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Santa María de Iquique: El último recurso de los dirigentes

category bolivia / peru / ecuador / chile | historia | opinión / análisis author Monday November 26, 2007 08:44author by Pedro Bravo-Elizondo - Profesor de Literatura Latinoamericana Wichita State University

Al estudiar los documentos sobre la huelga de 1907 en la pampa salitrera e Iquique, hay un dato que permanece semi-oculto: la reunión del cónsul norteamericano con dos de los principales dirigentes. Mi hipótesis busca encontrar un raciocinio a tal hecho, apoyándome en informaciones proporcionadas por los protagonistas mismos.
Chancadoras de caliche en la pampa de Tarapacá
Chancadoras de caliche en la pampa de Tarapacá


Y aún yo puedo recordar
un día en que los historiadores
dejaban espacios en blanco
en sus escritos
quiero decir, por cosas que ellos
no sabían

Ezra Pound

Quienes han dado a conocer sus trabajos sobre lo acontecido en la Escuela Santa María, nos muestran lo inevitable del final y la dracónica solución tanto del gobierno como de las autoridades locales. Pero hay un detalle que implica una posible salida al conflicto buscada por los dirigentes en los momentos finales del movimiento. Me refiero a la reunión de Luis Olea Castillo y José Santos Morales con el cónsul norteamericano Rea Hanna realizada el 21 de diciembre a las 11:00 a.m. en su oficina en Iquique localizada en calle Aníbal Pinto 36. Esta es la relación que el cónsul envió al Secretario Asistente de Estado en Washington el 2 de junio de 1908:

Tengo el honor de remitirle para la información del Departamento, una traducción de una citación judicial ordenada por el juez del Segundo Juzgado de Letras, ordenándome hacer una declaración con respecto a la visita al Consulado de ciertos líderes de la huelga de diciembre de 1907, y también una traducción de la declaración hecha de acuerdo con la citación judicial (Washington, D.C. National Archives and Records Service, microfilm Roll 28-M862).

¿A qué se refiere el cónsul? Los hechos acaecidos el 21 de diciembre no terminaron con la masacre, sino prosiguieron con el apresamiento y encarcelamiento de algunos dirigentes que no lograron escapar, entre ellos José Paz Álvarez y Valentín Cuevas. La citación judicial para Rea Hanna tiene fecha de febrero 20 de 1908 y su texto es el siguiente:

En la acción que se ha entablado contra José Paz Alvarez y otros por sedición y otras ofensas, se ha ordenado que una citación sea dirigida a Ud. para que se sirva pasar a la Corte el lunes próximo a la 1:00 p.m. para hacer una declaración.

Juan B. Castro Díaz, Secretario “Dictamen fiscal sobre sucesos de diciembre en Iquique”.

Periódico El Chileno de Valparaíso (Abril 30, 1908).




Aclaro que José Paz Álvarez era delegado de la Oficina Cataluña y Valentín Cuevas dirigente sindical de North Lagunas. La traducción de la declaración que Hanna remitió a Washington la tomó directamente de los registros judiciales y éste es su tenor:

Certifico que en el proceso correspondiente a la huelga del mes de diciembre de 1907, en página 264 se encuentra la siguiente declaración: “El 24 de febrero compareció el señor Rea Hanna, soltero, nativo de los Estados Unidos, veintinueve años de edad, viviendo en calle Orella número cincuenta y cinco quien declara bajo juramento: El sábado 21 de diciembre a las 11:00 a.m. dos hombres vinieron a mi oficina en la calle Aníbal Pinto, número treinta y seis, uno de los cuales se presentó como Olea vicepresidente de los huelguistas y dijo que venía como emisario de Brigg presidente de los mismos. No pregunté el nombre del otro hombre que lo acompañaba, pero supongo y se me ha dicho que era Morales porque era bajo y corpulento de cabello ensortijado y bigotes. Ellos pidieron protección de los Estados Unidos de América a lo cual repliqué que no siendo un diplomático sino un representante comercial de mi gobierno, no podía escucharlos ni ayudarlos de esta manera ante las autoridades chilenas.

