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El proceso de paz ¿secuestrado por el miedo?

category venezuela / colombia | imperialismo / guerra | opinión / análisis author Wednesday May 21, 2014 06:20author by José Antonio Gutiérrez D. Report this post to the editors

No está de más recordar, una vez más, que el proceso de paz no es, ni ahora ni ayer, una concesión benevolente de la oligarquía. La instalación de la mesa de negociaciones es un triunfo de la lucha del pueblo colombiano, de los sectores que no se amedrentaron ante la guerra total del régimen y que resistieron la imposición de su modelo a sangre y fuego; de quienes han insistido que el conflicto social y armado colombiano tiene causas estructurales y que son esas causas las que deben resolverse para poder superarlo.
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El proceso de paz ¿secuestrado por el miedo?

No deja de sorprenderme la poca capacidad que tenemos de aprender de nuestra experiencia y de nuestra historia. A una semana de las elecciones y en medio de encuestas amañadas (como siempre son amañadas las encuestas en Colombia) que dan una victoria técnica a Zuluaga, candidato de la derecha belicosa y ultramontana, muchos son presas del pánico y corren, de buenas o malas, a respaldar a Santos, candidato de la derecha neoliberal que hoy negocia en medio de los bombardeos, pero que ayer fue responsable político de los falsos positivos y mañana… puede ser cualquier cosa. Porque si ha habido un camaleón en la política colombiana es Santos, que se ha paseado en los últimos veinticinco años por las oficinas de todos los gobiernos que ha habido. Fue el más uribista de los uribistas por la mayor parte del negro período 2002-2010. No olvidemos que llegó al poder como el mismísimo ungido de Uribe Vélez y negoció con la insurgencia porque era la mejor alternativa que tenía en medio de un escenario ascendente de luchas populares, una guerrilla que había asimilado los golpes del Plan Colombia y que comenzaba a golpear más duro que nunca, y de la necesidad de pacificar al país para la implementación de su Plan de Desarrollo Nacional.

Santos no es un convencido de la paz, ni con justicia ni con injusticia social. Sencillamente persigue los intereses de la clase social a la que representa. Si el día de mañana le conviene nuevamente más la estrategia militarista, él mismo lo ha dicho: patea la mesa y vuelta a la guerra como si nada. Por eso es que no le pone el bozal al ministro Pinzón que no para de ladrar contra el proceso de paz.

No está de más recordar, una vez más, que el proceso de paz no es, ni ahora ni ayer, una concesión benevolente de la oligarquía. La instalación de la mesa de negociaciones es un triunfo de la lucha del pueblo colombiano, de los sectores que no se amedrentaron ante la guerra total del régimen y que resistieron la imposición de su modelo a sangre y fuego; de quienes han insistido que el conflicto social y armado colombiano tiene causas estructurales y que son esas causas las que deben resolverse para poder superarlo. Precisamente todo aquello que el establecimiento y sus obsecuentes medios negaron a rajatabla durante el período de Uribe en el poder, y que hoy aceptan con muchos peros y a regañadientes. Porque les toca aceptarlo, porque el pueblo colombiano está empezando a hablar fuerte y claro.

Aun así, la tesis del mal menor se impone una vez más. Sectores populares, engatusados por el liberal-samperismo y espantados por el supuesto aumento de intención de voto de Zuluaga, correrán a votar por Santos porque así al menos el proceso de paz sigue. A veces articulan un lenguaje progresista, socialdemocrático, para decir que les une con Santos el supremo interés por la paz -sin profundizar mucho qué diantres se entiende por paz. El alcalde de Bogotá Gustavo Petro, que hasta hace poco fustigaba al país político, cual Gaitán postmoderno, desde el balcón de la alcaldía -de la cual había sido depuesto por una arbitraria intervención del procurador-, ha corrido también a sumarse a la re-elección de Santos. Cambalache, tú me das y yo te doy; reinstálame en la alcaldía que yo te haré presidente. El voltearepista Petro ha hecho lo único que sabe hacer: ofrecerse al mejor postor. Tal vez algún día se arrepienta tanto de su voto a Santos como hoy se debe estar arrepintiendo de su voto a Ordoñez. Mediante el clientelismo y la mermelada se va recomponiendo la Unidad Nacional como partido único del “país político”. De manera mucho más honesta y sin asomo de oportunismo, Antonio Caballero dice en su última columna que terminará votando, sin entusiasmo, por Santos. Por resignación y por miedo[1].

