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“Toc toc”: Cuando la persecución política toca la puerta

category bolivia / peru / ecuador / chile | represión / presos | opinión / análisis author Tuesday November 26, 2019 03:26author by Carlos Pazmiño Vásquez - Revista Crisis Report this post to the editors

A inicios del siglo XX el chivo expiatorio eran los anarquistas y los comunistas, “come niños y adoradores del diablo”, hoy son los correístas. A nadie le sirve desenmarcarse del correísmo para escapar a la persecución, vienen por todos los “sospechosos”. De todas formas, en este momento, como dijo un amigo días atrás “si no eres correísta te hacen, no hay de otra”.
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Martes 19 de noviembre de 2019, 21H00 o 22H00, suena fuertemente la puerta de madera. Desde la ventana de mi habitación alcanzo a observar la calle, un policía de operaciones especiales con armamento de guerra y otro vestido de civil, me hacen señas. No tengo idea si es para que les abra la puerta, o están alertando al equipo que se encontraba apostado en la puerta para que actúe.

Mi reacción, vestirme de inmediato. Pantalón jean, medias y zapatillas, calzo apenas una. Segundos antes un fuerte estruendo, habían abierto la puerta de un solo golpe. Trato de alertar a mi hermana menor, quiero calmarla, mis gritos no alcanzan a ser escuchados.

Los dos policías que vi momentos antes, ahora ingresaban a mi cuarto con sus armas de dotación en signo amenazante. “El celular, el celular, dame el celular” grita uno. Entre el miedo y la confusión no alcanzo a reaccionar. Inmediatamente aparece el oficial que dirigía la “operación”, insiste, me siento reducido a la nada y espero lo peor. Preguntan por la existencia de armas, “¿qué armas?”.

Miro los ojos de uno de ellos – es lo que alcanzo a ver - calculo menos de 30 años, “morocho”. Percibo miedo e ira, supongo su formación les hacía pensar que se iban a encontrar con un subversivo o terrorista, ¿qué imagen les habrán inculcado?

Aseguren el lugar”, hacen su aparición los agentes fiscales, me aclaran que es un allanamiento, que no es “nada más”. Pido la orden judicial, otros seis se estaban realizando ese día o sucederían en el transcurso de la noche y madrugada en diferentes partes de la ciudad. El motivo, “investigación por el delito de rebelión”, según el Estado, para mí, persecución política.

Comienza el chequeo, la disposición es incautar todo aparato tecnológico, me piden las claves del celular y la pequeña computadora que hace poco había comprado; mi preciado instrumento de trabajo. Hacen lo mismo con la tablet de mi hermana y su celular, algo completamente innecesario, hago extensivo el reclamo, pero insisten que ese es el “procedimiento”. Mientras ella se encontraba completamente descompuesta, entre sollozos y lágrimas; una agente fiscal me pide que la calme, y me pregunto: ¿cómo se supone que debíamos reaccionar si policías armados hasta los dientes ingresan violentamente a nuestro lugar más íntimo?

Mueven libros, fotocopias, discos; revisan debajo de la cama, en los armarios, buscan todo lo que pueda ser alusivo a “rebelión”. Se llevan un afiche, un recuerdo de una movilización sindical en Madrid el 1 de mayo de 2016 cuyo título era “Lucha por tus derechos” y un cuadernillo de apuntes de la Federación Regional Centro Oriente de Organizaciones Sindicales (FRECOOS). Encuentran otro afiche, esta vez de un festival kurdo realizado en Hamburgo en 2017, no entienden alemán, yo tampoco, toman una foto. Me preguntan por una serigrafía que hace poco me regaló un amigo. “Siempre firmes” dice, un puño y una estrella. “¿Qué significa esto?”, pregunta el oficial, “una obra de arte respondo”. Hacen referencia al orden de la casa, a las obras que cuelgan de las paredes, no sé si las admiran o qué.

Me sorprende la “exactitud” y “contundencia” de la búsqueda. No se llevan ningún libro.

Fotos y grabaciones de video, todo se documenta, consulto si puedo hacer lo mismo, o si mi hermana puede registrar con su celular; había olvidado que era prueba. Error. No hay derechos, solo existe la fuerza del Estado en ese momento, es lo único legítimo.

Salimos de la habitación, me piden que los acompañe, vamos a revisar todas las habitaciones, la casa es grande, cuarto por cuarto, cocina, baños, jardín, patio, hasta el gallinero; “ahí están los terroristas” en referencia a las gallinas, señalo entre risas.

En el proceso llegó mi otra hermana, la segunda. La veo fuerte y seria, me tranquiliza verla así, ayuda a contener a nuestra hermana menor.

Me preguntan por si conozco a una persona, les respondo que sí, ¿qué tenía que ocultar? Hablamos del paro, el oficial me cuenta que está realizando una tesis sobre el Paro Nacional. Le comparto un par de hipótesis, insisto en mis profesiones, sociólogo y periodista. No sé si se sorprende al saber que tengo estudios de cuarto nivel y mi interés en el doctorado, como si eso importara. Le recomiendo una lectura sobre seguridad e inteligencia que revisé en la maestría, la anota, no tengo idea si le servirá.

Abordo el tema, les hablo de la persecución política, el caso Contraloría, responden diciendo “¿cómo explica el mismo fenómeno en Bolivia, Chile y Ecuador?” La respuesta es obvia, el neoliberalismo y el fascismo.

Hablamos del correísmo. Les pregunto, “¿la hegemonía en las urnas es transferible a las calles y viceversa?” - “Esa tesis es correcta”, responde el oficial, “¿entonces cómo es que una identidad política cuyo mayor capital político se manifiesta en las urnas pudo haber organizado un Paro Nacional como el que vimos?” El Paro Nacional desbordó a todos, a correístas, no correístas, a la CONAIE, al FUT, fue pueblo puro y duro. La sospecha se mantiene, estamos en orillas diferentes, nuestras perspectivas en torno al hecho son como agua y aceite. No vamos a llegar a un acuerdo.

A inicios del siglo XX el chivo expiatorio eran los anarquistas y los comunistas, “come niños y adoradores del diablo”, hoy son los correístas. A nadie le sirve desenmarcarse del correísmo para escapar a la persecución, vienen por todos los “sospechosos”. De todas formas, en este momento, como dijo un amigo días atrás “si no eres correísta te hacen, no hay de otra”.

Son casi las 24h00, se alistan para dejar la casa, “nada personal, esto es parte del procedimiento”, “debemos hablar de estas cosas más bien”, dice el oficial en referencia a nuestra conversación “académica”, le respondo con una sonrisa, “ojalá más bien no nos volvamos a ver nunca más”. Reímos por un momento.

Firmo el acta, me entregan al final una copia de la orden de allanamiento - resulta que sí habían tenido copia - antes me solicitaban ir a la Fiscalía a pedir una. “Luego de unas semanas, 30 días, podrá ir a retirar sus cosas”, ¿cómo, si no tengo referencia de ellas en el documento firmado?, ¿quién lo garantiza?, recuerdo la computadora a la que tanto cariño había agarrado, y eso que nunca he tenido apego a lo material.

Los acompaño a la puerta, se ponen a las órdenes, la agente fiscal se despide en un tono maternal y vuelve a admirar la casa, “está como para hacer una fiesta”, “qué ordenada su casa, ya viera la mía con dos guaguas”, le ofrezco ayuda y hasta una gallina “para el caldo”.

El día termina, continuamos asimilando los hechos en la medida del amor entre hermanos. En ese momento pienso que lo único que nos queda, es la ideología, nuestra fortaleza y sentido de vida.

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