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La Particularidad del Anarquismo en Argentina

category argentina/uruguay/paraguay | historia del anarquismo | opinión / análisis author Monday August 27, 2012 03:21author by Yaacov Oved - Universidad de Tel Avivauthor email guillen.facundo at gmail dot com Report this post to the editors

Traducción hecha por el CEL

Traducción sobre la particularidad del anarquismo en Argentina hecha por el Centro de Estudios Libertarios (CEL)
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El anarquismo es una ideología que ha mostrado tener una habilidad de supervivencia destacable; ha existido por alrededor de 200 años, desde el momento en el que William Godwin presentó por primera vez sus ideas a fines del siglo XVIII. Los principales focos del anarquismo en la historia moderna estuvieron en Italia, lugar de aparición del primer movimiento anarquista bajo la dirección de Mikhail Bakunin, y España y Francia, en donde, desde la dećada de 1880 hasta los años ’30, fue capaz de reunir a un importante número de adherentes. En América del Norte y del Sur se afianzó en los Estados Unidos y Argentina, y tuvo un apoyo más limitado en Brasil, Uruguay, Cuba y México.

Como movimiento activo, con publicaciones e instituciones propias, el anarquismo existió en Argentina de forma ininterrumpida por casi cincuenta años entre 1880 y 1930. Sin embargo, un estudio de las razones de la supervivencia de este movimiento, cuyo componente ideológico es una de sus aristas más importantes, se encontrará con grandes dificultades para explicar su permanencia en el tiempo en Argentina si se basa únicamente en su fuerza ideológica. La explicación, de hecho, se encuentra en una serie de factores: el masivo flujo de inmigrantes europeos (muchos de los cuales tenían un pasado en el anarquismo); la agitación social que asediaba a Argentina en el cambio de siglo; el desarrollo interno del anarquismo, que provocó el fortalecimiento de la tendencia pro-organizativa que apoyaba la militancia en las organizaciones obreras; la formación de un comprometido grupo de militantes anarquistas que inspiró confianza entre los trabajadores inmigrantes que poblaba las grandes ciudades; la posición políticamente marginal de la clase obrera que había surgido de las olas de migración y que no había conseguido ingresar a las organizaciones políticas; la libertad de expresión tanto oral como escrita, y la libertad de organización de todo tipo de grupos anarquistas[2]. Debe tenerse en cuenta que la razón del éxito del anarquismo no puede ser hallada en ninguno de estos factores por sí mismos ni en la suma de ellos siquiera, sino más bien en su inscripción única en el proceso histórico. Cada uno de estos factores tuvo un rol y un efecto en relación a su lugar en el curso histórico, mucho más allá de su contenido específico. De allí que comenzar con un breve repaso de los hitos de su desarrollo y caída sea la forma más adecuada de proceder si lo que se pretende es comprender la particularidad del anarquismo argentino y cómo éste se arraigó en la clase obrera local.

El anarquismo argentino fue, desde sus comienzos (desde la década de 1880 y hasta los ’30), un movimiento predominantemente obrero, basado en el prolteriado urbano. Los primeros anarquistas en Argentina eran inmigrantes italianos y españoles, con experiencia en actividades anarquistas en sus países de origen. Algunos de ellos habían huído de la persecución policial y, al momento de su llegada al país de asilo, gozaron de una completa libertad de acción, aunque tuvieron una limitada capacidad de influencia[3]. Fue el activismo de Errico Malatesta, un referente del anarquismo mundial de posturas anarco-comunistas que vivió en el país entre 1885 y 1889, las que le dieron mayor vida al anarquismo en Argentina. Durante su estadía, ayudó a acercar a pesar de las diferencias a los diferentes círculos comunistas anárquicos: por un lado, a quienes se oponían a relacionarse con las organizaciones sindicales y, por el otro, a los que estaban a favor de militar en el seno de los sindicatos. Esta relación entre las diferentes tendencias colapsó cuando Malatesta abandonó la Argentina[4].

Las organizaciones obreras fueron fundadas, principalmente por socialistas, desde principios de la década de 1890. Cerca del cambio de siglo, los anarquistas volvieron a acercarse a los sindicatos y estalló entonces un debate entre dos tendencias de la ideología anarquista: la de quienes estaban a favor de la militancia dentro de los sindicatos contra la de los “puristas”, que se oponían a ella. La primera concebía a las organizaciones obreras como un arma natural para la lucha social. Los anti-organizadores, por otro lado, sostenían que dentro de los sindicatos los anarquistas dejarían su impronta revolucionaria por estar involucrados en la actividad reformista. La influencia de los pro-organización creció con la publicación del periódico La Protesta Humana en 1897[5].

La tendencia pro-organización ganó gran fuerza en 1898 con la llegada a la Argentina del doctor Pietro Gori. Gori era un anarquista italiano de renombre internacional, un ilustre agitador de la causa anarquista y un poeta, abogado y criminólogo. Fomentó la participación anarquista en la naciente federación de trabajadores y jugó un importante papel en la fundación de una federación de tendencia pro-organizativa[6].

