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Wednesday August 13, 2008 23:44 by El Espectador
Falleció el martes el sociólogo Orlando Fals Borda. Fue pionero en la enseñanza de la sociología en Colombia y promotor de varios movimientos políticos democráticos. Su obra ‘La violencia en Colombia’, escrita con Eduardo Umaña y Germán Guzmán, es un clásico de la historia. A los 83 años de edad, víctima de un problema hepático, falleció el martes en Bogotá el catedrático emérito de la Universidad Nacional y promotor del estudio de la sociología en Colombia, Orlando Fals Borda. Hace apenas tres semanas, se había relanzado por cuarta vez una de sus obras clásicas: La subversión en Colombia - El cambio social en la historia. Y como este, todos sus trabajos fueron muy reconocidos y por eso su nombre quedará impreso en la memoria del país. |
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Jump To Comment: 1 2 3 4 5Fals Borda fundó en 1959 junto con el sacerdote Camilo Torres Restrepo, la Facultad de sociología de la Universidad Nacional, la primera en América Latina, convirtiéndose en su primer Decano.
Sus estudios secundarios los cursó en Barranquilla, y luego viajó a Estados Unidos y estudió literatura inglesa e historia, en la Universidad de Dubuque, donde se graduó en 1947.
Sociólogo y escritor, Orlando Fals realizó estudios de maestría en la Universidad de Minnesota en 1953, obteniendo el grado de Ph. D. en sociología de la Universidad de la Florida en 1955.
Son numerosas las investigaciones y obras que publicó en las que reflejaba la realidad de la sociedad colombiana. Algunas de éstas fueron: Campesinos de los Andes (1955), El hombre y la tierra en Boyacá (1957), Revoluciones inconclusas en América Latina (1970), Ciencia propia y colonialismo intelectual (1972), Historia de la cuestión agraria en Colombia (1975) y la violencia en Colombia (1977).
En la década de los años 80, Orlando Fals y su esposa, María Cristina Salazar, fueron detenidos por su supuesta vinculación con el Movimiento 19 de Abril, M-19. Se le acusaba de ser uno de sus ideólogos.
Orlando Fals Borda fue presidente de la Alianza Democrática M-19 y delegado por esta misma colectividad política a la Asamblea Nacional Constituyente que elaboró en 1991 la actual Constitución Política.
En 2002 participó en la creación del Frente Social y Político (FSP) y posteriormente en la consolidación de la unidad de la izquierda democrática en Colombia en la fundación del Polo Democrático Alternativo.
En 2005 fue elegido, por unanimidad, presidente honorario del Polo.
El cuerpo de Orlando Fals Borda será velado en el auditorio Virginia Gutiérrez de la Universidad Nacional y su sepelio será este jueves a la una de la tarde en la capilla de la Universidad. La misa será oficiada por el padre Javier Giraldo.
El maestro Fals Borda fue (y será) un faro ético para la izquierda colombiana. Su muerte me obliga a reflexionar sobre su legado y su aporte a la democracia, a las luchas populares y a los estudios sociales en el país. Lo conocí en el año 1997 como estudiante en la Universidad Nacional. Allí me interesé por lo interdisciplinario y por la I.A.P. Luego tuve el privilegio de tenerlo como jurado en mi tesis de grado. Sé que ahora vendrán muchos homenajes sobre su obra, pero quisiera aprovechar este momento para detenerme en el hombre.
Siempre fue en sus clases una persona respetuosa del estudiante y con su ejemplo mostraba una coherencia vital que tanto escasea. Le tocó enterrar a muchos de sus amigos, a lo largo de tantas décadas de guerra sucia. Su muerte, junto a la del maestro Eduardo Umaña Luna, es de las pocas “muertes naturales” de la izquierda colombiana. Sobresale que en un país supuestamente tan democrático como Colombia, todos los presidentes hayan fallecido de muerte “natural” (en tanto que en países como Estados Unidos han asesinado a varios), mientras que la larga lista de lideres sindicales, obreros, indígenas y de todo tipo de organizaciones populares, han sido arrasados por pensamiento, palabra, obra y omisión del Estado colombiano (de allí las múltiples condenas que ha recibido en instancias internacionales hasta hoy).