Pero es que es hora de ir perdiendo el miedo. Esa es la gran lección que nos ha quedado del ciclo de luchas populares abierto el 2008 y que aún no ha agotado todo su potencial creativo. No es admisible, que desde la izquierda, hoy haya quienes intentan volver a utilizar el miedo como un instrumento en la contienda política por definir los destinos de Colombia. Y si vamos a hablar de miedo, pues en lo personal, tanto miedo como Zuluaga me produce Santos. Ambos han demostrado en sus respectivas trayectorias políticas que son capaces de atrocidades y bajezas; en sus personas se sintetizan dos siglos de cloaca republicana. Ambos pertenecen a la misma tolda bajo la cual se han cobijado ganaderos, traquetos, paracos y fascistas. Ambos representan al régimen bajo el cual se practica la “limpieza social”, se asesina sindicalistas y se despoja al campesino. Así no habrá paz.

Lo único que puede hacer avanzar el proceso de diálogo de La Habana hacia la anhelada paz con justicia social, hacia esas reformas estructurales profundas represadas por más de seis décadas de terrorismo de Estado, es la lucha del pueblo. Ni más ni menos. El destino de los diálogos en La Habana no se decide en la “isla”, ni en los palacios del gobierno, sino que en las calles y los campos de Colombia. Solamente la lucha popular evitará que Santos o Zuluaga, o el que sea, pateen la mesa. Porque lo que ahí se negocia es el programa de transformaciones que el pueblo ha demandado por medio siglo. Y como lo demostró el reciente paro agrario, aquello que el gobierno no quiere negociar en La Habana, sí lo puede negociar el pueblo movilizado[2]. Lo que nos confirma, una vez más, que lo que salga de ese mesa, nos guste o no, será sencillamente una radiografía del equilibrio en la lucha de clases en Colombia. Por eso digo que, mientras quede pueblo organizado, movilizado y en pie de lucha, no hay por qué temer. Es la lucha popular, no tal o cual candidato, la garantía real de que no haya quien se atreva a tocar ese proceso de paz.

No se trata de subestimar las fuerzas del adversario. Se trata de no subestimar las fuerzas propias.

José Antonio Gutiérrez D.
20 de Mayo, 2014


[1] http://www.semana.com/opinion/articulo/antonio-caballer...943-3

[2] http://lasillavacia.com/historia/la-formula-para-desact...47358

author by Camilo de los Milagrospublication date Wed May 28, 2014 19:34author address author phone Report this post to the editors

Lo primero, antes de tomar el tarjetón póngase guantes y un tapabocas. No omita desinfectar el lapicero. Procure tachar con la hoz y el martillo o con la paloma de la paz o con la A de la anarquía, la cara del Presidente-Candidato, ese que hace dos años hacía feroz la guerra, ese que promete acabarla. No busque a Uribe en el tarjetón. Aparece aunque no aparezca. O a la inversa. Introduzca el voto y por favor olvídese una vez más de lo que advirtió Camilo Torres: “el que escruta, elige”. Olvide eso, ahora el que elige es usted: elige la paz, elige el cambio, elige la apertura democrática, elige cerrar el guerrerismo. ¿Verdad? Olvídese que también elige las mineras, los TLC, el nuevo Frente Nacional, eso tan feo que le llaman mermelada, los falsos positivos y otra docena de cosas. Olvídelo, en eso consiste el pragmatismo.

Lave muy bien las manos después de ir a las urnas. Sirven los sesudos análisis de esos intelectuales que hace cuatro años nos convencían cómo era crimen de lesa humanidad votar por quién ahora hay que votar. La política es dinámica, cacarea María Isabel Rueda, aunque nunca nos imaginamos que fuera tan dinámica.

Ironías aparte, votar con asco será norma la segunda vuelta de elecciones. Esa izquierda que considera su voto “crucial” al definir “encrucijadas históricas”, no cae en cuenta que lo crucial si mucho alcanzaba a la primera vuelta, donde ni siquiera rozó los topes del doctor Carlos Gaviria en 2006, que tampoco fueron gran cosa. Ya no hay nada crucial: está definido que Colombia escogerá entre las dos cabezas de la bestia. Y la palabra escoger no deja de ser eufemismo.

