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En torno a la crítica y la dirección política

category bolivia / peru / ecuador / chile | movimiento anarquista | opinión / análisis author Monday January 07, 2013 20:44author by Vladimir Benoit Report this post to the editors

Uno de los aspectos característicos del pensamiento ácrata siempre ha sido el desarrollo de una perspectiva crítica, la disposición a reflexionarlo todo, a cuestionar antes que asumir, a no dejarse guiar por modelos, por dogmas, por figuras carismáticas, etc. Si bien esta idea ha sido víctima de sesgos liberales -que en muchos casos vuelven imposible la organización y la acción política conjunta, hundiéndose en una verborrea prejuiciosa y absurda-, hay mucho de verdad y de necesario en dicho arte de la sospecha. Esto también lo entendía Marx, cuyo lema era de omnibus dubitandum [duda de todo]. Pero, en la actualidad, ningún sector del anarquismo -organizado o no- parece ejercer esta conducta vital para los sectores revolucionarios. Es más, la izquierda revolucionaria en general parece no dispuesta a debatir o exponer sus posiciones, a dejarse mirar y reflexionar por otros, que la interpreten, le den realidad y, quizás, la desmoronen, obligándola a empezar de nuevo el trabajo con esta piedra de Sísifo que es la lucha revolucionaria. La comodidad de la formula, de los enunciados generales y vacíos parecen mucho más cómodos y tranquilos. En síntesis, de un tiempo a esta parte ha ganado lugar un espíritu conservador al interior de este sector, algo que obedece, obviamente, al desarrollo natural, pero que es necesario detectar y colocar en alerta, reviviendo y agrupando a los sectores más inquietos y suspicaces, los únicos capaces de remecer con fuerza el anquilosamiento y la comodidad y volver a integrar a estos sectores al caudal, siempre crítico, de la lucha revolucionaria.
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Uno de los aspectos característicos del pensamiento ácrata siempre ha sido el desarrollo de una perspectiva crítica, la disposición a reflexionarlo todo, a cuestionar antes que asumir, a no dejarse guiar por modelos, por dogmas, por figuras carismáticas, etc. Si bien esta idea ha sido víctima de sesgos liberales -que en muchos casos vuelven imposible la organización y la acción política conjunta, hundiéndose en una verborrea prejuiciosa y absurda-, hay mucho de verdad y de necesario en dicho arte de la sospecha. Esto también lo entendía Marx, cuyo lema era de omnibus dubitandum [duda de todo]. Pero, en la actualidad, ningún sector del anarquismo -organizado o no- parece ejercer esta conducta vital para los sectores revolucionarios. Es más, la izquierda revolucionaria en general parece no dispuesta a debatir o exponer sus posiciones, a dejarse mirar y reflexionar por otros, que la interpreten, le den realidad y, quizás, la desmoronen, obligándola a empezar de nuevo el trabajo con esta piedra de Sísifo que es la lucha revolucionaria. La comodidad de la formula, de los enunciados generales y vacíos parecen mucho más cómodos y tranquilos. En síntesis, de un tiempo a esta parte ha ganado lugar un espíritu conservador al interior de este sector, algo que obedece, obviamente, al desarrollo natural, pero que es necesario detectar y colocar en alerta, reviviendo y agrupando a los sectores más inquietos y suspicaces, los únicos capaces de remecer con fuerza el anquilosamiento y la comodidad y volver a integrar a estos sectores al caudal, siempre crítico, de la lucha revolucionaria.

