de Claudia López y El Tiempo.
[1] Ver
http://ecodiario.eleconomista.es/internacional/noticias....html y la declaración de la vicepresidencia
http://www.elespectador.com/noticias/paz/articulo114272...orris Estas declaraciones recibieron la condena de la ONU y de la OEA (
http://www.elespectador.com/articulo116492-oea-y-onu-es...orris), a lo cual Uribe volvió a responder exigiendo que la Fiscalía de la Nación investigara a Morris
http://www.elespectador.com/noticias/politica/articulo1...orris
[2]
http://www.elespectador.com/audio-juan-manuel-santos-ac...elito
[3]
http://www.elespectador.com/impreso/articuloimpreso1454...l-das
[4]
http://www.rsf.org/IMG/pdf/Colombie_esp.pdf Ver página 8.
[5] Ver
http://www.flip.org.co/veralerta.php?idAlerta=357 Ver informe completo en
http://www.flip.org.co/documentos/195-informe_impunidad...7.doc
[6]
http://www.rsf.org/es-classement1002-2009.html En un informe anterior, 2007, Colombia ocupaba el mismos lugar
http://www.rsf.org/article.php3?id_article=24025
[7]
http://cpj.org/es/2009/02/colombia.php Énfasis nuestro.
[8]
http://www.flip.org.co/documentos/346-informe_prensa_20...8.pdf
[9]
http://www.p-es.org/index.php?option=com_content&task=v...id=62
[10] Ver el informe de gobierno de Abril del 2009 sobre la libertad de prensa
http://www.cancilleria.gov.co/wps/wcm/connect/2e2ec1004...1160a
[11] Nota del editor: en un complejo del Cartel de Medellín para el procesamiento y tráfico de cocaína conocido como Tranquilandia, allanado en 1984, se encontró un helicóptero del padre del presidente Álvaro Uribe. Este escándalo jamás ha sido debidamente investigado.
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Jump To Comment: 1 2 3 4 5 6Pese a que tiene medidas cautelares de la OEA ha sido seguido y presionado por el DAS.
Desde hace más de 10 años, Hollman Morris ejerce el periodismo con un enfoque específico: el seguimiento al conflicto armado, sus consecuencias para la población civil y la búsqueda de una salida negociada a éste. Sin embargo, esta actividad lo ha convertido en blanco de incontables amenazas y presiones. Por esta razón, Morris decidió llevar su caso a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, donde acaba de entablar denuncia contra el Estado colombiano por hechos de persecución.
En un documento de 71 páginas, respaldado por la Corporación Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo, el periodista solicitó a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que ordene al Estado “una investigación completa, imparcial y efectiva, para juzgar a los responsables de las amenazas, hostigamientos, seguimientos, difamaciones y estigmatizaciones públicas” de las que han sido objeto él y su familia, y que, en consecuencia, reciba una reparación por las violaciones referidas.
Como sustento a su denuncia, Morris refiere que en 2000 fue blanco de las primeras amenazas, cuando era periodista de El Espectador. Después de varios meses de exilio en España, regresó a Colombia, y con el apoyo de la Unión Europea, entró a dirigir el programa de televisión Contravía, con énfasis en el tema de los Derechos Humanos. Desde entonces ha sido blanco de toda clase de amenazas, que hoy lo tienen como un periodista con medidas cautelares de la OEA.
Entre marzo y mayo de 2004, la esposa de Morris, Patricia Casas, recibió múltiples amenazas que la desestabilizaron psicológicamente, como lo documentó la Fiscalía. En ese momento estaba embarazada de su segundo hijo. Ese mismo año, en agosto, Morris fue detenido por miembros de la Armada y el Ejército en Puerto Leguízamo (Putumayo) y la retención, sin previa orden judicial, duró ocho horas a bordo de un buque de la Armada. Su material periodístico fue confiscado.
En mayo de 2005, después de varios programas alusivos a la masacre de San José de Apartadó, recibió en su casa una corona fúnebre con la siguiente leyenda: “Sentidas condolencias, familia Morris”. Un mes más tarde, la Comisión Interamericana instó al Estado colombiano a adoptar medidas urgentes para proteger la vida de Morris, su esposa y sus dos hijos. Aun así, semanas después fueron detectados seguimientos en su contra.
