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La revolución egipcia no se detiene

category África del norte | miscellaneous | non-anarchist press author Saturday February 16, 2013 23:31author by Ronald León Núñez - Liga Internacional de los Trabajadores Report this post to the editors

El segundo aniversario del inicio de la revolución encontró nuevamente a decenas de miles de manifestantes en las calles de las principales ciudades de Egipto. En los 4 capítulos: "El régimen se mantiene sin Mubarak", "
La experiencia con la Hermandad", "La movilización debe seguir y unificarse", "La revolución es permanente", Ronald León Núñez, analiza la revolución egipcia hasta el 2013, en curso, para su mejor comprension. !Pan, Libertad y Justicia Social! !Fuera el gobierno de Morsi y los militares!, !Abajo la Constitución de Morsi y los militares!, ¡Exijamos una nueva Asamblea Constituyente para instaurar amplias y totales libertades democráticas, para romper todos los acuerdos con el imperialismo, para expropiar los bienes de Mubarak y del conjunto del antiguo régimen, y construir un Egipto socialista al servicio de los trabajadores y del pueblo! ¡Por un aumento inmediato y general de los salarios que corresponda al coste de la canasta familiar! ¡Por un plan económico de emergencia y la reducción inmediata de la jornada de trabajo sin reducción de salario de forma que garantice trabajo para todos! ¡Por la expropiación de las grandes empresas nacionales y multinacionales y del sistema financiero!

La revolución egipcia no se detiene

Ronald León Núñez

El segundo aniversario del inicio de la revolución encontró nuevamente a decenas de miles de manifestantes en las calles de las principales ciudades de Egipto.

En Suez, Alejandría, Mahalla, Port Said y principalmente en la emblemática Plaza Tahrir, los trabajadores y el pueblo egipcios protagonizan concentraciones, marchas y duros enfrentamientos contra la policía y el ejército. Exigen al actual gobierno de la Hermandad Musulmana, presidido por Mohamed Morsi, el cumplimiento de las demandas democráticas y económicas insatisfechas desde que, tras 17 días de intensa lucha y al costo de 850 mártires, derrocaron al dictador Mubarak en febrero de 2011.

En las calles y plazas egipcias resuenan con fuerza el grito de “pan, libertad y justicia social” y la icónica consigna “¡El pueblo quiere la caída del régimen!”. El gobierno islamista de Morsi, conjuntamente con la cúpula militar, responde a estas movilizaciones con una brutal represión y un endurecimiento aún mayor del régimen.

La Cámara alta del Parlamento aprobó el pasado lunes 28 un proyecto de ley, presentado por el propio Ejecutivo, que autoriza al Ejército a “garantizar la seguridad del país y a detener a manifestantes”. De esta forma, y con la misión de “proteger las instituciones vitales del Estado”, una vez más los militares gozan de completa libertad para reprimir al pueblo, y actúan estrechamente con la policía, en principio hasta las próximas elecciones legislativas que están programadas para abril.

Pero la juventud y el pueblo egipcios no se amedrentaron con la salida de los militares a la calle. Al contrario, las manifestaciones subieron de tono, en masividad y radicalidad. Con la situación escapándosele de las manos, el presidente egipcio declaró el “estado de emergencia” en las ciudades de Port Said, Ismailia y Suez, donde durante un mes imperará un toque de queda desde las 21:00 hasta las 06:00, hora local. Ni bien esta decisión fue anunciada, varias organizaciones y miles de personas declararon que continuarían en las calles y desafiarían la restricción.

Así las cosas, el jefe del Ejército y ministro de Defensa, general Abdel Fattah al Sisi, declaró en un comunicado que el país se halla al borde “del colapso” y que “los intentos de afectar la estabilidad de las instituciones del Estado es un asunto peligroso, que daña la seguridad nacional egipcia”. En efecto, el Ejército ha desplegado sus fuerzas en varias ciudades, principalmente la zona del canal de Suez, una vía de navegación crucial por la que pasan al año 17.000 barcos y que le reporta a Egipto 470 millones de dólares en ingresos mensuales.

