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Rosa, Ilich, Recabarren y los usos de lo electoral

category bolivia / peru / ecuador / chile | la izquierda | non-anarchist press author Monday December 30, 2013 23:31author by V. Benoit Report this post to the editors

Para efectos del argumento, consideraremos la tradición marxiana que, hasta la fecha, es la que mejor ha tratado de concebir el uso de la tribuna electoral de una forma tal que potencie o no se contraponga a este principio auto-emancipatorio de los trabajadores –ya tratado en un artículo anterior- y que ha sido la apuesta de los sectores revolucionarios que consideran la apuesta electoral.
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Actualmente, el debate de lo electoral en el mundo libertario se ha dado desde un sesgo profundamente instrumental (que es diferente a táctico) y vacío –sin mayor contenido-, buscando justificarlas ex post (una práctica bastante vieja, por lo demás) por medio de un debate de muy poca profundidad, y que busca cubrir consignas con más consignas, dando cuenta de la pobreza de las reflexión colectiva e individual, a pesar de lo que otros puedan sostener .
Para efectos del argumento, consideraremos la tradición marxiana que, hasta la fecha, es la que mejor ha tratado de concebir el uso de la tribuna electoral de una forma tal que potencie o no se contraponga a este principio auto-emancipatorio de los trabajadores –ya tratado en un artículo anterior- y que ha sido la apuesta de los sectores revolucionarios que consideran la apuesta electoral.

Las primeras décadas del siglo XX fueron unas incomparablemente más ricas en debates y reflexiones que las actuales del siglo XXI. El problema del Estado, que se retoma con fuerza tanto en los debates Pannekoek-Kautsky y, en la misma línea, y ya desde 1900 en el debate Bernstein , sentaron las bases más o menos sólidas de la problemática estatal y que encontrarán puntos un poco más altos en textos como El estado y la revolución de Lenin, Los consejos obreros , de Pannekoek –por nombrar algunos-, pero sobre todo en Gramsci y sus reflexiones en sus Cuadernos de la Cárcel , respondiendo al proceso de integración progresiva de la socialdemocracia a la institucionalidad burguesa, al predominio de las direcciones reformistas y que respondían teóricamente a las críticas prácticas del movimiento de masas que daba un viraje hacia la izquierda, retomando la acción directa, ya sea en la ocupaciones de fábrica, conformación de consejos, la huelga general, etc. Todas apuestas que eran expresión de una institucionalidad contraria a la del estado burgués. En otras palabras, y guardando las diferencias, el proletariado europeo, sobre todo en Alemania, ya tenía acumulada una rica experiencias en relación a la institucionalidad burguesa, de ahí la importancia de volver a buscar lecciones en dichos procesos que están cruzados, ni más ni menos, por la revolución rusa .

Para Rosa, Ilich y Recabarren , el uso del parlamento burgués se limita a ser una tribuna de denuncia y de demarcación del partido del trabajo en oposición al partido del capital, un amplificador de la política revolucionaria, un educador de los sectores atrasados, pero no un espacio de colaboración política –como lo expresa la política del PCCH y, en el marco de sus contenido, el programa de Marcel Claude. De ahí, por ejemplo, las críticas de Rosa a la socialdemocracia francesa, dirigida por Jaurés, que, a través de Millerand, quien ocupó el cargo de ministro de gobierno, entraban a “salvar a la república” de las amenazas monárquicas. Lejos de una concepción instrumental del estado burgués, los socialdemócratas de principio de siglo XX comprendían la complejidad de la relación social que es el Estado y su incompatibilidad con los objetivos y formas socialistas. Esto, que parece un problema tan novedoso para algunos, ya fue un duro debate a principios del siglo XX y merece revisar algunos elementos.

