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Habemus presidente: mandato por la paz con injusticia social

category venezuela / colombia | la izquierda | opinión / análisis author Tuesday June 17, 2014 04:18author by José Antonio Gutiérrez D. Report this post to the editors

El triunfo de Santos no debería sorprender a nadie: las elecciones no definen nada, sino que sancionan apenas, con un tenue barniz democrático, lo que ya estaba decidido. Con el respaldo del capital financiero, de los empresarios, de los EEUU y de la Unión Europea, era imposible que Santos perdiera. Aunque es discutible el peso de la izquierda en el resultado electoral, lo cierto es que la izquierda tuvo un rol clave no en decidir las elecciones, sino en ayudar a lavar la imagen de Santos ante la opinión pública. Además, al personalizar –junto a los santistas- el proceso de paz en la figura del presidente, han ayudado a que la paz, originalmente una conquista del pueblo movilizado (y en últimas hasta un deber constitucional), pueda ser redefinida en este segundo período de gobierno en los términos de Santos. El presidente tiene las llaves de la paz, ahora sí, bien guardaditas en su bolsillo y no las compartirá con nadie, a menos que sea hacia la derecha.
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Habemus presidente: mandato por la paz con injusticia social

Santos ha sido elegido nuevamente presidente de Colombia, con un 51% de los votos emitidos, en medio de una perenne crisis de legitimidad -la abstención nuevamente fue la ganadora, llegando al 52%, más 4% de voto en blanco. Más de la mitad del electorado no se acercó a las urnas pese al terrorismo histérico mediático, que de lado y lado describía panoramas apocalípticos después del 15 de Junio, o a las encuestas amañadas. El triunfo de Santos no debería sorprender a nadie: las elecciones no definen nada, sino que sancionan apenas, con un tenue barniz democrático, lo que ya estaba decidido. Con el respaldo del capital financiero, de los empresarios, de los EEUU y de la Unión Europea, era imposible que Santos perdiera. Como dijera el profesor Renán Vega en una entrevista “Las elecciones simplemente son como el cierre de esos proyectos en marcha que llevan mucho más tiempo de consolidación en el país en términos políticos”[1].

Aunque un sector de la izquierda quiera ver este resultado electoral como un voto por la paz, o más aun, como el equivalente colombiano a Stalingrado o al Día-D (dependiendo de su persuasión ideológica) en la derrota del “fascismo”, lo cierto es que tanto el aumento en la votación de Santos como una cierta baja del abstencionismo, tienen más que ver con la fuerza aplanadora de las maquinarias electorales, particularmente en la Costa caribe[2], incluidas la compra de votos a granel y la mermelada para todos los gustos. Aunque es discutible el peso de la izquierda en el resultado electoral (en ciertas zonas hubo claras transferencias, incluida Bogotá, no así en otras), lo cierto es que la izquierda tuvo un rol clave no en decidir las elecciones, sino en ayudar a lavar la imagen de Santos ante la opinión pública.

Santos inicia un nuevo período de gobierno en la misma crisis crónica de legitimidad del régimen colombiano, pero con una imagen fresca. Este triunfo electoral y todo el manejo propagandístico que se hizo en torno al “candidato de la paz”, han ayudado a disociar su imagen de los falsos positivos, del bombardeo a Ecuador, de su catastrófica gestión social anti-popular, de su ministerio de guerra y de su ministerio de palmicultura, de todos los engaños y promesas incumplidas al pueblo campesino, de los tratados de libre comercio, de la impunidad militar, de la ley de seguridad ciudadana y la criminalización de la protesta… se ha echado una buena cantidad de tierra sobre los muertos de estos cuatro años en que el pueblo no ha dejado de movilizarse y ¿los presos políticos?, muy bien gracias. Santos emerge de la contienda electoral, indudablemente, con una imagen renovada.