Desde que esta nueva ola de protestas comenzó, y al cierre de este artículo, son casi 60 los muertos y centenas los heridos a raíz de los enfrentamientos con las fuerzas represivas.

El régimen se mantiene sin Mubarak

El pueblo egipcio, en el marco del proceso revolucionario que se abrió en toda la región, comenzó su revolución movido por el hambre y la ausencia de las más elementales libertades democráticas.

Millones salieron a las calles, hartos de décadas de miseria, explotación, entrega de las riquezas al imperialismo y de estar sometidos a la terrible opresión de la dictadura militar de Mubarak.

El proceso revolucionario liberó inmensas fuerzas sociales que sacudieron todo el país y que se retroalimentan con las luchas de los pueblos vecinos. La revolución egipcia, con alta participación de la juventud empobrecida y con una importante participación de la clase obrera organizada, conquistó su primer e importantísimo triunfo al derrocar al odiado dictador Mubarak.

Sin embargo, a pesar de la poderosa movilización popular y debido a la traición de direcciones tradicionales y con mucho arraigo popular, como la Hermandad Musulmana, el derrocamiento de Mubarak no representó la caída del régimen político, que continúa asentado en la preeminencia y en los enormes privilegios económicos de la alta cúpula militar.

Los militares continuaron detentando las riendas del poder económico y político. Primero, a través de la Junta Militar que encabezaba el mariscal Hussein Tantawi (desde la cual llegaron a disolver el Parlamento y la primera Asamblea Constituyente) y después, como hemos desarrollado en otros artículos, con el pacto contrarrevolucionario que selló la Hermandad con el alto mando militar, por el cual Morsi asumió la presidencia a cambio de mantener intactos los intereses económicos y políticos del Ejército.

Con Morsi en la presidencia, los militares en Egipto continúan controlando no menos de 40% de la economía local, pues son propietarios de grandes grupos empresariales y extensiones de tierra; además, las Fuerzas Armadas del país siguen recibiendo anualmente de Estados Unidos más de 1.400 millones de dólares en concepto de “ayuda militar”, hecho que las transforma en la institución militar que más recursos financieros recibe del imperialismo después de Israel. En otras palabras, es Estados Unidos el que continúa pagando los salarios de los generales egipcios.

En el terreno político, los militares continúan definiendo y controlando su propio presupuesto sin control alguno de cualquier otra institución estatal y mantienen la prerrogativa de nombrar al ministro de Defensa en el gabinete, que en ningún caso puede ser un civil.

Todo esto sin contar que gozan de una irritante impunidad, al punto de ser prácticamente intocables. Hasta ahora no fue condenado un solo mando militar importante por la masacre de 850 personas durante las movilizaciones que derrocaron a Mubarak, ni hablemos de los crímenes de lesa humanidad cometidos durante su dictadura. Hace pocas semanas, por ejemplo, un Tribunal de Casación declaró nula la condena a cadena perpetua para el ex dictador y determinó que todo el juicio debe repetirse.

Este es el régimen que, aunque sin Mubarak, se mantiene y se sustenta en el pacto entre la Hermandad y la misma cúpula militar de siempre. La esencia del régimen bonapartista, represor y sumiso al imperialismo, continúa intacta pues el régimen fue reformado (por eso la situación es diferente en muchos sentidos a los tiempos de Mubarak), pero no destruido, como sucedió en el caso de Libia.

La permanencia de la esencia del régimen se plasmó en el modelo de Constitución que fue defendido por Morsi y la Hermandad, redactado por los islamistas a gusto y paladar de los generales y que, después de otra serie de violentas protestas en diciembre último, fue aprobado en un plebiscito con la magra participación de 32,9% y a pesar de haber sido derrotada en los principales centros urbanos, como Alejandría, y en la propia capital, El Cairo.

Esto es lo que explica que amplios sectores de masas se sientan traicionados en sus anhelos de conquistar verdaderas libertades democráticas y continúen luchando por los mismos objetivos por los que colmaron las plazas hace dos años.

