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Los Horizontes del Movimiento Libertario

category bolivia / peru / ecuador / chile | movimiento anarquista | opinión / análisis author Wednesday November 27, 2013 21:25author by Pablo Abufom Report this post to the editors

A 14 años de la reaparición de un anarquismo de masas, podemos decir con orgullo que existe un movimiento libertario en Chile, conformado por expresiones que cubren el territorio geográfico y el territorio social, organizando la lucha en lo sindical, lo territorial y lo estudiantil. Precisamente por ese desarrollo intenso, lleno de tropiezos y lecciones en el camino, el movimiento libertario se encuentra en un momento de inflexión.
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Los horizontes del movimiento libertario

Para nadie es novedad que este 2013 ha sido un año crucial para poner a prueba la consistencia política de la izquierda revolucionaria en general y del comunismo libertario en particular. El marcado ascenso de la movilización de distintos sectores sociales desde el 2011, que nos permitió ver más allá de la bruma que habían impuesto los 20 años de normalización democrática del neoliberalismo, nos produjo una gran sorpresa, que se transformó desde ese momento, y de forma aún más intensa durante este año, en la pregunta por sus proyecciones más allá de la movilización misma, hacia una nueva etapa en la lucha de clases, que se caracterice ya no solamente por la expresión del descontento, sino además por la conquista de avances efectivos para la clase trabajadora.

Esta búsqueda de respuestas se agudizó fuertemente en un año de elecciones, que tiende a conducir la atención del pueblo y de la izquierda hacia el escenario electoral. Si sumamos a esto el viraje hacia la derecha del Partido Comunista, tradicional enclave del reformismo en Chile, y que por lo tanto deja un espacio que será ocupado por los oportunistas de siempre, no es raro que nos encontremos con una izquierda desorientada, débil en lo estratégico y todavía incapaz de transformar el discurso de unidad (presente en todas y cada una de las proclamas de las organizaciones de izquierda) en una práctica efectiva de unidad, es decir, en una construcción programática desde las experiencias organizativas y de lucha realmente existentes (eso que llamamos “unidad desde la lucha”). Hasta ahora, la unidad política de la izquierda se ha manifestado como “unidad por arriba”, expresada concretamente en la búsqueda de cada núcleo político por capitalizar los espacios de convergencia intersectorial y electoral para el crecimiento del propio sector, sin que eso resulte en un mayor fortalecimiento de las organizaciones populares, verdaderos sujetos de la lucha revolucionaria.

De más está decir que esta mezquindad programática responde menos a la voluntad individual o grupal de una organización, y más a la debilidad estructural de la izquierda y el movimiento popular en su lento proceso de rearme. Lo único que permitirá superar este estado es continuar las tareas de construir un pueblo fuerte en sus organizaciones en lucha, de agitar y trabajar por un movimiento de trabajadores que articule no solo a los sectores estratégicos de la economía, sino también a las grandes capas precarizadas y los trabajadores del sector público, y de fomentar la coordinación de estas luchas desde las luchas mismas, es decir, enfatizando el protagonismo político del mismo pueblo organizado en la tarea de madurar su posición y mejorar su capacidad de combate. La unidad de un pueblo desarticulado por el terror neoliberal (1973-1990) y la democracia neoliberal (1990-2013) se producirá desde abajo, como reconstrucción del tejido social organizado. Creer que es posible reconstruir ese tejido desde los núcleos operativos e intelectuales de la política de izquierda (por más devotos que se digan de la causa de los trabajadores y del pueblo) no solamente es poner la carreta delante de los bueyes, es además despreciar la capacidad política de la propia clase trabajadora para su emancipación.