Pero importantes sectores de la izquierda hicieron un poco más que esto. Además, al personalizar –junto a los santistas- el proceso de paz en la figura del presidente, han ayudado a que la paz, originalmente una conquista del pueblo movilizado (y en últimas hasta un deber constitucional), pueda ser redefinida en este segundo período de gobierno en los términos de Santos. El presidente tiene las llaves de la paz, ahora sí, bien guardaditas en su bolsillo y no las compartirá con nadie, a menos que sea hacia la derecha. Ya los analistas van sacando sus conclusiones: Santos ha logrado un mandato para avanzar en el proceso de paz, pero tendrá que hacer concesiones al 46% de votos uribistas que ellos interpretan como más mano dura[3]. El mandato por la pax santista, ergo, incluirá bajar las “expectativas” a las FARC-EP y al ELN. Como dice el análisis de la Silla Vacía, el resultado electoral “quizás, ayude a focalizar la discusión en la mesa en lo posible, más que en lo deseable”[4]. O sea, pisar el acelerador para lograr, cuanto antes, la paz con injusticia social. El análisis de Semana es aún más claro al definir que la pax santista consistirá, sencillamente, en “llevar las conversaciones de La Habana y las que se hagan inicialmente en Ecuador, Brasil u otro país con el ELN a que esas dos guerrillas acepten desmovilizarse y desarmarse”[5]. La paz ha sido definitivamente divorciada de los cambios estructurales para superar las causas del conflicto; a lo mejor hay cambios que habrá que hacer, pero nada muy radical, aunque demagógicamente se invoquen “cambios profundos” que solamente pueden creer los más ingenuos[6]. En palabras del mismo artículo de Semana, “Santos no tiene, pues, carta blanca para negociar con las FARC. Las líneas rojas que su propio gobierno se trazó al emprender este camino han sido reforzadas y, si se quiere, reducidas por el resultado electoral”.

Santos logró algo histórico además en el plano político. Logró volver a recomponer el bipartidismo bajo los colores del uribismo y de su propia tolda. El término “oposición”, de hecho, ha sido apropiado –gracias a los manejos mediáticos y al encuadramiento electoral de la izquierda- por el uribismo, con quienes objetivamente, comparte más que lo que los divide. Santos es, sin dudas, un hábil jugador en medio de la debilidad estructural de su mandato. De hecho, debe ser en el mundo el único presidente de derecha, delfín de lo más granado de la odiada oligarquía, involucrado en groseras violaciones a los derechos humanos y crímenes de lesa humanidad, que ha recibido un respaldo electoral importante por parte de la izquierda. En la práctica, Santos logró unir a la izquierda colombiana a un grado que no logró ni la candidatura de Clara López ni el paro agrario del 2014. Lo que demuestra lo astuta que es la oligarquía colombiana. Son unos berracos; no por nada llevan dos siglos en el poder, manejando uno de los Estados más reticentes a la reforma social.

¿Qué se viene ahora? Santos intentará consolidar su proyecto de la unidad nacional, conciliando con el uribismo, en torno al discurso de la paz minimalista en medio del recrudecimiento de la ofensiva. Recordemos que el mismo día que supuestamente se votaba guerra o paz, el gobierno se felicitaba por el presunto abatimiento de Román Ruiz, líder del Frente 18 de las FARC-EP (pese al cese al fuego unilateral), quien al final resultó no ser el muerto… o sea, otro falso positivo[7]. A la izquierda no tendrá que hacerle mayores concesiones porque no tiene capacidad de exigirlas. A algunos en la izquierda les tocará la mermelada (alcaldía de Bogotá), a otros con un plato de lentejas les bastará (por ejemplo, si les hacen la vista gorda ante casos de corrupción de ciertos familiares). Pero la mayoría tendrá que contentarse con las promesas de lentejas, porque las concesiones serán con la “oposición oficial” (uribismo). Lo que no impedirá que un sector se quede pegado con mermelada, lentejas y promesas, al “presidente de la paz”, secundando su mandato por la paz con injusticia social con la esperanza de que el régimen sea un poco más “incluyente” (o sea, que los inviten a co-administrar los escalones más bajos del sistema que existe, abandonando toda ilusión de cambio social). Tal vez veremos más ritos indígenas de armonización, más treguas sindicales de 100 ó de 1000 días, y más dirigentes de izquierda diciendo que actualmente es inoportuno luchar, que no hay que desestabilizar, que hay que rodear la paz (o sea, rodear a Santos). El país político sesionando en pleno.