A la derecha colombiana sólo le han asesinado a dos grandes personajes: Álvaro Gómez y Carlos Castaño. Dentro de las obras del maestro Fals, es inolvidable para mí su Historia doble de la costa, maravilloso testimonio de las vidas paralelas y las relaciones, siempre prolíficas, entre History y story. Ha muerto un gran hombre. Espero que nosotros, las nuevas generaciones, podamos continuar pensando el país, buscando puentes entre la Academia y los sectores populares. Para muchos, ser de izquierdas es “cosa de juventud” o algo vergonzante. El maestro Fals demostró que ser de izquierdas es ante todo una actitud ante la vida, y eso es algo que no se aprende ni se vive sólo en la teoría. Se necesita mucha I.A.P.
A SUS 83 AÑOS DE EDAD MURIÓ EN BOgotá Orlando Fals Borda, propulsor de las ciencias sociales en el país. Su sepelio se realizará este jueves y participarán en él notables personajes de la vida política y cultural colombiana.
En su primera etapa profesional, el sociólogo Fals Borda se dio a la tarea de entender la realidad campesina a partir de estudios empíricos y una rigurosa metodología. De este trabajo inicial, en el que el acento en lo regional resulta novedoso, sobresalen sus libros Campesinos de los Andes (1955) y El hombre y la tierra en Boyacá (1957). La apuesta de sus investigaciones, ya desde el principio, se encontraba ligada al mundo rural.
Le siguieron sus estudios sobre la violencia contemporánea, entre los que el libro La violencia en Colombia (1962) —con el que en compañía de Germán Guzmán y Eduardo Umaña aborda la violencia de los años cincuenta— se convierte en un referente obligatorio de la denominada “violentología”. A partir del registro testimonial y, de nuevo, con un esclarecedor acento en las diferenciaciones regionales, La violencia en Colombia es también el libro pionero —quizás sin proponérselo— en los estudios sobre la memoria de la que tanto se habla por estos días. En pleno Frente Nacional, y pese al pacto de olvido que firmaron las élites bipartidistas para que los 200.000 muertos que arrojó la nefasta confrontación quedaran relegados al silencio, el libro no tuvo reparo alguno en cuestionar las instituciones que, como la Iglesia y la Policía, incitaron o protagonizaron la sevicia con la que el mundo rural dio inicio a los primeros desplazamientos masivos de la historia colombiana del siglo XX.
Los mil ejemplares del primer tomo del libro, distribuidos de manera restringida, se agotaron con rapidez y en las ciudades, todo el que pudo leerlo se hizo una idea descarnada de la tragedia que aún hoy, según estudiosos como el también sociólogo Daniel Pécaut, marca la memoria colectiva de nuestro pueblo. Atacado por la prensa conservadora y el ala radical de la Iglesia, el libro fue ampliamente discutido por políticos, periodistas e incluso escritores que se inspiraron en su extensa documentación para abrirles paso a expresiones culturales como la denominada “novela de la violencia”.
De la violencia, Fals Borda pasó a otra investigación de igual o mayor relevancia, como lo son los cuatro tomos de La historia doble de la Costa (1979). Otro ejercicio de memoria en el que puso a prueba su “metodología de baúl”, consistente en recabar información a partir de entrevistas y testimonios perdidos de los miles de abuelos de la Costa que con paciencia entrevistó en sus recorridos por los pueblos del Caribe. Sentó las bases para una historia oral que de otra manera habría quedado sin quien se ocupara de su narración.
Hacia finales de los años sesenta, y habiendo ganado el reconocimiento nacional en tanto que investigador y fundador —de la mano del cura Camilo Torres— del Departamento de Sociología de la Universidad Nacional, sus convicciones políticas se afianzaron. Su famosa metodología de Investigación-Acción Participativa le permitió hacerse a un nombre en la esfera internacional. Su interés en la cultura popular y su creciente activismo lo convirtieron en el apóstol de los trabajadores sociales de izquierda.