En este contexto, nosotros también nos hemos hecho preguntas, también hemos aventurado respuestas, también hemos experimentado las dificultades de ser todavía pocos y débiles y estar enfrentados a una tarea gigantesca y múltiple. Después de una larga retirada desde sus últimas expresiones en el anarco-sindicalismo de los 50s y 60s, podemos decir que el desarrollo de un nuevo anarquismo[1] en Chile comienza en noviembre de 1999 con la fundación del Congreso de Unificación Anarco Comunista (CUAC).[2] Desde entonces, se ha venido desarrollando un complejo de diversas organizaciones que responden al desafío que se planteó en ese momento: la revalorización del proyecto histórico del anarquismo, (también conocido como anarco-comunismo o comunismo libertario) como un proyecto de masas, capaz de contribuir al rearme de la izquierda revolucionaria en su falta de orientación luego de la estrepitosa caída de los socialismos reales, y por lo tanto de la hegemonía casi total del marxismo leninismo institucionalizado, y el avance campante del capitalismo en Chile y el mundo. A 14 años de la reaparición de un anarquismo de masas, podemos decir con orgullo que existe un movimiento libertario en Chile, conformado por expresiones que cubren el territorio geográfico y el territorio social, organizando la lucha en lo sindical, lo territorial y lo estudiantil. Junto a estas encontramos las diversas expresiones que han creado una subjetividad y una cultura libertaria, desde periódicos y medios de comunicación digital a unidades muralistas, pasando incluso por una librería y centro social. Hoy podemos celebrar, además, el exitoso primer año de una organización feminista libertaria que, pese a las esperables reacciones desconfiadas de los machos de siempre, crece a paso firme y nos deja clara la necesidad de un feminismo revolucionario y de clase, no solo para combatir al patriarcado en la calle, sino también para hacerle frente en nuestras organizaciones.

Un momento de inflexión en el movimiento libertario

Precisamente por ese desarrollo intenso, lleno de tropiezos y lecciones en el camino, el movimiento libertario se encuentra en un momento de inflexión. Esta situación responde al menos a dos circunstancias que claramente trascienden la voluntad de sus organizaciones y sus militantes. Por un lado, el crecimiento sustancial y permanente de las organizaciones libertarias, la creación de nuevas organizaciones y el (todavía insuficiente) impacto que nuestras perspectivas han tenido en los espacios sociales donde éstas se insertan, han significado principalmente un aumento cuantitativo de nuestro sector y de quienes simpatizan con nuestro proyecto. Este aumento requiere que volvamos a pensar las formas en las que respondemos organizadamente a las diferencias ideológicas y de formación que emergen, naturalmente, al interior de un movimiento que se halla en uno de los momentos más interesantes de su desarrollo.

Por otro lado, hoy, en un año en que la izquierda ha estado sumida en una serie de profundas discusiones que evidencian la falta de un debate estratégico y programático amplio (con miras a la unidad efectiva, y no solamente a la capitalización en las convergencias electorales), algunos consensos que han acompañado al movimiento libertario en más de diez años de desarrollo, han quedado puestos en cuestión. Uno de ellos es el de la construcción misma de movimiento libertario, y en particular del modo en que se construye y la forma que adquiere la relación dinámica entre sus organizaciones. Como con tantas cosas, esta discusión tiene su vocabulario equivalente en la tradición marxista. Para los que se desesperan cuando no hablamos en esos mismos términos, estoy hablando del debate sobre la construcción y el diseño de partido, en un sentido amplio, íntimamente vinculado, pero distinguible del problema del aparato o el instrumento político.

El debate en torno a la forma de enfrentar la lucha por las reformas democráticas y redistributivas que fortalecerían el avance de los trabajadores en Chile, y que exige por lo tanto una fuerza social y política capaz de impulsar y facilitar dichas conquistas por parte del pueblo movilizado, ha significado el enfrentamiento de posiciones todavía precarias, pero que nos permiten ver el nacimiento de tendencias divergentes al interior del movimiento libertario. El surgimiento de la Red Libertaria, el quiebre de la Organización Comunista Libertaria y los intensos debates en las organizaciones libertarias y a través de nuestros medios de comunicación dan cuenta de la necesidad urgente de llevar la discusión sobre los objetivos y la forma del movimiento libertario al espacio público, de tal forma que una verdadera discusión colectiva preceda a las planificaciones e implementaciones, de tal forma que la construcción de un movimiento libertario sea una tarea compartida por todos y cada uno de los y las militantes de sus organizaciones y espacios. Ese es el valor de la horizontalidad como principio práctico, y la originalidad del movimiento libertario en sus diversas expresiones históricas.

