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El Anarco-Comunismo: Fundamentos Teóricos, Prácticos e Históricos de Nuestra Doctrina

category bolivia / peru / ecuador / chile | movimiento anarquista | opinión / análisis author Tuesday January 07, 2014 19:33author by José Antonio Gutiérrez D. Report this post to the editors

El siguiente documento fue elaborado entre Octubre y Diciembre del 2003 como parte de un agudo debate que se vivió en el Congreso de Unificación Anarco-Comunista (C.U.A.C.) en Chile, fruto de las contradicciones propias del tránsito de ser una agrupación de propaganda ideológica a una con trabajo político y social. Esta crisis fue propiciada por el desarrollo del trabajo de Frentes que se venía desarrollando entonces en lo sindical, estudiantil y en lo poblacional. En este debate intentamos sistematizar los elementos claves para el desarrollo de una alternativa anarco-comunista para el Chile post-dictadura: prácticos, políticos e ideológicos (o doctrinarios). Aún cuando el documento sea esquemático, pues tratábamos de sistematizar una corriente, entrega una visión bastante clara de la tradición que cimentó la corriente anarco-comunista en Chile, donde integrábamos los aportes universales del anarquismo, con las particularidades socio-históricas de su arribo a América Latina y con los aspectos específicos de la experiencia de lucha reciente en Chile, así como las luchas del contexto en el cual el anarquismo volvió a levantar sus banderas en Chile durante la dictadura y post-dictadura. El documento concluye con la consigna del C.U.A.C. en las marchas, siendo la referencia a la "Bestia Capitalista" tomada de un artículo de Johann Most publicado en la revista Hombre y Sociedad, No. 10 (2000).

Este aporte se integró a la serie de documentos del Primer Congreso Programático del C.U.A.C. que finalizó durante el primer semestre del 2004, dando nacimiento a la Organización Comunista Libertaria (O.C.L.). Este paso fue dado porque se consideró que había un proceso de maduración en el movimiento, que se daba un salto del proceso de "Congreso", como espacio de discusión, debate y clarificación política permanente, así como de unificación de las corrientes anarquistas de lucha social (que fue la lógica para el nombre de la organización C.U.A.C.) a una organización que había avanzado en niveles de unidad y que había madurado posiciones, metodología de trabajo y lineamientos en función de un proyecto.

Este documento ha sido fundamentalmente interno, siendo utilizado en diversas instancias de formación, incluido un taller sobre el anarco-comunismo que di a todos los estudiantes participantes de la toma de un escuela durante la movilización "pingüina" (ie., estudiantes secundarios) del 2006 en Arica. Lo hemos recogido del único lugar donde tenemos conocimiento que había sido publicado, el foro www.anarkia.cl. Hemos conservado la introducción que escribieron en el 2008 en ese foro.
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EL ANARCO-COMUNISMO: FUNDAMENTOS TEÓRICOS, PRÁCTICOS E HISTÓRICOS DE NUESTRA DOCTRINA


Presentación para el Foro de www.anarkia.cl (01/01/2008) -Este documento, inédito en Internet, resume un Taller sobre Anarco-Comunismo que se dictó en Arica en el mes de Julio de 2006 organizado por el Frente de Estudiantes Libertarios Secundarios de esta ciudad. Originalmente, este documento fue parte de las discusiones en el Congreso de Unificación Anarco-Comunista hace un par de años, sin embargo, se decidió dar a la luz y extender su divulgación en la medida que representaba una poderosa herramienta de síntesis de lo que venía siendo una corriente revolucionaria anarquista en nuestro país. Lo recomendamos profundamente para los compañeros que actualmente deseen contextualizar el anarquismo a nuestras tierras ya que provee, por una parte, de los pilares ideológicos básicos y, por otra, una somera revisión de aspectos históricos relevantes para construir NUESTRO ANARQUISMO.

Por último, solo mencionar que el Taller aludido se llevo a cabo en un colegio en toma y contó con la asistencia de cerca de 100 estudiantes, muchos de los cuales gracias a este documento y a ese taller, siguen hoy en la senda de la lucha libertaria.


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La profundización de aspectos teóricos es una de las más imperiosas necesidades en el momento actual en la organización, debido a que el dar impulso a un proyecto estratégico para nuestra organización, así como la definición de cuestiones metodológicas, coyunturales y tácticas, requieren tener un fuerte asidero en la teoría anarquista, para no vaciarse de contenido revolucionario, ni para entramparse en soluciones autoritarias.

El problema de la teoría anarquista, debe ser abordado de una doble forma: con ortodoxia y originalidad a la vez, integrándolas en una lectura anti-dogmática. Por “ortodoxia”, nos referimos en estricto rigor, a la importancia de conocer los postulados de los anarquistas clásicos (Bakunin, Kropotkin, los Internacionalistas, etc...) de manera clara, pues en ellos está la base de la doctrina anarquista, en sus polémicas y escritos, encontramos herramientas de crítica a la sociedad capitalista y autoritaria, cuya vigencia es sorprendente. Pero estas herramientas de crítica, que deben ser comprendidas como “estructurales”, constituyen un conjunto que entendido dogmáticamente, o sea, sin ser aplicados a la realidad concreta no sirven de nada. El anarquismo, o sea el conjunto de propuestas y críticas que éste dirige en contra de la sociedad capitalista y del Estado, debe ser entendido como una herramienta de transformación y no como religión, como verdad revelada. El anarquismo, como teoría que ataca el espíritu de la sociedad burguesa, al ser puesta en práctica en las luchas populares, requiere flexibilidad para los nuevos contextos y se enriquece con la experiencia acumulada en la práctica, pues en sí misma, representa la síntesis de las experiencias de lucha por la emancipación del proletariado como clase. Es en este sentido en el que debemos, necesariamente ser originales: en la medida de ser capaces, desde nuestros principios básicos, de leer la realidad actual, de responder a ella, con ideas y acciones, de pensar los nuevos problemas desde una doctrina dinámica y no estancada. Esto hace que el anarquismo tenga una continuidad, una historia, un presente y un futuro.

En los tres años y fracción que tenemos de vida como organización, hemos ido definiendo intuitivamente, conceptos teóricos que han dado coherencia a nuestro accionar. Nos ha faltado hacerlos explícitos, reflexionar sobre ellos, y nivelar la formación política de nuestra militancia, en el sentido de lograr que todos tengan un mínimo de dominio teórico. Nos ha faltado, con todo el acerbo que hemos adquirido de experiencia y gracias a nuestra presencia práctica en las luchas y en la organización popular, crear teoría, pensar nuestro anarquismo, no para fines intelectualistas, sino para enriquecer nuestra práctica.

