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Consideraciones acerca del Programa Anarquista

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category internacional | movimiento anarquista | opinión / análisis author Tuesday May 19, 2009 04:59author by José Antonio Gutiérrez D.

Este es el último de una serie de artículos que versan sobre cuestiones elementales del anarquismo revolucionario: organización, discusión, alianzas e intervención social. Al igual que los artículos anteriores, éste se desarrolló a partir de una serie de documentos de debate interno, en diversos momentos, en Chile y en Irlanda. En este artículo en particular analizamos la necesidad de dar el salto del anarquismo del círculo de propaganda, a un anarquismo con visión del cambio y posibilidad de transformación social, planteando algunas consideraciones muy básicas sobre la necesidad del desarrollo de programas revolucionarios para facilitar este salto. No estamos, con este artículo, descubriendo la pólvora, sino que sencillamente debatiendo algunos problemas esenciales para el desarrollo de nuestras organizaciones político-revolucionarias.

Los tres artículos anteriores de esta serie fueron "La importancia de la Crítica en el Desarrollo del Movimiento Revolucionario" http://www.anarkismo.net/article/6854, "Sobre la Política de Alianzas" http://www.anarkismo.net/article/7181 y "En torno a los Problemas Planteados por la Lucha de Clases Concreta y la Organización Popular" http://www.anarkismo.net/article/7329.

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No basta con tener la "verdad"...
No basta con tener la "verdad"...


Consideraciones acerca del Programa Anarquista



Durante los últimos setenta años, el anarquismo se vio reducido en casi todo el mundo a una mínima expresión, salvo notables excepciones donde el anarquismo aún conservó un cierto peso hasta entrada la década del ’70 (Uruguay es el caso más notable en Sudamérica) o donde hubo, con altos y bajos, una cierta continuidad, como en el caso español. Muchos factores contribuyeron a su declive, y no viene al caso en este artículo entrar a hacer una evaluación de los factores que contribuyeron a éste. Lo cierto, es que durante esa época, la mayoría de las expresiones libertarias, muy minoritarias, se vieron limitadas en su radio de acción a la propaganda. De tal manera, las grandes organizaciones de carácter libertario se fueron reduciendo hasta terminar convertidas en grupos de afinidad o colectivos, que mantenían, de una u otra manera, la llama viva, mediante una publicación o alguna otra forma de difusión.

Es en el último par de décadas que ha habido un nuevo despertar del interés en el anarquismo y cuando, nuevamente, las enseñanzas de Bakunin y las lecciones dejadas por los antiguos sindicalistas revolucionarios han encontrado un nuevo eco en el movimiento popular. El anarquismo, una vez más, se ha re-encontrado con las masas. Los primeros atisbos de este renacer libertario se dieron en las jornadas de Mayo del ’68 en Francia, y durante toda la época de los ’90, tras la caída del Muro de Berlín y el colapso de los llamados “socialismos reales”, la cancha quedaba nuevamente disponible para el movimiento anarquista, que por una parte, se oponía enconadamente al (viejo) “Nuevo Orden” y por otra, entregaba, principalmente a la juventud, nuevas formas de organización, de lucha y de canalizar su rebelión, que se distanciaban radicalmente de los formulismos del marxismo-leninismo clásico. Los nuevos movimientos populares de esa década (particularmente desde la emergencia del movimiento zapatista en 1994) retomaban en su discurso y en sus prácticas muchos elementos que marcaban un claro quiebre con esa izquierda que se desmoronaba con el muro allá en Berlín, mientras que a la vez retomaban ciertos elementos de la tradición libertaria. La práctica del mismo pueblo reivindicaba al viejo Bakunin.

Al ritmo de estas transformaciones sociales y de estas nuevas resistencias, agrupaciones anarquistas florecieron por todo el orbe, a veces a la sombra de alguna publicación, otras veces a la sombra de un movimiento de mayor convocatoria (como el zapatismo) y a veces, con la intención expresa de reconstituir al movimiento anarquista. Sin embargo, los problemas que todos estos grupos enfrentaron fueron notables: la falta de referentes organizativos fue uno de los más graves, ya que los únicos referentes conocidos eran de carácter histórico y solamente podían ser conocidos a través de los libros de historia o a través de los relatos de uno que otro militante de la vieja guardia que sobrevivió a los avatares de la segunda mitad del siglo XX. Que el anarquismo es organización, como decían todos los pasquines, nadie lo discutía, pero ¿Cómo organizarse? ¿Qué aspecto tendría una organización libertaria? ¿Cómo alcanzar acuerdos sin caer en los modelos tradicionales de las agrupaciones de izquierda? Todas estas preguntas nos rondaron a varios de los que tratamos entonces de levantar alternativas libertarias. Las respuestas, a falta de referentes, las fuimos encontrando de manera muy empírica, en parte, tomando elementos de lo que conocíamos, en parte, tomando elementos de algunos de los nuevos movimientos populares, en parte, imaginando cómo habrían alcanzado los acuerdos las viejas organizaciones ácratas y en gran parte, improvisando.