Este es un momento favorable para nuestro proyecto, porque todo desarrollo implica diferenciación, y sólo puede ser percibido como un problema si es que creemos que los proyectos políticos son bloques homogéneos y sin contradicciones. La crítica abierta y el debate político, incluyendo la confrontación de posiciones contrarias, no son debilidades, sino fortalezas para un movimiento que pretende responder a las necesidades de la clase trabajadora y esforzarse por llevar a cabo las tareas revolucionarias.

Esto nos obliga a detenernos para hacer un diagnóstico mínimo del movimiento, reconociendo los aciertos que ha tenido el desde la fundación del CUAC hasta hoy, y señalando también algunos de sus errores y debilidades. Teniendo en cuenta este desarrollo es que podremos hacernos la pregunta por los horizontes que se abren hoy para el movimiento libertario.

Los aciertos: lucha y organización

En primer lugar, el posicionamiento en el campo de las luchas populares a través de una política clara de inserción social le permitió al anarquismo superar las prácticas marginales de la contracultura (más interesada en crear una forma de vida alternativa que en incidir en la realidad social concreta), logrando un avance cuantitativo y cualitativo mediante la masificación de prácticas propias de lo mejor de la tradición libertaria del anarquismo: las dinámicas de horizontalidad para nuestras organizaciones y las organizaciones sociales donde nos hemos desenvuelto, la acción directa como táctica permanente de lucha y conquista de transformaciones en lo inmediato, la democracia directa como principio práctico para el fortalecimiento de la iniciativa popular, y una ética militante basada en la prefiguración de una sociedad libertaria en el día a día y en todos los ámbitos de la vida. Todo esto le permitió al anarquismo chileno recuperar el proyecto histórico comunista libertario que había emergido en el movimiento obrero a mediados del siglo XIX y se había desplomado hacia mediados del siglo XX.

Por otra parte, es fundamental reconocer la capacidad de las organizaciones políticas comunistas libertarias de establecer una coherencia interna del proyecto y un diseño programático adecuado al momento mediante los análisis de coyuntura, un énfasis ineludible en la realidad concreta de la lucha de clases y la integración de las luchas reivindicativas a través de la generación de redes a nivel nacional capaces de impulsar las luchas populares hacia un proyecto de transformación social revolucionaria. El rescate de la tradición organizativa del anarco-comunismo, que nace con el mismo Bakunin y su Alianza por la Democracia Socialista (formada en 1868), y se instala definitivamente entre nosotros con las lecturas de la Plataforma Organizacional de los Comunistas Libertarios (redactada por N. Makhno, P. Archinov y otros exiliados rusos en 1926) y el Manifiesto Comunista Libertario (redactado por G. Fontenis en 1953), significó un avance crucial para el incipiente movimiento libertario en Chile. Los debates y la construcción de línea política al interior de dichas organizaciones han permitido un desarrollo del proyecto comunista libertario atento a las oscilaciones de la lucha de clases, y por ello mismo, capaz de (o al menos dispuesta a) responder a sus desafíos en distintos momentos.

Finalmente, estos avances en las capacidades sociales y políticas del movimiento condujeron a una visibilización del proyecto libertario, y con ello conquistamos un lugar en el imaginario popular mediante la emergencia de una matriz cultural y una subjetividad propia, que se afianza día a día en nuestra prensa, nuestro muralismo y nuestros centros sociales. Este elemento de desarrollo subjetivo es una de las claves de nuestra contribución al desarrollo de un movimiento popular clasista y libertario, y debe ser valorado y trabajado si nos proponemos que la conciencia de clase proletaria no sea una conciencia reducida a lo económico o a lo político, sino que se comprenda integralmente la necesidad de transformar todos los ámbitos de la vida para poder realmente construir una sociedad de libertad e igualdad.