Me preguntaron si sería posible obtener la ciudadanía americana y les respondí: “Sí, después de cinco años de permanencia en Estados Unidos.” Ellos pidieron asilo para los líderes del movimiento asegurándome que nadie atacaría el Consulado por temor y me juraron que a las cuatro de la tarde serían asesinados como perros. (Mi énfasis). Les repliqué diciendo que lo que me solicitaban era imposible ya que mi gobierno no otorgaba asilo en casos como el presente ni en circunstancias tales como los solicitantes habían creado. A lo cual Olea replicó: “Entonces señor Cónsul estamos perdidos” y se retiraron. Olea dijo que yo recibiría una nota oficial de Brigg confirmando las peticiones que él había hecho, pero no recibí la carta. No he hablado con los líderes de la huelga antes del sábado, a quienes no haya conocido previamente, pero sé que ellos me han buscado en el negocio de Mr. Muecke el viernes por la tarde.”

Ratificado y firmado. Reaa Hanna. Roberto Alonzo, Juez.

Castro Díaz, Secretario
(Microfilm, Roll 28-M862.


Observará el lector que hay tres puntos en que insisten los delegados de la huelga: 1) Protección de parte de los Estados Unidos, representado por su cónsul. 2) Ciudadanía norteamericana y 3) Asilo para los dirigentes. Presumimos que el primero de ellos consistiría en que Hanna hiciera valer su condición de tal, como representante de un país poderoso y reconocido en el hemisferio como fuerza política y militar [1]

Esta larga presentación tiene por objeto situar al lector en el punto de vista que deseo presentar, basándome en la situación que enfrentaron los dirigentes. Ya se habían agotado las conversaciones con el Intendente Carlos Eastman. Este declaró el Estado de Sitio el viernes 20 en la noche, prohibiendo las libertades constitucionales de libre tráfico por las calles y caminos de la provincia en grupos de más de seis personas a cada hora del día o de la noche, y el de reunión. A esto se agregó que la gente de la Pampa que no tenía domicilio en la ciudad se concentrara en la Escuela Santa María y Plaza Manuel Montt, medida que reflejó claramente el encerrarlos a todos en sitios determinados para ejecutar lo que ya se había decidido.[2]

El mismo día 20 “llegaron a Iquique los detalles de un ataque de la tropa del ‘Carampangue’ a un grupo de obreros en una de las Oficinas de la Pampa, (Buenaventura) en el cual habían caído muertos siete de éstos y resultado doce o más heridos. Era la primera sangre” (Bravo, 1993: 55). A esto agregó Palacios que si los huelguistas en Iquique creyeron que la tropa descargaría sus rifles al aire, tendrían que modificar su conducta después de estas noticias. Estas y otras informaciones agregadas a las intransigencias de los salitreros y del Intendente, obligaron a los dirigentes a buscar otras medidas y posibles soluciones al desesperado trance cuyo fin preveían claramente como lo presentó tan gráficamente Luis Olea Castillo a Rea Hanna, “serían asesinados como perros”. Exiliado en Perú, Olea envió una extensa relación a un periódico de Iquique. Sobre el día 21 recuerda:

En estos momentos llegaron datos de que el Intendente estaba irritadísimo contra los obreros, porque no regresaban a la pampa y que estaba dispuesto a reducirlos, disolviendo la huelga por la fuerza. Por este motivo se nombró una comisión para pedir protección al consulado norteamericano, pero este caballero contestó que nada podía hacer a favor de los obreros, por cuyo motivo se acordó enviar una nota al cuerpo consular, deslindando las responsabilidades y protestando de los abusos de la autoridad .[3]

¿Cuál fue la reacción de los cónsules? El boliviano Arístides Moreno, como su contraparte peruano José María Forero se dirigieron a la Santa María para tratar de salvar a sus compatriotas. Se negaron a salir de la escuela. El argentino, Syers Jones, representante de la Compañía Salitrera Aguas Blancas, no se interesó por sus connacionales. El cónsul del Perú en Chile, Morrow, era ciudadano inglés. El del Ecuador, Ubillús, les respondió que ya era tarde y que serían ametrallados (Kaempffer, 1962: 143).