Ya en los noventa, ejerció como presidente de la Alianza Democrática M-19 y participó de la Asamblea Nacional Constituyente. Su trabajo, hoy relegado, se basó en la posibilidad de un nuevo ordenamiento regional, más afín a la realidad de las culturas que componen el territorio.
Su obra académica es evidentemente más extensa. Pero la supo combinar con su firme creencia en una izquierda civilista y desarmada, sin concesiones centristas. Su faceta de intelectual comprometido con el cambio del orden social lo llevó a fundar las revistas Cepa, Alternativa y Alternativa del Pueblo, y a participar de los grupos políticos Frente Social y Político (FSP) y Polo Democrático Alternativo (PDA) —del cual fue elegido presidente honorario—.
El país pierde a un verdadero académico y a un militante auténtico. A diferencia de otras personalidades de la vida pública, que con el devenir de los años tienden a moderar sus opciones políticas, cuentan con humor quienes conocieron al maestro Fals Borda que “entre más viejo, más radical”.
No sé si valga la pena lamentarse por los comentarios que hacen ahora muchos colombianos ignorantes de la obra y vida de Orlando Fals Borda. Los hacen en foros delirantes, como si quien acaba de morir no hubiera llenado medio siglo de las ciencias sociales y humanas en Colombia y América Latina. Peor aún: las frases insultantes de la jauría patriotera contra este gran hombre demuestran cuánta razón tenía al pretender introducir en la mentalidad de los colombianos todo lo contrario al fanatismo de estas 'mayorías' rencorosas, embrujadas por el mesianismo uribista.
Desde la Facultad de Sociología que fundó en 1959, Fals estudió el mundo campesino y la violencia, el régimen de propiedad de la tierra y, después, la historia de los movimientos populares. La violencia en Colombia, el libro que escribió con Monseñor Guzmán y Eduardo Umaña Luna, es el primer gran paso en la interpretación de las violencias políticas y sociales padecidas por nuestra sociedad en ciclos regulares y renovados. A la costa caribe le dejó uno de los más hermosos estudios sobre su identidad, Historia doble de la Costa.
Fals Borda dio un giro radical en la manera de interpretar las realidades de Colombia. La militancia política, que en principio fue considerada un obstáculo para el desarrollo de las ciencias sociales, lo ocupó en las ultimas tres décadas de su vida. No bastaba hacer el diagnóstico de las realidades que obstruían la formación de una democracia más profunda y participativa. El sociólogo hizo la doble apuesta de diagnosticar la enfermedad y buscar sus remedios mediante la organización política.
Las corrientes políticas que le apostaban y apuestan al cambio social tenían un referente obligado y, con frecuencia, un 'compañero de viaje' en el sociólogo barranquillero. A medida que envejecía, se resistía a aceptar que el mundo y nuestras sociedades sólo tenían remedio en el modelo neoliberal. La reedición de La subversión en Colombia parecía una respuesta oportuna al fácil discurso de estos días, cuando la retórica gobiernista confunde interesadamente subversión con 'terrorismo'.
No dejó de pensar e investigar sobre el destino de las ciencias sociales. Las veía como resultado de pensamiento y sentimiento. Una y otra actividad le daban la fuerza para seguir siendo un científico social y un militante del partido de izquierda democrática que lo tuvo como presidente honorario. Y como tal, fue un gran hombre, fundamentalmente bueno, expuesto al fanatismo de los nuevos falsos patriotas. Quienes no lo leyeron ni pudieron medir la importancia de su obra preferían simplificar hasta la mezquindad la percepción de este hombre fundamental en la cultura colombiana. Unas notas de prensa que registraron su muerte lo destacaron más como militante del 'Polo' que como uno de los fundadores de las ciencias sociales en Colombia.
A Fals le preocupaba saber que el neomesianismo uribista no lleva a crear ciudadanos libres sino a consolidar una masa amorfa e irreflexiva, incapaz de asumir los cambios necesarios en nuestra sociedad. Pese a la desazón que debió producirle seguir pensando y expresándose en este país, cultivaba sentido del humor e ironía como recursos de resistencia moral contra la mentira institucionalizada.
He sentido mucho que el Maestro hubiera partido cuando yo estaba lejos, hubiera estado a su lado todas las horas, con muchos amigos y amigas, como estuve con él en los postreros días y momentos de María Cristina hace casi dos años.