El Congreso al que entramos como organización es el espacio en el cual podremos situar a nuestro Anarquismo en una corriente determinada, en un contexto dado, y con una determinada identidad. Durante estos tres años de historia, el término “Anarco-Comunismo”, ha sido estrechamente asociado a nuestra organización. Hoy, existen otros grupos que también reclaman el nombre, y por Anarco-Comunismo se entiende una línea del anarquismo con fuerte énfasis en la organización, que recalca mucho la necesidad de la revolución, y con un marcado acento clasista. Si bien es cierto que nuestra organización ha tenido mucho que ver en la definición de esa línea “Anarco-Comunista” es cierto, a su vez, que es insuficiente limitarse a ese número de principios generales como si en ellos se encerrara todo lo que nos caracteriza. Creemos que hay una serie de particularidades que hacen de nuestra organización un fenómeno especial dentro del anarquismo criollo. Tal cosa se ha hecho explícito con los últimos sucesos dentro del movimiento. Se requiere por tanto que clarifiquemos nuestras posiciones teóricas y cuál es el origen de ellas.

EL ANARQUISMO

El Anarquismo es heredero de las corrientes socialistas de pricipios de siglo XIX, teniendo un importante precursor en la figura de P.J. Proudhon, quien pese a su ácida crítica contra el Estado, y pese a ser el primer socialista moderno (que hace girar el conflicto social de ricos y pobres -expresión del problema- a explotados y explotadores -el problema en cuestión- y la solución de éste ya no reposaría sólo en la riqueza y su distribución, sino en atacar al sistema de la propiedad privada), no ofrece una salida revolucionaria al conflicto social, y en una serie de soluciones reformistas (Bancos del Pueblo, cooperativas, etc...) se malogra mucho del aporte que efectivamente hizo a la causa socialista en general. Al igual que Proudhon, quien debe ser considerado un socialista moderno, en socialistas utópicos como Joseph Dejacques, se encuentran valiosos antecedentes para el anarquismo: una crítica profunda a la sociedad burguesa y su moralina, sus costumbres, al Estado, a sus gendarmes, y una visión idílica de un futuro de hermanos, de solidaridad, de fraternidad y libertad, de armonía con la naturaleza y el resto de los seres humanos etc.... pero como regla general, los utópicos carecen de un sistema de crítica, no consideran las fuerzas presentes en el conflicto social y por lo general, hablan sólo desde sus deseos de una sociedad mejor, sin considerar la presente más que para expresar un rechazo, muchas veces en términos puramente morales.

El Anarquismo en cuanto tal, moderno, como una teoría revolucionaria, aparece en el seno de la Primera Internacional, de la mano de una de las más grandes figuras de las insurrecciones populares del siglo XIX: el ruso Mijail Bakunin. Es gracias a sus aportes, planteados al calor de las luchas del momento, y de la naciente organización internacional de los trabajadores, que el anarquismo adquiere el aspecto que ha tenido históricamente. Aparece entonces, una crítica a la sociedad burguesa, al Estado, un método, una salida, etc....

El Anarquismo de Bakunin y de los primeros internacionalistas (Guillaume, Farga Pellicer, Schwitzguebel, Gambuzzi, Fanelli), no es comunista, como el nuestro. Pese a que en él encontramos todos los elementos constituyentes de la base del anarquismo moderno, la solución que dan para la sociedad post-revolucionaria es COLECTIVISTA: esto quiere decir, que consideran justa la supervivencia de ciertas formas de salario. Para ellos, el problema radicaba en que al trabajador no se le siguiera expropiando la plusvalía (excedente producido aparte del salario) por parte de la patronal, sino que al trabajador se le pagara íntegramente el valor por él producido. O sea, que cada cual reciba según lo que produjo.

Hacia mediados de la década de 1870, una generación de internacionalistas compuesta por Cafiero, Malatesta, Kropotkin, Merlino, comienzan a proponer superar la visión del asalariamiento en la sociedad post-revolucionaria. Para ellos, la revolución debía, necesariamente, buscar el término del trabajo aslariado, y lograr que a cada cual se le dé según sus necesidades. No era sólo por un imperativo de orden moral por el que planteaban esto, sino porque según las condiciones de la industria moderna es posible abastecer a todos según sus necesidades, además que resulta imposible determinar donde empieza el trabajo de un obrero y termina el del otro. Es a esta corriente, a la que corresponde haber complementado el anarquismo de los primeros internacionalistas, habiendo formulado la doctrina del COMUNISMO anárquico (es especialmente claro en Kropotkin, el impacto que sobre el anarquismo tuvieron los avances de la técnica y de la industria en la segunda mitad del siglo XIX, que fundamentaban el abandono del colectivismo).

A la par que se desarrollaban los conceptos teóricos del anarquismo, y su política asumía incipientes formas programáticas, se desarrollaba una discusión profunda sobre las tácticas, discusión que no era sólo teórica, sino que se reflejaba directamente en la acción. En sus inicios, el anarquismo se plantea la necesidad de la organización de masas, federativa, clasista y descentralizada, para echar adelante la labor de la construcción revolucionaria. Se desarrolla en el seno de la Primera Internacional, y eso no puede ser considerado un hecho casual. Esta primera generación de anarquistas hace gran hincapié en que es la organización de masas, clasista, al margen de los juegos reformistas electoreros (la que llaman “anti-política”, que es una palabra que puede mover a confusiones si es descontextualizada), la que impulsará las labores revolucionarias, porque tienen claridad de que solo la clase obrera emancipará a la clase obrera. O sea, que la revolución es un hecho masivo, que requiere la más amplia participación transformadora del mundo popular. Estos son los compañeros que forman los primeros sindicatos en España, que por mucho tiempo cargarán con este signo libertario, y se agruparán, luego de la escisión de la Internacional, en el Congreso de La Haya, en 1872, en la Internacional del Jura.

Pero luego del fracaso de la Comuna de Paris, y tras la serie de derrotas que sufre el movimiento revolucionario en los años de 1870, a fines de esa década, surge una doctrina llamada de la PROPAGANDA POR EL HECHO, cuyos principales ideólogos fueron Most, y en cierta medida, Kropotkin y Malatesta. Todos ellos, si bien apoyaban esta linea, también eran organizadores, y con el tiempo abandonan esta línea errónea, y retoman el camino de la organización popular. Hay otros que permanecieron fieles a esta linea, la que se vio teñida de un matiz anti-organizativo, como es el caso de Schiavina y posteriormente, por Luigi Galleani. El momento histórico en que esta linea se plantea con toda su fuerza, fue el Congreso de Londres de 1881, organizado principalmente por Most y por Kropotkin, en que se recomendaba la propaganda anarquista por todos los medios, desde el oral, el escrito, hasta por medio de “la bomba, el puñal y el veneno”. Eso era en resumidas cuentas la propaganda por el hecho: la utilización del terror hacia la clase burguesa y la nobleza como medio para la propaganda anarquista. Además, el supuesto subyacente a esta corriente, era que con propiciar golpes terroristas a la burguesía, se debilitaba su aura de misticismo, y se daba coraje al pueblo para llevar adelante la revolución. La propaganda por el hecho, pronto llevó a que ciertos anarquistas despreciaran la organización de masas, y surgiera la caricatura del anarquista como parte de un pequeño grupo de conspiradores, o bien, cometiendo actos aislados de terrorismo. Pero para mediados de los 1880, ya Most, Kropotkin y Malatesta asumían que estos hechos aislados eran insuficientes y que era necesaria una presencia más constante entre el proletariado. Así, llegan a la conclusión de que era necesario organizar al anarquismo como un “partido revolucionario”. De ahí en adelante, dirigen todos sus esfuerzos a la organización político-revolucionaria de los anarquistas, de forma específica. En este camino llegarán a tener fuertes diferencias con los partidarios de la propaganda por el hecho, que seguirá en boga hasta principios del siglo XX, los cuales provocarán atentados famosos, como los de Caserio, Anguiolillo, Ravachol, Vaillant, Henry, etc...

