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Análisis de Coyuntura 2016 para la Europa que viene

category internacional | miscellaneous | opinión / análisis author Wednesday May 25, 2016 16:20author by Emb4t - EMBATauthor email embat at riseup dot net Report this post to the editors

Este fin de semana han tenido lugar unas elecciones presidenciales en Austria. En ellas la ultraderecha ha estado a punto de vencer. Viendo quien la ha votado descubrimos con sorpresa (o quizá no tanta) que son las clases trabajadoras y el mundo rural quien más ha apoyado esta opción. Mientrastanto el candidato ecologista ha sido apoyado por la juventud y las clases medias educadas y las rentas más altas. Esta situación se repite a lo largo y ancho del Continente y pensamos que hoy en día es estructural a cómo se han conformado las clases sociales en este siglo XXI. Culpa de ello la tiene el elitismo y la arrogancia de la vieja izquierda del post68, pero también vemos con alarma cómo las opciones ultraderechistas y fascistas tiene bastantes posibilidades de gestionar las sucesivas crisis (económicas, ecológicas, sociales, energéticas, climáticas y demográficas) que tendrán lugar en la década del 2020.

La izquierda libertaria, hoy marginal en Europa, debe intentar construir una alternativa política y social a gran escala para evitar esta situación. La estrategia propuesta por Embat pasa por construir grandes movimientos populares que puedan tener posibilidades de generar mayorías sociales entorno suyo para hacer frente tanto al neoliberalismo como al creciente populismo de derechas anti-liberal.
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Embat. Organización Libertaria de Catalunya

Introducción

En primeros años del siglo XXI se nos está sometiendo a una gran presión tanto al planeta com a personas que habitamos en él. En algunos momentos da la sensación de que la sociedad está siguiendo un camino que lleva directamente hacia el colapso de muy diversas formas. Colapso ecológico, colapso alimentario, colapso económico y también colapso social.

En Europa los atentados de París y Bruselas nos hablan de una sociedad rota, polarizada cada día más entre extremistas islamistas y una extrema derecha en pleno auge ante la falta de reacción de las izquierdas frente a los grandes problemas que aquejan nuestro mundo.

En el mundo la economía está en situación de recesión, que viene provocada por una doble crisis económico-financiera y energética que se van retroalimentando. Estas sucesivas crisis provocan consecuencias sociales y ecológicas. Además la depredación planetaria llega ya a su punto culminante en cuanto a la utilización de los suelos, del agua, la desforestación, la utilización masiva de los recursos y eventualmente al cambio del clima planetario.

Otro punto de análisis es el impacto de la política exterior de Estados Unidos en la política internacional europea. Al tener una clara sumisión a ésta Europa está asumiendo graves problemas como fue su enfrentamiento económico con Rusia o la actual crisis de los refugiados.

El objeto de este análisis es demostrar que las únicas soluciones para evitar la gran amenaza que se cierne sobre nuestras vidas pasan por atacar la raíz de los problemas, que no son otras que el capitalismo y el imperialismo. La causa última de nuestros problemas contemporáneos radica en la forma en cómo se han construido nuestras sociedades.

Cómo se ha construido la nueva Europa

La Europa de nuestro tiempo es producto de una larga construcción social que comenzó en los años 50, en plena época de la Guerra Fría. En aquellos años se forjaron las bases y los reglamentos por los que se regirían los países del Mercado Común europeo, que fue la fórmula por la que los estados enemistados en la Segunda Guerra Mundial (Alemania y Francia) comenzarían a colaborar.

Pero aquella Europa no era más que una alianza entre países productores de mercancías, bienes y servicios. Era la Europa de los mercaderes. Evidentemente en el mundo de los grandes bloques de la Guerra Fría se necesitaba tener un peso propio para poder ser tenido en cuenta. Europa vivía entonces sometida a la política imperialista de los Estados Unidos que luchaba contra el otro gran imperialismo, el de la Unión Soviética, que tenía sometida a la otra mitad del Continente.

La Europa de nuestros días es sobre todo un producto del liberalismo económico. Para ser precisos, del neoliberalismo. No se entiende la actual Unión Europea sin la imparable ofensiva neoliberal de los años 70 y 80 además de por formar parte del bloque geopolítico liderado por Estados Unidos.

Contextualizando esta ofensiva neoliberal, calificada por algunos de «revolución», y por otros de «contrarrevolución», deberíamos comprender la situación. Los Estados Unidos estaban combatiendo en Vietnam. Al resistir aquel pueblo durante tantos años a las tropas norteamericanas, Estados Unidos se sobre-endeudó tremendamente y para pagar la guerra imprimió muchos dólares. Como consecuencia la inflación creció en todo el bloque Occidental (dado que sus monedas estaban ligadas de una forma u otra al dólar).

