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El aborto libre seguro y gratuito: por la autodeterminación de nuestro cuerpo y nuestra fuerza de trabajo

category bolivia / peru / ecuador / chile | género | opinión / análisis author Sunday September 21, 2014 00:05author by La Alzada Report this post to the editors

Publicado originalmente en la edición n°24 del periódico anarquista chileno Solidaridad

Los defensores de la autoridad temen el advenimiento de la libre maternidad, que les ha de robar sus presas ¿Quiénes irán a los campos de combate? ¿Quiénes han de crear el bienestar común? ¿Quién sería policía, carcelero, si a mujer se negara a dar a luz? (…)
Emma Goldman
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La lucha de las mujeres por el control de sus cuerpos es una lucha radical, que se enfrenta no sólo al tradicionalismo conservador impulsado principalmente por la iglesia católica y otras instituciones confesionales en el país, sino que también es un enfrentamiento directo contra los cimientos del sistema capitalista. Las conquistas alcanzadas por las mujeres, se relacionan con las disputas y la capacidad de incidencia de éstas al momento de conseguir el reconocimiento de su posición a nivel social y una efectiva concreción de sus derechos. Así el movimiento feminista, que ha alcanzado en algunos momentos el carácter de masa, lleva en su testimonio una lucha programática dirigida esencialmente a la defensa y empoderamiento de la mujer obrera, estudiante, campesina, indígena, como mujeres trabajadoras definidas desde su posición clase. Se trata de procesos históricos extensos y heterogéneos, configurados por la puja de poder en las diversas coyunturas.

Podemos observar como en los últimos años el movimiento social ha salido a la calle no sólo en búsqueda de derechos políticos, sino que también e incluso con mayor intensidad, en la persecución de mejoras concretas e inmediatas para el desarrollo íntegro de sus vidas. La lucha por el aborto comparte esta doble condición: es una necesidad real, concreta e inmediata, tan concreta que se juega la vida o muerte de las mujeres pobres en determinadas circunstancias. Y es también la lucha por el reconocimiento de la mujer como sujeta social y agente político.

No obstante, la legalización del aborto libre, gratuito y seguro, es una de las principales deudas que mantiene el Estado en materia de Salud y Derechos Sexuales y Reproductivos. Esta es sin duda una demanda histórica del movimiento social y feminista en Chile, que año a año se ha tomado las calles para denunciar la precariedad en la cual se mantiene a las mujeres en el país, negándonos el derecho a decidir sobre nuestros propios cuerpos, obligándonos a cumplir los designios de Dios respecto a la maternidad, despojándonos de conocimientos ancestrales y científicos respecto a la ginecología y criminalizando todo intento de autonomía sobre nuestras vidas.

Al presente, las problemáticas sobre estas materias pueden interpretarse como en un momento de crisis, no desprovisto de obstáculos ideológicos a nivel social, político y legislativo. Por ejemplo, próximos a que se cumpla un año de la bullada y controvertida toma por parte del movimiento feminista a la Catedral de Santiago, en momentos en que se encontraba la máxima autoridad de la iglesia católica apostólica romana en Chile, el Cardenal Ezzati, oficiando misa para sus fieles más poderosos de esta franja de tierra. Los cuestionamientos, interpelaciones, criminalización y represión no se hicieron esperar por parte del Estado y de la iglesia, obviamente, pero también por parte de la propia izquierda tradicional, algo menos esperable pero cierto. Las resistencias que se producen a nivel ideológico respeto a la interpelación que hace el movimiento feminista al conservadurismo anquilosado a nivel de políticas públicas en Chile, no solo tiene relación con la fuerte presión que impone la iglesia a nivel legislativo. Recordemos que el país ya contaba con una legislación de aborto terapéutico y que ésta fue eliminada por estas influencias en 1989, lo cual no ha podido ser revertido, encontrándonos en el 2014 aún sin voluntad para cambiar las condiciones de opresión hacia la mujer que se desprenden del tema del aborto. También creemos que existe en esta resistencia y bloqueo una razón mucho más profunda y difícil de revertir para el movimiento popular y para la sociedad en su conjunto. Nos referimos al Patriarcado, que se ha colado en nuestra cultura, en nuestras prácticas, en lo cotidiano, pero que también está presente en lo político y en cómo pensamos nuestra emancipación y en cómo imaginamos la transformación social.