Hacia mediados de la década de 1890, y en paralelo a las polémicas pro-organización político-revolucionaria de anarquistas como Malatesta, que será en esos años un verdadero paladín de esta causa, surge el SINDICALISMO REVOLUCIONARIO en Francia, con la experiencia de las Bolsas de Trabajo, y poco más tarde, con la CGT. Uno de los principales ideólogos del sindicalismo revolucionario es el anarquista F. Pelloutier. También aportaron mucho ciertos teóricos marxistas com G. Sorel, que llegará a decir en su famoso libro “Reflexiones sobre la Violencia”, que el hecho de mayor trascendencia de la historia moderna es el tránsito de los anarquistas a los sindicatos. Hablar de teóricos en este caso, es un poco complejo, pues los mismos sindicalistas eran un poco esquivos a hablar de éste como un hecho “teórico” ya que alegaban que el sindicalismo era la escuela práctica por excelencia. A diferencia de los comunistas anárquicos, que eran partidarios de que los anarquistas tuvieran organizaciones político-revolucionarias, “partidarias”, con un programa específicamente anarquista, los sindicalistas revolucionarios, o como se les llamará más tarde, los anarcosindicalistas, plantean que los anarquistas deben propiciar al sindicato como la organización revolucionaria por excelencia. Así, asignaban un programa “político” a los sindicatos, confundiendo las labores respectivas de una organización de masas, con las de la organización política. A lo más, los anarquistas podían hacer grupos de afinidad para fines de la propaganda (como el caso de la FAI en España), pero éste grupo no tomaba a su cargo las labores de la lucha cotidiana o reivindicativa, pues ello quedaba exclusivamente en manos del sindicato. Ambas tendencias se encontraron frente a frente en el Congreso de Amsterdam, en 1907, en el cual la discusión se tornó en un diálogo de sordos, a favor o contra los sindicatos, con lo cual se crearán falsos dilemas y se perderá el punto fundamental de la discusión: la relación entre las organizaciones político-revolucionarias y las de masas. Sirva en todo caso, para hacer justicia a los anarcosindicalistas, que su fuerte énfasis en la organización de masas, hizo que los libertarios, en todo el mundo, se contaran por millones a comienzos de siglo, abriéndose espacio en las páginas más gloriosas de las luchas proletarias.

Debió ocurrir la Revolución Rusa, en 1917, que significó un fracaso para el anarquismo, para que este dilema apareciera con claridad nuevamente: luego de que los diversos grupos de afinidad anarquistas y las federaciones de orientación anarcosindicalista en Rusia fueran incapaces de dar una orientación definitiva y perdurable al alzamiento de las masas rusas en 1917, y tras el fracaso militar de la experiencia de guerrillas libertarias de los makhnovistas en Ucrania, el grupo de exiliados ucranianos en París, hacia 1925, comienza un proceso de dura autocrítica a través de las páginas del periódico Dielo Troudá (La Causa Obrera). En ellas, analizaban las razones de por qué los anarquistas no se convirtieron en una alternativa en Rusia, salvo fuera de Ucrania, cuál era el grado de responsabilidad de los anarquistas en la burocratización de la revolución, a la vez que se sacaban las lecciones de los desaciertos y de los triunfos de la experiencia makhnovista, que mostraba un curso diferente que podría haber tomado la revolución rusa, pero que se vio aislado y sufrió de la falta de apoyo por parte del mismísimo movimiento anarquista. Gracias a este sentido de la autocrítica, los compañeros del grupo ucraniano, entre quienes destacaban Makhnó, Archinov y la polaca Ida Mett, redactan un documento de gran lucidez y en el cual se plantean de forma correcta temas de importancia primordial para establecer una alternativa comunista anárquica a la altura de los tiempos, con lo cual se logra una importante maduración para el anarquismo. Este documento pasará a la historia con el nombre de la Plataforma (para una unión general de anarquistas, como era su nombre completo). El documento contiene una visión general del anarquismo, que polemiza con visiones reformistas, liberales y “religiosas”, (que se fortalecieron mucho luego del fracaso de la Revolución Rusa y la progresiva pérdida de influencia anarquista en el movimiento sindical) insertándolo nuevamente en el campo de la lucha de clases, revolucionario y materialista; a la vez, plantea algunos elementos políticos de importancia, al definir los roles de la organización de masas, de los anarquistas en ellas, y al dar especial énfasis en la necesidad de formar una agrupación político-revolucionaria anarquista (sacando la discusión de Amsterdam -1907- del falso dilema en que se entrampó); y por último, plantea las bases mínimas para tal organización revolucionaria (unidad teórica, táctica, responsabilidad colectiva y federalismo).

La experiencia de la Revolución Española, que mostró los grandes avances y ventajas de la organización libertaria en oposición a la reorganización estatalista de la sociedad, demostró, a la vez, los límites políticos del Anarcosindicalismo, dando la razón a los postulados de la Plataforma; mientras los obreros se tomaban las fábricas y los campesinos la tierra (con la CNT a la cabeza), el movimiento anarquista se debatía entre apoyar estas instancias de base o la participación en el gobierno. Los anarquistas sabían muy bien lo que hacer en sus espacios de trabajo, pero carecían de un programa claro para avanzar en todas las áreas de la sociedad. Este no es un hecho incidental; corresponde a la falta de una alternativa propia de los anarquistas para el conjunto de la sociedad, la cual necesariamente, debe madurarse en una organización político-revolucionaria. Ciertos sectores críticos dentro del anarquismo de las dirigencias cenetistas plantearon aspectos semejantes a los de la Plataforma, pero demasiado tarde (los Amigos de Durruti, en mayo de 1937). Luego del fracaso de la Revolución Española, y a pesar de haberse demostrado empíricamente muchas de las ventajas de las prácticas libertarias, la carencia de un programa revolucionario pesó en que el anarquismo entrara en un proceso de declive del cual tardó décadas em surgir. Al mismo tiempo, la discusión sobre la Plataforma, también quedaba olvidada (ésta nunca traspasó las fronteras españolas, aunque en líneas generales el espíritu de ésta había sido conocida por Durruti, quien había pasado algunas horas discutiendo con Makhnó sobre los problemas de la revolución ucraniana y la maduración de una alternativa anarquista, y por Orobón Fernández, quien había participado en algunas de las reuniones de Dielo Troudá en París).