Además surgió un nuevo problema. En 1973 Arabia Saudí y otros países árabes del Golfo Pérsico decidieron subir el precio de los carburantes de manera unilateral. Este aumento de los precios de los combustibles golpeó de lleno la economía mundial. Es lo que se conoció como la crisis del petróleo.

Por último, para caracterizar la época, los años 60 abrieron en todo el mundo una puerta de esperanza a cambios revolucionarios. La generación nacida en la postguerra mundial llegaba a la madurez y lo hacía de forma ruidosa. Animada por la revolución cubana, las guerrillas latinoamericanas, la descolonización de los países africanos (algunos de los cuales produjeron procesos revolucionarios), la lucha del pueblo palestino, la Revolución Cultural China y sobretodo la guerra de Vietnam (donde el pez pequeño se estaba comiendo al grande), aquella generación se vió impulsada a asaltar los cielos.

Se ha calificado a aquella época que va aproximadamente desde 1965 a 1980 (y en especial desde 1968 a 1977) como el «gran asalto» o como la «segunda oleada proletaria». El caso es que Europa vivió un auge de las ideas revolucionarias de izquierdas y por todo el Continente se vivieron grandes luchas obreras y juveniles. De todos es conocido el Mayo del 68 de Francia o la Primavera de Praga. La Revolución de los Claveles portuguesa o el 77 italiano marcaron también la época donde parecía que se podía conseguir una transformación social profunda.

Pero inevitablemente al igual que en muchos otros procesos cuando no se gana, se pierde. Los poderes fácticos (y los no fácticos también) conspiraron y actuaron de forma decidida para mantener el control de la situación. Si en latinoamérica recurrieron a los golpes de estado y al exterminio físico de la izquierda en Europa fueron un poco más sutiles y recurrieron por un lado a los servicios secretos y por otro al fantasma de la extrema derecha. El capitalismo logró sobreponerse tanto a la crisis como a la oleada revolucionaria de izquierdas y a la aparición de los movimientos de liberación nacional.

Pero lo que contribuyó más decisivamente a la derrota aquellos movimientos revolucionarios no fue otra cosa que la negativa de la izquierda a apostar por el socialismo. Ésto fue lo que permitió el apuntalamientio del capitalismo. Tampoco la Unión Soviética movió un dedo por atraerse ningún nuevo país en Europa. Se encontraba cómoda en la política de bloques. O cómoda o atemorizada por la amenaza de los Estados Unidos de desencadenar una guerra atómica. En resumidas cuentas, de esta reacción tan «responsable» de las izquierdas europeas tomó buena nota la derecha, que a finales de la década de los 70 inició su propio «gran asalto».

Las crisis económicas del 73 y del 79 (producida por la revolución islámica en Irán) produjeron en Europa occidental un aumento considerable del paro. En contra de los agoreros que anunciaban que el paro era un peligro para la seguridad pública y que constituían un «ejército» proletario en potencia, el paro masivo lo que producía era pánico auténtico en las familias obreras. Tener un millón de parados garantizaba que por lo menos otro millón de personas viviera aterrorizada por perder su empleo.

El ascenso al poder de Margaret Thatcher en Gran Bretaña y de Ronald Reagan en Estados Unidos cambió el mundo para siempre. Se encontraron con una izquierda desarmada, dividida, sin capacidad de reacción. Y ambos líderes encabezaron el mayor asalto de la historia contra las condiciones de vida de la clase trabajadora. Sus medidas se basaban en la liberalización de la economía, en el desmantelamiento de la industria y su traslado a Asia, en la terciarización y en definitiva en la destrucción del poder sindical. Los mantras repetidos hasta la saciedad eran flexibilidad laboral, bajada de impuestos, el fomento de la clase media, ganar competitividad y privatizar el sector público.

Los sindicatos británicos habían ganado una batalla en 1974 derrotando al gobierno conservador de Heath. Thatcher devolvió el golpe nada más ganar las elecciones en el 79 y en 1984 los derrotó definitivamente en la huelga de la minería. No estamos hablando de sindicatos que desearan una revolución social, sino de sindicatos afines al laborismo que querían una economía orientada a garantizar el bienestar de la mayoría de la población. Pero esto parecía inasumible por las élites.

La oleada conservadora se extendió en los años 80 por toda Europa Occidental. Incluso la socialdemocracia en el poder (François Miterrand, Felipe González) la fue adoptando como propia. Era el signo de los tiempos. Cuando en 1989 cayó el Muro de Berlín y más tarde la propia Unión Soviética se desintegró parecía una señal divina de que el único camino a seguir era el liberalismo salvaje.

Evidentemente la Unión Europea se forjó bajo estos parámetros. Se fomentó el libre flujo de capitales, el crédito fácil y también (como medida positiva) el libre tránsito de personas en la Unión. El colofón a este proceso fue el nacimiento del Euro, la moneda europea transnacional.