Esta situación se combina con el empeoramiento de la dramática situación económica, sin visos de solución a corto plazo, que atraviesa Egipto. En el más importante y populoso país del mundo árabe, 40% de la población se encuentra por debajo de la línea de pobreza. En julio del 2012, el desempleo admitido por el gobierno subió a 12,6%. En la juventud, esta tasa supera el 85% en jóvenes con título universitario y enseñanza media, según datos del Ministerio de Recursos Laborales de Egipto[1]. Por otro lado, el paro laboral afecta mucho más a las mujeres y es mayor entre los habitantes urbanos (16,2%) que en las zonas rurales (10%). En estos dos años cerraron más de 1.500 empresas y el turismo, importante fuente de divisas para el país, está prácticamente paralizado.

El país tiene una deuda externa que representa el 90% de su PBI. El año pasado, Morsi gastó alrededor del 10% del PBI solamente en pagos de intereses de préstamos que fueron contratados por Mubarak. El déficit fiscal (se gasta más de lo que se recauda) es del 10,4%.

Este es el cóctel que mueve la revolución. Por un lado, un régimen político opresor que por la fuerza de la revolución ha tenido que realizar cambios pero que se mantiene en lo esencial para sustentar el Estado burgués y defender los privilegios de una minoría parasitaria de generales y capitalistas locales, que a su vez entregan el país al imperialismo. Por otro, una situación económica insufrible para amplios sectores de las masas explotadas.

Por eso la revolución continúa. Pero continúa sobre nuevas bases objetivas y subjetivas. La juventud y el pueblo trabajador en general se saben protagonistas de la caída de Mubarak y ahora van por más.

La propia dinámica de la situación objetiva y el avance (a saltos) en la conciencia de millones de trabajadores a partir de su acción política colectiva, hacen que la movilización y la revolución se desarrollen en un proceso permanente. Derrocado Mubarak, ahora las movilizaciones se dirigen directamente contra el gobierno de la Hermandad Musulmana en contubernio con los generales, el principal partido burgués del país y hasta hace poco una dirección política incuestionable.

La experiencia con la Hermandad

Es un hecho el creciente desgaste político de Morsi y la Hermandad Musulmana ante la vanguardia de activistas y sectores de masas.No afirmamos que la Hermandad ha perdido toda su base social y política, pero la dinámica actual no apunta a que este partido aumente su prestigio sino lo contrario.

Con cada medida, con cada decretazo o represión, son más las fisuras en la máscara “progresista” de la Hermandad. Conforme aumentan las movilizaciones y la experiencia es más concreta, más se devela el verdadero rostro de la Hermandad, y su papel de garante del mantenimiento del régimen e instrumento del imperialismo para derrotar la revolución en Egipto y en toda la región es más nítido a los ojos de los egipcios y otros pueblos árabes.

En diciembre pasado, cuando Morsi anunció el “decretazo” con el cual concentraba casi todos los poderes en su persona y forzaba el plebiscito para imponer una Constitución esculpida por los militares, anti obrera, anti huelgas y basada en preceptos religiosos, miles salieron a las calles y decenas dieron sus vidas enfrentando esta medida. Más de 40 locales de la Hermandad fueron incendiados en varias ciudades por las masas enardecidas. Miles coparon nuevamente Tahrir y traspasaron barreras alambradas y protegidas por tanques del Ejército para después rodear el propio Palacio Presidencial. Cuando el plebiscito, millones dejaron de ir a votar o lo hicieron en contra del texto constitucional de Morsi y los militares.

Ahora es lo mismo. Nuevos locales fueron atacados por las masas y en las plazas se leen cada vez más carteles exigiendo la renuncia de Morsi, algo impensado tan solo seis meses atrás.

Esto se explica por el hecho de que la Hermandad, entregada de lleno a la tarea de derrotar la revolución, se ve obligada a mostrar de qué lado está. A pesar de sus discursos o medidas asistencialistas para algunos sectores de la población, debido al aumento de las luchas y el “caos”, la Hermandad tiene que llamar ahora a la represión abierta.