Fue recién con el resurgimiento del anarquismo, en los años 60 (principalmente en Francia) que la Plataforma reaparecerá, planteando con vigorosa actualidad los problemas fundamentales que debía encarar este resurgir libertario, expresado de forma emblemática con el Mayo Francés de 1968. Pero como antecedente, en la misma Francia, a comienzos de los 50, hubo una organización, la FCL, que reivindicaba el legado de la Plataforma, y que de la pluma de Georges Fontenis, había producido el Manifiesto Comunista Libertario (1953), texto que reactualizaba el anarquismo desde la perspectiva “plataformista”. Pero esta organización surgió en la larga noche en que se sumió el anarquismo entre el fin de la Revolución Española y el renacer libertario de fines de los 60: por ello, y en un medio adverso, con un mundo popular omnibulado por el estalinismo, estaba condenada a desaparecer sin que en ese momento se apreciaran en su justa medida sus aportes y que se ponderaran también con justeza sus errores, en el duro contexto en que colocó la guerra de liberación de Argelia al movimiento revolucionario francés, país de larga tradición colonialista. Sin embargo, su aporte será fundamental para el Mayo Francés, ya que ante todo, estimuló la crítica y la necesidad de actualizar el anarquismo a la luz de la experiencia ganada durante medio siglo de revoluciones.

Hoy, cuando el anarquismo comienza a florecer nuevamente por todas partes, como opción revolucionaria, los aportes hechos por la Plataforma y por el Manifiesto Comunista Libertario, son nuevamente apreciados en su justo valor y han sido pilares fundamentales para el nuevo movimiento que surge en distintos rincones del planeta, desde Europa, hasta América Latina. La corriente comunista anárquica heredera de la Plataforma o cercana a sus postulados, no posee una forma orgánica internacional aún, ya que la creación de una orgánica internacional debe ser precedida por el desarrollo firme de las orgánicas a nivel nacional, ya que de otro modo, sería un estorbo, más que un aporte real; pero si se mantienen, informalmente y formalmente en ciertos casos, contactos e intercambios de opiniones, publicaciones y experiencias, útiles para el desarrollo político de cada grupo local, y como forma de avanzar conjuntamente en la elaboración de un propuesta revolucionaria para superar la opresión capitalista. Tal propuesta, debido al mismo carácter del sistema que enfrentamos y por el cual luchamos, debe ser, en su origen, medios y fines, de carácter internacionalista. Hoy, los grupos que representan esta corriente, se encuentran desperdigados por Argentina (OSL), Irlanda (WSM), Brasil (FAG), Chile (CAL, OCL), Francia (AL), Uruguay (FAU), Italia (FdCA), el Líbano (Al Badil Al Chooui Al Taharouri), EEUU y Canadá (NEFAC), Sudáfrica, República Checa, Suiza (OSL), junto a compañeros en Ecuador, Bolivia, Costa Rica.

Para seguir con la exposición sobre nuestra identidad doctrinaria, y las fuentes de las cuales nos nutrimos políticamente, es necesario que repasemos la herencia libertaria y revolucionaria de nuestro propio pueblo latinoamericano, que es la realidad que nos toca y nos moldea de forma más directa. Estas luchas deben ser entendidas en relación a las luchas globales del proletariado, así como a las luchas particulares de esta región, por la implementación concreta del capitalismo en esta área del mundo.

LAS LUCHAS POPULARES EN AMÉRICA LATINA

Mientras en Europa se desarrollaba el Anarquismo, como un movimiento de repudio a las condiciones impuestas al proletariado por el capitalismo y el Estado, acá en América Latina, nuestros países iniciaban el tortuoso proceso de la constitución de sus Estados nacionales y de su acumulación capitalista, luego de siglos de colonialismo, que dejaron las economías locales desangradas y enredadas en una madeja de relaciones esclavistas, semi-esclavistas, feudales, etc... Pese a las rebeliones populares y motines del siglo XIX, y pese a los actos individuales de “insurrección” de quienes no querían someterse al disciplinamiento capitalista (los gauchos, vagos, etc...), resulta lógico que los movimientos genuinamente socialistas hayan aparecido en América Latina de forma más tardía que en Europa. Siendo el Anarquismo una respuesta a las condiciones impuestas por el capitalismo, resulta lógico que, habiendo nacido el Capitalismo en Europa, el Anarquismo, a su vez, se desarrollara primero en el viejo continente.

Así, el Socialismo comienza a aparecer hacia fines del siglo XIX y se desarrolla primero en los países con relaciones capitalistas más avanzadas, como Argentina (donde Malatesta estaba en 1883 organizando los primeros gremios de orientación ácrata), Uruguay o Cuba. Éste último país, pese a no ser un país tecnológicamente desarrollado, tenía las relaciones capitalistas de trabajo mucho más desarrolladas que varios de sus vecinos latinoamericanos. En casi todos los casos, el surgimiento del Anarquismo iba de la mano de los trabajadores inmigrantes, principalmente, de origen español o italiano, que traían consigo, desde Europa, las “ideas avanzadas”. Así, como un efecto contradictorio, la penetración imperialista del Capital, no sólo trajo consigo la explotación, sino, de contrabando, pasaron las ideas emancipadoras. En Chile, pese a que el movimiento anarquista fuera eminentemente local, la influencia argentina fue decisiva para el surgimiento de la primera generación de anarquistas, a mediados de la década de 1890.

Lo anterior no significa que el anarquismo llegara y se implantara de forma mecánica en nuestras realidades locales; así como el capitalismo en Latinoamérica presentó particularidades, dado su carácter dependiente, del mismo modo, nuestro anarquismo presentó particularidades. Porque la “Idea” no llegaba a una tierra vacía, sin historia y sin pueblos. Llegaba a una tierra convulsionada por conflictos internos, con economías y Estados débiles e inestables pero represivos, títeres de las grandes potencias imperialistas (principalmente de los ingleses), cuando no, aún colonias, como el caso cubano, que estuvo bajo dominio español hasta 1898. Llegaba a una tierra poblada por millones de seres humanos, con identidad, con historia, con anhelos y sueños, con un pasado y un presente de luchas. Por una tierra en la que habían galopado las Montoneras de Artigas, Simón Bolívar, Tupac Amaru, Tupaj Katari y Tomás Panire, los Húsares de Carrera y Rodríguez, Lautaro y Caupolicán, el Mestizo Alejo y Santiago Arcos, Francisco Bilbao y Bernardino Pradel [1]. Una tierra que había sido regada con la sangre de los patriotas en las luchas por la Independencia, y de los indígenas en la resistencia al invasor, y por las luchas durante todo el siglo XIX entre centralistas y federalistas, entre liberales y conservadores. No es de extrañarse, entonces, que el Anarquismo Latinoamericano haya tenido figuras notables y experiencias muy propias, las cuales no hemos sido capaces de abrazar en toda su complejidad. Nuestro anarquismo, es heredero de las luchas del proletariado internacional, en el cual se inspira, y en la tradición de lucha local, que ha existido desde siempre en tierras americanas, de la cual se nutre y la que le da un rostro único.