El fortalecimiento de la corriente pro-organizativa dentro del movimiento anarquista también se debió en gran parte a la influencia de Pellicer Paraire, un pintor español que militó en la primera Internacional y que había migrado a Argentina en 1891. En 1900, Paraire publicó una serie de artículos acerca de la “Organización Sindical” en La Protesta Humana, en los cuales propuso los principios básicos para una federación de trabajadores. Puso sobre el tapete la necesidad de una estructura organizacional dual e interrelacionada, con un brazo económico y sindical expresado en la federación de trabajadores, y con otro específicamente revolucionario y anarquista[7].

Estos documentos serían más tarde la guía de los documentos y prácticas fundacionales de la Federación Obrera Argentina (FOA), formada en 1901 en un intento unitario junto a los socialistas. En el curso de su primer año de vida, la FOA se dividió y los sindicatos socialistas la abandonaron. El grupo que permaneció dentro de la federación reunía a 8000 activistas, mientras que el grupo que se separó contaba con alrededor de 2000, dejando de este modo a los anarquistas como corriente hegemónica de los sindicatos, hegemonía que se mantendría por los diez años siguientes[8].

La primera década del siglo XX tuvo una importancia singular en el proceso de formación de la clase trabajadora argentina. La política del movimiento obrero en esos diez años estuvo marcada por el crecimiento del anarquismo, definido, particularmente en la FOA, como anarco-comunista. Desde sus inicios, la FOA se organizó por fuera de todo marco legal; impulsó paros, boicots, sabotajes y huelgas generales. Para las anarquistas, esta última tenía un carácter insurreccional y era considerada como un instrumento para la lucha por la abolición del Estado y la formación de una nueva sociedad.

La primera huelga general en Argentina ocurrió en 1902, y fue testigo del despliegue total de las fuerzas del Estado contra los trabajadores, a través de la represión abierta y las deportaciones. El deterioro de las relaciones laborales condujo a las autoridades a legislar la “Ley de Residencia” en 1902. Esta ley fue usada en contra de presuntos referentes anarquistas y llevó a la expulsión de cientos de militantes anarquistas y trabajadores extranjeros de la Argentina. A partir de ese momento comenzó un crecimiento en la lucha social entre los anarquistas, con fuerte arraigo en los sindicatos de la FOA, y las autoridades[9].

Esta tensión gatilló la radicalización, que culminó con la incorporación de la ideología anarco-comunista como parte de la plataforma federativa del quinto congreso de la FORA (la antigua FOA). Entre las resoluciones, puede leerse: “El V Congreso de la F. O. R. A. […] declara: que aprueba y recomienda a todos los adherentes la propaganda e ilustración más amplia en el sentido de inculcar a los obreros los principios económicos filosóficos del comunismo anárquico. Esta educación impidiendo que se detenga en la conquista de las ocho horas, les llevará a su completa emancipación y por consiguiente, a la evolución social que se persigue”[10]. Esta declaración fue adoptada como política básica por muchos años, y el movimiento, orientado como estaba hacia las finalidades anarquistas, rechazó cualquier otra concepción de sindicalismo.

A 1905 le siguió un periodo de conflictos sociales con olas de huelgas consecutivas impulsadas por los anarquistas. En 1906, un grupo sindicalista se separa del Partido Socialista, convirtiéndose en un sector independiente dentro de los sindicatos y que comienza a disputar la hegemonía a los anarquistas, promoviendo la confluencia con todos los sindicatos anarquistas. Los militantes anarquistas se opusieron a esta corriente y rechazaron todos los intentos de re-acercamiento, a la vez que intentaban mantener la identidad anarquista del movimiento[11].

El primero de Mayo de 1909, la policía abrió fuego en contra de los participantes de una manifestación organizada por la FORA, resultando en la muerte de muchísimos de ellos. El Coronel Ramón Falcón, Jefe de la Policía, fue responsabilizado por la masacre. El 13 de Noviembre, un joven anarquista judío, Simón Radowitzky, lanzó una bomba al auto de Falcón, asesinándolo en el acto a él y a su secretario. Luego de esta acción, se abrió un periodo de represión sin precedentes, en el cual se arrestó a miles de militantes, muchos de los cuales fueron enviados a prisión; se deportó a los extranjeros y se declaró la ley marcial, que duró en vigencia hasta Enero de 1910[12]. Ese año se celebraría el centenario de la independencia argentina, y las autoridades hacían todos lo posible para garantizar que las festividades se desarrollaran en un ambiente de calma. En Febrero, se levantó el estado de sitio y se reanudó la actividad de los anarquistas.

1910 sería un año clave para los anarquistas; y los hechos que en él acontecieron, un antes y un después en la influencia del movimiento anarquista. La dirección de la FORA organizó marchas y actos de protesta en contra de la “Ley de Residencia” y la política represiva; sin embargo, a pesar de estas visibles manifestaciones, el proletariado no mostró una actitud particularente militante en la lucha social. Por ello, la dirección de la FORA se mostró dubitativa, y hubo incluso aquellos que decían que “debe asumirse que no es posible la victoria en esta confrontación”[13].