Aquí me interesa insistir en el carácter de la huelga para llegar a entender la posición de sus dirigentes. Según estudios de especialistas en la materia, diferencian en Chile desde 1890 a 1970 cinco etapas o períodos: 1890-1915 (el de la masa aislada, espontaneísta); 1916-1931 (sindicalismo en proceso de politización); 1932-1945 (sindicalismo paraestatal); 1946-1955 (consolidación del proceso de integración orgánica, aparición de la Central Única de Trabajadores) y la última etapa 1956-1970 (de un sindicalismo politizado y antiestatal) (Pizarro, 1986: 15). Para mi presentación, queda claro que la definición de la primera etapa calza con el concepto de espontaneísta de la huelga de 1907 y otorga validez al punto principal que deseo explicar, pues de serlo así los dirigentes sólo debían responder a sus asociados y no a un grupo político determinado que tuviese ingerencia en los pasos del movimiento. La huelga en ningún momento fue política, como la denominaron los salitreros y el mismo Rea Hanna.[4]

Otro aspecto que merece citarse en relación a una huelga, es lo que los especialistas citan como “respuestas a un conflicto”. Enfrentados a él, cada lado tiene tres alternativas: 1) Puede echar pie atrás; 2) Puede buscar destruir o dominar al otro; y 3) Aceptar al adversario y adaptarse a la situación. La última es la más realista en las relaciones entre trabajo y administración de la empresa (Kerr, 1964: 177). En Iquique las autoridades optaron por la segunda alternativa. La primera ‘echar pie atrás’ no tuvo cabida en la mente de los dirigentes pues significaba arriesgar las futuras posibilidades para luchar por mejoras laborales. José Santos Morales lo planteó claramente en su relación:

Para el caso de salir frustrados en nuestras peticiones, habíamos acordado pedir pasajes para otras partes, para nuestra tierra natal a la autoridad administrativa, antes que someternos a tornar a las salitreras, donde sabíamos positivamente que debíamos someternos de nuevo, con mayores gabelas, por considerársenos vencidos. (“Relato de un proscrito. Mi escapada”. Pueblo Obrero, Iquique (octubre 20 de 1908): números 292-297).

Lo expresado por Morales deja en claro la posición de los dirigentes en esa mirada hacia el futuro que les esperaba si se rendían incondicionalmente. Conocían demasiado bien la mentalidad de la clase social reinante y en especial la de los salitreros. José Santos Morales a pesar de intervenir directamente con Olea en la reunión con Hanna no comenta la conversación con Hanna, pero sí la visita a la Escuela del cónsul peruano José María Forero. En lo que deseo insistir a continuación es en el concepto de “embotellamiento de la huelga”, la salida al conflicto no existía por no haber diálogo con las autoridades ni los salitreros. Físicamente están prisioneros en la escuela y en el centro de la ciudad. Pero ¿qué pasaría si los líderes desaparecieran de escena? Ellos eran la presa buscada afanosamente por quienes gobernaban y tenían las armas apropiadas para liquidarlos.

Morales reitera en su relato que en la noche del viernes 20 “se reunió el Comité en un número mayor que el de costumbre (…) En la misma noche circuló con mucha persistencia el rumor de que al directorio se le apresaría y que al efecto estaban desembarcando artillería de los buques de guerra”. Esto explica que en el proceso judicial contra Paz y Cuevas, entre otros, se citó judicialmente a Rea Hanna pues en la declaración de los anteriores en algún momento apareció el nombre del cónsul. Si el ‘Comité en un número mayor’ asistió a la reunión de los delegados y dirigentes para ultimar una medida, todos ellos estaban conscientes de que la medida adoptada por sus líderes de buscar asilo, era el último recurso en la búsqueda para salir airosos de la muerte y masacre la pre-anunciadas.

Hay otro detalle que confirma parte de mi hipótesis en cuanto a la decisión de confiar a Olea y Morales el parlamentar con Rea Hanna. A las 10 de la mañana del sábado 21 de diciembre, la Intendencia envió a Abdón Díaz, presidente de la Combinación Mancomunal de Obreros para que comunicase al Comité de Huelga que regresara a la pampa y que entonces la autoridad atendería sus peticiones “en cuanto de ella dependiera”. Esto según la relación de Nicolás Palacios. La respuesta del comité fue negativa. Cuando Eastman solicitó a Abdón Díaz conferenciar con el comité o directorio de la huelga, según José Santos Morales en su relato ya citado, Abdón fue el mensajero de un ultimátum de la Intendencia. La misión de Díaz era para que citase a todo el directorio a comparecer en la Intendencia. Lo que está claro para Morales es que era “una celada”. Declinaron la invitación y la réplica fue “que el señor Eastman podía mandar una comisión para tratar con el directorio”. Esa acción fue catalogada como desobediencia por parte de las autoridades.[5] Eduardo Devés en su pormenorizado estudio y análisis de la Santa María nos dice que “Díaz, en su diálogo con el comité, el día sábado, le recordó los casos de Transvaal y Venezuela instándolos a una posición conciliadora (…) Es sólo así, me parece que puede explicarse el hecho de que Díaz haya aconsejado aceptar lo propuesto por Eastman y que Luis Olea haya concurrido al consulado de EE. UU. a pedir asilo" (Devés, 1997: 190).