Obviamente, esto no es un mérito nuestro. Al interior de la izquierda siempre han convivido tendencias más críticas y otras más conservadoras. Lo que ahora parece ser síntoma de inmadurez, de un conformismo con los notables pero reducidos avances, un matiz conductual, a la larga se transforma en un aspecto característico de la disputa política al interior del desarrollo de la lucha de clases, expresando los conflictos inherentes a la construcción de dirección revolucionaria. Esto porque las expresiones políticas deben ser consideradas como mediaciones del movimiento de trabajadores y no pueden evitar verse cruzadas por las variaciones en la pugna entre clases. Como dice Gramsci, “los cambios de opinión que se verifican en las masas bajo el empuje de las fuerzas económicas determinantes son interpretadas por los partidos, que se dividen primero en tendencias y después en una multiplicidad de nuevos partidos orgánicos: A través de este proceso de desarticulación, de neoasociación, de fusión entre los homogéneos, se revela un profundo proceso interior de descomposición de la sociedad democrática, hasta llegar a la alineación definitiva de las clases en lucha por la conservación o la conquista del poder de estado y del poder sobre el aparato de producción.” En otras palabras, los procesos de debate, fraccionamiento y rearme político son propios y naturales de la construcción de una alternativa política revolucionaria que opere como dirección del sector de vanguardia de los trabajadores. Esto porque partido y masas no se identifican mecánicamente, sino dialécticamente, y puede ser que la forma que alguna vez fue la acertada para desarrollar la fuerza de las masas, ya no lo sea, al mismo tiempo que aquellos que eran los que encarnaban lo más avanzado de ese proceso, pervivan ahora como un obstáculo para las nuevas formas que debe adoptar la lucha. Estas distinciones dialécticas ente materia y forma, entre negación y determinación, de desplazamientos y nuevas condensaciones son claves para dar con la naturaleza de lo político y lograr concebir una dirección dinámica y acertada. Es sólo esta capacidad de asimilar las variaciones en las masas, en las relaciones complejas que asume la fuerza y su determinación, permite la construcción de un partido de clase, dinámico, lejos del burocratismo y de las tendencias oportunistas.

Una reflexión similar tenía Trotsky -desde una problemática diferente y guardado las distancias- de lo que implicaba el lograr absorber las variaciones en la lucha de clases y la redefinición del rol de la organización políticas o dirección revolucionaria. Hacia finales de los veintes, en su crítica a la conducción estalinista de la tercera internacional, y más precisamente haciendo referencia a los errores de la conducción comunista alemana, decía: “Entre las numerosas dificultades de la revolución del proletariado, hay una completamente precisa, concreta, específica, que se deriva de la situación y de las tareas de la dirección revolucionaria del partido. Cuando se produce un cambio brusco en los acontecimientos, los partidos, incluso los más revolucionarios, corren el riesgo de quedarse retrasados y de oponer las fórmulas o los métodos de lucha de ayer a las tareas y a las necesidades nuevas. No puede haber, en general, cambio más brusco que el que crea la necesidad de la insurrección del proletariado. Precisamente aquí surge el peligro de que la dirección del partido, la política del partido en su conjunto, no se corresponda con la conducta de la clase y con las exigencias de la situación. Cuando la vida política se desarrolla con relativa lentitud, esas discordancias acaban por desaparecer, y, aunque causen daños, no provocan catástrofes. Por el contrario en período de crisis revolucionaria aguda no se tiene, precisamente, tiempo para superar los desequilibrios y, de alguna manera, rectificar el frente bajo el fuego; los períodos durante los cuales la crisis revolucionaria alcanza su grado máximo de intensidad, tienen, por su naturaleza misma, un ritmo rápido. La discordancia entre la dirección revolucionaria (vacilaciones, oscilaciones, espera, en tanto que la burguesía ejerce una presión furiosa) y las tareas objetivas puede en algunas semanas, e incluso en algunos días, causar una catástrofe, haciendo perder el beneficio de numerosos años de trabajo”. En otras palabras, la política revolucionaria no está asegurada por la auto-denominación, sino por su despliegue efectivo, por la realidad que asume tal o cual política en tal o cual momento, en su capacidad de ser asertivo con el proceso objetivo que es la lucha de clases. Este grado de incertidumbre abre las puertas al arte de la política -que no es lo mismo ni se reduce a la maniobra política (1) - y es en ese plano de dificultades impuestas donde se prueban los revolucionarios. Pero como en muchos otros ámbitos de la vida humana, el búho de Minerva echa el vuelo sólo al atardecer.