Fue la CORA (Confederación Obrera Regional Argentina), de orientación sindicalista, la que llamó entonces a la confrontación directa, para ganarle la mano en la competencia por la influencia en los sindicatos. Por iniciativa de la CORA fue convocada una huelga general para el 18 de Mayo, convocatoria que la FORA no tuvo más remedio que imitar. El prematuro anuncio de la huelga general propuesta dio aire a las autoridades para organizarse[14], solo que esta vez no solo se le había confiado a la policía el endurecimiento de las medidas represivas, sino que esta vez también se le dio permiso a nuevas fuerzas –grupos de las llamadas “juventudes nacionalistas” –para que atacaran los “puntos de agitación”. Estos grupos realizaron ataques contra las oficinas y locales obreros, así como contra algunos barrios obreros y judíos. Este tipo de “terror blanco”, junto a la vuelta en vigencia del estado de sitio, los arrestos masivos y la deportación de presuntos agitadores, triunfó en su objetivo de sofocar la huelga[15].

Estos actos de represión se sumaron a la legislación de la “Ley de Defensa Social”, que negaba el reingreso al país de sospechosos de ser anarquistas y prohibía la asociación de grupos anarquistas, amenazando a los agitadores de huelgas con duras penas y otras restricciones. Las medidas represivas de este tipo sorprendieron y asestaron un duro golpe a las actividades de los anarquistas[16]. El historiador y editor anarquista Diego Abad de Santillán escribiría más tarde: “De este modo, en una ola de prisión, terror y deportaciones masivas y una avalancha de incendios en las imprentas anarquistas se terminó lo que podríamos llamar el anarquismo heroico en Argentina […] Se comprendía que se había llegado al fin de camino y que un importante capítulo de la historia social comenzaba a cerrarse”[17].

Es claro que, a fines de 1910, el anarquismo había comenzado a mostrar claros signos de fatiga. La represión política, sumada a los duros obstáculos a la organización, una progresiva recesión económica, y el flujo continuo de migraciones se habían combinado para poner freno al crecimiento del movimiento. Luego de 1910, la federación sindicalista CORA, que reinvidicada el arbitraje y la negociación a expensas de la acción directa, ganaba nuevos adherentes. De acuerdo a la teoría sindicalista, esta federación luchaba por la unificación total, y sentía que una FORA debilitada como la de ese entonces respondería a ese llamado[18]. Así, en 1914, la CORA propuso a la FORA la fusión de ambas centrales, basándose en las resoluciones congresales de la FORA. En ese sentido, se reunió ese año un congreso de la CORA que decidió la disolución de la central y sugirió a todos sus sindicatos que se unieran a la FORA. Fue bajo estas circunstancias que la dirigencia de la FORA finalmente tomó la iniciativa y llamó a un congreso de unificación.

En Abril de 1915, la FORA llevó a cabo su 9° congreso, y los sindicalistas, habiendo disuelto su federación, ingresaron en masa a la FORA. En el curso del congreso, los sindicalistas se hicieron de la conducción y, antes de que la vieja guardia forista pudiera darse cuenta, eliminaron el acuerdo de anarco-comunismo que había sido aprobado en 1905. Después del congreso, los anarquistas, ahora conscientes del importante cambio realizado, crearon una central anarquista disidente llamada “FORA del Quinto Congreso”. Los sindicalistas fueron dejados con la dirección de la “FORA del Noveno”, y su influencia comenzó a crecer. El motivo de la amalgamación política de anarquistas y sindicalistas en 1915 estuvo determinado por los cambios fundamentales en la estructura de la clase trabajadora, y también reflejó los efectos del proceso de naturalización, dado que los trabajadores nativos comenzaban a superar en número a los extranjeros[19].

El año 1919 marcó otro episodio en la confrontación entre las autoridades y los trabajadores. La “Semana Trágica”, nombre con el cual se volvió conocida, comenzó el 7 de Enero, cuando la policía lanzó un horrible ataque contra los obreros del taller metalúrgico Vasena, que habían estado en huelga por muchos días, resultando en la muerte de varios de ellos. Una huelga general fue convocada con el respaldo de anarquistas y sindicalistas para el 10 y 11 de Enero en respuesta a este derramamiento de sangre. La ola de huelgas se calmó pronto, pero la represión recrudeció. La policía, el ejército y grupos de civiles de derecha lanzaron nuevamente un pogromo hacia los barrios obreros. Lo peculiar de esto es que no estuvo dirigido en contra de los huelguistas, sino en contra de la comunidad ruso-judía que vivía en Villa Crespo, zona central de la ciudad de Buenos Aires. De acuerdo a la prensa socialista, la “Semana Trágica” dejó como saldo 700 muertos y 4000 heridos. El gobierno y los medios conservadores denunciaron las huelgas de principios de 1919 como provocadas por agitadores foráneos, prueba de la generalizada sensación de aprehensión que había causado la gigantesca demostración de fuerza de los anarquistas[20].

Luego de la “Semana Trágica”, el declive del anarquismo siguió su curso. Los anarquistas tuvieron una participación marginal en los eventos de mediados de 1919 y fueron incapaces de aprovechar la expansión continua del sindicalismo hasta fines de 1920. A partir de ese momento, el movimiento subsistió más que nada como grupos de individuos con escasa influencia en los sindicatos. Hubo una excepción, sin embargo: en la Patagonia, en 1920, los anarquistas lideraron una revuelta de trabajadores de la agricultura. El ejército no tardó en intervenir, desatando una terrible campaña militar que envió a 1500 dirigentes sindicales y obreros a los pelotones de fusilamiento. La historia completa se hizo conocida en Buenos Aires mucho tiempo más tarde, producto de lo remoto de la región y la poca comunicación. El ejército se encontraba bajo el mando del Coronel Héctor Varela. Cuando los detalles de los métodos de Varela se hicieron conocidos, la prensa anarquista lanzó una campaña en contra del “asesino de la Patagonia”, que culminó con el ajusticiamiento de Varela a manos del anarquista tolstoiano Kurt Wilkens[21].