Así fuimos creciendo, atrayendo nueva sangre a la causa libertaria. Pero las limitaciones empezaron a aparecer de manera clara al poco andar. Notábamos que la mayoría de las organizaciones seguían reproduciendo el patrón de los grupos de propaganda. Estos grupos de propaganda tuvieron una importante labor cuando el anarquismo era un movimiento minoritario y a ellos les debemos que las ideas libertarias hayan sobrevivido hasta nuestros días. Pero ante las exigencias del presente y ante un movimiento que ya había crecido bastante como para conformarse aún con las tareas propagandísticas, esta lógica organizativa aparecía como insuficiente.

Muchos compañeros nos hacíamos cada vez más concientes de la necesidad de dar el salto cualitativo desde los grupos de propaganda a organizaciones ya de carácter político-revolucionario. ¿Cómo dar ese salto? La respuesta a esta pregunta, por mucho tiempo, creímos encontrarla en ciertos formalismos: la organización como mera estructura, los números de militantes o la cantidad de áreas en que nuestros militantes estaban insertos. En realidad, nada de esto era lo fundamental, y a lo más, podíamos aspirar a ser grupos de propaganda más o menos grandes, con secretariado nacional o sin él, o con áreas de propaganda más o menos diversificadas... pero seguíamos siendo grupos de propaganda a fin de cuentas. Con la limitación que esto representa para el desarrollo del movimiento.

Había entonces que ir más allá de los formalismos: el salto de los grupos de propaganda a la organización político-revolucionaria, de carácter sólido, requiere una transformación política de fondo, que permita un crecimiento en términos políticos y que dé paso a la transformación del movimiento libertario en un movimiento de masas. Esta transformación es la traducción de la práctica y el pensamiento libertario, en un programa revolucionario de acción concreto. Y es esta la actual fase en que muchos movimientos libertarios a nivel global se encuentran hoy, tratando de definir un proyecto libertario para el presente y el futuro inmediato.

Nuestra posición en la tradición anarquista y la necesidad del salto político

Para abordar la cuestión del programa revolucionario, la cual expandiremos en este artículo, es necesario partir de preceptos políticos muy básicos, ya que si bien todas las expresiones del movimiento libertario requieren de dar un salto hacia el plano de lo programático, esto es particularmente sensible para la tradición anarco-comunista de la cual hacemos parte. El lugar exacto que ocupamos en la tradición anarquista es algo que en todo momento debemos tener presente. Ser de la tradición anarco-comunista (que se desarrolla a partir de la “Plataforma”) no es algo ni que debiéramos tomar a la ligera, como así tampoco es algo que debiéramos convertir en un mero artículo de fe. Tal opción no es una decisión meramente caprichosa, ni ha sido elegida por un excesivo celo ideológico. Tal opción expresa, sencillamente, la voluntad por construir un cierto tipo de organización, a fin de contar con un cierto tipo de herramienta para transformar nuestra sociedad opresiva y explotadora, en una que sea libre y justa. Con tal propósito en mente, consideramos que el marco revolucionario y la aproximación organizativa entregadas por la “Plataforma” tienen elementos centrales de mucho valor. Sin ser una receta para seguir ciegamente, los elementos fundamentales en ella contenidos, son correctos y útiles, a juzgar por la propia experiencia que construimos internacionalmente y por el estudio de los movimientos revolucionarios que nos han precedido, y de las causas de su fracaso.