En definitiva, toda esta situación provocó un gran cambio de la vida de las poblaciones y barriadas obreras de Europa. El paro masivo a causa de la destrucción de la industria provocó una crisis de identidad en la clase obrera. La fábrica, el astillero o la mina era la seña de identidad de muchas ciudades y pueblos. Su cierre provocó el desánimo y la falta de perspectivas. Así creció una nueva clase que vivía de subsidios, de ayudas gubernamentales o que vivían de la economía sumergida, ya que el sector servicios (basado en los trabajos temporales) que venía a sustituir esos empleos que se eliminaban tras el cierre de las principales empresas (empleo estable y seguro, muy sindicalizado y como consecuencia bien pagado) era incapaz de asumir toda la fuerza laboral sobrante. Así proliferaron las drogas, las depresiones y una población que vivió a partir de entonces en la pasividad y el desánimo.

La consecuencia de todo este largo proceso ha sido la destrucción de los vínculos comunitarios que había creado la clase obrera a lo largo del siglo anterior. La huída de la burguesía del centro de las ciudades para instalarse en urbanizaciones periféricas y la droga y la marginalidad dejó esas zonas vacías y degradadas. Y también envejecidas. El envejecimiento de la población no es causa del liberalismo sino de un reajuste social debido a que la generación del «baby-boom» (de la gran expansión demográfica de los años 50 y 60) llegó a la madurez y no quiso ni pudo seguir los pasos de sus padres. Sus familias eran más pequeñas, a menudo unipersonales. La aparición de la píldora abortiva, los anticonceptivos y de los primeros casos de aborto provocado legal produjeron un control de la natalidad que ayudó a tener familias más pequeñas. Pero también ayudó a envejecer la sociedad europea que poco a poco iba invirtiéndo la pirámide de población. La única manera de revertir esta tendencia fue a través de la inmigración de trabajadores extranjeros y de sus familias, más prolíficas que las europeas.

Pero esta llegada masiva de personas de otros orígenes culturales irremediablemente iba a afectar la composición social de los barrios obreros, puesto que se instalaban allí. En algunos países como Francia los inmigrantes fueron colocados en barrios-ghetto. En otros se evitó esta situación emplazándolos en los barrios obreros o de la clase media. De todas formas la izquierda tradicional se dedicó a intentar que esta nueva población se integrara en las sociedades occidentales a través de la política social del multiculturalismo, integrando la cultura foránea en la nuestra y creando una cultura nueva producto de las fusiones, cosa que en realidad no fue una mala idea.

La parte negativa es que ante la aparición de este multiculturalismo se estaba produciendo de forma paralela una humillación o degradación mediática de la clase trabajadora local. Se la presentaba como una población de borrachos, pandilleros, violentos, vagos y aprovechados del estado del bienestar. Se ignoraba a propósito que si vivían en parte de los subsidios era porque se había desindustrializado el país. Además se presentaban casos excepcionales de comportamiento antisocial como si fueran la norma entre la juventud obrera (desde las subculturas kinkis a la de los canis, pasando por la ruta del Bakalao, el tunning al reggaeton... Los programas de TV que sacan lo peor de las personas de clase trabajadora caricaturizándola y humillándola proliferaron Gran Hermano, Aida, Hermano Mayor, Gandia Shore...). El proceso era culpabilizar al individuo de sus propias condiciones vitales. Y por otro lado encumbrar a los «emprendedores», los nuevos triunfadores de la sociedad. Se estaba provocando el hecho de que nadie quisiera formar parte de una clase obrera que se equiparaba a pobre, a antisocial y a marginal. A partir de entonces la mayoría de la población se consideraba de clase media, aunque estuviera trabajando en una obra.

Y se alababa el hecho de que la inmigración que trabajaba más duro que la población local. Era el discurso de los capitalistas explotadores locales que utilizaban la mano de obra inmigrada para reducir los derechos laborales o directamente para saltarse las regulaciones laborales. Son este tipo de agravios comparativos los que producen un resentimiento latente en la sociedad.

Es decir, que se derrota a la clase obrera en los 80, en los 90 se minan definitivamente sus derechos, esto provoca una destrucción de los vínculos comunitarios (sindicatos, asociaciones, vida en la calle...), cosa a la que ayudaba también la promoción del individualismo que machaconamente se promovía en los medios de comunicación y en la cultura popular. En los 2000 llega una inmigración masiva que algunos capitalistas veían como una bendición necesaria.

Otra cuestión a tener en cuenta son los procesos de gentrificación. Una vez que los barrios estaban totalmente degradados se iban reconstruyendo con otras bases. Se creaba un centro cultural o un edificio emblemático. Se introducía el turismo en el barrio, y con él los hoteles. O bien se ponía de moda el barrio por sus alquileres baratos entre la gente joven y alternativa y más tarde entraba el turismo de masas. El caso es que muchos barrios obreros del centro de las ciudades se vieron afectados por estos procesos que ante el encarecimiento de las viviendas produjeron la expulsión de muchas familias de clase obrera.