Desde 1922, el movimiento anarquista sufrió un lento descenso hacia la marginalidad. Este declive estuvo signado por divisiones, bandolerismo y terrorismo, representados perfectamente en el episodio de Severino di Giovanni. Finalmente, los conflictos internos y la persecución llevaron al movimiento a su desaparición, justo antes del golpe de Uriburu en 1930[22].

Algunos comentarios sobre la contribución del anarquismo argentino

El anarquismo en Argentina fue un fenómeno único. Creó una conjunción de organización sindicalista e ideología anarco-comunista que fue completamente diferente de cualquier cosa que hubiera podido ser aceptada por los movimientos anarquistas existentes hasta el momento. Dicha conjunción estuvo caracterizada por la integración de teorías importadas desde Europa con la experiencia práctica argentina. Desde un punto de vista ideológico y organizativo, el movimiento anarquista podría haber sido visto como sincrético, y fue justamente este hecho el que permitió la coexistencia de elementos locales y europeos en su seno. Este sincretismo fue ampliado durante la primera década del siglo XX, cuando la mayoría de las fuerzas de las actividades del movimiento estaban dirigidas a los sindicatos, a la vez que los grupos anarquistas más radicales coexistían de forma independiente. Estos grupos mantuvieron periódicos y publicaciones, organizaron asambleas y encuentros, y se dedicaron a la educación y a las actividades de propaganda. La coexistencia de grupos ideológicos actuó como catalizador del radicalismo heredado por los anarquistas que militaban en los sindicatos.

El anarquismo fue un factor clave en el desarrollo de la consciencia de clase del proletariado argentino durante sus años de formación, tuvo un importante rol en la creación de las federaciones obreras, promovió la agitación entre los trabajadores durante las olas de huelga e introdujo la huelga general como una herramienta para la lucha.

Los militantes anarquistas de fines del siglo XIX y principios de siglo XX comprendieron correctamente la particularidad de la relación entre la vanguardia ideológica y la heterogénea clase obrera en la que ésta estaba inserta, y en función de ello adaptaron su dirigencia para cumplir con las exigencias del proletariado urbano que se constituyó en su “público objetivo”[23]. En medio del contexto histórico de principios del siglo XX, las respuestas que los anarquistas entregaron a las situaciones que surgieron para la clase trabajadora tuvieron resultados positivos en amplios sectores de la población. La propaganda anarquista consiguió mejores resultados que la de los socialistas por ser más sencilla y directa, y porque no buscaba obtener su apoyo para un partido político; estaba orientada a la mentalidad de las masas obreras argentinas, desprovistas por la oligarquía gobernante del derecho político elemental de participación en las elecciones. Los bloqueados conductos políticos de representación empujaron a los inmigrantes a buscar formas de organización similares. Estas organizaciones actuaron como sustitutos de partidos políticos y compensaron a los trabajadores por su frustración ante la falta de movilidad en la esfera política. El hecho de que la mayoría de los inmigrantes hayan ido a la Argentina con el único objetivo de encontrar seguridad económica y, por lo tanto, que no la concibieran su país o patria, facilitó en gran medida la tarea de los propagandistas del anarquismo de atraerlos a sus ideas. Los anarquistas explotaron la soledad cultural de los inmigrantes, así como las profundas desigualdades que existían en la sociedad argentina[24].

La dirigencia anarquista le dio gran importancia a las actividades culturales y de propaganda. Esto resultó en una gran cantidad de publicaciones propagandísticas y literarias; en 1910, Argentina era el único país del mundo que contaba con dos diarios anarquistas. A comienzos del siglo, Buenos Aires en Argentina y Pateron en los Estados Unidos eran los dos centros más importantes de publicación de literatura anarquista. Argentina constituyó el más grande mercado de literature anarquista en español, que debidamente se convirtió en la principal fuente de educación popular en cultura europea. Luego de la llegada a Argentina de activistas judíos que habían huido de los progromes de Kishinev en la Rusia de 1908, se unieron a la literatura anarquista en español las publicaciones en yiddish. Extrañamente, dichas publicaciones vivieron más que el movimiento anarquista en general, perdurando hasta la década de 1940[25].

Desde principios de siglo se sintió la influencia de los anarquistas en los círculos bohemios, particularmente entre dramaturgos, poetas y editores. Diego Abad de Santillán señalaba, en retrospectiva:

“No hay país donde el anarquismo haya tenido tanta influencia en la literatura como en la Argentina, si exceptuamos un cierto período en Francia [...] Se puede decir que la gran mayoría de los jóvenes escritores en la Argentina se han ensayado desde 1900 [...] como simpatizantes del anarquismo, como colaboradores de la prensa anarquista y algunos como militantes”[26]