El voto táctico de la izquierda oculta en el fondo una derrota estratégica de ésta. Derrota que no es de las últimas dos semanas, sino que se arrastra de largo y que se ha expresado en su incapacidad de canalizar el descontento popular en un programa de lucha, en una renovación de la política y en deshacerse de los métodos de la política tradicional, metiéndole cuerpo al promisorio proyecto de unidad desde abajo que comenzó a forjarse en la Cumbre Agraria y Popular. Sólo tal vez así, se podrá llegar a más de la mitad del país que mira a la distancia, con asco e indiferencia, desde su pobreza y exclusión social, sin inmutarse, a ese país político ajeno. Lo único que podría inclinar la balanza hacia la paz con justicia social es la fuerza de la lucha popular, del pueblo organizado. Pero para ello hay que vencer los caudillismos y burocratismos de esa "ciudad letrada" que mira con desconfianza al bajo pueblo y a su iniciativa espontánea. Esa ciudad letrada que confía más en la negociación por arriba que en la capacidad de lucha de los de abajo. La izquierda oficial ha demostrado tener más capacidad para desmovilizar que para movilizar, más capacidad para elegir al mal menor que para ser alternativa política. Así las cosas, los dados parece que en este segundo período estarán inclinados hacia la paz en los términos de Santos. A menos que haya una asonada al interior de la izquierda que dé por el traste con los verticalismos, oportunismos, sectarismos, personalismos y todos los ismos que le impiden crecer y convertirse en alternativa política, no para el pueblo, sino que construida desde el pueblo. Si no, lo que nos espera, es el destino de ser Guatepeor: algo así como tener la violenta paz de Guatemala, pero elevada al cubo.

José Antonio Gutiérrez D.
16 de Junio, 2014


[1] http://www.lahaine.org/index.php?p=78255
[2] http://www.semana.com/nacion/articulo/elecciones-colomb...918-3
[3] http://www.semana.com/opinion-online/articulo/hablarle-...071-3 Digo “interpretan” porque ese 46% del voto no es más ideológico que el de Santos: también responde a maquinarias, mermelada, compra de votos, chocorazos y al sentimiento anti-santista. Pensar que el voto “uribista” es homogéneo es insostenible.
[4] http://lasillavacia.com/historia/elecciones-presidencia...47921
[5] http://www.semana.com/nacion/articulo/habra-acuerdo-de-...888-3
[6] http://www.semana.com/nacion/elecciones-2014/articulo/j...061-3
[7] http://www.elespectador.com/noticias/judicial/policia-d...98468

author by Cristián Hurtadopublication date Wed Jun 18, 2014 20:57author address author phone Report this post to the editors

Culmina el escenario electoral, y la polémica al interior de las fuerzas de cambio parece mantenerse en la semana anterior. Llamados y declaraciones de principios acerca del carácter de una verdadera alternativa – reclamada en algunos casos como reducida a alinearse con “los verdaderos” -, y el reclamo para sí de lo que es una verdadera oposición se intercambian de parte y parte.

Cierto es que sectores de izquierda lograron generar un punto de inflexión a favor de Juan Manuel Santos, y que ahora de manera justificatoria se reclaman de nuevo opositores, en una lógica que más pareciera expiar culpas que trazar caminos estratégicos. Lo relevante es notar que el sistema político se ha reproducido, e incluso, toma oxigeno gracias a esa idea amorfa de nuevo consenso por la paz. Consenso que sin duda da fuerza y alimenta la alternativa neoliberal, de apariencia legalista, que manifiesta Santos ante la opción neoliberal de tierra arrasada representada por Zuluaga y la extrema derecha.

Independientemente de la valoración política, y ética, de la participación o impugnación de las elecciones a segunda vuelta, y ahora de la justificación o reclamo público de ser o seguir siendo oposición, hay una arista del análisis de no se debe perder de vista: dadas las condiciones, el momento, y el debate – no entre la izquierda, sino el momento político como se traza – seguir reclamándose oposición sin más no deja de ser una obsolescencia histórica y una vacilante actitud.

Se mantiene en el poder el modelo de las locomotoras, el de los 11 mil prisioneros políticos; el modelo de la paz, la paz exprés, sin “discutir el modelo” en medio de la confrontación negando un cese bilateral al fuego; el modelo de la educación mercancía, del paseo de la muerte. Ese modelo sancionado por un régimen político reduccionista, amarrado y diseñado para reproducirse, y que de hecho, pese a los escándalos y su pobre, cruel y grosero desarrollo, se mantiene incólume.

Declararse en oposición a ello no es suficiente. Más cuándo pareciese que el mensaje dado, por acción u omisión, por parte de ciertas fuerzas democráticas era de respaldo a ese modelo por un solo punto: la paz, solo la paz. Actuar de ese modo, es dejar el mensaje, por acción u omisión, de que se respalda la paz, solo la paz, y no la paz con justicia social, esa que implica un rediseño del Estado, recuperar la soberanía, participación política, redistribución de la tierra, el derecho a ser joven, mujer, LGBTI, el derecho a la ciudad, a educación, trabajo, salud y vivienda dignas.