El tema del turismo es especialmente interesante. Se produce a partir de la explotación del sentimiento de pertenencia a la clase media. Como tal, una persona tiene derecho a viajar. Y con la aparición de los viajes low-cost las masas de turistas llegaron a las ciudades cuando antes solo iban a las playas. El turismo ha cambiado la fisonomía de muchas ciudades, y con él también se ha precarizado mucho el empleo, ya que se trata sobretodo de trabajo temporal en los meses de verano.

Y a todo esto, ¿qué hacía la izquierda?

Se dice que la mayor victoria de las derechas ha sido que la izquierda socialdemócrata y laborista europea ha adoptado la ideología neoliberal. Sin una base obrera a la que hacer caso (porque las políticas de la derecha la habían destruido) los partidos de izquierdas, en manos de personas de clase media burguesa, se echaron en brazos del neoliberalismo. Esto fue terrible para las clases populares, puesto que estos partidos continuaron realizando la misma política que atacaba los intereses de los de abajo pero con una retórica y un discurso de izquierdas. Esto, por supuesto, ha hecho perder la fe en el cambio social a millones de personas. Solo que en vez de poder ser canalizado por las opciones revolucionarias no ha sido canalizado por nadie. Los sindicatos han perdido millones de afiliados en toda Europa. Pero esos millones no se han organizado en ninguna otra parte. La izquierda revolucionaria no ha conseguido ocupar el hueco que ha dejado el desencanto. Gran parte de la clase obrera queda a su suerte, resignada y muy hostil a todo lo que tenga que ver con la vieja izquierda e incluso con sus valores.

La izquierda burguesa ha pecado de soberbia (siempre adoctrinando a sus bases, infantilizándolas, además de traicionándolas y mintiendolas sin rubor alguno), sectarismo (más pendiente de apuñalar las demás opciones de la otra izquierda que de buscar soluciones a los problemas de la gente), estética (lenguaje estético de izquierdas que no tenía nada que ver con la realidad de la gente de abajo) e ingenuidad (entendiendo la realidad de manera supérflua, sin asumir el mundo en el que vivimos), entre otras razones. Se resume muy bien en el artículo de Xavier Díez, de «Els set pecats capitals de les esquerres» [http://www.elcritic.cat/blogs/sentitcritic/2015/06/26/e...rres/]. Pero sobretodo la izquierda se ha identificado con el proyecto histórico de la derecha. Repitamos que este es el mayor de todos sus pecados.

La izquierda es furibundamente pro-sistema. Está a favor de la Unión Europea, que es el «garante» de las libertades y de nuestra riqueza. Eso dicen. Pero ha propiciado que la derecha apuntale su poder y que sean estos años de la crisis los que más millonarios hay en la historia, los años de las ganancias récord para las grandes empresas y la banca. Los años de las ayudas a la banca con dinero público porque «eran demasiado grandes para caer».

Donde ha gobernado la izquierda no han controlado el poder, ese poder oculto que tiene la burguesía. Y cuando ha intentado cambiar las cosas no ha podido. La derecha que controla los medios de comunicación la ha hundido despiadadamente. Se la presenta como blanda ante problemáticas que magnifican los medios como la seguridad, la inmigración, la política exterior, la corrupción... Se crean crisis internas de la nada azuzadas por los medios también... En definitiva, hacen que la izquierda esté más pendiente de quedar bien que de gobernar para sus votantes. Y lo que provocan son medidas más basadas en los derechos civiles (ley de dependencia, matrimonio «gay», aborto) que en los derechos sociales que afectan a las mayorías.

También debemos reconocer que la izquierda libertaria no ha sabido sacar la cabeza allá donde se la necesitaba. Estábamos demasiado ocupadas en la contracultura y en el ghetto autorreferencial. El activismo por el activismo ayuda a no entender los problemas de la gente trabajadora y nos alejan de ella. Saltamos de una campaña a otra. Inabarcables, los problemas del mundo son demasiados para tan poca gente que somos.

Hoy en día nos sorprende y nos alegra cómo funciona la Comunidad de la Esperanza de Canarias, el barrio okupado de Errekalor Bizirik en Vitoria o los 42 bloques okupados de la Obra Social de la PAH. Todos estos proyectos tienen en común que están llevados a cabo por gente corriente, que sufre y que lucha y que tienen una cobertura y apoyo de la izquierda revolucionaria o alternativa o libertaria.