Sin embargo, estos desequilibrios se pueden dar en la otra dirección, es decir, no sólo cabe la posibilidad de operar como un freno a la actividad revolucionaria de las masas, sino como un desorientador y factor de sobrevalorización de la fuerza acumulada, llevando a una derrota que puede costar años de re-arme obrero. Como dice el ya citado autor, ”evidentemente, el desequilibrio entre la dirección y el partido, o bien entre el partido y la clase, puede tener también un carácter opuesto, cuando la dirección sobrepasa el desenvolvimiento de la revolución, confundiendo el quinto mes de embarazo con el noveno. El ejemplo más claro de un desequilibrio de este género lo suministró Alemania en marzo de 1921. Tuvimos entonces en el partido alemán una manifestación extrema de “la enfermedad infantil de izquierda”, y por consiguiente, del putchismo (espíritu de aventuras revolucionarias)”. La actitud conservadora de los dirigentes, su suspicacia frente a la capacidad de las masas, su subvaloración de las fuerzas del proletariado, pueden dar paso a la actitud inversa: a la negligencia y la irresponsabilidad. Frente a eso no hay cura infalible, pero si hay ciertos resguardos que es posible desarrollar a medida que se construye la dirección, como son la adopción de una sólida teoría y una crítica y autocrítica constante sobre la línea política y el contexto que nos acoge, todo esto al calor de los acontecimientos.

La construcción de partido, de alternativa política libertaria debe contener en sus genes mecanismos que permitan la absorción en los cambios de temperatura del movimiento de masas, para ser siempre un claro orientador y catalizador de la iniciativa del movimiento. Pero eso no nace de la nada, sino que es un proceso de aprendizaje, de dura auto-crítica y de trabajo meticuloso, tanto al interior de las organizaciones como para con los sectores aledaños al quehacer diario. Es necesario preparar los cuadros capaces, es imperativo integrar a aquello que de forma espontánea demuestran aptitudes para la lucha, es fundamental crear un ethos que naturalice la actividad reflexiva, el trabajo de volver sobre los pasos y el saber admitir los errores, se debe crear una cultura militante que tenga como pilares fundamentales la responsabilidad, la rectitud ética, la ausencia de vanidad y, sobre todo, la crítica implacable. Los peores enemigos de las fases de desarrollo incipiente son la soberbia y el creerse infalibles, la complacencia y el temor a discutir con los que soban las espaldas. Discusiones que no sólo versan sobre el contexto y actualidad de la lucha de clases, sino sobre sí mismos, sobre el trabajo desarrollado, sobre los aciertos y fracasos en los diferentes espacios de desarrollo (2) .

La crítica, la tolerancia, campo de cultivo de una sólida organización, es algo que no nace de la del suelo, sino que se construye. Claro lo tenía Gramsci cuando sostenía que si bien “la violencia puede ser el mejor método para poner fin a los diferendos entre las clases y, lamentablemente, entre los Estado, pero no lo es ciertamente para poner fin a los que tiene lugar entre hombre y hombre y entre moralidades y moralidades”. El sardo comprendía que sólo la actividad reflexiva viva podía hacer de los partidos políticos verdaderas herramientas de combate, lejos de todo sectarismo o actitudes “matonescas” y que expresan una clara disposición defensiva y autoritaria. Este es el claro espíritu que anima su crítica tanto al Partido Socialista italiano como al bordiguismo, su trayectoria por L´Ordine Nuevo, las polémicas reflexiones plasmadas en los Cuadernos de la cárcel y su crítica radical al marxismo de viejo cuño producto de décadas de domesticación burguesa de la clase obrera. La destrucción de toda esa basura anquilosada en las articulaciones del proletariado sólo podía tener, como principio, la crítica más radical pero, al mismo tiempo, crítica que forjara la unidad de propósito, la fuerza orgánica necesaria para movilizar a las masas en una dirección revolucionaria. Consideraciones que hizo en el aislamiento, en el padecimiento del sectarismo, la verticalidad y la burocratización del movimiento al que entrego la vida. Gramsci, con un espíritu inverso al de sus “disciplinados” compañeros, concibe que la vida de partido debe contar con una notable capacidad de debate y tolerancia, en sus palabras, “los miembros de la colectividad deben ponerse de acuerdo entre sí, discutir juntos. A través de la discusión, debe producirse una fusión de las almas y de las voluntades. Todos los elementos de verdad que cada uno pueda aportar deben sintetizarse en la verdad compleja y ser expresión integral de la razón. Para que esto tenga lugar, para que la discusión sea completa y sincera, es necesaria la mayor tolerancia. Cada uno debe estar convencido de que es ésa la verdad y que, por consiguiente, es indispensable encarnarla en actos. En el momento de la acción, todos deben estar de acuerdo, solidarios […] Sólo se puede ser intransigente en la acción cuando se ha sido tolerante en la discusión, cuando los mejores preparados han ayudado a los que no lo eran a recibir la verdad, cuando todas las experiencias han sido compartidas, cuando se han examinado todos los aspectos del problema, sin crearse ilusión alguna […] estamos contra la intolerancia, producto del autoritarismo y la idolatría, pues impide los acuerdo durables y la fijación de reglas de acción moralmente obligatorias, porque todos han participado libremente en su elaboración. Esta forma de intolerancia conduce necesariamente a la intransigencia, a la incertidumbre, a la disolución de los organismos sociales”. Para Gramsci, es claro que un acuerdo firme, una línea política real sólo puede ser producto de la cohesión orgánica, del lazo espiritual de los pares, los que reafirman su compromiso en la discusión y salen convencidos totalmente de ella. Eso es verdadera cohesión que da paso a una real disciplina, no una impuesta desde fuera, sino a una asumida desde el interior. La única política que puede ser un arma de combate es la que gana los corazones. La disciplina y la cohesión no se logran con la máscara del mandato vertical que nunca toca a los espíritus aguerridos, sino que, a lo más, sólo puede atraer a los espíritus más pobres que, ya cansados de pensar, esperan que piensen por ellos.