Se alega apelar a un mal necesario. Sin embargo una acción de oposición, es decir de resistencia, y confrontación coyuntural, no es suficiente en el momento: de lo que se trata ahora es de retomar esa bandera histórica del movimiento social y popular, de la paz con justicia social, y llevarla a cabo sin vacilaciones – independientemente de qué se haya votado en blanco, anulado el voto, votado por Santos o abstenido. Es decir el momento exige pasar de ser oposición, a ser oposición en perspectiva de poder, o lo que es lo mismo, de construir poder desde la oposición con la intención de ser gobierno y construir la paz con justicia social.

La alternativa no es la oposición, la alternativa es ser opción de poder. Es ponerse a tono con las dinámicas mismas que nacen y caracterizan el movimiento social y popular en la actualidad: el paso – al decir de Jairo Estrada – de ser poder destituyente – de resistencia y oposición – a ser poder constituyente –construir poder y para ser gobierno. Los ejemplos de la MANE y la cumbre agraria son dicientes a este respecto: iniciativas unitarias, con gran capacidad de movilización y convocatoria, que dan un paso de exigir reivindicaciones a construir mandatos, propuestas, modelos de educación y política agraria desde el campo popular y democrático defendido en las calles. Así mismo, reconocer que los acuerdos emanados de la Habana, y la agenda misma construida con el ELN – pese a la modificación que de manera inconsulta introdujo el gobierno – dejan entrever de parte de la insurgencia una perspectiva de introducir cambios sustantivos que de ser implementados generaran un quiebre en el balance de poder, económico y social del país; de allí su importancia.

Esto en primer lugar. Pero además de ello, la necesidad de llamar la atención al hecho de que las elecciones declaran una inflexión al interior de sectores que gobernaron juntos el país bajo la época Uribe es importante. Sin duda, no se trata de lo mismo Santos y Zuluaga – un análisis muy liviano lleva a esa conclusión, a despecho de Robledo -. Estamos ante dos tendencias que mantienen una identidad en lo estratégico, con fuertes diferencias en lo táctico y en aspectos centrales del régimen económico del país, particularmente la tierra. Ambas tendencias desde la clase dominante se tensionan ante un eventual acuerdo de la mesa de la Habana con las FARC EP ante este punto, y aún más con la posibilidad de un diálogo con el ELN. De nuevo, oponerse en un momento de creciente ruptura y crisis, es asumir una actitud pasiva. Asumir una actitud activa implica forjar una alternativa nacida desde el campo popular: un proceso constituyente de unidad, diálogo, movilización y construcción de política, gobierno, poder, economía y estado alternativos desde el campo popular, social y democrático.

Es en eso en que consiste abandonar la oposición; consiste justamente en salir a buscar el poder. Poner en perspectiva, y prepararnos, para ser gobierno. Ello exige ante todo, hoy, retomar nuestra vocación de poder, que dicta necesariamente la construcción de escenarios de unidad del campo popular y democrático; transitar el camino de la lucha hacia una Asamblea Nacional Constituyente, en la cuál de la unidad construida dependerá abrir espacio hacia las transformaciones que nos lleven con acierto hacia la paz con justicia social. Hoy no basta con reclamarnos opositores, al contrario, debemos llamarnos a parir un nuevo gobierno, a cosechar la semilla de rebeldía sembrada en años de lucha y construcción de poder popular. Abandonemos la oposición y tomemos el cielo por asalto. Vamos a desatar el poder constituyente.

author by Camilo Alzatepublication date Mon Jun 23, 2014 07:05author address author phone Report this post to the editors

Ahora que el Presidente Juan Manuel Santos consiguió la reelección con casi un millón de votos de ventaja, se redoblan los análisis y especulaciones sobre el futuro próximo del país. En primera plana están las expectativas frente al proceso de paz en Cuba y las recientes conversaciones con el Ejército de Liberación Nacional, segundo grupo guerrillero.

Según los resultados electorales, cada opinión encuentra lo que quiere ver y cuenta sólo los votos que quiere contar. Mientras unos ponderan la importancia del apoyo que la izquierda ofreció al Presidente para atajar al candidato de Álvaro Uribe, otros aseguran que los partidos tradicionales fueron claves en la compraventa de votos. Una revista sugirió que Óscar Iván Zuluaga perdió cuando se salió de casillas en el último debate televisado, enviando un mensaje erróneo a los votantes de opinión. Otro comentarista despistado -Paco Gómez Nadal- asegura que ganó la izquierda y ganó el uribismo, cuando el Presidente apenas pudo reelegirse.