De esta manera, consideramos que la reflexión sobre el aborto, debe ser una doble reflexión, ya que se trata, por un lado de un acto que nace en el espacio más íntimo del cuerpo de la mujer, pero es a la vez una cuestión de poder, una relación de dominación patriarcal y por lo tanto un asunto esencialmente político y estratégico.

El patriarcado se establece por el control del hombre sobre la fuerza de trabajo de la mujer. El sistema patriarcal mantiene este control, excluyendo a la mujer del acceso a los recursos productivos, -por ejemplo, el ingreso a los mejores puestos de trabajos, al desarrollo de capacidades en el ámbito educativo, o al manejo de ciertas herramientas tecnológicas que a las mujeres “no les interesan”-, y restringiendo la sexualidad de la mujer, imponiéndole una moral puritana respeto al goce y autoconocimiento, impidiendo el control de la natalidad, y en general limitando el desarrollo de la sexualidad física, psicológica y socialmente.

El matrimonio, por ejemplo, es una forma eficaz de controlar ambos campos. El hecho de controlar el acceso de la mujer a los recursos y a su sexualidad, permite al hombre y “marido” controlar la fuerza de trabajo de la mujer, para recibir de ella diversos servicios personales como el cuidado de la casa, la realización labores “domésticas”, y también el cuidado de los varones hasta edad adulta (muchos hombres son “obligados” por sus mujeres a asistir a centros de atención médica, les escogen la ropa, etc.). Y también respecto a la sexualidad, las mujeres deben estar dispuestas a cumplir con los requerimientos sexuales del marido, llevar una vida sexual que se centre en conseguir el placer de él, además de ser muchas veces la completa responsable del cuidado y crianza de sus hijos.

Los servicios que ofrecen las mujeres, no se circunscriben sólo a la esfera familiar, muchos trabajos asociados a los servicios son feminizados y precarizados por ser considerados de “mujeres” y son proclives a mantener la lógica privada (cómo la secretaria que maneja una doble agenda a su patrón, que se preocupa y debe preocuparse de mantener “habitable” la oficina, la cajera que debe verse presentable y cordial, la trabajadora de casa particular que debe ser como una segunda madre y estar siempre disponible o la prostituta que debe estar dispuesta a saciar los deseos más oscuros de sus clientes, etc.).

El control del cuerpo de la mujer, la maternidad obligatoria y la crianza de los hijos son instituidos como condiciones cruciales para perpetuar el patriarcado como sistema. Así como la sociedad de clase se reproduce mediante las instituciones; la iglesia, los medios de comunicación, la escuela etc., de la misma forma ocurre con las relaciones sociales patriarcales, que además se muestran como relaciones naturales y aceptadas por el sentido común, por la cultura hegemónica y por la tradición.

La sociedad orienta su práctica por el sentido común, que refleja mayoritariamente la tradición y el anquilosamiento de las clases dominantes, y de esta forma vivimos constantemente reproduciendo una y otra vez el orden existente, perpetuándolo. El sentido común es objetivo y normativo, no obstante, el contenido y la extensión de este saber cambian según el contexto temporal y clasista de cada individuo, así, su obligatoriedad es sólo relativa, concerniente a la división del trabajo, al lugar, etc.

El carácter obligatorio del sentido común es el ejercicio más eficaz de las objetivaciones para-sí, y que en nuestro contexto actual descansa en el Estado y en su seno el sistema jurídico. Delimitamos el campo a tal punto que nuestra observación es la siguiente: el dominio masculino se manifiesta en formas particulares, no obstante, su máxima expresión es el aparato jurídico del Estado que define a las mujeres a partir de su diferencia e inferioridad, atribuyéndose la tarea de delimitar incluso el espacio de nuestra intimidad. De esta observación es que el llamado a luchar por nuestro derecho social al aborto libre, gratuito y seguro no es una demanda liberal, o una demanda de un grupo de mujeres, es un llamado con perspectiva de poder, de lucha contra el poder hegemónico y contra todos aquellos que lo sustentan.

Esta lucha es ante que todo práctica, entendida como una actividad consciente orientada a construir una cultura crítica. La lucha por el aborto no es sólo la lucha por una reivindicación concreta, sino que sintetiza y engloba muchas otras desde el reconocimiento, en contra de la apropiación del cuerpo de las mujeres, contra el control de nuestra sexualidad, etc., pero por sobre todo es nuestra afirmación como sujetas que no darán pié atrás.

¡Por la soberanía del cuerpo, el derecho al goce y al autoconocimiento!

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