El meollo de la Plataforma es cómo construir una organización que aglutine a los anarquistas de ideas afines en función de propuestas y tácticas concretas –es decir, una “organización política” en oposición a lo que es un grupo puramente ideológico. Estando en esta tradición, es perfectamente justo que nos preguntemos cuántas de nuestras organizaciones, dejando de lado cualquier clase de pretensiones, han alcanzado realmente un nivel de desarrollo propio de una organización política. En el presente, la mayoría de estas agrupaciones son sólo grupos de propaganda. La principal diferencia entre una organización política y un grupo de propaganda no es el número de sus militantes, y ni siquiera el nivel de militancia así como de inserción política de sus miembros. La principal diferencia se responde, sencillamente, con la pregunta de qué es lo que podemos ofrecer al pueblo. Mientras los grupos de propaganda no pueden sino ofrecer una visión política e ideológica y en el mejor de los casos algunas consignas, la organización política-revolucionaria puede ofrecer una línea de acción, un programa, una línea táctica, una estrategia, objetivos a corto, mediano y largo plazo.

Desde este punto de vista, debiéramos superar la limitación básica del anarcosindicalismo ortodoxo en relación a la organización anarquista, una limitación que los seguidores de la Plataforma combatieron, pero de la cual hoy frecuentemente somos presa. Esta limitación es la creencia de que el grupo anarquista es una entidad puramente ideológica, ajena a las pequeñas luchas diarias e inmaculada en relación a la lucha por reformas. Las reformas, en su opinión, son tarea de los sindicatos o de los frentes político sociales, o de las organizaciones sociales.

Desde nuestra concepción, rechazamos completamente esta manera de entender el rol de las agrupaciones anarquistas, y es esto lo que nos hace ser ante todo, anarco-comunistas. El defender la necesidad de que aquellos anarquistas que son afines en términos políticos se unan, pero también que se organicen como tales para enfrentar las luchas cotidianas. Que desarrollen sus propuestas sociales, no solamente en vista a la poco probable eventualidad de una revolución quién sabe cuándo, sino que para el presente. Después de todo, las revoluciones no suceden mágicamente, sino que se impulsan. Si no comenzamos a transformar el presente, nunca llegaremos a buen puerto en el futuro. En teoría, todos estaremos de acuerdo con esto, ¿pero qué ocurre en la práctica?

Haciendo el anarquismo relevante para todos

La cuestión, entonces, se nos plantea de frente, sin posibilidad de evitarla: ¿Podemos estar contentos sencillamente con la propaganda? La propaganda, ya lo hemos admitido, ha sido necesaria para construir un movimiento como el que tenemos hoy en día. Pero no puede seguir siendo el foco exclusivo de nuestros esfuerzos hoy en día –no puede determinar la propaganda las necesidades de la organización, sino que debieran ser las necesidades de la organización las que determinen la propaganda. ¿Podemos estar contentos, con toda honestidad, con ir detrás de lucha en lucha agitando nuestros principios? A esta altura, debiéramos plantearnos algo más, debiéramos buscar una línea de acción y pensamiento estratégico, que le de coherencia a nuestra participación (o no participación) en tal o cual lucha. Es hora de asumir responsablemente la importancia que nuestro movimiento ha logrado, y debiéramos comenzar a comportarnos acorde a esta circunstancia.

Simplemente no es suficiente, hoy en día, el hacer declaraciones sobre la sociedad que queremos en los próximos 500 años o tras la revolución. Entre las luchas que libramos hoy y la sociedad ideal del futuro que anhelamos, existe un abismo enorme. Somos utópicos en el peor sentido de la palabra. O reformistas, en la medida en que la lucha por las reformas no se liga (más allá de nuestros deseos) a una estrategia revolucionaria. Entre nuestro utopismo y reformismo, es donde debemos encontrar el camino para la política revolucionaria, que unifique nuestra participación en las luchas por reformas y cambios en el presente, con aquellas grandes aspiraciones que nos inspiran.

Es hora de pensar qué tipo de sociedad, de país, queremos en los próximos, digamos, cinco años. O en cualquier lapso de tiempo concreto. Esta es la gran pregunta que nos debemos hacer de momento, cuya respuesta será de gran beneficio para nuestro movimiento y para hacer a nuestro anarquismo relevante para el pueblo hoy. No en la teoría, sino que en la práctica. El economista libertario Michael Albert, en una charla dictada en Dublín, hacía un comentario certero afirmando que el pueblo en su inmensa mayoría está de acuerdo con nosotros en nuestra crítica a los vicios del capitalismo. Muchos incluso estarán de acuerdo en lo deseable que es la sociedad anarquista cuando ésta es explicada correctamente. Pero mientras no seamos una alternativa práctica, con propuestas muy concretas y factibles para el presente, que demuestren que el proyecto libertario sí es viable, no hay muchas oportunidades de que nuestro movimiento expanda su círculo de influencia.

¿Para qué sirve militar en una organización anarquista?

