Anarquismo y Poder Popular, artículo de CILEP, Colombia
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opinión / análisis
Wednesday February 25, 2009 23:43 by CILEP - Red Libertaria Popular Mateo Kramer
Interesante artículo del CILEP (Colombia) sobre el concepto de poder popular, la autogestión generalizada de la sociedad y el proyecto libertario.
Anarquismo y Poder Popular
“Pese a todo, a lo largo y lo ancho del país se oye un solo grito que resuena en las fábricas, fundos, poblaciones y liceos, en los cuarteles del pueblo: el llamado a crear, fortalecer y multiplicar el poder popular”
Miguel Enríquez
“Organizar las fuerzas del pueblo para realizar la revolución es el único fin de aquellos que desean sinceramente la libertad”
Mijail Bakunin
“Favorecer las organizaciones populares de todos los tipos es la consecuencia lógica de nuestras ideas fundamentales y, por eso, debería ser parte integral de nuestro programa”
Errico Malatesta
En principio asociar anarquismo y poder, tener la osadía de incluirlos en el mismo título, parece una contradicción irresoluble o una broma de mal gusto contra todo luchador o luchadora de la libertad. Esto, porque el poder es usualmente sinónimo de dominio y el anarquismo sociopolítico, aquel que aboga por una sociedad sin gobierno, rechaza toda forma de autoridad, toda imposición de la voluntad propia sobre la de los otros. Sin embargo, ¿debe el poder ser entendido únicamente como una imposición autoritaria, como un “poder sobre”? ¿No se puede comprender el poder de otra forma, es decir, como un “poder-hacer colectivo”, un “poder-construir en conjunto”?
Son los de arriba, aquellos que mandan, los que nos han hecho creer que el poder es un “objeto” del cual ellos tienen posesión, una “cosa” despegada de las relaciones sociales, un aparato trascendente de sujeción. Pero, en cambio, nosotros y nosotras, los y las de abajo, concebimos el poder de otra forma: no como una “cosa”, sino como una “relación”, como un poder social alternativo y liberador. Así, nuestro poder es principalmente una capacidad colectiva de imaginar y de crear en el aquí y ahora una nueva sociedad.
Ahora, para que este poder colectivo sea popular, el agente no puede ser otro que el pueblo, ese sujeto plural que se define por la reunión de las clases subalternas, de los marginales, de los desposeídos, de los excluidos. Este pueblo no es uno, sino que es múltiple, es una diversidad de aspiraciones, de formas y proyectos de vida, de luchas y resistencias. Además este pueblo no está definido de antemano, no es el resultado fijo de una fórmula económica, sino que está siempre en proceso de constitución y que sólo se reconoce como clase subalterna en el transcurso de su propia emancipación.
Es este pueblo plural, creado en la misma lucha, el que construye aquel poder colectivo que establece nuevas relaciones sociales, que instituye diferentes hábitos y costumbres, que instaura diversos modos de ser.
Así, el poder popular pone en marcha un nuevo ethos, un nuevo hábitat, una configuración alternativa de sentidos, significados, lenguajes, valores, normas y estructuras compartidas. En pocas palabras, este poder colectivo crea otro mundo posible, un mundo distinto que se enfrenta al que ya conocemos, al mundo de la mercancía y del dominio que genera miseria, exclusión, privilegios, discriminación, muerte.
Por eso el poder popular es una praxis que en la misma medida en que va transformando los lugares de vida de las personas crea un bloque contrahegemónico, un bloque que entra en confrontación directa con el orden imperante. Como proceso, el poder popular sabe que el camino es largo, pero tiene la fortuna de estar creando una nueva sociedad con cada conquista del pueblo.
El poder popular es sobre todo potencia, porque anticipa el mundo futuro, porque en el presente manifiesta lo que está por venir. De esta forma va creando en el día a día espacios de libertad, de solidaridad, de igualdad y horizontalidad. Esto último es muy importante, ya que de nada sirve construir una sociedad libre utilizando medios opresivos, jerárquicos y discriminadores. La nueva sociedad debe construirse, entonces, por medios horizontales, participativos e incluyentes. Pero, además, reconociendo las diferencias, teniendo en cuenta que cada persona alza su voz desde su perspectiva particular.
Ahora bien, si el poder popular no es sinónimo de dominio, sino de la creación de una sociedad alternativa diversa, horizontal y libre, ¿no van de la mano anarquismo y poder popular? ¿No tiene como objetivo el anarquismo la creación de un nuevo ethos donde se logre la abolición de todo privilegio económico, político, social? ¿No busca el anarquismo una sociedad libre e igualitaria que se vaya construyendo aquí y ahora?
En efecto, el anarquismo que quiere socializar los medios de producción, también quiere socializar el poder y evitar que éste se convierta en el privilegio de unos pocos. Por eso este movimiento también construye un poder colectivo que surge de las relaciones sociales libres y que sólo se concibe en horizontalidad y diversidad. Además, como no se cansaban de repetirlo Malatesta y Bakunin, el anarquismo debe tener los oídos bien abiertos al pueblo, el anarquismo debe surgir desde los oprimidos, desde los explotados, desde los olvidados.
Siendo así, para que el anarquismo sea tal, debe brotar desde la base. Es desde abajo que se construye la nueva sociedad, evitando el centralismo, el mando, la burocracia. Por eso el anarquismo edifica desde la horizontalidad, desde la asamblea, desde la acción directa. Este movimiento prefigura en el presente la sociedad alternativa y es por esta razón que la autogestión libertaria no es más que la organización anticapitalista y antijerárquica de la comunidad concreta; es la planeación y gestión directa que el pueblo hace de su economía, de su política, de su cultura, de su vida en común.
En otras palabras, la autogestión anarquista construye poder popular creando espacios alternativos de vida colectiva, lugares materiales y virtuales que escapan al control del capitalismo y de la autoridad. Siendo así, asociar poder popular y anarquismo no es una contradicción ni una broma de mal gusto, sino un desafío rebelde, un llamado a la acción.