El Distrito Federal, la ciudad-monstruo, se convirtió en ciudad-fantasma. El ejército patrulla las calles. Las escuelas están cerradas, los bares, los cines y los museos también, mientras que los restaurantes sólo proporcionan alimentos para llevar. Usualmente atiborradas de coches, las grandes avenidas se encuentran semivacías. Los raros transeúntes lucen máscaras faciales que otorgan al ambiente un toque surreal y apocalíptico que evoca las pesadillas metálicas del cine expresionista.
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