Entonces, debiéramos preguntarnos qué es lo que nos impiden crecer como organizaciones. A veces, gente cercana a nuestros grupos plantea como razón para no sumarse a la militancia en nuestras orgánicas que no ven el asunto de estar en una organización anarquista si pueden participar en organizaciones sociales y hacer lo mismo -o más- en ellas. Algunos otros dicen que los anarquistas, así como buena parte de la izquierda, se la pasan mordiendo la cola. Es que sin un programa ni una estrategia, es fácil ser llevados a la deriva por los eventos, y que al terminar una lucha, demos vuelta la página y ahí vamos de nuevo, a empezar otro nuevo círculo. Necesitamos dejar de dar vueltas en círculo y comenzar a acumular seriamente, en nuestras luchas, para un proyecto concreto que tenga continuidad en el tiempo.

Frecuentemente nos topamos con compañeros excelentes, cercanos, que militan con nosotros en espacios de lucha u organizaciones populares. ¿Por qué esos compañeros debieran hacerse militantes anarquistas? ¿Por qué participar en un grupo que no les da más perspectivas que la lucha en los espacios en los cuales, de todos modos, ya están participando? ¿Qué gana, en términos políticos, un compañero con unirse a una organización libertaria? La organización anarquista tiene que ser más que una sumatoria de espacios o frentes de lucha si quiere tener algún sentido.

La principal razón de ser de una organización política libertaria, es la capacidad de desarrollar una línea política que dé dirección a la acción colectiva, que le dé una orientación a un conjunto mayor que un determinado sector social (ej. estudiantes, trabajadores, etc.) o que al pueblo en una determinada localidad. La organización es un espacio de convergencia en donde se acumula para un proyecto de sociedad. Ser miembros de una organización anarco-comunista debiera representar una diferencia cualitativa para nuestra actividad política en términos no solamente de presencia organizativa, sino además de dirección política. Esta dirección se constituye en base a una línea de intervención concreta y explícita en los conflictos sociales.

La pura fe en el anarquismo, aunque necesaria, no basta: es necesario desarrollar un proyecto político concreto. No se puede, ante cada lucha particular, volver a debatir de cero, volver a inventar la rueda; es necesario tener políticas claras, fruto de un acumulado de experiencias, con una línea de acción igualmente clara, que faciliten la evaluación y la intervención en los procesos sociales a medida que se desenvuelven, teniendo la capacidad de salirle al paso a la historia.

Esta línea de acción clara es de la mayor importancia, ya que el problema real no es si hemos triunfado o fracasado ante una determinada lucha específica, sino qué haremos a continuación de la lucha, ganemos o perdamos. El problema es cómo tal o cual lucha puede ser útil en el proceso de acumulación de experiencias, confianza y empoderamiento que pueda ser utilizado en luchas venideras y en la elaboración de un proyecto social.

La capacidad de tener esta línea de acción y un programa nacido de esta experiencia acumulada, que hermane nuestras propuestas para enfrentar al presente con nuestros objetivos de largo aliento, es lo que hace la diferencia en una organización político-revolucionaria. Nadie tiene por qué unirse a una organización anarquista para hacer sindicalismo, por ejemplo. Para ello basta unirse a un sindicato. De igual manera, las ideas sobre el futuro pueden ser muy interesantes, pero son insuficientes para la mayoría de las personas como un argumento para unirse a una iniciativa política. Es necesaria una visión práctica de la posibilidad de cambio del conjunto de la sociedad a mediano plazo. Si soy una esposa maltratada, si soy un inmigrante, si soy un trabajador más o estoy desempleado, si detesto mi trabajo y todos los trabajos que podría conseguir, ¿qué diferencia hace en mi vida el ser anarquista? Esta es la pregunta que debiéramos hacernos para entender a nuestro anarquismo como una fuerza viva en la sociedad y como proyecto de cambio, es decir, como programa revolucionario.

¿Por qué un Programa Revolucionario?

Hemos hablado ya bastante de la necesidad de una visión estratégica, de aterrizar nuestro anarquismo, del programa revolucionario... pero, ¿qué queremos decir exactamente con todo esto? Debemos especificar bien qué queremos decir para no confundir lo que entendemos por programa revolucionario nosotros, anarco-comunistas, con lo que entienden corrientes dogmáticas que creen que no se trata más que de letra muerta escrita hace cinco décadas y no modificada en lo absoluto (como si el mundo no hubiera girado desde entonces), o para no confundirlo con una panacea que mágicamente superará todas las falencias de nuestro accionar político.