A estas alturas los minutos que no las horas juegan el papel preponderante en el destino de los obreros encerrados en la Santa María y en la Plaza Montt. Fácilmente podemos imaginarnos sin equívoco alguno, el cuidado de los mensajeros enviados por el Comité de Huelga, Olea y Morales. Caminaron por las calles de Iquique, buscando las menos transitadas para dirigirse desde la calle Latorre con Barros Arana a Aníbal Pinto 36 que dista por lo menos entre diez a quince cuadras, sobre todo esquivando las patrullas policiales y militares de la ciudad en Estado de Sitio.

Podemos reconstruir entonces una situación hipotética: ¿Cómo detener una huelga que no tiene salida, embotellada, desde el punto de vista obrero? Las opciones no existían. Regresar a la Pampa sin lograr ni siquiera uno de los puntos presentados a las autoridades, algo que pudiera justificar la movilización a Iquique, significaría la destrucción de raíz de futuras reivindicaciones tanto sociales como económicas. José Santos Morales lo manifiesta abiertamente en la relación del día 20. Cualquiera que haya participado en una huelga prolongada, podrá reconocer este punto de vista. Cuando una empresa decide parar un presunto movimiento, declara el “lock out”, es decir cierra las puertas de las fábricas no permitiendo la entrada de los obreros. Es una huelga al revés.

Si recordamos que José Briggs era norteamericano se explica que la comisión de dirigentes de que habla Olea se dirija a este consulado. Además debemos considerar que en esa época Estados Unidos no tenía intereses de consideración en la industria salitrera en relación a otros países. Todo líder debe buscar una solución posible, aun la más remota e imposible. La intención de las autoridades tanto civiles como militares era descabezar el movimiento, apresando a los dirigentes o masacrándolos. Testigos oculares dejaron este testimonio: “Sorprendimos las siguientes palabras del general Silva dirigidas a la tropa y oficialidad de uno de los cuerpos, ‘Hay que obrar con energía y sin compasión contra el enemigo.’ ” (Vera y Riquelme, 1908: 43). El mismo Roberto Silva Renard lo admite por escrito para que no quede duda respecto a la decisión:

Había que derramar la sangre de algunos amotinados (…) Ante el dilema, las fuerzas de la Nación no vacilaron. Hecha la primera descarga por un pelotón del Regimiento O’Higgins hacia el comité que se mantenía en la azotea de la Escuela, la turba exterior se arremolinó primero violentamente, después se lanzó en torrente hacia los costados y frente, donde estaban las dos ametralladoras. En peligro de ser éstas envueltas, rompieron fuego barriendo el frente. (El Chileno, Valparaíso (Febrero 21 de 1908).

Los huelguistas son enemigos y los soldados son la nación que enfrenta a una turba, no a seres humanos. Todo está justificado. Son los tiempos de la gleba y el siervo, cuya docilidad y sumisión ciega al patrón debía mantenerse a cualquier precio.

Vuelvo a la premisa de este artículo. Los dirigentes buscaron por todos los medios a su alcance una solución al conflicto: 1) tribunal arbitral, envío de familias al sur, esfuerzos exitosos para manejar movimiento y que no se saliera de madre, - el número de huelguistas no hacía fácil la tarea- ; 2) una calma controlada ante el baleo de sus compañeros en Buenaventura y el apresamiento de dirigentes como Pedro Regalado Núñez conducido prisionero al Zenteno.