Para Rosa, “El hecho que divide a la política socialista de la política burguesa es que los socialistas se oponen a todo el orden existente y deben actuar en un parlamento burgués fundamentalmente en calidad de oposición. La actividad socialista en el parlamento cumple su objetivo más importante, la educación de la clase obrera, a través de la crítica sistemática del partido dominante y de su política. Los socialistas están demasiado distantes del orden burgués como para imponer reformas prácticas y profundas, de carácter progresivo. Por lo tanto, la oposición principista al partido dominante se convierte, para todo partido de oposición, y sobre todo para el socialista, en el único método viable para lograr resultados prácticos” . Para Rosa, es evidente que el parlamento, como una caja de resonancia, es sólo eso: la amplificación de un programa y una estrategia que tiene como centro la lucha de masas, la creación de órganos de poder propio y que utiliza tácticamente la institucionalidad, pero siempre colocando como central la promoción y desarrollo de autonomía de las masas, su independencia de clase. Es decir, para Rosa, el parlamento hace de un gran megáfono no sólo para atraer a las masas a la lucha política, sino para llevarlas a la izquierda.

La denuncia y la promoción de la política socialista que levantan los sectores avanzados de la clase trabajadora, encarnada en sus expresiones políticas, comprende la incompatibilidad del poder de los trabajadores con su forma estatal burguesa, es decir, la estrategia socialista, desde un principio, en este marco de educación e integración de las masas a las política, a la arena de la lucha de clases, asume la tensión irresoluble que se vive dentro de esta trinchera que es el parlamento. Según Rosa, “Al carecer de la posibilidad de imponer su política mediante una mayoría parlamentaria, los socialistas se ven obligados a una lucha constante para arrancarle concesiones a la burguesía. Pueden lograrlo haciendo una oposición crítica de tres maneras:1) Sus consignas son las más avanzadas, de modo que cuando compiten en las eleccionescon los partidos burgueses hacen valer la presión de las masas que votan. 2) Denuncian constantemente al gobierno ante el pueblo y agitan la opinión pública. 3) Su agitación dentro y fuera del parlamento atrae a masas cada vez más numerosas y así se convierten en una potencia con la cual deben contar el gobierno y el conjunto de la burguesía” . Como se ve, esta forma de oposición y uso del parlamento no excluye las transformaciones en el régimen político, sino que todo lo contrario, las supone sin entrar en la conciliación de clase, sino, como dice Lukacs, bajo una consideración realista del estado burgués, como un factor a considerar en el marco de la correlación de fuerzas . Estas ideas de Rosa son profundamente congruentes con lo que señalamos en el marco del actual proceso de “disputa democrática”, “ruptura democrática” o “transformaciones con contenido democrático”, es decir, integrar a las masas a la política, a la disputa por el poder, combinando el desarrollo de las reformas sentidas por el movimiento de masas con la denuncia del orden existente, señalando que, en última instancia, las reformas sólo pueden ser llevadas hasta sus últimas consecuencias por formas de poder y de organización social diferentes del burgués, es decir, socialista. En otras palabras, la actividad parlamentaria se ubica en un marco más amplio de aprendizaje de las masas que, en la lucha, van convirtiendo el socialismo en una necesidad histórica y se convencen de la necesidad de tomar el poder, pero no lo hacen de forma espontánea, sino que bajo la propaganda del partido socialista. El socialismo no nace bajo las piedras, sino que es responsabilidad de los sectores revolucionarios instalarlo como la única vía realista que saque a los trabajadores de nuestra miseria.

