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Respuesta a Adolfo Gilly

category américa del norte / méxico | la izquierda | debate author Thursday December 27, 2012 00:36author by Izquierda Revolucionaria Internacionalista Report this post to the editors

Respuesta de la Asamblea de la Facultad de Filosofia y Letras de la UNAM al historiador Adolfo Gilly con respecto al articulo aparecido en http://www.jornada.unam.mx/2012/12/05/politica/014a1pol
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Hemos leído su artículo “La provocación del primer día” con algo de indignación. Estamos en absoluto desacuerdo con usted y expondremos aquí nuestras razones. La idea que usted desliza en su artículo es que el enfrentamiento que se vivió en las afueras de San Lázaro el día primero de diciembre fue organizado y protagonizado por la Policía Federal, y asistido por unos cuantos actores secundarios: manifestantes pacíficos orillados por su sicología machista y maestros de la Coordinadora que estuvieron casualmente en el lugar y momento equivocados. Quienes mantuvieron un enfrentamiento que se prolongó por casi seis horas sin bajar de tono en casi ningún momento, habrían sido policías federales que desde semanas atrás habían poblado la Acampada Revolución con el único fin de montar una provocación esa mañana.

El objetivo, a decir de su artículo, no sería otro que el de sabotear al gobierno de la ciudad y a su supuesta empresa democrática que se presentaría, para usted, como la única oposición legítima al gobierno naciente de Enrique Peña Nieto. Nosotros estuvimos ahí esa mañana, y lo que vimos y vivimos no se parece casi nada a lo que a usted le contaron. Nosotros, y otros estudiantes organizados de la Facultad de Filosofía y Letras, planeamos durante toda la semana precedente las acciones de protesta que tomaríamos ese día y cómo, con qué estrategia y con qué sentido político las llevaríamos a cabo. Las discusiones fueron largas. Conocemos desde hace siete meses a todos los que participaron en ellas y no dudamos de su integridad moral; ni por asomo insinuaríamos que alguno de aquellos –quizás 50-­‐ compañeros es policía federal o trabaja para esa institución. Puedo asegurar que todos sabíamos con mucha certeza a qué íbamos y a qué riesgos nos enfrentábamos; no nos tomó por sorpresa la beligerancia de algunos compañeros porque simple y llanamente la compartíamos.

Así, cuando salimos de la Acampada Revolución, en marcha hacia San Lázaro, lo hicimos con miedo y con bastantes nervios, pero también con convicción y determinación. Sobre lo que pasó cuando llegamos hemos leído dos versiones contrapuestas. Una, de gente que estuvo ahí y que asegura que los granaderos comenzaron las agresiones, lanzándole gas a una manifestación pacífica, y la de usted, que dice que los manifestantes que venían de la Acampada, cuando llegaron, comenzaron a golpear las vallas y a derribar alguna y que eso suscitó el enfrentamiento.

No queremos discutir aquí sobre quién y cuándo comenzó la agresión. Ese es un dilema periodístico superficial, que no sirve para explicar sino para señalar “culpables”; quien lo plantea, no comprende que los acontecimientos se insertan en duraciones más largas y en coyunturas precisas. Usted invocó la memoria de Alexis, asesinado por el actual presidente, con latas de gas iguales a las que tiraron esa mañana e hirieron a Kuy. Pues bien, ese crimen y la ignominia con la que lo rodeó el estado, están inscritos en nuestro memorial de agravios, que es el de los estudiantes organizados desde hace décadas, lo llevamos en la memoria y en el corazón y nos hace hervir la sangre. No es patrimonio exclusivo de Trini y de América; la rememoración, la defensa de su causa y de su dignidad, la hemos asumido todos nosotros.

Es usted un gran historiador y sabe mejor que nosotros que quien disparó primero no fueron ni los jóvenes ni los policías que se hallaban en dos lados distintos de una valla; quien disparó primero fue el estado, y su objetivo no era replegarnos ni provocarnos, sino matarnos y mutilarnos. Los jóvenes que acudimos a esa cita de madrugada, con esa determinación clara en nuestras mentes, veníamos de un proceso de lucha intensísima de siete meses. Muchos fuimos, otros siguen siendo, activistas del movimiento Yo Soy 132, y vivimos y aguantamos asambleas de 10 horas –quizás como las que usted conoció en Bolivia, con los mineros-­‐ y algunas de varios días, marchas, brigadeos, mítines, etc. Para algunos de nosotros casi nada nuevo, para la mayoría, que andan por los 20 años de edad, se trataba de una experiencia inédita. Pero para casi todos, una esperanza y unas expectativas muy grandes al principio, porque pensamos que la alianza con las universidades privadas nos podía llevar muy lejos.

2. En los últimos meses las expectativas revolucionarias se convirtieron en hartazgo e incluso en rabia. Porque las acciones que no beneficiaran directa o indirectamente a la Coalición Progresista eran rechazadas o marginadas, porque toda crítica a la izquierda institucional era considerada una afrente a la unidad del movimiento, porque todo lo que se acordaba iba a tono con las necesidades del GDF y porque las alianzas con otros sectores sociales siempre fueron meramente simbólicas o estuvieron condicionadas por los compromisos corporativos de cada quien. Los intereses partidistas de algunos de los miembros más influyentes del movimiento, aunados al comprensible pacifismo de las asambleas de los colegios privados, se conjugaron para que todo lo que hiciera el movimiento, después del 2 de julio, fuera marchar, marchar y marchar, siempre cuidándose de no poner en problemas al sacrosanto gobierno de la Ciudad de México.