Santos no es un político decente. Es un experto en traiciones y puñaladas. A lo mejor será inteligente, lo que no constituye honra en este país donde la política es proyección del crimen. Diferenciándose del señor Ubérrimo y su candidato semoviente, Santos ha sido más hábil en conjugar la legalidad e ilegalidad moviendo hilos indirectos hacia sus fines. El escándalo de Zuluaga chuzando al gobierno enceguece y no permite ver que el gobierno, de facto, tiene chuzado a todo el uribismo. ¿De dónde salen las fotos incriminatorias, los videos escandalosos, los testimonios mediáticos? Santos no tiene tratos con los paramilitares, puede ser, pero es que ya no los necesita. En cambio ha ratificado en el cargo a Juan Carlos Pinzón y a Lizarralde, enemigos evidentes de la paz, mientras tolera persecuciones y asesinatos contra reclamantes de tierras en todo el país.

Absolutamente en todo, Santos ha sido continuador fiel de la política económica anterior a su gobierno: un modelo de hambre basado en la agroexportación; una entrega infame a la megaminería; una ratificación vergonzosa del libre comercio; una consolidación de la “confianza inversionista” incluso superior a la que logró el arrodillado Uribe; servilismo a los pulpos financieros. En política en cambio, Juan Manuel es un hombre pragmático como los que votarán por él, entiende que hay cuestiones de forma y cuestiones de fondo. Cuestión de fondo es quitarse de encima ese conflicto que le muerde dos puntos al PIB haciendo concesiones sólo de forma, por ejemplo, posando que cumple la ley de reservas campesinas que ya existía. ¡Si es que la paz está inventada, señores, esos tipos no tienen otra opción! le dice en público el Presidente a cuanto banquero, periodista o líder extranjero se le para en frente.

Creer que las elecciones serán cruciales para cambiar la historia del país es desconocer que a veces una sola bala, como la que mató a Gaitán, puede desangrar la voluntad de millones. Es ignorancia y analfabetismo político, además revela cuánto nos ha domesticado un establecimiento que lleva un siglo representando la farsa del mal menor contra el mal peor y viceversa, mientras la oposición carece de agenda propia, sin hegemonía, sin estrategias que al fin no acaben subordinadas a la voluntad de los poderosos. El caso más cómico es una guerrilla que tiene tanto poder como para definir por acción u omisión quién se sienta en la Casa de Nariño desde 1998, pero ese poder jamás le alcanza para bajarlo de la silla.

En Colombia la abstención es mayoría desde el bogotazo: un pueblo sin candidato no vota. Un sistema prolongación del bipartidismo tradicional, sumamente cerrado y atornillado en mil resortes de poder, impide que afloren opciones electorales por fuera de los círculos tradicionales. ¿Votar en blanco? el chiste se cuenta con la segunda vuelta. Del 39% que si votó, cuatro quintas partes pertenecen a las maquinarias. Gente cuyo voto es cautivo por el motivo que sea: del fanatismo idiota que mueve al uribismo hasta las licuadoras, la lechona y la cerveza de los senadores enmermelados en la costa. Esos dos pilares de las elecciones, un sistema sin opciones y unos electores comprados, bastan para invalidar cualquier noción de democracia. Apenas una quinta parte de los sufragantes obedece al voto de opinión, como debería ser en justicia todo voto.

Esa quinta parte de los electores votará con miedo y no lo hará a conciencia. Apelará al mismo sentimiento que logró despertar Uribe Vélez en 2002, de catástrofe, de shock, abrazando un salvador que rescatará al país de caer en manos de los salvajes. Hoy los salvajes son de ultraderecha. Con su gesto, varios millones de demócratas convencidos negarán la democracia y consagrarán el pragmatismo, el voto con asco, en contra de los principios.

Veo a todos llamando a votar por el asco, en nombre de la paz, pero no veo a nadie llamando a defender la paz en las calles, en las plazas, en las universidades, en los barrios. Ilusos creyendo que el destino de un país se decide en 8 horas de comicios. Hasta que no se entienda que la democracia va más allá de escoger candidatos que la derecha sortea cada cuatro años, no será posible superar esa agenda inmediatista, inmadura y subordinada, de oposición vergonzante que se lamenta por no saber en qué país vive. La izquierda antes que candidatos hábiles y carismáticos (que no los tiene) necesita una propuesta diferente de nación, una propuesta donde no quepa Santos con su traición al día siguiente de salir victorioso con votos ajenos, ni el títere Zuluaga con su recua de bandidos impresentables. Cuando la izquierda tenga una nación que ofrecer podrá dedicarse a construirla por abajo, las elecciones serán lo de menos.

 
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