Es al contrario. Santos supo jugarse sus cartas duras en segunda vuelta, no desperdició en la contienda las costosas maquinarias y aquello se notó en un millón de votos de diferencia a su favor controlados por los caciques electorales del Caribe. En Bogotá la diferencia si la hizo la izquierda pero vale la pena destacar que apenas obtuvo 250.000 votos por encima del candidato de Uribe, que fueron sumados por tres bloques con distancias entre sí: una facción del POLO, los Progresistas de Gustavo Petro y los Verdes liderados por Claudia López.

Al final cuenta también para un sector no desdeñable del electorado la terapia del shock, aplicada indistintamente por Santos y Uribe con argumentos diferentes. Ambos candidatos supieron chantajear los votantes usando el miedo. En un caso, el terror que sectores ciudadanos educados e informados tendrían ante un eventual regreso de Uribe al poder, en el opuesto, la amenaza risible de que Santos entrega la nación al castro-chavismo ateo de La Habana.

No creo que el uribismo se haya fortalecido con ésta elección y parto de fenómenos económicos, no de votos. Esa ala retardataria y ultramontana de la derecha colombiana encuentra asidero en la gran propiedad rural, las economías ilegales y el narcotráfico. Todas éstas vertientes confluyeron en el paramilitarismo. En general, el proyecto político de Uribe representa lo peor de los últimos 30 años, la resurrección del Estado clerical, del poder terrateniente, la degradación de nuestra economía en un sinfín de redes truculentas, ilegales y manchadas de crímenes.

Colombia ya no produce el 80% de la cocaína del mundo, y aunque la gran propiedad rural se halle más concentrada que nunca, no suma siquiera el 8% del PIB. La mayoría de la población habita unos pocos centros urbanos, lejos de ese fantasma guerrillero que Uribe juró exterminar en seis meses. El conflicto con la insurgencia alcanzó sus topes más dramáticos entre 1996 y el 2002, periodo previo a la elección de Uribe, pero ya no representa ni siguiera una décima parte de los hechos violentos del país, aunque sigan siendo los más mediáticos.

Será determinismo histórico o marxismo trasnochado, quizá, aun así Juan Manuel Santos lo comprendió mucho mejor que tantos pontífices de izquierda: el uribismo sobra en la política nacional, su razón de ser, su aliento, no es otro que una guerra que ya no tiene cabida ni en la agenda de la insurgencia, ni en la de los norteamericanos que la alimentan desde el cerco a Marquetalia.

Hay una inercia legal tremenda que se viene cocinando por lo menos seis o siete años. Cabe allí la determinación de altas esferas del poder jurídico de cerrarle el paso a Álvaro Uribe, al que con justa razón consideran un tipo muy peligroso, aunque no necesariamente a sus aliados. El uribismo purasangre lo sabe, por eso transpira un desespero evidente, obvio en la andanada de mentiras, salidas en falso, cambios de discurso y calumnias que vociferan desde su jefe máximo al último fanático en las redes sociales. A la par, ejercen lo único que saben hacer en estos casos: continuar su política con otros medios. Y vaya qué medios, sin pasar una semana de la derrota en las urnas ya desataron una serie de atentados, asesinatos, amenazas e intimidaciones a militantes de izquierda por todo el país con el único propósito de quebrar los ánimos en favor de la paz.

La guerrilla tiene poco que presionar ya en La Habana y los tiempos no juegan ahora a su favor. Un paso político audaz, como el emprendido por la izquierda en el país Vasco años atrás, sin titubeos ni ambiguedades, le abriría a los movimientos sociales inmensas posibilidades de capitalizar el descontento que una amplia franja de la población rural y urbana guarda contra el establecimiento. Paso que deja fuera de juego al uribismo pues implica acabar con el estado de shock y zozobra permanente que vivimos por 65 años.

Hoy es muy claro quiénes desean prolongar a toda costa los ríos de sangre de los que habló un militar. Son un sector de la sociedad colombiana que ha visto decaer su poder político, conservando algún músculo económico. Con fuerza menguada intentarán por las vías más sucias empañar el panorama. Es lo único que saben hacer bien y si no tienen una guerra, se la inventan.

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