La llegada del anarquismo a América, ocurre en la época de la organización febril de los sindicatos obreros, de las sociedades en resistencia, ante un Estado ultra-explotador y represivo, articulado mano a mano con el Capital. Mientras el Capitalismo se desarrollaba, el Estado cliente criollo iba adelante construyendo caminos, puentes, líneas ferroviarias, o poniendo presos y conscriptos a disposición de los grandes Señores locales o extranjeros. La lucha sindical, obrera fue la cara del anarquismo en las sociedades con un capitalismo más avanzado (Argentina, Uruguay, Chile, etc...). Pero en otras partes, donde el peso de las viejas relaciones feudales aún se hace sentir con fuerza, la lucha asumía las formas de la insurrección campesina, del motín contra el señor. Tal es el caso de las cuadrillas armadas organizadas por el anárquico Partido Liberal Mexicano, cuyos dirigentes eran los hermanos Flores Magón, anarquistas de tomo a lomo, que conocían en profundidad tanto el problema de los indios de México, como a Kropotkin. Era entre los indígenas donde mayor fuerza adquiriría el ideario magonista, genuinamente anárquico, y a la vez, genuinamente latinoamericano. Y gracias a la actividad de estos anarquistas, se realizará la Revolución Mexicana de 1910. Así como tampoco se puede ignorar el rol jugado por los anarquistas en la Guerra de Independencia de Cuba, durante los 1890, al cual intentaron imprimirle el carácter de lucha revolucionaria en oposición al estrecho nacionalismo burgués. El anarquismo, entonces, se encuentra en la base de importantes procesos populares que remecerán nuestro continente, y serán los primeros en organizar la clase obrera de la América Morena.

Su posición en la génesis de la conciencia popular, hace que, aunque prácticamente desaparezca hacia la década de los 1930, cediendo su lugar al movimiento Comunista de inspiración Marxista Leninista, no desaparezca su legado del todo, y que muchas de sus prácticas subsistieran como parte integrante de los movimientos populares de las décadas posteriores. En Perú, en Argentina, en Bolivia, en México, en Brasil, es posible reconocer movimientos que, si bien no lleven adjunto el apelativo de “anarquista”, claramente presentan una serie de elementos libertarios identificables. En Chile, también es posible descubrir movimientos que llevarán la impronta anarquista: movimientos poblacionales, sindicales (los Cordones Industriales, ej.), estudiantiles. Hay que recordar que los anarquistas en Chile son los padres del movimiento estudiantil (por el gran peso que tienen en la FECh hasta comienzos de los 30), sindical (formaron las Sociedades en Resistencia y luego tendrán un importante rol en la fundación de la CUT) y uno de los primeros en sentar las bases para las organizaciones poblacionales, con la experiencia, en 1914, de la Liga de los Arrendatarios, que organizaba a los habitantes de los conventillos de Santiago. Resulta poco probable que se pudiera eliminar todo vestigio del imaginario popular chileno, así como de sus prácticas, de un movimiento tan firmemente enraizado en los orígenes de las luchas y organizaciones sociales de este país. Pese a que el movimiento en cuanto tal ve reducida su importancia en relación al PC y al PS, después de la década de los 30 (aunque no desapareció, y ocasionalmente, reaparecía), su racionalidad y sus prácticas siguieron vivas en el movimiento popular de base, que traspasaban sectores políticos y sujetos populares. Restos de esta influencia pueden identificarse en los Cordones Industriales, en Comandos Populares, y en términos políticos en algunos sectores del mirismo (aunque este partido, el MIR, se definiera marxista-leninista). En todas estas instancias, se hará carne la perdurable y subterránea aspiración del pueblo, de la clase obrera, de hacerse cargo directamente de sus propios asuntos, de enseñorearse de sus propias vidas, aspiración reñida con el actual sistema capitalista que oprime a los explotados, y con el Estado, como ente administrador ajeno a los propios involucrados, el pueblo.

Creemos que la idea del Poder Popular, tan en boga en los años 60 y comienzos de los 70, es fiel reflejo de lo anteriormente expresado. Ahora bien, debe recordarse, que el término de “Poder Popular” recibía distintas interpretaciones: mientras para los partidarios más conservadores de la Unidad Popular, Poder Popular quería decir sólo bases de apoyo del Gobierno, pues no concebían un proceso por fuera del Gobierno, ni contra el Estado (quizás porque no concebían un movimiento que fuera más allá de las meras reformas), para sectores obreros y populares de base, y para la cultura mirista, Poder Popular quería decir la organización directa del pueblo, en oposición del Estado y el Poder Burgués. Cuál era el sentido que se le daba, si táctico o estratégico, también es otra discusión. Muchos sectores que así comprendían al Poder Popular, le asignaban un rol sólo en la lucha contra el Estado, pero creían que éste debería asumir su posición subordinada cuando el partido de vanguardia conquistara el poder. Ahora para sectores de base del mirismo, y ligados a experiencias de construcción popular en Comandos Comunales y Cordones Industriales, éstos debían ser las mismas bases de la futura sociedad. Ciertamente, la falta de una alternativa anarco-comunista clara, no ayudó a que ésta última interpretación, que el mismo pueblo se daba en la lucha de forma intuitiva, se hubiera desarrollado, enriquecida por el acerbo teórico y práctico de las luchas y de la trayectoria del Anarquismo.

Sin embargo, pese al fracaso de la experiencia reformista de la UP, y al verse truncado el desarrollo de un movimiento revolucionario de base por el Golpe Gorila de Pinochet en 1973, la experiencia que levantó el propio pueblo, en ausencia de un referente anarco-comunista, pero que expresaba prácticas y fórmulas libertarias con mayor o menor grado de claridad, debe servir para enriquecer nuestro propio acerbo teórico-práctico, pues el anarquismo, ante todo, es la experiencia acumulada del pueblo en lucha. Y muchas veces, los anarquistas criollos, se olvidan que nuestra experiencia, sea cual sea su signo, también vale, tiene que aportarnos, y nos entrega valiosas lecciones, en sus aciertos, desaciertos, fracasos y con sus pequeñas victorias. La concepción de izquierda revolucionaria del Poder Popular es la mejor lección que de estos años podemos adquirir. También debemos ver reforzada nuestra convicción de la futilidad de buscar el cambio dentro de la legalidad vigente, u ocupando el aparato estatal; la construcción del mundo nuevo, efectivamente, debe ser hecha con mecanismos nuevos, mecanismos los cuales el pueblo de Chile buscó y forjó a tientas en medio de las ilusiones reformistas.