Las debilidades: pragmatismo y verticalización

No es posible un diagnóstico y una auto-crítica realista sin el reconocimiento de los aciertos de nuestro movimiento. Pero debemos ser aún más honestos y agudos cuando se trata de sus errores y debilidades.

Debemos reconocer actualmente una tensión en la matriz ideológica libertaria, originalmente arraigada en la tradición anarquista, y que hoy se diversifica naturalmente debido a sus propias limitaciones y las exigencias de la realidad, que no tienen el mismo tranco que la teoría. Una de las aristas de esta tensión se expresa en un énfasis pragmático en lo cuantitativo y en la identificación de la eficacia como la principal vara para medir los avances. Así, se configura una práctica política en donde consignas que podrían cargar un gran potencial para sintetizar el sentido de una estrategia política (“vocación de poder”, “acumulación de fuerzas”) son vaciados de contenido y son entendidas en su acepción más restringida (ocupar cargos formales de representatividad, tener más militantes). Esto a su vez conduce a la debilidad de la formación política y teórica de los militantes de las organizaciones libertarias, puesto que la teoría se entiende como la matriz ideológica más útil para los avances de corto plazo y la política como el diseño de planes de acción a ser implementados. Para un movimiento libertario esta reducción de la teoría y la política a sus expresiones más contingentes tiene como resultado la adopción de perspectivas estratégicas que responden de un modo más inmediato a la necesidad de resultados en el corto plazo.

La tendencia al pragmatismo no es algo que pueda imponerse voluntariamente. Hago hincapié en esto para que quede claro que no se trata aquí de criticar burdamente a personas o grupos, sino de analizar críticamente una situación más o menos estructural del funcionamiento del movimiento libertario. Por eso, creo que una de las causas de esta tendencia al pragmatismo se vincula a la forma de entender y experimentar la relación entre las organizaciones del movimiento libertario y del campo popular.

En un texto publicado en el 2005, José Antonio Gutiérrez desarrolló de manera clarísima un planteamiento para entender los ámbitos de la organización, junto con una caracterización de los sujetos populares.[3] El modelo planteado allí, que ordena las organizaciones sociales a partir de los ámbitos social, político-social[4] y político, permite de manera muy eficiente distinguir formas de abordar los distintos niveles de la construcción de un programa revolucionario y las tareas específicas para cada ámbito. A pesar de que pueda distinguirse entre estos ámbitos de manera relativamente clara, lo cierto es que todos ellos forman parte de una misma realidad, y entre ellos se establece una relación dinámica (desde lo social a lo político y vice versa). Este es un modelo que ha sido tremendamente útil, que le ha servido al movimiento libertario para orientar su trabajo y aplicar todas sus fuerzas de manera eficiente.

Utilizando este esquema, lo que más arriba hemos llamado movimiento libertario se compone de agrupamientos que podríamos ubicar en el ámbito de las organizaciones político-revolucionarias (las que hemos conocido son OCL, EL, FCL, etc.) y político-sociales (el FEL, la CTL, etc.).[5] Creo que la forma en que esta clasificación se ha ido implementando tiene sus limitaciones estructurales. En particular, la traducción de este análisis de la realidad de las organizaciones populares en una tipología organizacional, que las entiende como cosas de distinto tipo, cada una con rasgos definidos de antemano, y cuyas relaciones son concebidas en un orden vertical, ha conllevado la compartimentación del proceso de debate y definiciones políticas al interior del movimiento libertario, y con ello una división social del trabajo político. Se ha entendido que la organización política tiene en sus manos la tarea de entregar las orientaciones políticas generales, una tesis para el periodo, y cumplir el rol de dirección del movimiento libertario, mientras que la organización-político social tiene que definir su plataforma de trabajo, una línea de implementación y un marco reivindicativo que responda al espacio social en que se trabaja y permita intervenir adecuadamente en él. Hasta aquí no hay problema alguno. Sería absurdo plantear que la división de tareas por sí misma fuese un problema. El problema surge cuando la diferenciación de tareas se entiende como una jerarquización de tareas.