Esta cohesión critica, como señala el militante italiano, sólo se da en el marco de la tolerancia entre revolucionarios, la que consiste en aprender a discutir y no sólo convivir con la diferencia real, con la opinión divergente, con las perspectivas comprometidas en quizás otra dirección en el marco de un debate amplio y rico que conforma el campo de la política de la clase trabajadora. Tolerancia que no debe ser sinónimo de tibieza en la crítica y en la definición de los matices. Sólo en este marco, de dura diferenciación y férrea lucha ideológica, es que se les puede aparecer de forma clara al movimiento de masas los diversos caminos potenciales que se van condensando en la lucha. La tolerancia y la fraternidad no son antítesis de la dureza y diferenciación. Esto puede dar paso a una verdad diferente, una suerte de síntesis o bien una ruptura y fraccionamiento de las organizaciones y partidos que, como vimos más arriba, tampoco se debe considerar como algo intrínsecamente negativo (aunque perfectamente puede serlo). La necesaria reflexión crítica carga en su seno la lucha y la discordia, el debate y la desigualdad de opiniones, esto porque es la misma realidad la que varía y se expresa en gradaciones y diferenciaciones. La habilidad de lo político, entonces, consistirá en lograr identificar los aspectos centrales de los secundarios, las tendencias inmanentes de sus expresiones coyunturales, pero eso no ocurre como un acto meramente intelectual, sino como un ejercicio político, de actualización de la política, de praxis.
Los tiempos que corren demandan que las organizaciones se lancen de pleno al debate, con más o menos certezas, que expongan sus ideas incipientes, que se atrevan estar equivocadas a los ojos del resto y, más aún, a tolerase en el error. Sólo así podrán volver sobre sí mismas y volver con más fuerzas a la batalla. Hoy no necesitamos dirigentes infalibles, ni militantes de hierro o superhéroes de la edad dorada, sino seres humanos volubles, con la voluntad suficiente como para aprender del error propio y del ajeno. Hoy debemos ampliar nuestra sensibilidad. Ahí donde todo yace junto, sin diferenciación, o puramente incipiente, sólo los espíritus atentos, obstinados en la crítica y la reflexión, atentos a la actividad de las masas, podrán comprender y traducir la realidad a un programa de acción revolucionaria, el resto, seguirá confundiendo la maniobra política con la praxis y las frases vacías con los programas políticos.