Aunque esto nos parezca de alguna manera exagerado, sí es un medidor de la fuerza de la influencia anarquista en los jóvenes círculos bohemios del Buenos Aires de principios de siglo. Uno de los más destacables intelectuales que estuvo activo en los círculos anarquistas de entonces fue el dramaturgo y poeta Alberto Ghiraldo. Se acercó en primera instancia a los jóvenes que formaron el círculo de Rubén Darío a fines del siglo XIX, y se unió a los círculos anarquistas en 1900, cuando asumió la edición de las revistas literarias anarquistas. Martín Fierro y El Sol; desde 1904 fue editor de La Protesta. Otro ejemplo es el uruguayo Florencio Sánchez, un importante dramaturgo en los primeros años del siglo XX que escribió M’hijo el dotor, una obra que era expresión viva de la vida de las capas más bajas de la sociedad bonaerense. También estaba Félix Basterra, escritor de El crepúsculo de los gauchos, así como Armando Discépolo, González Pacheco, José de Maturana y Alejandro Sux. Debe tenerse en cuenta que tenían dos lealtades: por un lado, a los círculos anarquistas en cuyas publicaciones escribían y en cuyos encuentros sociales eran presentadas sus obras y poesías, mientras que, por otro, cuidaban con esmero sus relaciones con el mundo literario del exterior en el cual sus trabajos eran publicados y que constituía tanto su mercado como su fuente de críticas literarias, que determinaba su estátus. Al mismo tiempo, sin embargo, esta doble lealtad abrió brechas entre los intelectuales y los activistas del anarquismo, y creó tensiones entre ambos grupos. La mayoría de los activistas eran autodidactas que se habían educado mientras trabajaban (por lo que podrían ser calificados de “semi-intelectuales”), educación que luego aplicaron a sus trabajos en la escritura en periódicos y propaganda. Las tensiones se mantuvieron a lo largo de este periodo y culminaron con el abandono de la mayoría de los intelectuales bohemios de las filas anarquistas por la segunda década del siglo XX[27].

Después de todo, en comparación con otras partes del mundo, el movimiento anarquista argentina fue bastante moderado. La inicial tradición intelectual del movimiento pronto desapareció. Al final, el principal atributo del anarquismo argentino fue su carácter popular, como sostenia Abad de Santillán en 1938:

“Los propagandistas de la Argentina, ya sea por su carácter de extranjeros en su mayor número y por lo tanto inestables, bien por el exceso de actividad o por las modalidades de lucha y de la propaganda, no alcanzan un nivel intelectual extraordinario [...] Se han divulgado ideas, no se han pensado, el movimiento argentino fue un vehículo excelente, pero no ha ofrecido al mundo mucho de original”.[28]

Podemos aceptar la afirmación de Santillán, pues la originalidad del anarquismo argentino no debiera ser vista en la esfera teórica, sino más bien en la combinación de teoría y práctica.

El anarquismo argentino tuvo un papel importante en los avances en la educación de los obreros, y esto dio lugar a la iniciativa de levantar escuelas racionalistas abiertas, que en sí mismas constituyeron una revolución en los métodos de enseñanza. Desde fines del siglo XIX, los anarquistas adoptaron la costumbre de levantar y fomentar escuelas alternativas (las llamadas “escuelas libres”), que luego serían conocidas como “escuelas racionalistas”. La iniciativa la tomaron primero los círculos anarco-comunistas que militaban dentro de los sindicatos, y luego fue adoptada por los anarquistas de la FORA[29].

Los grupos anarquistas crearon escuelas libres en los barrios obreros. Los activistas de la FORA apoyaron este movimiento y había cooperación entre los obreros de los sindicatos y los intelectuales. A pesar de sus modestos inicios, los grupos anarquistas persistieron con sus actividades, sin desanimarse por las dificultades y el hostigamiento del gobierno que tuvieron que enfrentar. La carga era pesada y, por ello, la mayoría de estas escuelas tuvo una corta vida; sin embargo, la huella que dejaron fue profunda. El establecimiento de escuelas libres o racionalistas continuó de manera ininterrumpida a lo largo de la primera década del siglo. Por su propuesta educativa alternativa, estas escuelas atrajeron a muchos intelectuales a los grupos anarquistas. No obstante, el gobierno veía con malos ojos a estas escuelas, que rechazaban los métodos pedagógicos conservadores oficiales, y, durante los momentos de tensión, los apuntó con dedo acusador como centros de agitación anarquista.

Las escuelas racionalistas para niños y adolescentes, las escuelas obreras, los grupos de discusión y los programas culturales se conviertieron en focos que alimentaron una contra-cultura popular, radical y proletaria que bregaba por englobar todas las esferas de la vida. El punto de partida era la ampliación de la educación y del desarrollo de una consciencia racionalista como medios para la creación de un hombre nuevo, de valores morales alternativos que lo prepararían para la construcción de una futura sociedad anarco-comunista cuando llegase el momento. Vale la pena notar que esta cultura contemplaba un lugar digno para las mujeres, varias de quienes ocuparon posiciones en la prensa e incluso en los sindicatos[30]. Dentro de los círculos anarquistas se formaron grupos feministas desde fines del siglo XIX. En 1896, las mujeres publicaron un periódico propio, La Voz de la Mujer, y en 1907 fundaron la liga anarco-feminista[31].