La dura lección que significó el Golpe de Estado, es tan nuestra como de los actores políticos directamente involucrados en ella; cada cual, la interpretará a su manera, pero es importante hacerlo de forma no dogmática y entendiendo claramente lo que ésta significa, al deshacer toda sombra de ilusión sobre una posible transición al “socialismo” usando como molde al aparataje capitalista, evitando el enfrentamiento inevitable de clases. Pero el movimiento popular se rearmó, casi sin que el General ni nadie se diera cuenta, en ese país donde supuestamente “no se movía una hoja” sin que el dictador lo supiera, y reventó en la cara de la dictadura militar un hermoso día de Mayo de 1983. Ese día, se realizó la primera protesta nacional, que movilizó a cientos de miles, millones de personas en todo el país, contra el brutal régimen de Pinochet. En ella se reflejaba el trabajo subterráneo de todos los militantes y activistas en la clandestinidad, que se quedaron a luchar, a organizar. Nuevamente, las tendencias libertarias aparecían espontáneamente en el Pueblo, en las ollas comunes, en agrupaciones culturales juveniles, en movimientos contra la tortura, en la Resistencia popular (que efectivamente incluyó a algunos escasos libertarios que había), en el movimiento sindical que hacía lo que podía en el lecho de Procusto que significaba el Código Laboral de 1980, en cooperativas de consumo y en la práctica del comprar y comer juntos..... quizás no como un programa político definido, quizás no como un horizonte transformador de largo aliento, pero si como aquel tozudo instinto del apoyo mutuo, del que tanto hablara Kropotkin y los viejos ácratas. Ese espíritu de Apoyo Mutuo que surge cada vez que el pueblo las vé difíciles para llevarse el pan a la boca. Ese apoyo mutuo, del cual el Anarquismo no es más que la racionalización política. Lamentablemente, ese buen sentido popular, se restringió al campo de la supervivencia, y no se levantó como perspectiva revolucionaria; así, mientras el pueblo luchaba contra la dictadura y daba su vida en la calle, los politicastros de siempre, aquellos mismos democratacristitanos que habían pedido el Golpe algunos cuantos años atrás, más sus nuevos amigos socialistas, ya maduros y desembarazados de sus utopismos infantiles, negociaban a espaldas del pueblo y con promesas de “alegría”, como si fueran auténticos mercachifles, una transición a la “democracia”, con tufo a dictadura, sin tocar el modelo neoliberal que fue la razón de ser del pinochetismo. O sea, cambiaban un poco las cosas, para que todo siguiera igual. Después de todo, entre estatistas, milicos y burgueses se entienden: todo antes que la chusma pudiera pasarse para la punta en alguna protesta nacional, perspectiva que no convenía ni a la Dictadura, ni a su oposición “democrática”. Este proceso evidenció nuevas lecciones para nuestra clase, que debemos hacerlas carne e incorporarlas a nuestro legado: las contradicciones menores (democracia y dictadura, por ejemplo), jamás deben obscurecer la contradicción principal que da razón de ser a la lucha popular (contradicción Capital-Trabajo, Burguesía-Proletariado). El subordinar, aunque sea por un momento histórico particular, de forma “transitoria”, la contradicción principal a formas contradictorias secundarias, es igual a traicionar los objetivos revolucionarios de nuestra lucha. Esto quiere decir, que la lucha contra la “dictadura”, al no ser comprendida como lucha contra el capitalismo, estaba condenada al fracaso, desde el punto de vista revolucionario, al estar desnaturalizada en su propia esencia. La dictadura sólo tenía sentido como una estrategia del capitalismo. Y no olvidemos que el capitalismo, aunque sea ejercido por formas democráticas y no por una junta militar, es una dictadura de CLASE: de la burguesía, del empresariado, contra los trabajadores, el proletariado.

La segunda lección, es que es necesario pasar de la aplicación de formas autogestionarias incipientes, o de ayuda mutua (ollas comunes, ej.), del campo de la pura supervivencia, al campo de reclamar nuestro derecho a la vida. Ya no se debe tratar sólo de asegurarnos el derecho de sobrevivir en medio del capitalismo, asegurándonos comida (hecho que los capitalistas aceptan de buena gana en esos momentos de crisis en que el sistema es incapaz de asegurar la supervivencia a todos los habitantes del territorio), sino que de reclamar los medios para reproducir y desarrollar nuestra vida, los cuales hoy se encuentran en manos de una minoría, los patrones, los cuales los han obtenido con la injusta explotación de generaciones completas, desde hace siglos. Esto significa dar el salto a la expropiación revolucionaria de la burguesía como horizonte necesario para madurar en el movimiento popular: hacernos cargo de la producción y la distribución, arrebatándola de manos de la burguesía y recuperándolas para el pueblo, y subvirtiendo, al mismo tiempo, las reglas que rigen la producción y la distribución: no más dictadura del mercado, sino que poner, antes que nada, nuestras necesidades.

La tercera lección se vincula estrechamente a la primera: las alianzas policlasistas, en una sociedad en que existe dominación de una clase por otra, en que la patronal subordina al obrero, reproduce esa misma jerarquía y dominación social, en términos de la predominancia que adquieren los objetivos políticos de una clase, por sobre los de las clases subordinadas. Cualquier alianza no puede ser sino de los explotados, dejando atrás, en el inodoro de la historia, el mito de una “burguesía nacional, progresista y liberal”, potencial aliado de los trabajadores chilenos, ya que esa misma burguesía, esos PYMES que hoy tanto defienden importantes sectores de una izquierda añeja y ciega ante la experiencia histórica, fueron quienes más clamaron por un Golpe de Estado, pese a que la UP les coqueteaba abiertamente y pretendía impulsar sus intereses (con la contradicción que eso plantea, pues no se puede estar con los trabajadores y con el empresariado al mismo tiempo). No sólo se contentaron con llamar al Golpe, sino que participaron activamente en su preparación y en el boicot al Gobierno de Allende, siendo puntales del desabastecimiento; hicieron todo esto pese a que resultaron ser uno de los principales afectados con el neoliberalismo y la apertura económica.... pero obviamente que se sentían más amenazados por los obreros que por los Chicago Boys que los llevaron a la ruina. Aún después de esto, la izquierda chilena y sectores revolucionarios, durante la resistencia a la dictadura en los años ochentas, nuevamente hicieron un frente “democrático” en contra de Pinochet, donde buscaban la alianza de todos los sectores por la democracia en este país, aglutinando a los trabajadores con los empresarios concertacionistas que hoy nos dominan. El resultado era esperable; la transición a la democracia fue hecha a lo caballero, respetando la amnistía y los negocios que armaron los partidarios de Pinochet durante todos esos años, entregando, claro, una buena parte del botín de guerra llamado Chile a los nuevos mandatarios que ahora eran importantes empresarios también... la idea, era que ningún burgués saliera perdiendo con la transición (claro, la solidaridad de clase ante todo). No podía ser de otra manera: la alianza policlasista, al tratar de conciliar los intereses de dos clases antagónicas, admite, dentro de su programa los intereses de la burguesía, los desarrolla, los impulsa, lo cual siempre es en detrimento de los trabajadores. Así, la jerarquía social y la subordinación del proletariado se reproduce en esta alianza, se pierde la independencia de la clase obrera, con lo cual ésta pierde su iniciativa histórica y se la entrega a los burgueses. Así, era fácil predecir donde llegaría una transición en la cual la iniciativa reposaba en la patronal “liberal y democrática”. Esto, con el aval de la izquierda... entonces, ¿de quién es la culpa, del chancho o de quien le da el afrecho? Luego de estas dos experiencias catastróficas, hay quienes insisten en la alianza policlasista, en apoyar a los “pobres” burgueses que nos explotan y que han demostrado no tener nada de “liberal”, “democrático”, ni mucho menos “progresista”. Por más que se busquen experiencias en la historia, siempre las alianzas de esta naturaleza llevan al mismo punto.... repetimos ¿de quién es la culpa, entonces?