Pero nos faltan miles de estos ejemplos por toda Europa para poder algún día ser una opción realista. Y nos falta que sigamos con el sindicalismo alternativo, llevando los sindicatos a los barrios obreros y a la comunidad, que podamos organizar el precariado, que organicemos a la juventud obrera, a la mujer de clase trabajadora despreciada por todos, la conquista de nuevos espacios de socialización popular en los barrios... Por que el objetivo tiene que ser el de organizar a las clases populares y trabajadoras. No podemos alejarnos de eso.

La crisis en la que nos ha metido el imperialismo

Desde el inicio de la Guerra Fría la política exterior europea ha estado sometida a los intereses de Estados Unidos, que en aquellos años ocupaba militarmente media Europa a través de una red de bases militares. Los ejércitos de la OTAN garantizaban que los países de Europa occidental quedarían libres de la amenaza soviética. Ante esta amenaza superior cualquier acción quedaba disculpada. El ejemplo más claro es el apoyo tácito de Estados Unidos al régimen franquista, a sabiendas de que se trataba de una dictadura sanguinaria. Ese tipo de apoyo a regímenes dictatoriales se ha repetido a lo largo de las décadas en los cinco continentes.

No hay que mirar muy lejos para encontrar este tipo de políticas en nuestro tiempo ya que tenemos a nuestro país vecino, Marruecos, como ejemplo claro de régimen afín a los intereses de Estados Unidos. Otros casos escandalosos son Arabia Saudí, Turquía o Israel.

El fin de la Guerra Fría supuso la victoria moral del modelo capitalista que defendía Estados Unidos y sus aliados europeos. Al no tener enfrente un bloque socialista (con todos sus evidentes defectos que lo llevaron al colapso), el neoliberalismo se veía libre de manos para actuar a su antojo. Es lo que se conoció como el «fin de la historia», concepto de Francis Fukuyama en el que se daba a entender el triunfo definitivo del capitalismo en la historia humana. A partir de entonces se desarrollaron planes para crear grandes mercados de «libre» comercio, sin aranceles, que aún desprotegían más las economías locales. La globalización a finales del siglo XX fue un hecho. Su garante eran los tratados de libre comercio a nivel mundial y, por supuesto, las armas de la OTAN. Y quien no entraba en ese juego era sencillamente destruido, como fue el caso de Serbia.

Esta política de impunidad total se desarrolló en la primera década del siglo XXI. El ataque yihadista del 11S de 2001 contra Estados Unidos fue la excusa perfecta para desarrollar una política militar muy agresiva por su parte. Las invasiones de Afganistán y de Irak reafirmaron la fuerza norteamericana. Y además ayudaron a extender por el Cáucaso y Asia Central el poderío atlantista/neoliberal. No dudaron en derrocar regímenes (poco o nada democráticos, por cierto) empleando la táctica de las «revoluciones de colores» que eran procesos de protestas callejeras utilizadas políticamente para hacer caer los gobiernos.

La crisis internacional de 2007-8 desencadenó graves problemas económicos en muchas naciones, y entonces fue relativamente fácil impulsar procesos populares de desestabilización de los gobiernos hostiles o no colaboradores. Este es en parte el origen de la primavera árabe de 2011, que provocó la caída de los gobiernos de Egipto, Túnez y luego las guerras de Libia, Siria y Yemen, que han sumido en un fuerte caos toda la región.

A grandes rasgos, la amenaza que Estados Unidos quiso derrotar con su invasión de Afganistán ha crecido enormemente en el último decenio gracias a su propia actuación para eliminarla. Ahora es una fuerza global. El yihadismo ha ganado adeptos en todo el mundo a partir de las comunidades obreras y campesinas musulmanas golpeadas por la crisis económica, el desarraigo social y una situación político-social de crisis permanente en muchos de estos países. Las guerras civiles de Siria, Yemen y Libia han logrado forjar una gran cantidad de combatientes milicianos de carácter yihadista que se cifran en varias decenas de miles. A su vez están golpeando a otros estados muy débiles como Malí, Somalia, Nigeria... y amenazan con desbordar cualquier contención, por que en varias zonas ya tienen una hegemonía cultural sólida. Hegemonía ayudada además por los intereses perversos de Arabia Saudí, Qatar y Turquía de controlar la región del Oriente Medio derrotando a cualquier precio (incluso financiando la yihad) a Irán.

El otro lado de la balanza es Occidente. Está creciendo el miedo a pasos agigantados. La situación creada por el imperialismo y su pésimo manejo de la situación, está produciendo una reacción contraria mediante el aumento de la intolerancia en todo el Continente. El reflejo es la actual «crisis de los refugiados» que es la mayor vergüenza en décadas para todas nuestras sociedades. Los políticos de derechas han llegado a acusar a los refugiados de yihadistas, comparándolos con aquellos que los han expulsado de sus casas.

