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Central Unitaria de Trabajadores: rol histórico, trayectoria política y desafíos para un nuevo sindicalismo

category bolivia / peru / ecuador / chile | workplace struggles | opinión / análisis author Sunday June 12, 2016 00:47author by Sebastián Osorio - Solidaridad Report this post to the editors

Publicado originalmente en la edición N°33 del periódico anarquista chileno Solidaridad

Presentamos reflexiones que permiten comprender su papel durante la Reforma Laboral, los intereses en juego de los partidos de la Nueva Mayoría y el escenario que enfrenta el sindicalismo de clase.
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A propósito del proceso de discusión, análisis, críticas y apoyos que se generó desde y hacia el movimiento sindical durante la tramitación de la Reforma Laboral, hay un tema que no es muy novedoso pero que ha vuelto a estar en boga, especialmente desde las franjas sindicales más politizadas y con perspectivas de cambio social más profundas. Nos referimos al rol que ha jugado en esta coyuntura larga la CUT, que ha sido duramente criticada por mantener una postura demasiado tibia, y privilegiar los intereses partidarios de sus dirigentes por sobre los de las y los trabajadores.

Las acusaciones que se han hecho tienen fundamentos serios, y apuntan a la excesiva moderación de Bárbara Figueroa –actual Presidenta de la multisindical–, y su condición de militante de un Partido Comunista que no ha cesado de reiterar un cerrado respaldo al Gobierno de Bachelet y a sus reformas, lo que genera obvias sospechas sobre la utilización de la CUT como herramienta de contención del movimiento sindical, entendido como una pieza más de las que manejan en el tablero de fuerzas políticas del Gobierno.

No es primera vez, por cierto, que se culpa a esta organización en términos similares desde el fin de la Dictadura. Y es que en los últimos 26 años, las y los trabajadores han sido testigos en diversas ocasiones de la compleja relación entre las dirigencias sindicales y los partidos a los que adscriben, y que redunda en un compromiso con los Gobiernos de turno que riñe con la representación fiel de los intereses de la clase trabajadora. Ante esta situación, es entendible que diversas organizaciones políticas y sindicales de izquierda hayan decidido con el tiempo cerrar definitivamente la puerta a la opción de disputar la CUT, a la cual consideran como una organización tan contaminada que solo puede ser superada por una nueva central, ojalá de carácter anticapitalista. Pero, ¿es este el camino más adecuado para avanzar en los objetivos transformadores que plantea un nuevo sindicalismo?

Para abordar esta cuestión en profundidad, conviene definir con claridad la naturaleza de la CUT como organización, para así comprender el sentido de su trayectoria política reciente. En primer lugar, es importante notar que la central surge en 1988 como un esfuerzo de construcción de un referente sindical único a nivel nacional que representara los intereses del mundo del trabajo ante el Estado y los empresarios; en este empeño convergieron desde la Democracia Cristiana hasta sectores del MIR, ante la amenaza de una diáspora sindical con múltiples centrales agrupadas por afinidades ideológicas, lo que a todas luces perjudicaría su capacidad de incidencia como actor político ante los cambios que vendrían con el retorno a la democracia.

En segundo lugar, la CUT ha sido (excepto durante el Gobierno de Piñera) y sigue siendo el interlocutor sindical oficial reconocido por el Estado, que cuenta con la mayor afiliación entre las organizaciones de la sociedad civil incluso para las estimaciones más conservadoras (200.000 miembros). En tercer lugar, y más importante aún, la multisindical es y seguirá siendo lo que los partidos políticos que la controlan quieren que sea. En otras palabras, la forma que adquiere hoy en día la central es expresión directa del contenido político que le imponen los partidos que ostentan su conducción. En este aspecto, la CUT funciona de modo similar a la Central Única de Trabajadores que existió hasta el Golpe de Estado de 1973, con la diferencia que entonces el eje PC y PS tenía un carácter más clasista, y existía un movimiento sindical bastante más fuerte que el actual.

El corolario de esto es que, por un lado, la estructura orgánica poco democrática que ostenta la central no es casual ni inamovible, sino que responde a la necesidad de los partidos más importantes de la Nueva Mayoría de mantener sus equilibrios internos en ella, y disminuir el riesgo de que una fuerza sindical ajena a sus proyectos políticos alcance un grado importante de poder al interior de sus espacios rectores; por otro lado, esto implica que sí existen las chances de transformar a la CUT en una instancia que responda auténticamente a los intereses de las y los trabajadores ignorados hasta hoy, pero esto depende de que las fuerzas sindicales emergentes se planteen la necesidad de hacerlo, y luego, de que desplieguen un plan coherente con esta decisión.

Por lo mismo, no deja de ser cuestionable que los sectores más radicales exijan de la central una posición más dura, pero al mismo tiempo se resten de cualquier opción de aportar sus esfuerzos para que esto se haga realidad, apuntando por el contrario a la creación de múltiples espacios paralelos, dando como resultado una dispersión del movimiento sindical que es muy valorada desde la vereda empresarial, siempre reacia a los sindicatos únicos. Así, desde la fundación de la CUT, se han hecho por lo menos 5 intentos paralelos, los dos primeros correspondientes a las moribundas UNT (de centro derecha) y CAT (de orientación cristiana), mientras que los otros 3 han sido protagonizados por la izquierda sin mayor éxito.

Con esto no se pretende decir que la CUT no pueda superarse. Al contrario, su orgánica elegida de forma indirecta, el pago de las cuotas sindicales por parte de los partidos antes de las elecciones, el abultamiento artificial de la afiliación de los sindicatos votantes, los sindicatos fantasmas, entre otros problemas, constituyen obstáculos que tarde o temprano requerirán una verdadera refundación de la central, que permita barrer con los vicios y la corrupción que arrastra, y que ponga en su máximo órgano de decisión a dirigentes que hayan mostrado honestidad y compromiso con las causas de la clase trabajadora. Es una tarea difícil pero posible, cuya mayor dificultad es la incapacidad de la izquierda de vocación transformadora de unificar sus pocas siglas en torno a un objetivo común.

En este sentido, los referentes paralelos que se han creado hasta ahora no son tiempo perdido, así como tampoco lo son los movimientos al interior de la central por avanzar en una fuerza que en sus elecciones internas conquiste posiciones que sostengan la disputa, recogiendo con humildad el ejemplo del PC, que con tenacidad y militancia pasó en 20 años de ser una fuerza minoritaria hasta conducir el referente (ver Gráfico), nos guste o no. La verdad es que no hay una contradicción entre ambas tácticas, siempre y cuando seamos capaces de dotarlas de una perspectiva estratégica convergente que se haga cargo de construir un solo puño, y que este se proyecte como una forma de poder propio e independiente de las y los trabajadores.

En suma, es preciso al menos abrir un debate franco y transparente sobre la necesidad de aunar y dotar de un plan conjunto tanto a las fuerzas internas como externas a la CUT, que reconociendo la incapacidad de romper por si solas con la inercia histórica que ésta arrastra, e independiente de su carácter revolucionario, se propongan desde una posición clasista y de unidad a devolver la autonomía sindical del gobierno y generar una discusión programática amplia y democrática entre las distintas expresiones del mundo del trabajo. Solo de este modo podremos apuntar a la construcción de un Nuevo Bloque Histórico, que a la larga siente las bases de la sociedad en la que esperamos vivir.

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