Un programa revolucionario es, en breves palabras, un conjunto de propuestas muy precisas y concretas para avanzar hacia transformaciones sociales de fondo. No es la teoría revolucionaria, sino que es la aplicación de esa teoría para comprender y transformar la sociedad concreta. Parte de un análisis de la sociedad actual, estudia las condiciones actuales del terreno para la lucha de clases, identifica los problemas más urgentes y las condiciones para desarrollar un movimiento; estudia potenciales aliados y enemigos; y propone una serie de transformaciones, así como una vía para alcanzarlas mediante la lucha. En todos estos momentos de la elaboración del programa, la teoría sirve de guía. La teoría no entendida como dogma, sino como una herramienta para comprender mejor el mundo.

Este programa nos orienta en la acción y nos entrega propuestas claras con las cuales podemos convertir el anarquismo de una “linda idea que es impracticable” en una alternativa clara al presente de opresión y explotación. Los programas revolucionarios no deben ser tomados como las tablas de Moisés, sino que deben ser re-evaluados, actualizados o modificados constantemente. El programa debe conservar, en todo momento, su relevancia, actualidad y ante todo, debe tener un cable a tierra mediante una práctica colectiva y definida.

Ciertamente, esta aproximación programática requiere pasar de las consignas a las propuestas; y requiere pasar de la crítica de la realidad, al estudio crítico de la realidad. Si el anarquismo quiere alcanzar la mayoría de edad como movimiento político, no podemos contentarnos con fórmulas fáciles ni con la ausencia de propuestas que reina en nuestros círculos. En un esclarecedor artículo, el pensador libertario Camillo Berneri, señalaba en este sentido lo siguiente:

El enemigo está ahí: es el Estado. Pero el Estado no es sólo un organismo político, instrumento de conservación de las desigualdades sociales; es también un organismo administrativo. Como estructura administrativa, el Estado no se puede abolir. Es decir, se puede desmontar y remontar, pero no negarlo, porque esto paralizaría el ritmo de la vida de la nación, que late en las arterias ferroviarias, en las venas telefónicas, etcétera.

¡Federalismo! Es una palabra. Es una fórmula sin contenido positivo. ¿Qué nos ofrecen los maestros? La premisa del federalismo: la concepción antiestatal, concepción política y no fundamentación técnica, miedo a la centralización y no proyectos de descentralización

He aquí, por el contrario, un tema de estudio: el Estado en su funcionamiento administrativo. He aquí un tema de propaganda: la crítica sistemática del Estado como órgano administrativo centralizado y por lo tanto incompetente e irresponsable. Cada día la crónica de sucesos nos ofrece materia para esa crítica: millones desperdiciados en malas especulaciones, en lentitudes burocráticas; polvorines que saltan por los aires por incuria de los gabinetes “competentes”; latrocinios a pequeña y gran escala, etcétera. Una campaña sistemática de este tipo podría atraer sobre nosotros la atención de muchos que no se conmoverían en absoluto leyendo Dios y el Estado.

¿Dónde encontrar a los hombres que puedan alimentar regularmente esta campaña? Los hombres están. Es necesario que den señales de vida. ¡Se necesita una movilización! Profesionales, empleados, profesores, estudiantes, obreros, todos viven en contacto con el Estado o al menos con las grandes empresas. Casi todos pueden observar los daños de la mala administración: los derroches de los incompetentes, los robos de los bribones, los impedimentos de los organismos mastodónticos.

(...)¡Hay que regresar al federalismo! No para tumbarse en el diván de la palabra de los maestros, sino para crear el federalismo renovado y robustecido por el esfuerzo de todos los buenos, de todos los capacitados.


(Pagine Libertarie, Milán, 20 de noviembre de 1922)

En sus palabras está clara la necesidad de superar el anarquismo proclamatorio y auto-complaciente y empezar a pensar con toda seriedad los problemas sociales en toda su complejidad, sin simplismo ni apriorismo teórico. Esta necesidad, transversal a todas las expresiones del movimiento libertario, explica el por qué es necesario dar el salto hacia el establecimiento de programas revolucionarios. Pero no solamente el pensamiento programático sirve como una manera de enfrentar con propuestas constructivas los problemas sociales y para ampliar el círculo anarquista, sino que además nos permite terminar con dos lastres del movimiento libertario: primero, con la política satelital en torno al resto de la izquierda que nos convierte en meros contradictores o seguidores de otras alternativas, sin una apuesta propia y sin ser, por consiguiente, alternativa en derecho propio. Por otra parte, también nos ayuda a superar las desviaciones sectarias, ya que muchas veces el sectarismo y la incapacidad de asumir correctamente una política de alianzas se debe a la falta de claridad de los mismos libertarios en torno a sus propios objetivos inmediatos. El desarrollo de programas concretos, en definidas cuentas, fortalece nuestra política y por tanto, fortalece nuestra presencia en las luchas populares, dando ímpetu propio a nuestra bandera.