Todo esto: terrorismo, miedo, refugiados... es resultado de la política exterior europea, sometida desde hace décadas los intereses de Estados Unidos. Nuestro apoyo a Turquía, a punto de entrar en la UE a pesar de estar más que demostrada su connivencia con el Estado Islámico, o nuestra tolerancia hacia Arabia Saudí o Qatar a la vez que denunciamos la «radicalización» del Islam y el aumento del fanatismo religioso, son un reflejo de la hipocresía predominante en las altas esferas y dejan clara nuestra falta de soberanía que nos lleva a estos callejones sin salida.

La Tormenta Perfecta de la ultraderecha

Tenemos entonces el caldo de cultivo para el crecimiento y el desarrollo de la nueva extrema derecha europea. La destrucción de las comunidades obreras tradicionales, la individualización, la precariedad y la crisis se alían con una gran inmigración, una política exterior sin soberanía y además con la explosión de una crisis de millones de refugiados que huyen de las guerras provocadas por nuestra propia política exterior. Y todo este descontento a nivel europeo lo está recogiendo la extrema derecha, que vemos como amplía su influencia electoral.

La ultraderecha ha sabido modernizarse con los años, mientras que la izquierda sigue atada a los discursos del pasado. Han cambiado de color, de discurso, de estética... se han hecho mediáticos utilizando habilmente el ansia de morbo de los medios de comunicación para crecer. En definitiva han podido canalizar políticamente lo que está sucediendo en la actualidad. Además está retomando un discurso tradicionalmente izquierdista como es la defensa de los derechos sociales, el antiimperialismo (contra el poder de Estados Unidos en Europa), el proteccionismo y la lucha contra la globalización capitalista.

Como la izquierda socialdemócrata ha renunciado a defender la soberanía nacional y la ha dejado en manos de las entidades supra-nacionales (UE, OTAN, OMC, FMI, TTIP...) es la extrema derecha la que lucha por defender esta soberanía y la hace su bandera. Y al conseguir nuevos militantes que ya no proceden de la ultraderecha tradicional pueden ser incluso opción de gobierno en varios puntos de Europa.

Sin duda este es uno de los problemas más importantes con los que se habrá de enfrentar la izquierda europa, ya que en el momento en que consiga la ultraderecha un gobierno no tardará mucho para que se conviertan en opción con posibilidades en muchos otros países.

El factor UE

Como hemos podido ver en las elecciones al Parlamento Europeo la derecha conservadora y la socialdemocracia son tan hegemónicas que parece imposible cualquier tipo de victoria de izquierdas que pudiera hacer virar la política europea de una forma decisiva. La entrada de los países de Europa oriental han servido para afianzar el poder de la derecha europea. En aquellos países los conservadores son mayoritarios desde la caída del comunismo. Y en los últimos años incluso demuestran un giro hacia la derecha más «dura».

Las políticas de la «troika» basadas en proteger los intereses de la banca alemana y de las grandes empresas han empobrecido y arruinado a todos los países del Sur, que han vivido a base de créditos desde hace décadas. En tiempos de crisis quienes tenían créditos y deudas han pagado los platos rotos que eran responsabilidad de quienes promovía el modelo económico actual. La aparición de los numerosísismos casos de corrupción que asolan el Partido Popular español son solamente un reflejo de lo generalizada que está ésta en todo el sistema capitalista. Los «papeles de Panamá» demuestran cómo de arraigada está la corrupción en todo el Continente y también muestran que la huída de capitales es común entre la clase dirigente.

Mientras tanto a los de abajo se nos imponen todo tipo de recortes sociales que han precarizado nuestras vidas. Incluso están recortando nuestras propias vidas al imponernos recortes en salud pública y aumentar nuestra vida laboral. Por si fuera poco la crisis (y también la demografía) ha puesto en peligro la continuidad del sistema de pensiones, que veremos quebrar probablemente en la próxima década. Ni qué decir tiene que si ahora son los pensionistas quienes sostienen familias enteras, está garantizado un problema social de grandes dimensiones si le pasara alguna cosa a la caja de las pensiones.

En definitiva Europa, tal como está construida, es un impedimento para cualquier cambio social. Atacada por la ultraderecha, la izquierda alternativa del Parlamento Europeo se erige en defensora de una «Europa de los Pueblos» y por tanto contribuye a apuntalarla, reforzando el bloque dominante.

La espada de Damocles de las crisis energéticas, ecológicas y alimentarias

El último punto a tener en cuenta son las diferentes crisis globales con las que nos confrontamos en este siglo XXI. Son crisis diferentes pero todas relacionadas con el impacto que ha tenido el ser humano en el planeta. Concretamente nuestra forma de vida.