Además de la contribución directa que significó la contra-cultura proletaria, el fortalecimiento del anarquismo argentino a principios del siglo XX también actuó como un catalizador para los eventos en otras esferas. El miedo al anarquismo fue motivo suficiente para tomar fuertes metidas preventivas. A fines del siglo XIX, cuando el terrorismo anarquista se había extendido por Europa, aún no había afectado a Argentina; en esta última, comenzó en la primera década del siglo XX en respuesta a la brutalidad policial. Mencionamos anteriormente que la primera acción terrorista tuvo lugar en 1909, cuando Simón Radowitzky asesinó al jefe de la policía, el coronel Ramón Falcón, y la segunda, en 1921, cuando Kurt Wilkens ajustició al coronel Héctor Varela como venganza por el aplastamiento de la huelga en la Patagonia[32]. Aunque el terrorismo en sí mismo no constituía un problema real, el deterioramiento de los sistemas sociales y el fortalecimiento de los círculos radicales en el movimiento obrero fueron las causas de la preocupación de las autoridades.

Durante la primera década del siglo, la agitación social se había extendido tanto que las autoridades la veían como una amenaza social real. Fue bajo estas circunstancias que la élite dominante vio como insuficientes las medidas represivas tomadas por la policía y consideró que la solución era la legislación política. En un principio esto tomó la forma de leyes en contra de los extranjeros, ya que los políticos culpaban a la masiva inmigración, supuestamente infiltrada por agitadores, como la fuente del problema. Esto sirvió como justificación para la legislación de la “Ley de Residencia” en 1902 y la “Ley de Defensa Social” en 1910, que buscaron detener el ingreso de inmigrantes anarquistas y permitieron su deportación. Estas leyes fueron logradas a pesar de la oposición de los círculos liberales e instantáneamente fueron consideradas inconstitucionales. Estos círculos liberales lucharon tanto contra la implementación de las leyes como contra la deportación de anarquistas, que tuvo como resultado el hecho de que las leyes diseñadas para debilitar la influencia del anarquismo en Argentina sirvieran de hecho a su fortalecimiento. Es más, la deportación de activistas extranjeros estimuló el surgimiento de una nueva dirección local[33].

El desafío planteado por los anarquistas fue considerado lo suficientemente peligroso como para ayudar a acelerar la división dentro de la oligarquía que llevó a las reformas de 1912. El “peligro anarquista” presente entre los trabajadores e inmigrantes fue uno de los catalizadores de la promulgación de la Ley Sáenz Peña. Pero la nueva reforma electoral no le dio el derecho a voto a más de la mitad de la clase obrera industrial, que siguió estando excluida del proceso político, y la marginalidad política de los trabajadores foráneos permaneció como una fuente constante de conflicto en la sociedad argentina.

No podemos dejar de mencionar que el crecimiento del anarquismo en el curso de la primera década del siglo ayudó a moldear el tipo de nacionalismo que llevó a Ricardo Rojas a escribir en su libro La Restauración Nacionalista (1909): “El estado de anarquía que nos aqueja hoy […] se debe a la masiva inmigración”, agregando que la “corrupta anarquía cosmopolita comienza a expandirse a lo largo de todo el país”[34]. De la mano de estas líneas surgió la Liga Patriótica Argentina, como una herramienta en la lucha contra la influencia anarquista-cosmopolita. Debe señalarse que los primeros progromes que se realizaron en la Argentina en contra de los anarquistas, socialistas y judíos sucedieron en 1910, antes de que pudieran atribuirse al miedo al “Peligro Comunista Rojo”. La Liga Patriótica Argentina apareció como tal luego de los eventos de 1919. Sus reclutas eran los hijos de la oligarquía y la clase media-alta. La Liga se convirtió en un grupo de choque dirigido en contra de los sindicatos, los anarquistas y, por sobre todo, los inmigrantes, particularmente los judíos rusos, que eran acusados de bolcheviques. Publicó un manifiesto que establecía explícitamente su intención de tomar todas las medidas necesarias para asegurarse de que sus miembros se organizaran y coordinaran acciones en contra de los movimientos de carácter anarquista[35].

En conclusión, podemos decir que la particularidad del anarquismo argentino como un movimiento sincrético en el frente internacional, y su contribución tanto directa como indirecta a la sociedad argentina merecen un estudio exhaustivo. Sin embargo, podría parecer que, hasta ahora, la historiografía del anarquismo argentino está aún lejos de explotar todo su potencial, a pesar del hecho de que hayan sido publicadas decenas de libros y papers sobre el tema, desde los de historiadores como Diego Abad de Santillán hasta las autobiografías de militantes como Alberto Ghiraldo, Eduardo Gilimón y el sindicalista Sebastián Marotta. El historiador anarquista Max Nettlau contribuyó también de manera importante, dejando abundante material de archivo y un importante número de capítulos de sus libros y papers a la investigación. Además, el autor y periodista Osvaldo Bayer ha reducido la brecha entre la literatura y la investigación en sus libros sobre Severino di Giovanni y Los Vengadores de la Patagonia trágica.

Desde los ’60, con la tendencia en crecimiento hacia el estudio de la historia social inspirada por el historiador argentino Tulio Halperin Donghi y sus estudiantes, se han publicado muchos estudios importantes, aunque la mayoría de ellos sean solo parciales o compartan otros temas. Son dignos de mención los trabajos de José Luis Romero, Jorge Solomonoff, Hugo del Campo, Julio Godio y José Panettieri. La década de los ’80 fue testigo de la publicación de un gran números de libros de investigaciones objetivas, entre los cuales se cuentan los completos trabajos históricos de Eduardo Bilsky, Juan Suriano, Ricardo Falcón, Antonio López; el libro de la socióloga Dora Barrancos sobre “Anarquismo, educación y costumbres” y mi propia tesis doctoral, publicada bajo el título “El anarquismo y el movimiento obrero en la Argentina”, que trata únicamente el periodo de formación (de 1897 a 1905)[36].