En síntesis, existe una fuerte correlación entre dirección política y agudeza crítica. La vitalidad del órgano partidario yace en unidad de propósito férrea, eso es verdad, pero la emergencia de dicha determinación militante no cae con la fuerza de la autoridad –que siempre tiene algo de impotente-, sino que se forja con el martillo de la crítica sobre el yunque dispuesto por los sectores más avanzados en la lucha de clases, fruto de su diseminación por el cuerpo social, enraizado en la realidad nacional e internacional la crítica no es sino la capacidad de traducir esa realidad en política revolucionaria. Citando nuevamente a Trostky, este dice algo que, claramente, es aplicable al comportamiento de las organizaciones políticas y de trabajadores en el curso de la lucha: “La política de la dictadura proletaria exige la auscultación permanente de las clases y las diversas capas de la sociedad; no puede ser manejada por un aparato burocrático y rígido; debe serlo por un partido proletario vivo y activo, que tenga sus exploradores, sus pioneros y sus constructores. Antes que las estadísticas registren la extensión del papel de los kulaks, antes que los teóricos saquen las conclusiones generales y que los hombres políticos las traduzcan al lenguaje de las directrices, el partido, gracias a sus numerosas ramificaciones, debe sentir el hecho y hacer sonar la alarma. Pero para eso hace falta que su masa entera sea de una sensibilidad extrema y sobre todo que no tenga miedo de mirar, de comprender ni de hablar.”

Marx comprendió desde muy temprano esta actividad crítica que mantuvo a lo largo de toda su vida. En su famosa carta a Ruge de septiembre de 1843, decía, “es precisamente una ventaja de la nueva tendencia la de no anticipar dogmáticamente el mundo, sino que sólo queremos encontrar el nuevo mundo a través de la crítica del viejo. Hasta el momento, los filósofos han tenido la solución de todos los enigmas guardada en sus escritorios, y al estúpido mundo exotérico sólo le bastaba abrir su boca para que cayeran en ella las palomas asadas del conocimiento absoluto. Hoy la filosofía se ha secularizado, y la prueba más contundente es que la misma conciencia filosófica ha sido arrastrada al tormento de la lucha, no sólo externa sino también internamente. Pero, si construir el futuro y asentar todo definitivamente no es nuestro asunto, es más claro aun lo que, al presente, debemos llevar a cabo: me refiero a la crítica despiadada de todo lo existente, despiadada tanto en el sentido de no temer las consecuencias de la misma y de no temerle al conflicto con aquellos que detentan el poder”. Arrasar con las verdades aprendidas, con el mito de la eficiencia traspuesto a la actividad política, con lo gravitante que aún es la ideología de la clase dominante -que nos cruza totalmente-, sólo puede ser producto de un duro esfuerzo de crítica colectiva. La apertura de espacios de debate público es una importante variable a la hora de jugarnos la posibilidad de quedar estancados en el pantano del dogmatismo y de la pura maniobrabilidad política. La arena pública de los trabajadores debe operar como el espacio de reunión de múltiples tentáculos necesarios para una correcta dirección revolucionaria. Sólo la crítica nos puede salvar de ser vagón de cola del reformismo o de la burguesía, del no ser capaces de levantar la cabeza y mirar más allá de lo evidente, sólo la crítica nos permitirá obtener un horizonte de comprensión y acción realmente comunista y libertario. Porque la pasión destructora es también pasión creadora, no hay que temer al debate y a la lucha de ideas.

Notas:

(1) En el mismo texto, Trotsky dice, en torno a la maniobra “es preciso comprender claramente el valor, auxiliar, subordinado de las maniobras, que deben ser utilizadas estrictamente como medio, en relación con los métodos fundamentales de la lucha revolucionaria. Es preciso comprender de una vez, y para siempre, que una maniobra no puede decidir jamás una gran causa. Si las combinaciones parecen resolver alguna cosa ventajosamente en los pequeños asuntos, es siempre en detrimento de las obras importantes. Una maniobra justa no hace más que facilitar la solución permitiendo ganar tiempo o esperar mayores resultados gastando menos fuerzas. No es posible esquivar las dificultades fundamentales gracias a la maniobra.”

(2) Un ejemplo de esta doble conducta puede ser lo que pasó a mediados de este año, con el resurgimiento del movimiento estudiantil -secundario, básicamente- donde sectores como el atonomismo funcionaron como un dique contenedor del movimiento estudiantil y, por otro lado, PTR, actuó con un claro perfil putchista. Mientras que el Fel se mantuvo en el centro, sin política para el momento.

Vladimir Benoit.
Diciembre 2012.

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