En marzo de 2006, en un video denominado “Frente Social por la Paz”, Morris fue señalado como objetivo militar por ser supuesto agente de la guerrilla. Según se supo después, el video habría sido elaborado en el DAS, con la orientación de José Miguel Narváez. En posterior declaración, el ex director del organismo Andrés Peñate observó que “el contenido del video parecía circunscribirse al tipo de trabajo denominado guerra política, que tanto pregonaba el señor Narváez en su función de asesor externo”.
En su denuncia, Morris documenta otros episodios de amenazas y presiones, así como las públicas confrontaciones con el presidente Uribe, quien lo señaló de “utilizar su condición de periodista para hacerles apología a la violencia y a quienes someten al pueblo colombiano al secuestro, a tratos inhumanos, a mutilaciones, a ataques terroristas”. Lo anterior, según Morris, ha dado pie para que se le haya intentado vincular al escándalo de la farcpolítica. Pero además Morris resultó uno de los personajes más perseguidos por el DAS.
El periodista le pidió a la Comisión Interamericana que sancione al Estado colombiano y se reconozca que vulneraron sus derechos a la integridad personal, la honra y la dignidad, la protección judicial, el derecho de circulación y residencia, las libertades de pensamiento y expresión, así como otras disposiciones contenidas en la Convención Americana de Derechos Humanos.
Evidencias de espionaje del DAS
En un reporte de 105 páginas conocido por este diario, la Fiscalía documentó otras graves violaciones a los derechos humanos gestadas desde el DAS.
Se halló una carpeta de blancos políticos entre los que se encontraban Gloria Gaitán, hija del caudillo Jorge Eliécer Gaitán; el hoy gobernador de Santander, Horacio Serpa; el ex comandante del Ejército ecuatoriano René Constantino Vargas; el representante Wilson Borja y el director del programa de Derechos Humanos de la Vicepresidencia, Carlos Franco.
Se encontraron teléfonos celulares interceptados, de los que aparecen como suscriptores trabajadores de la ONU. Y una carpeta de 25 páginas sobre el récord migratorio y pronunciamientos de José Miguel Vivanco, director de Human Rights Watch.
Se descubrió que se venía siguiendo a Ernesto Amézquita Camacho, sindicado por el DAS de hacer parte de una estrategia de expansión de la revolución bolivariana del presidente Hugo Chávez. Amézquita es reseñado como el abogado huilense que asesoró a Chávez en 1995. Su caso se denominó “Espada de Bolívar”.
Fiscalía encontró fotos tomadas por el DAS del Foro Andino Amazónico, realizado en 2004 en la Universidad del Cauca. En total 36 asistentes fueron reseñados, algunos delegados extranjeros o el congresista Pedro Arenas. También el delegado de la ONU Marc Perduca.
Se encontró informe secreto en el que el DAS reporta una reunión entre el ex gobernador del Valle Angelino Garzón y una persona de quien se dice sería su contacto con el secretariado de las Farc. También se informa de otros encuentros de Garzón con supuestos miembros de grupos al margen de la ley.
TRES AÑOS DESPUÉS DE QUE ALGUnos integrantes de la familia Araújo de Valledupar instauraran una demanda por injuria y calumnia contra el sociólogo, escritor y periodista Alfredo Molano, por la publicación de una de sus columnas de opinión en El Espectador, el delegado de la Procuraduría pidió “fallo absolutorio”.
Aunque el concepto no obliga, en la tarde de hoy el juez encargado del caso dará a conocer, finalmente, la tan anhelada sentencia. Justo el día en que se celebra en Colombia el Día del Periodista.
Alfredo Molano no es el primer periodista que en Colombia se ve obligado a hacer presencia en los juzgados como consecuencia de sus opiniones. Ya antes, columnistas como Salud Hernández, María Jimena Duzán, Mauricio Vargas, Felipe Zuleta, Daniel Coronell o Ramiro Bejarano, entre otros, han debido comparecer ante las autoridades judiciales por la misma causa. El tema no reviste novedad alguna, pero sí inquieta que de un tiempo para acá son notorias las evidencias de que la intolerancia frente a la denuncia, la crítica y la interpretación ha llevado a mayores exigencias de cárcel y castigo para quienes se rehúsan a permanecer en silencio.