Finalmente, debemos remarcar que existe una gran cantidad de documentos sobre la materia esperando a ser explotados, desde el movimiento obrero y el mundo espiritual de las clases trabajadoras, hasta el peso del movimiento en la formación de la consciencia argentina. Para los historiades, existe un vasto campo para explorar e investigar.

[1] Traducción realizada por Martín Alonso Álvarez Cruz, miembro del Centro de Estudios Libertarios, para el seminario “Orígenes del movimiento obrero en Argentina, 1880-1910” dictado por el Prof. Lucas Poy, Facultad de Filosofía y Letras, Univesidad de Buenos Aires, 2012. Versión original disponible en http://www.tau.ac.il/eial/VIII_1/oved.htm

[2] Eduardo Gilimón, Un anarquista en Buenos Aires, (Buenos Aires: Historia Popular, 1972), pp. 31-33; Julio Godio, El movimiento obrero y la cuestión nacional, (Buenos Aires: Erasmo, 1972), pp. 50-58; Iaacov Oved, “Influencia del anarquismo español sobre la formación del anarquismo argentino”, en Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe, vol. 2, n° 1 (1991), pp. 5-17

[3] Osvaldo Bayer, “La influencia de la inmigración italiana en el movimiento anarquista argentino”, en Los anarquistas expropiadores y otros ensayos, (Omnibus-Editorial Legasa), pp. 136-152.

[4] Dardo Cúneo, Juan B. Justo y las luchas sociales en Argentina, (Buenos Aires, 1956), pp. 61- 63; Iaacov Oved, El anarquismo y el movimiento obrero en Argentina, (México: Siglo XXI, 1978), pp. 36-46; Sebastián Marotta, El movimiento sindical argentino, (Buenos Aires: Lacio, 1960), tomo 1, p. 58; José Panettieri, Los trabajadores, (Buenos Aires, 1967), pp. 120-121.

[5] Oved, El anarquismo…, pp. 36-46; Gilimón, Un anarquista…, pp. 43-44; Godio, El movimiento…, pp. 108-113.

[6] F. López Arango y Diego Abad de Santillán, El anarquismo y el movimiento obrero argentino, (Barcelona, 1925), p. 13; Oved, El anarquismo…, pp. 88-93; Jacinto Oddone, Gremialismo proletario argentino, (Buenos Aires: La Vanguardia, 1949), pp. 23-25; Diego Abad de Santillán, El movimiento anarquista en la Argentina, (Buenos Aires, 1930), pp. 69-71; Panettieri, Los trabajadores, (Buenos Aires: José Alvarez-Los Argentinos, 1967), p. 123.

[7] Sobre los artículos publicados por Pellicer Paraire que defendían la participación de los anarquistas en los sindicatos, ver: Oved, El anarquismo…, pp. 148-160; La Protesta Humana, 17.10.1900; Eduardo Bilsky, La FORA y el movimiento obrero argentino, (Buenos Aires: Biblioteca Popular Argentina, 1985), pp. 19, 112, 115; Diego Abad de Santillán, La FORA – ideología y trayectoria, (Buenos Aires, 1971), pp. 52-55; Ronaldo Munck, Argentina from Anarchism to Peronism, (London: Zed Books, 1987), p. 49; Godio, El movimiento…, pp. 146-151.

[8] Marotta, El movimiento sindical argentino…, tomo 1, pp. 106-114; Oddone, Gremialismo proletario…, pp. 83-85; Bilsky, La FORA…, pp. 67-69; Oved, El anarquismo…, pp. 163-173, 184-185; Cúneo, Juan B. Justo…, pp. 259-260; Godio, El movimiento…, pp. 115-117; Jorge Solomonoff, Ideologías del movimiento obrero y conflicto social, (Buenos Aires, 1971), pp. 200-201.

[9] Oved, El anarquismo…, pp. 262-268, 268-282; C. Sánchez Viamonte, Biografía de una ley anti- Argentina, (Buenos Aires: Nuevas Ediciones Argentinas, 1956), p. 53; Enrique Dickman, Recuerdos de un militante socialista, (Buenos Aires, 1949), pp. 91-92; Oddone, Gremialismo proletario…, pp. 109-110; The Economist, 13.1.1903; The Times (Londres), 25.11.1902; Godio, El movimiento…, pp. 177-182; Oddone, Gremialismo proletario…, pp. 110-118.

[10] Oved, El anarquismo…, pp. 414-423; Godio, El movimiento…, pp. 213-215; Bilsky, La FORA…, pp. 121-122; Oddone, Gremialismo proletario…, pp. 173-175.