Al final, era obvio que el aislamiento en el que había caído el movimiento se debía a eso; si ya no sumaba a nadie, era porque el pueblo sabe, por experiencia, que quienes sólo marchan suelen no marchar a ningún lado. Así que la protesta del primero de diciembre debe leerse en esas coordenadas de los procesos largos y las coyunturas, y no caer en los señalamientos de lo inmediato. Fue consecuencia de esos factores: un sector grande del movimiento decidió que para romper con la soledad en la que había caído era necesario acabar con la lógica del compromiso con la izquierda burguesa. No sabemos si lo haya logrado, ni creemos que se pueda saber pronto, dado el terror sembrado en las organizaciones sociales por la represión que el GDF amenaza con seguir ejerciendo. Lo que sabemos es que en el relato de usted, faltan actores, o más bien, confunde a protagonistas con secundarios. Porque en estos siete meses, no recordamos haber sentido mayor cercanía con los sectores sociales no estudiantiles que la que sentimos esa mañana.

A usted no le contaron de las maestras que salieron de su contingente a socorrer, con vinagre y Coca-­‐cola, a los jóvenes que volvían una y otra vez del escenario de la trifulca con la cara y el cuerpo llenos de químicos; lo mismo hay que decir de las señoras, vecinas del barrio, que salieron de sus casas a ayudar en lo que podían a los jóvenes de la primera línea. Tampoco le contaron a usted que cada vez que la camioneta de la CNTE que llevaba el altavoz llamaba a la retirada, los maestros respondían que no, que se quedaban porque no dejarían solos a los jóvenes. En algún momento, una de aquellas maestras tomó el megáfono –ese momento quedó registrado en un video-­‐ y llamó a sus compañeros a apoyar a los jóvenes en esa lucha porque solos no podrían; para entonces, había ya decenas de maestros batiéndose en la primera línea, eso tampoco se lo contaron a usted. Pero no fueron esas las únicas muestras de solidaridad. Ahora sabemos que los estudiantes del ITAM y de la Ibero, que llegaron por el lado del metro Moctezuma, decidieron cambiar su actitud respecto a la que habían tenido durante los meses anteriores. Ahora, en lugar de llamar provocador y porro a quien golpeaba las vallas, como habían hecho la noche en que el Tribunal Electoral dictó su sentencia, decidieron quedarse hasta el final sin señalar a nadie, manteniendo el axioma de que todas las formas de lucha son legítimas.

No intervinieron, pero se quedaron del lado del que sus convicciones les dictaban, y no de ese al que llamaba, otra vez, la conveniencia política partidista. Nuestros respetos y saludos para ellos. Nosotros no identificamos a ningún infiltrado, ni vimos, por más que algunos de nosotros se asomaron cuando se podía por las rendijas de las vallas, a ningún miembro de la Acampada. Pero no dudamos que hubo infiltrados, como los hay en cualquier marcha pacífica y en cualquier asamblea; si esperáramos a que no hubiera un solo infiltrado para hacer lo que consideramos que debemos hacer, no lo haríamos nunca. No sabemos hasta qué punto los infiltrados incidieron en lo que pasó ese día, en cada momento y en cada decisión, porque los hechos –usted lo sabe muy bien-­‐ se presentan en esas situaciones con demasiada rapidez y en medio de gran confusión.

Desconfiamos de cualquier relato presencial que asegure haberse percatado de esos detalles. Lo que sabemos es que teníamos claro a qué íbamos y por qué lo hacíamos. También sabemos que no somos policías federales, sino estudiantes y académicos que llevamos muchos años leyendo a Marx y a Bakunin, a Lenin y a Trotsky; pero también, profesor Gilly, leemos a Benjamin, a Thompson y a Guha. Y no entendemos por qué, cuando son aymaras bolivianos se llama revolución, cuando son musulmanes se llama primavera, y cuando somos nosotros se llama provocación

3. Sabemos que si no hubiera sido por la actitud y el apoyo que muchísima gente de las clases subalternas brindó esa mañana, no hubiésemos resistido casi seis horas de gas lacrimógeno y balas de goma. Una última cosa. Para muchos, entre ellos Marcelo Ebrard y Miguel Ángel Mancera, lo mejor hubiera sido que acompañáramos a López Obrador en el Ángel de la Independencia, e inauguráramos con él otros seis años de la oposición más estéril y más sumisa. Que volviésemos a regalar flores a los violadores de Atenco; que nos plegáramos otra vez a los tiempos jurídicos y corporativos de los Esparza y de quienes golpearon y desalojaron a los opositores de la Supervía. Para nosotros esta ciudad no es democrática porque no consideramos que democracia sea elegir el color del bastón que nos aporrea. Tampoco nos interesa el derecho a elegir la mano que privatizará nuestros servicios públicos.

El primero de diciembre enviamos un mensaje: pusimos en evidencia la naturaleza represora del estado a la vez que dejamos claro que no es infranqueable, que la organización del pueblo puede ponerlo en aprietos. Lo que se inauguró esa mañana en la batalla de San Lázaro, fue la independencia del movimiento, independencia de partidos y corporaciones que no habían hecho sino frenarlo y condenarlo al aislamiento y la soledad. Hace seis años, AMLO evitó la “violencia” que se hubiese desatado de no haber frenado la ira colectiva con un plantón; 100 mil muertos y 25 mil desaparecidos fue el precio que pagamos por no haber evitado la imposición presidencial de Felipe Calderón. Para cerrar, permítanos citarlo a usted, profesor Gilly: “Hay un tiempo para la esperanza y hay un tiempo para la ira. Éste es el tiempo de la ira. Después de la ira viene la esperanza.”

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