Cuarta lección: Sólo la lucha da frutos. La transición pacífica se mostró como una farsa, en la cual, todo siguió igual. Para hacer transformaciones, es necesario negar el presente orden de cosas, pues en él está todo lo que nosotros criticamos. Es necesario plantear soluciones nuevas, partir de nuestras necesidades, deseos, aspiraciones, lo cual significa negar las reglas del juego impuestas por los explotadores. A esa negación, que opera mediante la lucha de masas, la patronal, que hoy se encuentra en el poder, presentará una enconada resistencia, pues lo que está en cuestión son sus privilegios, su dominación de clase, y todos los beneficios que obtienen a costa de la miseria popular. Para defender sus privilegios, recurren a Golpes de Estado, a la Contra, a las invasiones Yanquis, al Boicot, a todos los mecanismos, y la derecha ha dejado en claro, en más de una ocasión, que si se vuelve a producir una situación de “ingobernabilidad” del país (léase: pérdida progresiva del poder burgués), volverán a recurrir a las Fuerzas Armadas, o sea, volverán a pedir una masacre popular. Si ellos son tan claros al hablar de la violencia contrarrevolucionaria ¿por qué nosotros nos avergonzamos de la violencia revolucionaria? ¿Por qué tenemos que ser mesurados?. Debemos rechazar de nuestro discurso y práctica aquel pacifismo sentimental, que hace del tema de la violencia un tema tabú, que se opone a la Violencia, con mayúsculas y planteada en el aire, que personifica en la Dictadura Gorila de Pinochet a la Violencia metafísica y la despoja de su contenido de clase. Ese discurso que, a lo más, asume la violencia patronal contra los trabajadores como una “lamentable” aberración histórica que no volverá a ocurrir, y no como lo que es: el último recurso de los ricos para seguir siéndolo. Y no se trata de una aberración, ya que la historia demuestra que siempre lo han hecho y no existe ningún argumento razonable que demuestre que no lo volverán a hacer en el futuro. Hay que volver a hablar de la violencia como una expresión más, inevitable, de la lucha de clases. A los poderosos no los derrotaremos con buenas intenciones; es necesario prepararse para cuando éstos recurran a la fuerza, y poder ser capaces de oponerles fuerza. Debemos ser honestos con el pueblo, y plantear la necesidad de dar la lucha; que sin lucha no se gana nada. La UP, al evitar la lucha, al evitar el derramamiento de sangre, no tocó un pelo a la burguesía, pero ésta masacró a los trabajadores revolucionarios. La transición pacífica a la democracia, dejó intactas las bases económicas y políticas de la dictadura, porque en una negociación de esas características, las dos partes ponen sus condiciones. Para haber cambiado las cosas, para que la alegría llegara, era necesario un acto de fuerza e imponer una nueva sociedad a la patronal (cosa que, evidentemente, la Concertación no iba a hacer). A la burguesía no se la negocia; se la combate.

Por último, ya lo decía Bakunin: Destruir es también construir. La destrucción del Poder Burgués, debe ir mano a mano con la construcción de Poder Popular. La única fuerza capaz de haberse opuesto al Golpe, y de haber generado una alternativa revolucionaria que superara el punto muerto en que se hallaba el proceso chileno tras tres años de gobierno de la UP, era la alternativa planteada por las organizaciones populares de base nacidas al calor de la lucha, los Comandos Populares, los Cordones Industriales..... pero faltó desarrollo histórico, faltó una corriente revolucionaria que pusiera un énfasis mayor en esa clase de construcción. El reformismo de izquierda pudo más. Es necesario tener en mente que si queremos una revolución real, que elimine todo antagonismo de clases, que cree las bases para la libertad y la igualdad genuinas, es decir, transformaciones libertarias en nuestra sociedad, es necesario acabar con los pilares de la vieja sociedad: el Estado y el Capital. A la nueva sociedad se llega por nuevos medios ¿cuáles son esos medios? Los que el mismo pueblo construye y se da en la lucha. Esas organizaciones, donde no tiene cabida la burguesía ni los burócratas que se enquistan en el aparataje estatal, donde todos los pertenecientes a un espacio popular tienen voz y capacidad de decisión (sean sus centros de estudio, sus lugares de trabajo, las poblaciones en que viene), son las que deben ser soberanas en los medios que les concierne. Esa Autogestión generalizada de la sociedad, en que ésta vuelve a tomar en sus manos sus asuntos y las riquezas generadas por los trabajadores desde generaciones, y se deshace de la propiedad privada y del cuerpo de especialistas separados de la actividad productiva que son el Estado, es lo que llamamos Poder Popular. Pero el Poder Popular no es algo que surja espontáneamente el día 1 de la Revolución; el Poder Popular es la construcción cotidiana que hacemos donde nos encontremos, son las organizaciones de resistencia al capitalismo, pero que a la vez son embriones de la futura sociedad que queremos. En ella, adquirimos la experiencia, para el día de mañana construir una nueva sociedad.