Ahora queda la tarea, inmensa, que no es para una página, un minuto, una persona, de leer su vida y su obra, analizar sus impactos, ubicar su biografía en la historia, de responder la pregunta: qué significa Orlando Fals Borda en el trasegar de esta sociedad atormentada. Mi primera respuesta es breve y directa: más que huellas de pasado, Orlando Fals nos deja huellas de futuro. Así percibo su obra, su compromiso, su visión...
“Vale la pena concebir el futuro con cierto optimismo, no obstante que Colombia es uno de los países más descompuestos y conflictivos... Me retiro con esperanzas renovadas en las nuevas generaciones”, dijo el 9 de diciembre de 2006 cuando le fue otorgado el Doctorado Honoris Causa por la Universidad Nacional de Colombia, su universidad, junto a otro coloso de la sociología mundial del siglo veinte, Alain Touraine.
Oí hablar de Orlando Fals en el primer lustro de los sesenta cuando, siendo estudiante de filosofía, jugaba fútbol en el campus de la U. Nacional. Comencé a leerlo en los setenta, pero sólo lo conocí e inicié conversaciones e intercambios con él en los ochenta a través del cura René García. Se interesó en el trabajo del ISMAC, facilitó su desarrollo y aceptó hacer el prólogo a mi libro “Sindicalismo y Democracia”, editado por Ismac-Fescol, que recogía y proyectaba el proceso de la naciente CUT.
La Convergencia de entonces, la iniciativa Nueva Colombia, el accionar constituyente luego, la AD-M19, el Frente Social y Político y finalmente el Polo Democrático fueron escenarios sucesivos donde él puso su interés, su entusiasmo, su visión, su esperanza, su seriedad burlona y festiva a la luz de lo que llamaba las terceras fuerzas. Compartimos en estos espacios, excepto el de la AD, y como sabíamos de nuestros pasos anteriores en el esfuerzo por contribuir al surgimiento de una real opción alternativa en el país, mutuamente nos motejábamos, a la par con otros, como “los reincidentes”.
A Camilo lo conocí en el campus de la universidad y lo escuché cuando después del fútbol entrábamos a su oficina de Capellán y él orientaba la conversación al tema que al momento le preocupaba: la situación del campesinado. Con Orlando en muchas ocasiones hablamos de movimientos: el sindical, el cooperativo, el de juntas comunales, el cívico, el de regiones, por supuesto el campesino, y siempre el sentido de la conversación era lo necesario para empoderar, cualificar, ampliar, desentrañar las posibilidades de futuro. Fals siempre estaba pensando que algo mejor era posible si se utilizaba el método adecuado, si se producía una relación justa entre teoría y praxis, si el conocimiento riguroso de la realidad se ligaba al compromiso real con la gente.
La obra de Fals, el científico social, es inseparable de la obra de Fals, el militante del cambio social. Esto habrá que dilucidarlo, pero allí quizá esté la clave de su optimismo, que no era un optimismo ingenuo y fatuo, sino un optimismo ilustrado y trágico, similar al de Gerardo Molina, optimismo como plan de acción que no espera nada como regalo fácil de la inercia sino que la realización de posibilidades inéditas supone la lucha y el pensamiento crítico apoyado en categorías rigurosas de las ciencias sociales. Fals como nadie es un paradigma de que la primera condición para transformar la realidad es contar con un pensamiento transformador. Qué importante sería hoy asumir este presupuesto con todas sus implicaciones.
Fals no murió añorando el pasado, murió soñando en un futuro mejor para el pueblo colombiano. Sus huellas no son de pasado, son de futuro. Lo ha notado John Berger (2001): “Las huellas no son sólo lo que queda cuando algo /alguien/ ha desaparecido, sino que también pueden ser las marcas de un proyecto, de algo que va a revelarse”. El nombre, la obra, la memoria de Fals son sinónimo de esperanza. También porque en él se hace realidad la observación de Eduardo Galeano en Cartagena, en el memorable Encuentro de 1996: “No somos lo que somos, sino lo que hacemos para cambiar lo que somos”.