La petición de asilo en “tierra de nadie”, tradición en uso desde la Edad Media, no era ajena a los anarquistas como Olea y Briggs, conocedores de la historia obrera a través de los escritos ácratas. Briggs como norteamericano podría contar con ella hipotéticamente (Rea Hanna hubiera tenido incontables razones para negársela), pero ¿por qué no tratar de hacerlo, si con ello se lograba detener la masacre que preveían de cientos de sus compañeros y en la que ellos serían matados como perros como lo aseguró Luis Olea a Hanna? Auto-descabezar el movimiento no era rendirse sino dilatar la acción militar, desviarla de su centro. ¿Con quién se enfrentaría el General, quien sería su interlocutor al solicitar la rendición de los obreros y la exigencia de salir de la Escuela y dirigirse al Hipódromo? Si desapareciera el contrario, el Otro al cual se deseaba eliminar ¿se atenuaría la demanda o aumentaría la arrogancia del que tenía las armas? La masa aislada de sus dirigentes, ¿actuaría de manera diferente por ser la huelga espontánea y no politizada? ¿Quedaría a salvo su honra como obreros al acceder a salir de la Escuela, pues la responsabilidad recaería en los dirigentes asilados o prófugos de la mano militar?

En la literatura sobre el tema de las opciones de los líderes de una huelga no hay antecedentes que nos permitan demostrar, probar lo que he enunciado. Pero tampoco se puede demostrar lo contrario. Los hechos son confirmados en este caso por Luis Olea de quien no se puede dudar ya que su probada trayectoria anarquista avala la sinceridad de sus planteamientos. Tampoco se puede desconfiar de José Briggs y los demás a quienes representa Olea en esta arriesgada maniobra gremial.[6] No sería una traición pues la decisión, como lo hemos recalcado, fue adoptada en conjunto y con un grupo representativo de dirigentes. Arriesgarse a dar un paso de tal envergadura requirió determinación y riesgo de ser interpretado como cobardía. Pero los dirigentes ácratas de trayectoria reconocida como José Briggs, Luis Olea Castillo, Ladislao Córdova, Valentín Cuevas, Sixto Rojas sabían que había que buscar una salida pues la desesperada medida estaba por encima de tales recriminaciones y era mejor opción que esperar a que el enemigo tomara la iniciativa. Conocían perfectamente lo sucedido en Valparaíso el 11 y 12 de mayo de 1903 cuando estibadores y chateros gestionaron mejores condiciones económicas y la reducción de horas de trabajo de doce a nueve y una hora de descanso para almorzar. La respuesta fueron las balas del ejército, al igual que lo sucedido en la Plaza Colón de Antofagasta el 6 de febrero de 1906.

Sólo hipótesis pueden adelantarse pero, como en la ficción, podemos pensar en lo que podría haber sido y no lo que fue. He tratado de leer la visión de los hechos desde el punto de vista de los dirigentes, a pesar de que hay más preguntas que respuestas en lo acaecido, pero a la vez Santa María a pesar de los cien años transcurridos, es un legado en el que hay que deternerse a reflexionar para entender nuestro país y nuestro pueblo. De los principales dirigentes, recogí la siguiente información que aún no se ha hecho vox populi. La repito una vez más. En La Prensa de Lima se registra la siguiente crónica:

En las primeras horas de la mañana, recibimos la visita de tres miembros del directorio de la huelga de Iquique, el presidente don José Brigg, el secretario don Sixto Rojas y el pro-secretario Ladislao Córdova. Los dos primeros habían llegado en unión de 78 compañeros a bordo del vapor Mapocho que fondeó hoy en el Callao. El presidente del comité directivo de los huelguistas, don José Brigg es de nacionalidad norteamericana. Bastante joven, se expresa correctamente en castellano.(…) El como muchos de sus compañeros, resultó herido en la pierna Se apoya en un bastón y camina lentamente por causa de la herida. Trabajaba en la Oficina Santa Ana (La Prensa de Lima, enero 9 de 1908:1).

La descripción de Briggs en cuanto a ciudadanía, juventud y manejo del idioma, sorprende a los periodistas y es fácil explicárselo pues esperaban ver a un líder de más edad consecuente con la magnitud de la huelga y su conducción sin alterar la vida ciudadana en Iquique. Cuando en 1910 el gobierno chileno, en conmemoración del Centenario, decidió otorgar la amnistía a los dirigentes encarcelados y a los que escaparon con vida, Olea y Briggs se encontraban en Perú. Prácticamente la rechazaron, pues nunca volvieron al país. Hay una foto periodística de Lima en que ambos exhiben el documento de la amnistía. Olea desde 1908 trabajaba en Lima con los anarquistas de La Protesta bajo la dirección del reconocido dirigente Delfín Lévano, según me lo probó su nieto César Lévano con periódicos de la época. Olea después de un tiempo se dirigió a Guayaquil donde murió de fiebre amarilla en 1911, según Alejandro Escobar y Carvallo. Del “Rucio Briggs”[7] como era conocido en Perú el mecánico de la Oficina San Ana, se pierden las huellas en Perú y en el tiempo.