En contra de las precauciones que el mismo Gutiérrez plantea en el texto, la relación entre las así llamadas OPR y OPS ha tendido a ser comprendida como una relación jerárquica. Aunque no exista una subordinación efectiva, y se mantenga una autonomía formal, el rol preponderante de los militantes de la “organización específica” ha significado una comprensión limitada de la capacidad política de las organizaciones político-sociales o frentes intermedios, por un lado, y una sobrevaloración del rol de dirección de los grupos de intelectuales y operadores políticos. Sin que se diga explícitamente, se opera bajo el consenso silencioso del rol dirigencial de la OPR, con la carga objetiva y subjetiva que eso conlleva.

Creo que una falta de reflexión sobre la verdadera fuente de la dirección del movimiento libertario está a la base de esta jerarquización de la relación entre sus organizaciones. Entendida como la actividad de dirigir, y no como el sentido que un proyecto político toma a partir del conjunto de sus expresiones concretas, la dirección del movimiento libertario ha ido quedando en manos de la función específica cumplida por la OPR, en desmedro de la capacidad política de los y las militantes de organizaciones político-sociales u otras iniciativas libertarias. Por ello, se ha entendido el movimiento libertario como una estructura piramidal cuya parte superior coincide con el rol dirigencial de la OPR, y desde donde irradian (o en algunos casos son inducidas) las orientaciones políticas y estratégicas fundamentales. Este modelo hace aparecer a las organizaciones político-sociales como subordinadas con respecto a la organización política, puesto que su capacidad de tener a la vista la proyección política, más allá del ámbito social al que se restringe la organización político-social, en cierto sentido la autoriza como portadora del proyecto político mismo. Esta confusión del proyecto con la estructura política es un profundo error que corre el riesgo de introducir completamente la división social del trabajo en las tareas políticas al distinguir entre los intelectuales que piensan la política y los obreros que la implementan.

Por otra parte, más allá de las razones que se manejen para una estructura de ese tipo, el carácter cuasi-secreto de las organizaciones políticas que hemos conocido hasta ahora no se lleva muy bien con el impulso democrático propio de un movimiento comunista libertario. El principal riesgo de una lógica de compartimentación de la información al interior de la organización, y de existencia cuasi-secreta ante la militancia político-social, es la concentración de información y, por lo tanto, la concentración de poder en grupos o individuos. Mientras algunos manejan toda la información, la mayoría maneja solo un poco o lo suficiente para efectos operativos. Debemos reconocer que este carácter clandestino o semi-clandestino es fundamental e ineludible para los aparatos político-militares, pero no queda claro qué sentido tiene para las tareas de análisis de coyuntura, diseño estratégico, creación y utilización de redes e infraestructura, debate teórico, etc. Aunque la organización misma no se lo proponga, los efectos negativos que el cuasi-secreto tiene en el movimiento libertario es la concentración de saber/poder, y la confusión y la suspicacia entre los no-militantes sobre quiénes son y dónde están repartidos sus militantes. En un momento en el que los desafíos para la izquierda revolucionaria exigen una unidad transversal en el movimiento, estas prácticas corroen la posibilidad misma de una coherencia general de las acciones tácticas y estratégicas, en la medida en que generan desconfianza entre la militancia política y la militancia político-social (en ambas direcciones), y desincentivan la iniciativa política autónoma que venga desde fuera de la organización política.