Pero Rosa también tiene claro que una cosa es el parlamento (que no es más que un lugar en un diseño estratégico más amplio y que hace sólo de tribuna) y que se puede considerar como “un arma filosa para suspenderla cual espada de Damocles sobre la cabeza del gobierno y agregarles énfasis a sus consignas y críticas”, pero otra muy diferente es entrar en la estructura estatal enmarcados en un plan de gobierno. Es así que Rosa, criticando a la socialdemocracia francesa, señala: “Pero al ponerse en situación de dependencia del gobierno a través del puesto de Millerand [quien asume como ministro], Jaurés y sus amigos independizaron al gobierno. En lugar de poder utilizar el espectro de una crisis de gabinete para exigirle concesiones al gobierno, los socialistas, por el contrario, colocaron al gobierno en situación de utilizar la crisis de gabinete como espada de Damocles sobre la cabeza de los socialistas, a ser utilizada en todo momento para mantenerlos en vereda” Crítica muy similar a la que se podría hacer al PCCH durante el periodo de la UP y hoy, al aceptar participar del gobierno de Michel Bachelet. Está demás decir que el caso francés es una exageración respecto de los intentos electorales actuales, sin embargo, es útil para generar una línea de demarcación, clarifica el uso estricto y restringido de las instituciones del estado burgués y su subordinación efectiva al movimiento de masas, a sus procesos de lucha y de formación política.

Ilich comparte estas mismas ideas. En un libro bastante conocido, debatiendo con el ala comunista alemana recién formada y después de la muerte de Luxemburg y Liebknecht, señala la importancia política –ya no histórica- del parlamento, diciendo: “Vuestro deber consiste en no descender hasta el nivel de las masas, hasta el nivel de los sectores atrasados de la clase. Esto es indiscutible. Tenéis el deber de decirles la amarga verdad, de decirles que sus prejuicios democrático-burgueses y parlamentarios son eso, prejuicios, pero al mismo tiempo, debéis observar serenamente el estado real de conciencia y de preparación de la clase entera (y no sólo de su vanguardia comunista), de toda la masa trabajadora entera (y no sólo de sus individuos avanzados).” Lo interesante de esta concepción es que las consideraciones del parlamento vienen dadas por su utilidad en función de un objetivo político: la educación de los sectores atrasados en el trazo de una línea de demarcación entre las clases, el desarrollo del espíritu de escisión. Otra vez, lo que prima es el desarrollo de la independencia de clase y la lucha política e ideológica que dan los revolucionarios por intentar separar a las masas de la influencia burguesa.

“Aunque no fuesen "millones" y "legiones", sigue Lenin, sino una simple minoría bastante importante de obreros industriales, la que siguiese a los curas católicos, y de obreros agrícolas, la que siguiera a los terratenientes y campesinos ricos (Grossbauern), podría asegurarse ya sin dudar que el parlamentarismo en Alemania no había caducado todavía políticamente, que la participación en las elecciones parlamentarias y la lucha en la tribuna parlamentaria es obligatoria para el partido del proletariado revolucionario, precisamente para educar a los elementos atrasados de su clase, precisamente para despertar e ilustrar a la masa aldeana analfabeta, ignorante y embrutecida. Mientras no tengáis fuerza para disolver el parlamento burgués y cualquiera otra institución reaccionaria, estáis obligados a trabajar en el interior de dichas instituciones, precisamente porque hay todavía en ellas obreros idiotizados por el clero y por la vida en los rincones más perdidos del campo. De lo contrario, corréis el riesgo de convertiros en simples charlatanes.” Obviamente, esta idea de “obligatoriedad” de Lenin es una exageración –que es parte recurrente de su estilo-, pero, de todas formas, son estos esfuerzos –de arrancar a las masas de las influencias de la burguesía- los que definen el “uso” revolucionario del parlamento y de la institucionalidad burguesa y no otra cosa. La tradición clásica tiene absolutamente claro –y es indudable respecto de Rosa, que “la acción de las masas, por ejemplo, una gran huelga, es siempre más importante que la acción parlamentaria, y no sólo durante la revolución o en una situación revolucionaria” Esto es lo que nos permite definir, por ejemplo, la táctica del PCCH desde su salida del periodo de Clase contra Clase y que se sostiene hasta nuestros días, y que apunta derechamente a la colaboración de clase, teniendo como trasfondo una lectura etapista del desarrollo capitalista bajo un programa pluriclasista en un contexto donde la tareas de la revolución democrático burguesa están agotadas.