El resultado de tan fatídica práctica no podría ser más adverso para el ejercicio del periodismo de opinión. Una amenaza real que se erige en el horizonte de quienes tienen por oficio cuestionar la realidad nacional, con el agravante de que no serán pocos los que incurran en la autocensura de la que nunca nos enteraremos. Es obvio que la libertad de expresión tiene límites y que las mentiras, falsas acusaciones, excesos verbales y estigmatizaciones atropellan la honra y buen nombre de los ciudadanos. En aquellos casos en que no sean viables las conciliaciones, es ahí donde el juez debe intervenir en defensa de los derechos que también el periodista puede desconocer.
Pero este debe ser siempre un caso extremo y francamente aislado. En el caso que nos ocupa, la calidad de los libros de Alfredo Molano, entre la rigurosidad de las ciencias sociales y las exigencias literarias de la crónica periodística, demuestran un trabajo responsable, comprometido y juicioso, que puede o no gustar a sus lectores, pero que demuestra el mismo estilo crítico que caracteriza sus columnas de opinión. Nadie que conozca su extensa obra y encuentre en ella rechazo o afinidad por los relatos e historias de vida de los que nunca hablaron, podrá afirmar que estamos ante un periodista que tenga por oficio la calumnia o la injuria. Un tema es que sus posiciones políticas sean polémicas, para lo cual nunca faltaran contradictores, y otro asunto, muy distinto, que sus textos no hayan ayudado a construir la historia nacional, granjeándole de paso notabilidad en la literatura colombiana.
Ante esta perspectiva, cobra importancia que sea precisamente hoy, el Día del Periodista, la fecha en que se siente un precedente trascendental para la libertad de expresión en el país. De prosperar una sentencia judicial contra la persona de Alfredo Molano, una puerta a la censura quedaría abierta de par en par y, con ella, se erigiría una limitación para quienes desean formar libremente sus opiniones. Como lo recordó el historiador Jorge Orlando Melo hace algunos días, se estarían quebrantando los fundamentos mismos de la participación democrática. Entre otros aspectos, los mismos que, cualquiera sea la razón, resultaron golpeados con el cambio de formato de la revista Cambio, que lamentamos por su valeroso y necesario trabajo de denuncia en tiempos en que la corrupción campea y el periodismo investigativo languidece.
LAS RAZONES DADAS POR LA CASA Editorial El Tiempo, léase Planeta, en torno a la clausura de la revista Cambio no se las cree ni el más subdotado de los lectores.
Personalmente creo que es no solamente una vergüenza para el periodismo colombiano, sino un precedente gravísimo y de impredecibles repercusiones esta “cerrada” súbita y fuera de contexto de una de las pocas revistas independientes y serias con que contábamos los lectores nacionales. Queda Semana. Ojalá no sucumba ante este régimen, cada vez más facho, opusdeisiano, retrógrado y dictatorial.
La verdad monda y lironda, y no hay que ser un genio para saberlo, es que tanto María Elvira Samper como Rodrigo Pardo resultaban demasiado incómodos para los dueños del balón, léase El Tiempo con José Obdulio a la cabeza y el Grupo Planeta de ultraderecha y arrodillado a los caprichos del Ubérrimo y compañía, para lograr la fruta deseada: el tercer canal de televisión. Es una vergüenza que un país que hasta hace poco se ufanaba de sus libertades democráticas, entre ellas la más sagrada de todas como la libertad de expresión, se permita, ante la indiferencia general, capar, por decirlo de forma suave, a dos de sus periodistas más importantes. Importantes por su independencia de opinión, por su valor al destapar ollas podridas, por su integridad y profesionalidad en este oficio donde muchos son solamente sacamicas del gobierno de turno y no se atreven a tener una idea, y si la tienen jamás la escriben por pavor a que les muevan el asiento.
Cambio destapó los escándalos de Uribito y sus secuaces cuando ejercían en el Ministerio de Agricultura. Destapó las andanzas grotescas del hermano del Ministro del Interior. Destapó las componendas tras la entrega de bases colombianas a Norteamérica. Cada jueves el equipo periodístico armado de coraje y sin temores nos entregaba noticias que iban más allá de lo convencional y ayudaban a destapar entuertos y a estar alertas en este carrusel de corrupción y maniobras inconfesables en el que nos hemos acostumbrado a vivir.