Así pues la crisis energética se basa en el consumo de combustibles fósiles, esenciales para que todo funcione. Sin transporte no hay capitalismo avanzado. Y es en los próximos años cuando estos combustibles comenzarán a escasear cada vez más. En este mismo año hay un gran número de compañías energéticas que han quebrado por efecto de los precios bajos del petróleo. Además varios países están en números rojos y sus economías en caída libre: Canadá, Brasil, Argelia, Nigeria, Venezuela... o el hundimiento de la industria del fracking en los Estados Unidos. Esta caída económica provoca nuevos problemas sociales, y quizá ocurra como tras la crisis del 2008, que veamos un nuevo año 2011, es decir implosiones de países enteros por causa de la inflación o la deflacción, tanto da. Ambos procesos son consecuencias de las derivaciones en la producción de petróleo.

Por si fuera poco el consumismo depredador se enfrenta en los próximos 20 años, a la llegada del cénit de una serie de materiales básicos como puede ser el cobre o el uranio, entre una veintena de productos. Sabido es que cuando falta un recurso, hay unos años de crisis hasta que otro lo sustituye. En un mundo cada vez más superpoblado y necesitado de nuevos recursos la falta de algunos de éstos puede provocar graves problemas entre Estados.

Otro problema grave es el daño ecológico irreversible que le estamos produciendo al planeta. Con el avance de nuestra sociedad la biodiversidad se reduce, aumenta nuestro impacto en forma de contaminación, desforestación y destrucción de hábitats. Además en estos años es más evidente que nunca el calentamiento del planeta y la eventual ruptura de la estabilidad climática que están liberando procesos desconocidos en el ártico y el antártico y que es casi seguro que tendrán un impacto en el clima.

Y por último, el problema del agua y de los suelos. El crecimiento que ha sufrido la población mundial ha hecho que la explotación de los suelos se lleve al límite. Al introducir monocultivos y todo lo que conlleva (abonos químicos, fertilizantes, pesticidas, regadío intensivo) muchos suelos se están empobreciendo definitivamente. Y por mucho que se los vuelva a abonar producen cada vez menos. Además de ello la explotación de los acuíferos y el desvío y embalsamiento de los ríos también incide en este empobrecimiento de los suelos del planeta.

En definitiva, todos estos problemas se retroalimentan unos a otros. Si al empobrecimiento de los suelos le añadimos que el clima es imprevisible y que o no llueve en meses o cuando llueve provoca inundaciones, está claro que la cosa se agrava. Si añadimos el hecho de que vivimos un planeta cada vez más superpoblado y que el cambio de paradigma energético debería hacerse ya mismo para tener alguna posibilidad de evitar graves problemas... podemos concluir que la mayoría de los problemas y amenazas se agravan si añadimos el hecho de que vivimos bajo el capitalismo deprededador y que éste no permite cambio de paradigma alguno, salvo en lo superficial.

La gran amenaza es una concatenación de catásfrofes humanitarias que provoque situaciones especialmente traumáticas y que allane el camino para medidas aún más drásticas. Se pudo comprobar en aquel año 2011, cuando las cosechas del año anterior en el Sahel, Rusia y Pakistán se perdieron, produciendo un alza de los precios de los alimentos... sabemos qué problemas sociales desencadenaron en Oriente Medio.

¿Qué hacer?

Nuestro mundo afronta unas décadas cruciales en los años venideros. Creemos que cualquier persona con ideas revolucionarias y transformadoras no puede eludir por más tiempo este hecho y debe actuar acorde con sus principios. Las crisis (y amenazas de crisis) que hemos descrito arriba cierran la puerta a medidas etapistas de progreso social. También nos dejan claro que vienen tiempos de enfrentamientos entre modelos. Y, por tanto, una militancia relativamente «cómoda» basada en la autogestión y el cooperativismo, a pesar de que pueda tener puntos positivos tampoco pensamos que sea viable a largo plazo.

Somos conscientes de que en Europa estamos en una etapa de ofensiva neoliberal que aún sigue aplicando las mismas políticas económicas y sociales que propiciaron la crisis del 2007. La falta de una alternativa por la izquierda (ya que la socialdemocracia europea adoptó el neoliberalismo en bloque en los años 80 y 90 y que la izquierda post-comunista no es vista como solución – excepto en el sur de Europa) ha hecho últimamente ascender las opciones populistas de la extrema derecha en el Continente. La clase obrera atacada por el liberalismo, golpeada por la crisis, olvidada por la izquierda y los sindicatos, vira hacia quien le habla de garantizar sus derechos sociales a la vez que su "identidad".

La identidad es un concepto ambiguo y peligroso, pero nos indica que la izquierda revolucionaria no ha sabido hablar el lenguaje de la gente común que, después de la derrota del obrerismo de los años 70 y del triunfo del neoliberalismo en los 80, ya solamente busca su sitio en esta sociedad. En momentos en que la vida de los barrios obreros cambia radicalmente ya que se desmantela la industria y la minería, se precarizan las condiciones de vida al terciarizarse la economía, se destruyen los derechos sociales, entra población extranjera que es utilizada como mano de obra barata... se está cambiando la naturaleza de estos barrios que llevaban viviendo décadas de la misma forma. Entendemos que el lugar del anarquismo es precisamente en estos barrios y poblaciones obreras que reciben los golpes de la crisis económica, el desempleo masivo, de la gentrificación, de los grandes proyectos urbanísticos y especulativos... Nuestro lugar está con la gente humilde que sufre y resiste y no con la clase media ilustrada, abierta y cosmopolita que vive la vida de forma contemplativa como a menudo ocurre en los ambientes libertarios o de izquierdas.