[11] Bilsky, La FORA…, p. 126; Oved, El anarquismo.,., pp. 403-409, 412-414; Godio, El movimiento…, pp. 197-202

[12] The Economist, 5.6.1909; 12.6.1909. En artículos publicados en Buenos Aires fue reportado que las declaraciones policiales mencionaban la confiscación de volantes impresos en hebreo (probablemente yiddish) que llamaban a la violencia y a la revuelta. Ver: La Prensa, 1.3.1909, 3.5.1909; Panettieri, Los trabajadores, pp. 143-146; Bilsky, La FORA…, pp. 29, 91, 151-153; Cúneo, Juan B. Justo…, pp. 307-311; Marotta, El movimiento… (2), pp. 25-35, 110-111; Dickman, Recuerdos…, pp. 155-178. Acerca de la victoria como resultado de la cooperación socialista-anarquista, ver: Godio, El movimiento…, p. 230; South American Journal, 12.6.1909; Gilimón, Un anarquista…, p.98; Diego Abad de Santillán, “Evocación del Primero de Mayo de 1909″, en Suplemento de La Protesta, 18.7.1927, pp. 162-166.

[13] Abad de Santillán, El movimiento…, pp. 111-116; Gilimón, Un anarquista…, p. 102; Bilsky, La FORA…, pp. 156-157; La Protesta, 20.1.1910; Abad de Santillán, La FORA…, pp. 196-199, 204-215; Dickman, Recuerdos…, p. 184; Marotta, El movimiento… (2), pp. 61-86; The Economist, 23.4.1910, 7.5.1910, 4.6.1910; Public Record Office (Londres), FO/CP/ (9837), AR, 1910.

[14] Marotta, El movimiento… (2), pp. 64-68; Abad de Santillán, La FORA…, pp. 189-195; Bilsky, La FORA, p. 157.

[15] The Times, 16.5.1910, 2.7.1910; Gilimón, Un anarquista…, p. 107; Marotta, El movimiento… (2), pp. 72-79; Abad de Santillán, La FORA…, p. 197; Bilsky, La FORA…, p. 158; Dickman, Recuerdos…, pp. 186-188; David Rock, Authoritarian Argentina, (California, 1993), pp. 59-60.

[16] The Economist, 30.7.1910; Panettieri, Los trabajadores, pp. 147-148; Marotta, El movimiento… (2), pp. 84-85; Gilimón, Un anarquista…, pp. 90-92.

[17] Abad de Santillán, El movimiento…, pp. 112, 184.

[18] La Protesta, 12.12.1911. Para revisar el trasfondo y los motives del declive del anarquismo y el ascenso del sindicalismo en el seno de los sindicatos, ver: Korzeniewicz, The Labour Movement, pp. 38-39.

[19] Abad de Santillán, La FORA…, pp. 203-237; Munck (con Ricardo Falcón y Bernardo Galitelli), Argentina from Anarchism to Peronism, p. 66; Marotta, El movimiento… (2), pp. 165-206; Edelman, Political Economy, p. 19; Bilsky, La FORA…, p. 159.

[20] David Rock, Politics in Argentina. 1890-1930. The Rise and Fall of Radicalism, (Cambridge University Press, 1975), pp. 157-179; Munck, Argentina…, pp. 85-89; Eduardo Bilsky, La Semana Trágica, (Buenos Aires: CEAL, 1984).

[21] Osvaldo Bayer, Los vengadores de la Patagonia trágica, (Buenos Aires: Galerna, 1972).

[22] Bayer, Los anarquistas expropiadores…, pp. 26-87; Antonio López, La FORA en el movimiento obrero, tomo 1, (Buenos Aires: CEAL), pp. 71-77.

[23] Eduardo Colombo, “Anarchism in Argentina and Uruguay”, en David Apter y James Joll, eds., Anarchism Today, (Macmillan, 1970), pp. 181-190; Jorge Solomonoff, Ideologías del movimiento obrero y conflicto social, (Editorial Proyección, 1971), pp. 192-203; Angel Capelleti, Hechos y figuras del anarquismo hispanoamericano, (Ediciones Madre Tierra, 1990), pp. 9-11.

[24] Oved, El anarquismo…, pp. 176-192; A. López, La FORA…, pp. 72-73.

[25] Eduardo Bilsky, “Etnicidad y clase obrera: la presencia judía en el movimiento obrero argentino”, en Estudios Migratorios Latinoamericanos, año 4, n° 11, 1989, pp. 27-47.

[26] Diego Abad de Santillán, “Bibliografia anarquista argentina”, en Timón, (Barcelona, septiembre 1938), p. 121.

[27] laacov Oved, “Cultura anarquista en la Argentina a principios del siglo XX”, en Latinoamérica, n° 17, (México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1985), pp. 157-163.

[28] Abad de Santillán, Timón, p. 182.

[29] Oved, Latinoamérica, pp. 130-138.

[30] Dora Barrancos, Anarquismo, educación y costumbres en la Argentina de principios de siglo, (Buenos Aires: Editorial Contrapunto, 1990).

[31] Oved, Latinoamérica, pp. 154-157; J. Rouco Buela, Historia de un ideal vivido por una mujer, (Buenos Aires: Reconstruir, 1990).

[32] Rock, Politics…, pp. 160-161.

[33] Oved, El anarquismo…, pp. 225-283; Sánchez Viamonte, Biografía…

[34] Ricardo Rojas, La Restauración Nacionalista, (Buenos Aires, 1971), pp. 136-137.

[35] Rock, Politics…, pp. 193-202, 211-213.

[36] Dora Barrancos, “Anarquismo e historiografía: un balance”, en Christian Ferrer, comp., El lenguaje libertario, (Montevideo: Nordan Comunidad, 1991), tomo 2, pp. 229-248.

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