Aún reconociendo la necesidad de una organización específicamente política cuyos niveles de unidad táctica e ideológica sean superiores a los del resto de las organizaciones del movimiento, y aún reconociendo el valor que tienen los “revolucionarios profesionales”, esta profesionalización de la política tiene que entenderse como el proceso colectivo de asentar el análisis en la realidad concreta, fortalecer operativamente los trabajos mediante una disciplina y un compromiso subjetivo que resulten de la participación efectiva en el diseño de las tácticas y estrategias, en el ámbito restringido de la organización política, pero también en el ámbito amplio y complejo de las relaciones entre las organizaciones de distinto tipo que conforman eso que hemos llamado movimiento libertario. Esta forma profesional, seria, eficiente, de hacer política no puede entenderse como el confinamiento de la política en los grupos de síntesis y coordinación, vanguardias ejecutivas que utilizan los demás órganos del cuerpo libertario como palancas de la mecánica revolucionaria, pero no porque de ese modo no se responda a los principios eternos de la doctrina anarquista, sino porque no se responde a las necesidades más concretas de las organizaciones revolucionarias y libertarias, en particular a la necesidad de una construcción democrática de movimiento (la mejor garantía de un compromiso y una disciplina militante real, y no una que sea sacada a la fuerza por las formalidades) y la coherencia real entre las iniciativas sociales y políticas de sus organizaciones insertas en el campo popular (que es distinta de la unidad homogénea que encontramos entre los distintos “órganos” de un “partido”). Enmarcadas en un trabajo de coordinación permanente, las relaciones dinámicas y horizontales al interior del movimiento libertario pueden ser más sensibles a las diversas coyunturas de la lucha de clases que los modelos centralistas que entregaron resultados en el corto plazo, pero demostraron ser fracasos estrepitosos más allá de las situaciones que los pusieron en la cresta de la ola histórica.

Algunos horizontes para el movimiento libertario

Los errores del pasado no se refutan teóricamente, sino en la práctica. Por eso mismo esta es una invitación a debatir la construcción de un movimiento libertario democrático y revolucionario, desde nuestras organizaciones, recogiendo las experiencias de lucha de los trabajadores y el pueblo. Son las lecciones aprendidas en la lucha, hoy, ayer y antes de ayer, las que iluminan de mejor forma el camino futuro. Estas lecciones son las que llevaron al movimiento anarquista desde sus orígenes a plantear la independencia de clase, la democracia directa, la acción directa de masas, la horizontalidad, el federalismo, la autogestión y el internacionalismo proletario como principios prácticos (y no formas ideales) para organizar la lucha anticapitalista y antiestatal. Por ello, y adelantándome a la acusación de “principismo”, que tan libremente ha circulado en el último tiempo para referirse a toda crítica del pragmatismo, el énfasis en la horizontalidad y la democracia directa, que son los ejes con los que he planteado el problema del desarrollo del movimiento libertario en los últimos catorce años, no puede ser considerado como una apelación vacía a principios ahistóricos, sino como un rescate con una finalidad precisa de las conclusiones que el mismo desarrollo de la lucha de clases nos ha entregado. Se trata de responder a la necesidad que tiene el movimiento libertario hoy de actualizar la matriz a partir de la cual se entiende el trabajo de sus organizaciones y la relación dinámica entre ellas.

En este momento de inflexión para el movimiento libertario, en el que se hacen visibles y nos pasan la cuenta sus debilidades, y que por ello mismo es un gran desafío, es necesario proyectar las tareas, vinculadas a la construcción de movimiento libertario, para el tiempo que seguirá a esta coyuntura. Quiero concluir con algunas reflexiones sobre esto, que son el resultado de intensas conversaciones con militantes de diversas organizaciones del movimiento a lo largo de este año, y cuya intención es invitar a todos y todas, pero en particular a los compañeros y compañeras que no militan en organizaciones específicas, a dar este debate, compartir y confrontar posiciones, y trabajar por un movimiento libertario que pueda estar a la altura de los desafíos del momento.