EL ANARCO-COMUNISMO

Así, entramos al escenario de los noventas, años en que va tomando cuerpo, con todo un peso histórico, el nuevo movimiento anarquista criollo. Esta es la década que ve nacer a nuestra organización, el Congreso de Unificación Anarco-Comunista. Esta década está signada por dos gruesos fracasos para el Pueblo, y dos sendos triunfos para los capitalistas locales, así como para los que nos vigilan desde Washington; uno, ocurría el 11 de Septiembre de 1973, y otro, el 5 de Octubre de 1988, ya que lejos de triunfar sobre el pinochetismo, este salía intacto de escena, perpetuándose hasta el día de hoy como una forma de hacer política y de superexplotación de las masas, que ha llevado a que Santiago esté entre las ciudades del mundo en las que desperdiciamos más horas de nuestra vida siendo explotados en el trabajo. Estos dos fracasos influyeron en la desmovilización popular masiva, a lo que se sumó la tarea de desarticular las organizaciones de base, a la que tan afanosamente se entregó la Concertación, en las poblaciones, de restringir al movimiento sindical (acuerdo marco de Bustos), y los grupos más radicales contra el sistema en los primeros años de “democracia” (actividad de la Oficina). En toda esta década, constatamos de forma brutal, el error de haber dado la lucha contra la dictadura “primero”, haciendo una división artificial con la lucha por la revolución, la cual supuestamente sería después.... y quedaba postergada hasta el día del Juicio. Hoy estamos seguros que la lucha por la revolución es una tarea inmediata, que no se da por “etapas” artificialmente disociadas, que todas las reformas cotidianas que se impulsan en las luchas populares, debemos saberlas canalizar hacia derroteros revolucionarios, pues si nosotros no tomamos la iniciativa política, la toma la burguesía. No podemos permitir que nuevas contradicciones secundarias (ahora el frente que se plantea contra Lavín) posterguen la lucha magna que tenemos en frente nuestro: no estamos por el mal menor, tal no puede ser nuestra política. No estamos por elegir al mejor burgués: estamos construyendo desde ya, Poder Popular donde quiera que estemos, con vistas a la supresión de la explotación capitalista. Estamos por conquistar nuestro destino. La revolución hay que prepararla, no ocurrirá mágicamente de un día para el otro.

Desde mediados de los noventas que la desmovilización comienza a llegar a su fin: los mapuche reclaman en el sur su derecho a la autodeterminación como pueblo, y a través de la Coordinadora Arauco-Malleco, plantean su derecho a vivir sin Estado y sin capitalismo. Acá, en el Chile criollo, el movimiento estudiantil sale a la calle y da una lucha, reconstruyéndose a través de ésta. El movimiento sindical como que quisiera levantar cabeza de nuevo, tras tantos años de letargo. La presencia decidida de los anarco-comunistas en todos los espacios populares de base, agitando, organizando, construyendo junto al resto del pueblo, es fundamental, para imprimir un sello libertario al proceso de lucha contra el sistema. Debemos recuperar nuestra vocación de victoria, aprender de los errores del pasado y dar la lucha esta vez para vencer. El desarrollo de la política de Frentes en nuestra organización, ha sido el más grande acierto de los anarquistas en décadas, pues es ésta política la cual nos ha permitido pasar nuevamente a constituir un campo con un cierto peso en las luchas populares en los últimos dos años. Es esta política la que ha hecho que abandonemos el mundo de las fantasías utópicas y anclemos nuestros pies en la dura realidad actual, que seamos nuevamente un humilde aporte para la emancipación de los oprimidos. Debemos ampliar esta política, darle mayor contenido, proyectarla y formularla como base para la construcción de una nueva alternativa al mundo de hoy.

Del descontento, de la frustración contra una “democracia” trágicamente tan parecida a la dictadura, y de estas experiencias de lucha, de resistencia, de fraternidad y de organización de nuestro pueblo, amargas por cierto, se nutre nuestro anarquismo. El Anarco-comunismo que nosotros reclamamos como nuestra doctrina, se nutre de todas estas vertientes: de nuestra historia, tanto local como internacional, desde España y Ucrania, hasta Chile (con todas las estaciones intermedias y de más allá), y de la reflexión que sobre ésta hemos realizado, que se ha cristalizado en teoría revolucionaria. Es la expresión concreta de esa tendencia que se genera en el ala antiautoritaria de la Primera Internacional, que se desarrolla al calor de las luchas obreras durante los siglos XIX y XX, que sistematizan de forma genial los compañeros de Dielo Troudá en la Plataforma y Fontenis en el Manifiesto, que plantea como objetivo la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, y de las relaciones sociales capitalistas, asumiendo la lucha de clases como el marco dentro del cual este proceso se da, proceso que no puede ocurrir sino de forma revolucionaria. Esa revolución, se ha de expresar a todo nivel: político, social, económico y cultural, barriendo todo vestigio de la sociedad autoritaria y jerárquica, y de la cultura burguesa, basada en la dominación y el privilegio. En lo orgánico, es la corriente que asume la necesidad de que los anarco-comunistas tengan una organización político-revolucionaria propia, en la cual maduren un programa revolucionario que impulsen en medio de las masas. Es la corriente que remarca la necesidad de despertar la vocación de organizadores en nuestra militancia y que trabajemos codo a codo con el pueblo en los espacios de base, mediante la acción directa, de forma no sectaria, asumiendo como naturales y positivas las diferencias políticas a ese nivel, pero siempre dejando en claro nuestro punto de vista, sin complejos ni vergüenzas. El anarco-comunismo se plantea como necesidad de primer orden la construcción de poder popular con miras a la sociedad autogestionaria, y federativa, libre, en la cual el poder recaerá nuevamente en manos de todos, hombres y mujeres, y no será monopolizado por una minoría, lo que significa acabar con el Estado.

Cada vez, ganamos más terreno en las simpatías de los sectores populares en que tenemos inserción, en el movimiento revolucionario -y entre el sector más maduro de quienes se denominan “libertarios”. También, ganamos las simpatías de sectores en lucha no sólo dentro del país, sino que también fuera del país, a partir de los contactos que mantienen ciertos compañeros. Las condiciones para madurar un proyecto Anarco-Comunista no pueden ser mejores, por los nuevos ánimos que hay de transformación de la sociedad; el lamentable rumbo que toman los acontecimientos en escala mundial, con la hegemonía yanqui llegando a niveles ya insoportables, también nos dan la razón y nos indican que hay que tener decisión, que es necesario actuar ya, que no podemos vacilar. La agresividad del imperialismo y de la clase capitalista, tanto criolla como foránea, nos indican la urgencia de los tiempos que nos toca vivir, nos señala inequívocamente, que es la hora de pasar a la ofensiva. De nosotros depende aportar desde la trinchera libertaria, anarco-comunista. Necesitamos que nuestra militancia esté a la altura de este momento histórico, que abandonemos cualquier infantilismo o posiciones caprichosas y le tomemos la seriedad a la tarea que tenemos por delante. Porque se trata de un imperativo social, económico, político, histórico y moral: ¡ni un paso atrás en la lucha por la Libertad! ¡A hacer florecer ese mundo nuevo que llevamos en nuestros corazones!!!!

¡CONTRA LA BESTIA CAPITALISTA: LUCHA ANARCO-COMUNISTA!

José Antonio Gutierrez Danton



Notas:

[1] Todos estos movimientos deben ser comprendidos en su contexto histórico, para no caer ni en mistificaciones, ni en rechazos a primera. Junto a esto, debe considerarse el contenido de clase que fatalmente adquirirían los movimientos de independencia nacional a comienzos del siglo XIX, dada la clase que entonces poseía la iniciativa histórica, la burguesía. Sin embargo, pese a lo abigarrado del panorama, y a lo confuso de los idealismos americanos anteriores al desarrollo del movimiento obrero y del socialismo, no puede dejar de observarse en ellos, la influencia a la vez que la expresión de las aspiraciones populares.

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