Es mentira que “la verdad os hará libres”. Aquí en Colombia decir la verdad tiene un precio muy alto. Muchos periodistas mueren, otros callan o se exilian porque sus familias corren peligro. Otros se ven arrojados al asfalto porque de un momento a otro los intereses creados de sus propietarios son más poderosos que todo, y la ley del silencio o la alcahuetería se imponen por encima de cualquier opinión. La mordaza, en este caso Planetaria, ha sentado sus garras en nuestro país.
Me gustaría saber, simplemente por mera curiosidad, sin ánimo de polémica, sin pensamientos atravesados ni oscuras intenciones, me gustaría saber si periodistas de la talla de Daniel Samper, Roberto Pombo, Enrique Santos, que siempre se han considerado defensores a rajatabla de la libertad de expresión, se van a pronunciar ante este atropello, van a sentar su voz de protesta, o se van a quedar sentados en sus cubículos haciéndoles la reverencia a los nuevos dueños del poder. Me gustaría saber. No más. Para saber de una vez por todas quiénes somos, cuántos somos, en qué estamos y cuántos quedamos. Mera curiosidad. Ojalá Tomás Eloy Martínez todavía no se haya enterado de este atropello en su nueva dimensión. Se revolcaría del dolor.
Escritores o intelectuales pervertidos. Es decir, torcidos. Dañados. Enfermos. ¿Qué hacer con esta plaga? José Obdulio Gaviria tiene la respuesta: “Colombia debería dar el salto jurídico y perseguir, sin complejos, cualquier expresión 'comprensiva' con la guerrilla, y, ¿por qué no?, neutralizar esa campaña sistemática de desmoralización de la Fuerza Pública”.
Afirma Gaviria: “Detrás de los carniceros y cuchilleros van los amoladores. Plumas pervertidas, intentaron el imposible milagro de convertir la sangre en vino y cantaron loas a los decapitadores y torturadores.” Se refiere, por supuesto, a quienes “defienden” a las Farc.
El exconsejero pide castigo ejemplar, a manos de la justicia, para todos aquellos que, por ejemplo, se atrevan a decir que, en medio de su degradación moral y sus métodos sanguinarios, las Farc o el
ELN son organizaciones político militares, con una larga historia que no empezó en 2002, año en el que, según el exasesor presidencial, los colombianos vimos la luz. Según él, “Hasta el ascenso (sic) de Uribe, poco se cuestionaban los "motivos" de las Farc.(…) Por eso, (…) llegaron a tener una base de apoyo político que les permitió disfrutar por más de tres años del Caguán”.
Plinio Apuleyo Mendoza escribe cosas parecidas (con un estilo mucho más pulido, por supuesto) pero él es un escritor que hace uso de su derecho legítimo a opinar. Lo de José Obdulio Gaviria es distinto. Sus palabras no se las lleva el viento. Son parte esencial de un proyecto de poder, tienen un entronque directo con la Casa de Nariño. Por decirlo con el lenguaje de la era digital: están escritas en tiempo real. Con efectos prácticos. Políticos.
Y no se trata aquí de considerar que lo que afirma este ex consejero sea importante o vital. Es sólo que forma parte de la arquitectura ideológica del actual gobierno, son categorías que tienen consecuencias tácticas y estratégicas. Desde las chuzadas del DAS hasta la última pirueta paramilitar del presidente Uribe: convertir a los estudiantes (mediante “bonificaciones”) en carne de cañón de la seguridad democrática. Busca crear “convivir” universitarias, que hoy son informantes, y mañana soplones armados dedicados a liquidar intelectuales o escritores pervertidos.
¿Ha logrado Gaviria, con su trinchera en El Tiempo, intimidar a los periodistas, como lo afirma Jorge Enrique Botero, en su columna de respuesta a un escrito virulento del llamado Montesinos del uribismo, en el que pide que caiga todo el peso de la justicia contra el escritor y documentalista por sus opiniones de “intelectual pervertido”?