En primer lugar, creo que es fundamental insistir en la politización de las organizaciones político-sociales, es decir, fomentar que el debate político y programático surja del trabajo de sus militantes, y responda directamente a las necesidades de las luchas en los espacios sociales. Esto incluye los debates teóricos y la revisión de la matriz ideológica. El contenido del debate, para que sea un debate fructífero, tiene que ser la experiencia misma de las luchas y las lecturas de las organizaciones. La independencia y capacidad política de las organizaciones libertarias depende de que la construcción y definición de líneas sea un proceso llevado a cabo en su interior, entre sus militantes, abierto a las contribuciones y trabajos de otras organizaciones, pero con metodologías diseñadas para asegurar una rigurosa democracia interna, el debate fraterno y la autonomía.

Junto con esto, para que efectivamente la dirección esté dada por el sentido que colectivamente toma el movimiento libertario, es necesario impulsar una coordinación horizontal entre las organizaciones libertarias, fomentando espacios de trabajo y discusión interna compartida así como nuevos y mejores espacios públicos de formación política permanente. La sectorización de las organizaciones político-sociales en sus ámbitos de trabajo, y la reducción de otro tipo de organizaciones como medios de comunicación o centros sociales a funciones meramente de propaganda o infraestructura, no nos permite sistematizar la experiencia adquirida en cada espacio. Las organizaciones políticas tienen que contribuir a este proceso de sistematización, pero no pueden ser el único hilo conductor de la visión de conjunto que necesitamos para que el trabajo en todos los frentes se unifique. Las redes de las organizaciones políticas tienen que estar al servicio del movimiento libertario. No pueden ser las redes en las que se queden atrapadas las organizaciones político-sociales.

Es fundamental y urgente identificar el modo en que las dinámicas propias de una sociedad de clases se introducen en nuestras organizaciones, incluyendo la división social de las tareas militantes entre intelectuales (pensadores, ideólogos, operadores políticos, y eventuales burócratas) y obreros (implementadores de políticas, trabajadores manuales, soldados más que militantes) cuya mayor virtud resulta ser el valor pasivo de la disciplina. El resentimiento no tiene ningún lugar entre compañeros, pero debemos estar atentos a los momentos en los que hay una correlación entre el capital cultural y social del que se dispone, y la distribución de los cargos y tareas en nuestras organizaciones.

Otro de los elementos que debemos tomar en serio e integrar es la identificación y confrontación, de una vez por todas, de la violencia patriarcal en nuestras organizaciones y al interior de la izquierda. Este no es un detalle políticamente correcto, en la medida en que en un movimiento todavía pequeño como el nuestro la intensidad de las relaciones interpersonales es tremendamente relevante a la hora de convivir y trabajar juntos/as. Las agresiones sexuales, el humor sexista y la preponderancia masculina y heteronormativa, entre otras prácticas patriarcales, deben ser tematizados y enfrentados concretamente con una orientación feminista clara. El surgimiento de La Alzada es crucial en la visibilización de estas problemáticas en el movimiento, y debe ser el impulso para que todos y todas asumamos dicha tarea.

Una de los elementos claves para sostener este tipo de propuestas es el fortalecimiento de un espacio público libertario. Esto implica favorecer un debate público, crítico, responsable, sin miedo a mostrar las diferencias internas del movimiento ante las demás organizaciones de la izquierda revolucionaria. La necesidad de la unidad en la acción, de la disciplina colectiva y la responsabilidad militante no tiene ningún sentido sin la libertad de crítica y de discusión, una de las mejores armas contra el sectarismo y el dogmatismo.[6] Y a su vez, esta libertad no es real sin la formación de militantes con pensamiento crítico, capaces de defender sus posiciones en todos los espacios no solamente porque aprendieron adecuadamente la línea de su organización, sino porque la construyen, la comprenden e interiorizan. No puede haber verdadera responsabilidad militante sin participación real en los debates. Es necesario fortalecer los medios que ya existen, lanzarse a escribir y publicar opiniones, y generar nuevos espacios de formación permanente.

