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“No es solo sembrar semilla, es sembrar pensamiento”, en memoria de Augusto Tyhuasuza

category venezuela / colombia | luchas indígenas | opinión / análisis author Monday February 27, 2017 04:33author by Steven Crux - Rebeldía Contrainformativaauthor email luchalibertariarc at gmail dot comauthor address http://rebeldiacontrainfo.wordpress.com/ Report this post to the editors

En Julio de 2014, cerca de su casa en Facatativá y con escasos 42 años, fue ultimado con varios disparos por la espalda Augusto Tyhuasuza, indígena muisca y activista social de los municipios de la sabana de Bogotá, territorio ancestral y que ha sufrido los grandes estragos de un modelo metropolitano de miseria, que desplaza las oportunidades y ordena los privilegios del centro hacia afuera.
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“Es desde esta visión que se hace pertinente salvaguardar la Memoria, volver la mirada a nuestro Territorio como un proceso de ordenamiento de las relaciones vitales, donde el individuo reconozca y se reconozca como un ser que ha relacionado su existencia en torno a esas huellas indelebles del pasado indígena que subsisten en nuestro mestizaje y que hoy se pretenden desdibujadas o convenientemente olvidadas”- Augusto Tyhuasuza, 11 de Julio de 2013.

Hace cerca de dos años y medio la sabana de occidente se despertó con una persona menos, un luchador menos por la libertad…

En Julio de 2014, cerca de su casa en Facatativá y con escasos 42 años, fue ultimado con varios disparos por la espalda Augusto Tyhuasuza, indígena muisca y activista social de los municipios de la sabana de Bogotá, territorio ancestral y que ha sufrido los grandes estragos de un modelo metropolitano de miseria, que desplaza las oportunidades y ordena los privilegios del centro hacia afuera.

Augusto fue militante del histórico Proyecto Cultural Alas de Xue, referente libertario por obligación a la hora de hablar del anarquismo contemporáneo en Colombia, así como uno de los impulsores del llamado “anarco-indianismo”, síntesis que buscaba lo libertario dentro del indianismo y meterle indianismo a lo libertario. Además de ello, fue un organizador del proceso de recuperación de memoria muisca en cabildos como Cota o Suba, así como en municipios cómo Facatativá y Tibaitatá (hoy conocido como Madrid), donde de la mano con diferentes procesos sociales y populares venía haciendo el trabajo de reconstrucción territorial de la memoria propia, a través de procesos de formación y semilleros de investigación.

Siendo un mayor (sabio) y un gran poeta, sus intervenciones estaban cargadas de sabiduría y simbolismos, de referencias a los mitos creacionales chibchas, de la lucha de los zapatistas y los mapuches, de lo que nos enseñaban los compañeros indígenas en el Cauca y en la Sierra Nevada de Santa Marta, del recuerdo de las decenas de disturbios que tuvo que vivir en las universidades y calles de Bogotá y la Sabana, así como de su gran experiencia que nos hablaba a los más jóvenes de mirar nuestras ideas con crítica, sin adulaciones y sabiéndonos desprender de los dogmas que nos retrasan.

La muerte de Augusto pasó por lo bajo de los círculos anarquistas, quienes en ese momento sufrían otra lamentable noticia: el suicidio de Sergio Urrego en el centro comercial Titán Plaza. Para entonces, cuando se cumplían escasos días del asesinato de Augusto, se llevaba a cabo el Encuentro Anarquista de Bogotá y Pueblos de la Sabana, donde varias compañeros, amigos o simplemente conocidos de Tyhua, como le decíamos con cariño a Augusto, llamábamos la atención sobre su caso y la poca atención que estaba teniendo por parte del movimiento libertario, mientras la asociación de cabildos muiscas y la ONIC se apresuraron a sembrar su memoria.

El miedo se apoderó de muchos de nosotros, quienes bajo la amenaza latente del peligro de morir por luchar, hicimos lo poco que se pudo para mantener viva su memoria, y sin embargo hasta ahora ha sido insuficiente. Este corto texto es un pequeño pago a la deuda con la historia, con la memoria y la dignidad, esa historia de tercos que no los cansa ni la muerte, de esos tercos que luchan contra quienes anteponen su proyecto de muerte frente a quienes reclamamos, con la mirada en el cielo y los pies en la tierra, vida digna:

Augusto era un gran estudioso, a pesar de no haber culminado ninguno de sus estudios universitarios que empezó en las universidades Distrital, Pedagógica, Nacional y Pedagógica Tecnológica de Tunja, en la mayor parte de ellas interesado por las Ciencias Sociales y la Historia. En este paso por el movimiento universitario de entonces, donde las ideas libertarias parecían tener gran influencia, pudo establecer los cimientos de su vida y la necesidad de articular el estudio, la investigación y la memoria con las luchas populares. Desde muy joven participó en el movimiento anarquista, ingresando a sus 17 años al Proyecto Alas de Xue, donde militó por varios años hasta su práctica disolución. A pesar de lo complicado que parecía para entonces, incluso con los recelos de parte de diferentes procesos anarquistas de Europa que miraban con prejuicio a diferentes movimientos indígenas que defendían concepciones propias de nación y cultura, Augusto rápidamente encontró puentes entre el pensamiento muisca y el libertario. Sin embargo, su preocupación nunca fue encasillar el proceso muisca dentro de las etiquetas anarquistas, sino por el contrario, ver que podía aportar cada mirada de manera mutua y sincera.

A pesar de su afinidad por la academia, su trabajo siempre fue hecho desde abajo y para las de abajo: más allá de la teorización o artículos de investigación, de sus reflexiones se encuentran poemas, cartillas, murales y memorias de caminatas y rituales. Esta mirada libertaria heterodoxa lo llevó finalmente a darse de lleno a su comunidad, participando activamente desde finales de los años 90 en los procesos de recuperación de tierras por parte de comunidades mestizas muiscas en Suba, Cota y Sesquilé, así como iniciar caminos similares en Facatativá.

“El anarquismo es la común-unidad”, decía Augusto cuando le preguntábamos sobre su cosmovisión de la idea libertaria. Con desazón señalaba las A circuladas y las prácticas que se alejaban de la gente, del pueblo. Admiraba esa contracultura naciente en la sabana de Bogotá que, a gritos guturales y vestimentas negras y de jean, le hablaba a la juventud sobre el ilógico servicio militar obligatorio, sobre las problemáticas de sus padres y madres en la floricultura, sobre la necesidad de rescatar el territorio de las garras del capitalismo. Para él, el anarquismo era una forma de vida y aptitud frente a las luchas, pero nunca una etiqueta que había que manifestar explicita y reiteradamente, “se vive siendo libertario, no diciéndolo”, comentaba al lado de una hoguera mientras nos hablaba de los “tropeles” en la Distrital en los 90, de la placa de Biófilo Panclasta que existió durante casi dos décadas en las paredes del restaurante de la Pedagógica, de la triste muerte de Beatriz Sandoval en la Nacional, una de sus amigas de salsas, merengues y carrangas, del proceso de exterminio al que casi fue llevado el pueblo muisca durante los 80, de los históricos paros cívicos del 98 y 2008 en la Sabana.

Cada conversación estaba cargada de rituales, donde cada cosa tenía su razón de ser. La palabra fluía con el fuego, por eso era necesario mantenerlo prendido, tarea encomendada a un “taita” del fuego. “El gran error de querer anarquizar el indianismo, es no dejar indianizar el anarquismo… dejemos de lado esas visiones eurocentricas”, apuntaba luego de jornadas de discusión cuando ya partíamos en bicicletas por la noche a nuestras casas, mientras charlábamos sobre la actualidad del movimiento anarquista del país, del cual ya hace años estaba desapegado por no encontrar en sus reuniones y encuentros soluciones y alternativas para las de abajo. “Miremos lo que hacen los zapatistas: articulémonos en base a nuestra realidades y no dogmas, que muchas veces están fuera de nuestras realidades”, decía cuando debatíamos sobre la necesidad de fortalecer los procesos autónomos y populares de la Sabana.

Su partida nos dejó un profundo vacío que todavía no hemos podido llenar, no solo por las experiencias que se pudieron haber vivido, sino por la deuda que parece quedar en el aire con todos sus conocimientos y saberes. Augusto se nos fue bajo un halo de desasosiego, de creer que también su partida nos ha dejado sin varias palabras que se pueden decir en los debates que nos corresponde como movimiento libertario en Colombia, pero también como procesos populares y autónomos. Su visión de lo libertario inserto en las comunidades y desprendido de escalas, estéticas y etiquetas morales absolutas (que muchas negamos), nos deja la enseñanza de ser pueblo y actuar como tal, de leer nuestro entorno, nuestras realidades, de a veces dejar de lado la ilustrada y bien escrita historia e ideología occidental y voltear a mirar al lado, a la montaña, la laguna y los ríos, a las abuelas y los niños.

Uno de sus mejores amigos y compañero de lucha por largos años en la Sabana nos señalaba días después de su muerte el gran hueco que nos deja con su partida: “Creo que con Augusto se fueron una cantidad de cosas frente al pensamiento ancestral de origen muisca, tanto así que en el rito de su funeral la única persona que sabía cómo se hacia era él, entonces tocó casi que reinventarlo todo”.

Steven Crux
Febrero 2017

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