Sólo el domingo 27 de enero, en El Cairo fueron arrestadas más de 90 personas bajo las acusaciones de “vandalismo” y “sabotaje”. En medio del descontrol, la propia cúpula de la Hermandad interpeló públicamente a Morsi y le exigió más represión. Mohamed Beltagy, uno de los líderes más prominentes del Partido de la Libertad y la Justicia, la rama política de la Hermandad, le reprochó a Morsi: “¿Qué está esperando para intervenir?”, para decirle después: “Es su deber parar todo esto a través de todos los medios que proporciona la Constitución y la ley”, y añadió,“incluida la declaración del estado de emergencia” (El País, 27/01).

Ni esto ni las bandas armadas con palos, tanto de la Hermandad como de otras ligadas a los salafistas (sector cuyo programa es la instauración de un Estado teocrático islamista y que desde los tiempos de Mubarak eran usados como fuerza de choque contra las masas movilizadas), que irrumpen para dispersar las manifestaciones pasan desapercibidas a las amplias masas movilizadas. Toda la experiencia concreta y el desgaste de la Hermandad abren espacio real para construir nuevas alternativas políticas de dirección.

La movilización debe seguir y unificarse

Este es el momento en que las movilizaciones deben continuar, extenderse y unificarse en torno a un plan de lucha nacional. Es fundamental avanzar en la coordinación más amplia de todas las organizaciones sindicales, juveniles y populares que enfrentaron a Mubarak y que continúan movilizándose. La lucha debe seguir no sólo por la obtención de libertades democráticas, contra las medidas represivas del gobierno y contra la propia Constitución bonapartista que impera desde diciembre sino, además, por medidas concretas contra el desempleo, por aumento de salarios y por una reforma agraria radical.

En este marco también es necesario discutir la caracterización y la política hacia la oposición burguesa al actual gobierno de Morsi.

Desde finales de 2012, el sector mayoritario de la oposición a la Hermandad, que se declara “liberal y laico” y toma distancia de la “era Mubarak”, se agrupó en el llamado Frente de Salvación Nacional. Este frente político es muy amplio y está dirigido por personajes como Mohamed el Baradei y el antiguo canciller de Mubarak y ex secretario general de la Liga Árabe, Amr Musa. Otras figuras, como Hamdin Sabahi, un nacionalista burgués que fue el tercer candidato más votado en las últimas elecciones y que tiene un peso importante en el mundo sindical y social, cumple también un papel destacado. El Frente de Salvación Nacional, en el pasado plebiscito llamó a votar por el “NO”.

Es muy importante, en el marco de la lucha contra el gobierno y el régimen bonapartista, que las organizaciones obreras y juveniles apliquen una política de amplia unidad de acción contra las medidas de Morsi. En este sentido, es correcto coordinar actos y movilizaciones con todos aquellos que de hecho enfrenten al régimen, incluso con estos sectores burgueses.

Ahora bien, esta política no puede significar jamás un abandono de la independencia de clase ni debe generar algún de tipo de ilusión con respecto a que la oposición burguesa es una alternativa de cambio real frente a Morsi y los militares. Por su carácter de clase, la oposición burguesa “laica y democrática” no es ni podrá ser consecuente hasta el fin en la lucha contra el régimen ni mucho menos en el combate al imperialismo.

Frente a las movilizaciones, cada vez más radicalizadas, el llamado del Frente es principalmente a “dialogar” con el gobierno, pues está tan temeroso como Morsi de que las masas desborden los canales del Estado capitalista. Esto está claro, por ejemplo, en el reciente llamado de El Baradei, que convocó tanto a Morsi como a los militares a sentarse a buscar la forma de pacificar la situación: “Necesitamos urgentemente una reunión entre el Presidente, los ministros de Defensa y del Interior, el partido gobernante, la corriente salafista y el Frente de Salvación Nacional (FSN) para dar pasos urgentes a fin de detener la violencia y comenzar un diálogo serio”, pues “ni el FSN ni el Gobierno quieren dar cobertura a la violencia” (EFE, 30/01).