Finalmente, esta forma de concebir el movimiento libertario y las relaciones horizontales y dinámicas entre sus organizaciones, requiere un trabajo de unidad con el resto de la izquierda revolucionaria, para no caer en el ombliguismo o el principismo. Aunque este artículo ha estado concentrado en una revisión crítica del estado actual del movimiento libertario con la intención de plantear algunas tareas en un momento de inflexión, no tiene sentido una construcción exclusivamente hacia adentro. Lo que guía estas reflexiones no es el absurdo de preparar primero las condiciones y actuar luego. Es evidente que no se puede aprender o avanzar sin las experiencias de trabajo y debate con los demás sectores de la izquierda revolucionaria, ni se puede poner a prueba lo adecuado de nuestras políticas sin lanzarse con audacia a la lucha de clases, pero nadie creería que es una buena idea salir a jugar sin haber conformado un buen equipo. Este tipo de debates son parte de ese entrenamiento necesario.


[1] Hoy más que nunca, con la exposición pública que implica que una anarquista sea presidenta de la FECh, es necesario establecer el vínculo claro entre eso que hoy se llama “lo libertario”, y que hemos llamado también “comunismo libertario”, con la tradición histórica del anarquismo, su crítica del estado y el capitalismo con una perspectiva de clase trabajadora, su estrategia revolucionaria de transformación social y su programa de reconstrucción comunista y libertaria de una sociedad post-capitalista.

[2] Para una excelente revisión histórica y un análisis del significado político de dicha organización, véase Felipe Ramírez, Arriba los que luchan: un relato del comunismo libertario en Chile. 1997-2011, Memoria para optar al título de Periodista, Universidad de Chile, Santiago, 2013, en particular el capítulo “El surgimiento del CUAC”, pp. 39-83.

[3] Me refiero a “En torno a los problemas planteados por la lucha de clases concreta y la organización popular. Reflexiones desde una perspectiva Anarco-Comunista”, publicado en línea en http://www.anarkismo.net/article/7329

[4] Felipe Correa se ha referido a este ámbito de la organización como el espacio de las “agrupaciones de tendencia”. Véase “Las agrupaciones de tendencia”, publicado en línea en http://www.anarkismo.net/article/15522

[5] Del movimiento forman parte además otras expresiones que no caben en esta clasificación, y ese es uno de sus principales problemas. Aparte de los medios de comunicación como el periódico Solidaridad, la revista Política y Sociedad, y los sitios web La Batalla de los Trabajadores y Perspectiva Diagonal, o grupos de propaganda como la UMLEM, ¿dónde clasificar a organizaciones feministas como La Alzada, Acción Feminista Libertaria, ecologistas como Germina, Ecología Libertaria o el proyecto al mismo tiempo social, cultural y político de Librería Proyección? Tratar de forzar estas experiencias en el marco de una clasificación o inventar nombres ad hoc para completar el cuadro no contribuye a comprender que el movimiento libertario es una realidad viva y compleja, que puede ser iluminada, pero nunca reducida, por las clasificaciones.

[6] Esta libertad de crítica y discusión tiene que expresarse no solamente en debates por escrito, sino también en la valoración política del surgimiento de distintas corrientes de opinión al interior del movimiento. Ante un paradigma estrecho de formas orgánicas y de construcción de unidad y disciplina, este fenómeno es percibido como fraccionalismo, una percepción que se acentúa en un movimiento todavía pequeño. Pero pronto nos encontraremos con un movimiento que crece en lo cuantitativo, donde el derecho a existir de las distintas tendencias tiene que ser reconocido como fundamental para crecer en lo político y lo estratégico mediante la confrontación de posiciones. La denuncia del disenso con motes ideologizados es un freno a este crecimiento.

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