Para conseguir llegar a un proceso revolucionario nos tenemos que imaginar primero qué tipo de sociedad es la que puede llevar a cabo esta revolución. La tenemos que analizar, tenemos que reforzar sus características positivas y eliminar las negativas. Nuestra apuesta aquí en Catalunya pasa por crear lo que denominamos un Movimiento Popular. Ya que el "Pueblo" en sí mismo no se puede organizar al 100% sí que podemos optar a que se organice una parte considerable de él. En otros países se conoce ésto como frente de izquierdas o frente anticapitalista. No es una coalición para ir a las elecciones sino para organizar el pueblo. Se trata de aunar muchos agentes diferentes (movimientos sociales, sindicatos alternativos, movimientos de izquierdas, organizaciones vecinales, estudiantiles, etc.) en un movimiento político y social autónomo de los partidos políticos institucionales, que tenga su propia agenda de movilizaciones y que se pueda convertir en un referente para las comunidades de clase trabajadora y para una gran parte de la sociedad.

Como somos conscientes de que el anarquismo actualmente es incapaz de crear este tipo de movimientos populares por sí solo, tenemos que buscar alianzas con otros movimientos anticapitalistas para poder llevarlo a cabo. Y como no queremos que estos movimientos sean utilizados por otras fuerzas de izquierda para fines electoralistas debemos garantizar su autonomía respecto de los partidos políticos. Esta es la función actual de Embat.

El futuro de Europa pasa por crear una gran red de movimientos populares que se conviertan en la "Oposición" a la Europa del capital. Esta es la verdadera Europa de los Pueblos. Y no tiene nada que ver con lo que están haciendo y proponiendo los partidos de la izquierda alternativa del EuroParlamento.

Nuestra apuesta pasa por revertir la globalización neoliberal y desconectarnos de las macro-estructuras capitalistas internacionales y reivindicar la soberanía popular. Esta soberanía va más allá de la simple "soberanía nacional", ya que implica una soberanía alimentaria (fomento del consumo y la producción local y de proximidad; más proclive a que ésta sea además ecológica), una soberanía energética (reducción drástica de la dependencia de los combustibles fósiles y el inicio de una transición a las sociedades post-petróleo), soberanía política (no dependencia de las decisiones hechas en el ámbito global como la UE o la OTAN), soberanía industrial (producir lo que necesita el país dentro del país), soberanía personal (garantizar todas las opciones individuales de vida)... En definitiva, pensamos que la soberanía popular supone en sí misma una revolución democrática que sería atacada sin piedad por el capitalismo global.

Ya que construir un movimiento popular que reivindique las soberanías y que exija a todos los gobiernos que se garanticen los derechos sociales y que la sociedad pueda vivir una democracia real es, de alguna manera, embarcarnos en un proceso revolucionario – porque chocamos directamente con los intereses del bloque capitalista y éste responderá en consecuencia – nuestra opción implica también proponer el socialismo libertario como modelo de sociedad. En este sentido la aparición en el mapa político del Confederalismo Democrático en el Kurdistán o los primeros pasos de un movimiento internacional por la "democracia sin Estado" (creado por algunos movimientos de liberación nacional europeos y por algunos municipios gobernados por la izquierda alternativa) nos puede ayudar en esta tarea. Nos ayuda abriendo una brecha en la izquierda para poder introducir una alternativa diferente de la socialdemocracia tradicional (hoy neoliberal) y del viejo comunismo estatista (hoy socio-liberal) donde también podría entrar el socialismo libertario. Y nos ayuda también porque en parte también están a favor de crear una sociedad democrática, soberana e igualitaria que podría atraer a la clase obrera y a una parte de la clase media y son bastante favorables a la creación de estructuras populares de contrapoder.

En definitiva, y para terminar, el socialismo libertario europeo debe convertirse en una opción de cambio social viable. Por ello nos deberíamos articular a nivel continental teniendo unos análisis y unas estrategias comunes (entendiendo, lógicamente, que en cada territorio se debe actuar de una manera determinada), una línea comunicativa y gráfica, con proyección mediática y, por supuesto, buscando tener una influencia palpable en las comunidades trabajadoras, en la juventud y en los barrios populares y las áreas rurales a través de los movimientos populares, la construcción de alternativas autogestionarias o comunitarias y del sindicalismo alternativo.

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