Es claro que más allá de las diferencias tácticas o relacionadas con la repartición de cargos o cuotas de poder, tanto el sector de Morsi y los militares como el que integran los señores El Baradei o Musa (cuya principal bandera es un “gobierno de unidad nacional”, que en la práctica significa un nuevo pacto con la Hermandad y los militares) coinciden en la visión estratégica de aplacar la movilización popular y derrotar la revolución en Egipto.

La revolución es permanente

Por todo lo anterior, insistimos en la necesidad de continuar y profundizar la movilización independiente de la clase obrera y los sectores populares. Es fundamental también ir a fondo en el proceso, aunque sea incipiente, de reorganización sindical de la clase, que se expresa en la fundación o la renovación de varios sindicatos y hasta federaciones, como el caso de la Federación Egipcia de Sindicatos Independientes (EFITU). Las organizaciones sociales y populares deben fortalecerse y centralizar sus luchas en torno a un plan de lucha que contemple las principales reivindicaciones de todos los sectores y sea definido democráticamente.

En este marco, la tarea inmediata que está planteada en Egipto es destruir el régimen sustentado en los generales y financiado por el imperialismo, del cual el gobierno de la Hermandad es el principal garante.

La movilización debe avanzar hasta destruir por completo el régimen. La resolución de esta tarea es fundamental para que la revolución pueda avanzar, es fundamental para conquistar libertades democráticas y extender así la organización obrera y popular, creando mejores condiciones para construir una dirección revolucionaria –es decir, obrera e internacionalista–, para el proceso.

Por eso es necesario que todo el movimiento obrero, juvenil y popular levante las consignas de !Fuera el gobierno de Morsi y los militares!, !Abajo la Constitución de Morsi y los militares!, ¡Exijamos una nueva Asamblea Constituyente para instaurar amplias y totales libertades democráticas, para romper todos los acuerdos con el imperialismo, para expropiar los bienes de Mubarak y del conjunto del antiguo régimen, y construir un Egipto socialista al servicio de los trabajadores y del pueblo!

¡Por un aumento inmediato y general de los salarios que corresponda al coste de la canasta familiar! ¡Por un plan económico de emergencia y la reducción inmediata de la jornada de trabajo sin reducción de salario de forma que garantice trabajo para todos! ¡Por la expropiación de las grandes empresas nacionales y multinacionales y del sistema financiero!

Desde ya es necesario luchar por la ruptura completa con el imperialismo, diciendo: ¡Ruptura inmediata del Tratado de Camp David y con toda la subordinación financiera y política del Ejército al imperialismo e Israel! ¡No al nuevo endeudamiento de 4.800 millones de dólares que Morsi y los militares están negociando con los banqueros de Washington! ¡No al pago de la Deuda Externa para que esos recursos sean invertidos en trabajo, salud y educación para el pueblo egipcio! ¡Ruptura total con el FMI y todos los organismos imperialistas!

Al mismo tiempo, la tarea de destruir el régimen debe estar puesta en la perspectiva estratégica de instaurar, de forma inmediata, un gobierno obrero, campesino y popular asentado en las organizaciones sociales y en su democracia.

En esta dinámica, sólo un gobierno con estas características podrá avanzar en las tareas de liberación social y nacional, comenzando con la ruptura completa de todos los pactos políticos y económicos que sujetan a Egipto con el imperialismo y con el Estado nazi-sionista de Israel. Sólo con la toma del poder por la clase trabajadora se podrán castigar todos los crímenes de Mubarak y de la cúpula militar, y será posible confiscar todas sus propiedades y la enorme fortuna amasada a partir del robo descarado al pueblo y la entrega de las riquezas nacionales al imperialismo.

La revolución en Egipto, como todas las que se desarrollan en la región, continúa y ilumina el camino a todos los pueblos del mundo. Dos años después, la revolución se muestra como un proceso permanente, que combina tareas democráticas y anticapitalistas e interrelaciona revolución política y social, como parte de ese todo que es la revolución socialista mundial.

[1] Rianovosti, 15/8/2012

Related Link: http://www.litci.org/inicio/newspaises/egipto/3692-la-revolucion-egipcia-no-se-detiene

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