Creo que hay miedo y también complicidad. Un poderoso sector del periodismo colombiano decidió ponerse el verde oliva, abandonó el equilibrio para militar en las filas de la lógica de la guerra. Por eso, ante una propuesta tan peligrosa como la de Gaviria (la de judicializar a quienes no sigan el credo antiterrorista de Uribe y compañía), muchos pasan de agache.
Es peligrosa, pero nada original: defensores de los derechos humanos, senadores, representantes, sindicalistas, maestros, periodistas, líderes comunales, profesores, investigadores sociales, han sido asesinados por aquellos que consideraron que a esos cómplices del terrorismo, “pervertidos” sin remedio, había que liquidarlos. Es el sustento de la guerra sucia.
Lo de Gaviria no es opinión libre. Es la ideología de un proyecto de poder, que está utilizando una tribuna para agitar o legitimar ideas que ya son políticas de Estado o van en camino de convertirse en decisiones de alto gobierno, a la luz del día o de manera clandestina.
El insólito cierre —por su forma y su fondo— de la revista Cambio invita a una reflexión más amplia sobre las implicaciones políticas de la concentración de la propiedad de los medios de comunicación alrededor del mundo.
En la década de los ochenta éstos sufrieron una profunda transformación a raíz de la globalización neoliberal y la desregulación de las fuerzas del mercado, consistente en la expansión, la diversificación y la internacionalización, y el uso de las fusiones y adquisiciones como vehículo para consolidar ganancias y reducir el riesgo. En el caso de Estados Unidos, mientras que en 1983 unas 50 compañías eran dueñas de la mayoría de los medios masivos, para 1990 esta cifra se había reducido a 23, descendiendo a tan sólo 5 en 2004.
Los “carteles mediáticos” resultantes de este proceso —que se han convertido en el modelo dominante de organización de los medios en el mundo— se caracterizan por el lucro como objetivo principal, con lo cual todo, incluyendo el periodismo, debe ser entretenido; la integración vertical y horizontal, es decir, el control sobre la totalidad de la cadena productiva de múltiples industrias culturales (editoriales, cine, radio, prensa, TV, cable, internet) que antes eran separadas; y la concentración de la propiedad.
A pesar de que los medios han sido descritos como una fuerza democratizadora dentro de la sociedad en tanto defensores de la libertad de expresión, la transparencia y el interés público, su cartelización distorsiona la democracia de múltiples formas, comenzando por el hecho de que la concentración del poder privado sobre ellos reduce su independencia, así como la existencia de distintas lecturas sobre la realidad. Con el agravante de que lo que se presenta como noticia o no, y la forma de presentarla, depende de la doble necesidad de entretener y seducir al público y de no ofender a los intereses corporativos —de cuya publicidad viven los medios— ni a los gobiernos que patrocinan a estos últimos.
La afirmación de que los dueños de los medios hacen política, no sólo ganancias, se ilustra con un caso aberrante pero representativo de esta tendencia. El de Silvio Berlusconi. El primer ministro italiano no sólo llegó al poder gracias a su dominio sobre un imperio mediático masivo, sino que una vez allí, impuso una fórmula noticiosa que toda cadena estatal de TV debía seguir, en la cual el punto de vista del Gobierno se privilegiaba. Con el resultado de que, además de socavar la objetividad y la autonomía de los medios en Italia, Berlusconi logró ocupar un 50% del tiempo al aire de las cadenas estatales, versus un 20% para la oposición.
En resumen, el poder económico y político a disposición de los dueños de los medios de comunicación se ejerce sesgadamente, como el de cualquier otra empresa, en función de sus intereses y los de sus patrocinadores. Aunque consumidores, accionistas menores y periodistas pueden limitar ese poder mediante la creación de pequeños nichos “críticos”, no controlan su rumbo general.
Lo cual nos trae al caso de Cambio, que ocupaba este importante papel dentro de la CEET. Sería ingenuo desconocer que Planeta, como cualquier cartel mediático, también hace política para asegurar sus ganancias. ¡Pero a qué costo para la democracia!
La Fundación para la Libertad de Prensa (Flip) reveló que entre el primero de enero y el 30 de junio se han presentado 58 amenazas a periodistas, nueve casos más de las que ocurrieron durante todo el año pasado.
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