Quizás en memoria de los caídos en Santa María debiéramos pensar que lo que se obtiene en una huelga no se mide por lo ganado, pues incluso las derrotas no son prueba de que los líderes estaban equivocados. Si no, ¿cómo explicarse en la historia del movimiento obrero en Chile los logros obtenidos largos años después, desde las ocho horas de trabajo, derecho a sindicalización, garantías y beneficios sociales? No se trata de ser triunfalista con la magnitud de la masacre de la Escuela Santa María sino de reconocer la hidalguía de sus dirigentes y seguidores ante una situación que no admitía ser superada dadas las condiciones en que se desarrollaron los hechos.

Para los hombres y mujeres inmolados en la Santa María, la cita del Eclesiastés, o el Predicador adquiere validez:

Me volví y vi todas las violencias que se hacen debajo del sol; y he aquí las lágrimas de los oprimidos, sin tener quien los consuele; y la fuerza estaba en la mano de sus opresores (4:1,2,3).




Bibliografía





BRAVO-ELIZONDO, Pedro,

Relación del Dr. Nicolás Palacios publicada en El Chileno de Valparaíso y editada por en Santa María de Iquique 1907: Documentos para su Historia. Santiago. Ediciones del Litorial. 1993.



DEVÉS, Eduardo,

Los que van a morir te saludan. Historia de una masacre. Escuela Santa María, Iquique, 1907. Santiago: Ediciones LOM, 3ª ed. 1997.



KAEMPFFER, Guillermo,

Así sucedió 1850-1925: sangrientos episodios de la lucha obrera en Chile. Santiago, Chile.1962.



KERR, Clark ,

Labor and Management in Industrial Society. New York: Doubleday Inc. 1964.



PIZARRO, Crisóstomo,

La huelga obrera en Chile Santiago. Ediciones Sur. 1964.



VERA y RIQUELME ,

Los mártires de Tarapacá. 21 de diciembre de 1907. Valparaíso. Imprenta El Siglo. 1908.



VIAL, Gonzalo,

Historia de Chile (1891-1973). Tomo II. Santiago. Editorial Salesiana. 1981.




Notas




[1] En la llamada “Guerra Hispanoamericana” (Spanish American War) contra España en 1898, Estados Unidos sienta sus reales en Cuba, Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam. Ya es un imperio, según los historiadores norteamericanos.



[2] El decreto aparece publicado en el periódico La Patria de Iquique (Sábado 21 de 1907).



[3] “Versión autorizada de los luctuosos sucesos ocurridos el 21 de diciembre”. Pueblo Obrero de Iquique Número 203. (Abril de 1908). Los ejemplares 204, 205 y 206 con la continuación del relato no los encontré en la Biblioteca Nacional de Santiago.



[4] Alan Angell en Partidos políticos y movimiento obrero en Chile. (México: Ediciones Era, 1974), nos proporciona definiciones sobre el término: “(el movimiento obrero de un país) es apolítico si cumple solamente con la función de gestionar y negociar contratos colectivos; si es politico entonces actúa también en la política nacional, pero como una especie de grupo de presión independiente, y si es politizado actúa en la política nacional, pero a instancias de un partido o de un grupo ideológico” (14).



[5] “Eastman tenía sobre el escritorio un cable del ministro del Interior, Rafael Sotomayor, que rezaba: ‘Sería muy conveniente aprehender cabecillas, trasladándolos buques de guerra’” (Vial, 1981, 904).



[6] Alan Angell reconoce que “en la primera década de este siglo los anarquistas eran los mejor organizados, los más avanzados y los más conocidos entre los grupos radicales, especialmente en lo que atañe a sus sociedades de resistencia” (35).



[7] El apellido lo he visto escrito de dos maneras: Brigg y Briggs. Me inclino por la segunda que es de ancestro irlandés. He respetado la documentación que utilicé, en que aparece escrito de la primera forma.


Artículo publicado con el permiso de su autor. Originalmente apareció en:

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