¿Por dónde entrarle a la discusión del programa?

Nos volvemos, entonces, a repetir la pregunta: ¿Qué gano con unirme a una organización libertaria? No debiéramos responder a esta pregunta de manera asistencialista. No hay obras de caridad que podamos o queramos hacer. Ciertamente, unirte a un grupo libertario no te dará un ascenso ni tendrás jamás la más remota posibilidad de convertirte en político profesional. La respuesta debiera desprenderse de cuánto es lo que podemos cambiar y movilizar a la sociedad en su conjunto. Mientras la derecha y el centro político se apoyan para atraer base de apoyo en beneficios inmediatos pero inconsistentes (la práctica del clientelismo), nuestra posición es que, para tener mejoras, es necesario luchar. Por lo cual los beneficios inmediatos son difíciles (aparte de la satisfacción propia del apoyo mutuo entre camaradas, la solidaridad y el sentimiento de empoderamiento que traen consigo), pero aquellas mejoras que alcancemos, serán definitivamente de carácter más consistente.

Por consiguiente, somos organizaciones de lucha. Pero si somos organizaciones de lucha, la estrategia y la táctica deben aplicarse. Debemos conocer bien nuestros objetivos de largo aliento, y cómo avanzar posiciones a fin de debilitar a nuestro enemigo de clase, fortaleciendo así nuestra base de apoyo (en la clase trabajadora) y dando los pasos tácticos concretos que nos acerquen a una posición de quiebre con el –actual- viejo orden de cosas.

Para comenzar una batalla, es necesario saber, exactamente y con precisión, la naturaleza y características del campo de batalla. Debemos desarrollar análisis político, económico y social tanto a un nivel nacional como internacional. Describir e identificar las principales tendencias en el desarrollo global del capitalismo. Este análisis debiera ser actualizado regularmente.

Una vez conocido el terreno que se pisa, la siguiente tarea es identificar los aliados en potencia; no tanto a un nivel teórico (algo que ya se debiera haber definido) sino que en términos muy concretos. ¿Cómo se estructura la clase trabajadora hoy en día? ¿Qué clase de contradicciones internas presenta? ¿Dónde está el potencial para la lucha? ¿Qué conflictos se nos presentan? ¿Quiénes son los otros actores en lucha?

Una vez que sabemos con quién podemos contar, debemos saber cómo atraerlos. Debemos comenzar, por tanto, a discutir los asuntos más urgentes del momento: salud, vivienda, educación, recursos naturales, relaciones laborales, etc... No en abstracto, sino que concretamente. En nuestro país hoy, o en el futuro inmediato. Estas necesidades más urgentes requieren de una visión de conjunto, a fin de dar respuestas coherentes a problemas particulares, frente a los que tengamos algo más que ofrecer que consignas. Tenemos que discutir sobre el transporte, la distribución, las estructuras democráticas de base, el intercambio, etc. De esta manera, debemos traducir el anarquismo de la “ideología” a un sistema de propuestas sociales, de alternativas por las cuales luchar.

Con esta aproximación, nos alejamos de aquella visión milenarista de la revolución, como si ésta fuera una especie de momento apocalíptico en el que podremos, entonces y solamente entonces, establecer mágicamente nuestro programa constructivo. La historia nos enseña que las revoluciones son resultado de un proceso prolongado en el tiempo; no suceden de la noche a la mañana, sino que la ruptura crítica de las clases en conflicto puede ocurrir tras un período relativamente largo de concesiones, conquistas, tensiones y disputas en torno a demandas sociales sentidas. Algo que pudiera parecer una reforma irrelevante hoy, puede convertirse en la chispa que encienda el fuego revolucionario. El deber de los revolucionarios es impulsar nuestro programa en la resistencia y en la construcción, desde el presente, y no esperar a aquel lejano día de la revolución, en un distante amanecer. Al obrar de esta manera, estamos en la realidad, sentando las bases prácticas de la sociedad en la cual queremos vivir.

José Antonio Gutiérrez Danton
Octubre-Noviembre 2006.

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