Recabarren tenía una posición similar cuando señala que “El objeto que nos lleva al Parlamento, a la Cámara de Diputados o al Senado, es única y exclusivamente conquistar una posición más para nuestra propaganda revolucionaria, antiparlamentaria, anticapitalista, y de ataque directo al estado burgués y a sus instituciones decrépitas.” Es más, con la misma claridad señala, “El representante comunista en la Cámara, sigue siendo antiparlamentario, sigue combatiendo el parlamentarismo; y sus ideas en el Congreso, no difieren de las que expresara en vísperas de elecciones, y en su vida privada, ante sus electores.”

Este proceso de denuncia y educación se vuelve más imperativo en sociedades capitalistas como la nuestra, donde los aspectos ideológicos están mucho más desarrollados y llevan décadas de sedimentación en el imaginario colectivo. Como dice Lukacs, “Esta educación del proletariado por sí mismo es un proceso largo y difícil que le hace tomarse «maduro» para la revolución; dura tanto más tiempo cuanto que en un país el capitalismo y la cultura burguesa han alcanzado un grado elevado de evolución y, por consiguiente, el proletariado ha sido afectado por el contagio ideológico de las formas de vida capitalistas”

Como es fácil determinar, de los tres autores citados se deriva la misma conclusión: La tradición revolucionaria comprende el uso táctico de ciertos espacios del estado burgués, a partir de una comprensión profunda de su carácter de clase, al mismo tiempo, es bastante clara al sostener bajo qué premisas se desarrolla el nuevo poder emergente, absolutamente incompatible con las formas burguesas y que, desarrolladas dentro de la misma formación social, no pueden sino tender a romper este cascarón históricamente caduco. Las lecciones de la comuna de París, de los consejos obreros y otras expresiones de doble poder señalan los puntos altos, tendencias y formas concretas que asume el poder de la clase trabajadora en procesos de ruptura revolucionaria. Si bien cada formación social está teñida por las particularidades históricas de su contexto internacional, lo que hace irrepetible las prácticas determinadas, no es posible sostener que su tendencia interna, como forma de poder separado y opuesto al estado burgués no se repita constantemente, en tanto tendencia. La revolución boliviana de los 50s, el desarrollo de formas de poder popular en Chile en los 70s, las experiencias guerrilleras vigentes, las tensiones internas de los procesos como el venezolano, los puntos altos del actual periodo argentino, etc. son muestras de esta tendencia interna de los trabajadores que, a medida que se constituyen como clase, como partido aparte, se articulan bajo las formas del doble poder, el cual tiene como base la delimitación subjetiva de clase, es decir, el desarrollo de una conciencia de clase que busca independizarse de sus formas burguesas. En ese sentido, las actuales apuestas, aunque se enmarquen en un periodo de rearme, no deben ni pueden excluir el desarrollo de esta perspectiva dentro de los sectores populares. Hoy, las luchas democráticas se abren como un campo de disputa donde los trabajadores aprenderán a reconocer a enemigos y amigos, empezaran a dar con sus propias formas orgánicas, a desconfiar del estado burgués y a buscar formas de consolidar sus avances. Sin este prisma necesario, la ampliación de la democracia burguesa, o “la ruptura democrática” de los “cerrojos institucionales” terminara en nada más que la integración de los sectores más combativos de la clase trabajadora, en un cambio de régimen político que, bajo un diseño más amplio, sea capaz de negociar con los trabajadores, generando un nuevo equilibrio entre clases, pero, a diferencia del régimen anterior, sin su base objetiva que permitía estos consensos en base a una redistribución de los derechos sociales y la riqueza. Por lo tanto, el conjunto de tesis (desde el PC hasta Red Libertaria), sin el desarrollo de una marcada independencia de clase, no puede ser más que la comedia de la tragedia anterior.

V. Benoit
Santiago
Noviembre-Diciembre 2013

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