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Crisis: resistencia y alternativas. Esbozo de una solución

category iberia | la izquierda | opinión / análisis author Sunday July 29, 2012 10:27author by José Luis Carretero Report this post to the editors

José Luis Carretero Miramar es profesor de Formación y Orientación Laboral, milita en el sindicato Solidaridad Obrera y es miembro del Instituto de Ciencias Económicas y de la Autogestión (ICEA).

Artículo publicado en la revista "Trasversales" número 24, otoño 2011
[Italiano]
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1.- La crisis

Que vivimos una enorme crisis civilizatoria es algo que ya nadie puede cuestionar. La gigantesca burbuja construida en torno al mercado inmobiliario se ha pinchado destruyendo todo en su implosión. El vacío en los balances del Gran Capital, que había apostado por la especulación y el crédito al ver obturado el crecimiento en la rentabilidad de las actividades productivas por el ensanchamiento de la contradicción básica entre el desarrollo de la capacidad y la limitación del consumo en una sociedad de clases, se ha intentado colmar con el empobrecimiento acelerado de las poblaciones.

Un empobrecimiento que toma la forma de unos planes de ajuste estructural enormemente regresivos que, a la imagen de los implementados en América Latina en los años 90, provocan una mayor contracción económica y una nueva bajada del consumo interno, impidiendo toda recuperación, pero posibilitando que la riqueza extraída sea utilizada para maquillar la “contabilidad creativa” de las entidades financieras.

Planes de ajuste que, en nuestro país, se han conformado como el sumatorio de toda una serie de medidas de una agresividad extrema contra la clase trabajadora: la reforma laboral más radical de las últimas décadas; una reforma de las pensiones que promete la miseria en la ancianidad para las generaciones más jóvenes; una reforma de la negociación colectiva que ha traspasado numerosas líneas rojas que, en lo referente a su encaje constitucional se suponían existentes; una reforma de la Carta Magna (considerada la intocable clave de bóveda del régimen nacido en la Transición) para blindar los intereses de los acreedores de la deuda externa española y la política de ajustes; y, además, todo un conjunto de modificaciones legislativas menores que, desde la reducción del salario de los funcionarios a la privatización de empresas públicas, están generando una quiebra sin precedentes de nuestro modelo social y la desaparición de nuestro, nunca desarrollado del todo, Estado del Bienestar.

Pero cuando el fragor de esta batalla es cada vez más audible, pese al silencio más que cómplice de los medios de comunicación de masas, se nos plantea una pregunta: ¿qué podemos hacer? Y, sobre todo: ¿qué es lo que queremos en lugar de toda esta zarabanda de nuevos sufrimientos y esta promesa de degradación de nuestra sociedad?

2.- La resistencia

Para construir una alternativa a todo este desbarajuste, para organizar la resistencia a este Gran Saqueo, a este proceso de acumulación primitiva del próximo modo de producción social que se nos impone, debemos tener en cuenta que nos encontramos ante ciertas exigencias de la realidad, ante necesidades históricas insoslayables.

Hemos de conseguir la unidad. Donde existían grupúsculos dispersos y capillitas y sectas en tensión cainita, debemos reconstruir los lazos y las redes, la “sociabilidad densa” y el trabajo en común, la confianza y el apoyo mutuo. La unidad de acción debe de asentarse sobre la tolerancia y el respeto, no sobre la imposición de una cualquiera de las tesis en conflicto. La unidad debe de expresarse en lo organizativo tanto como en lo cultural, en las palabras y los hechos, en la articulación de un discurso plural que parta de la existencia de una situación de urgencia y de un enemigo común, pero también de un acervo compartido de tradiciones y de prácticas.

Hay que levantar una Gran Alianza de una dimensión nueva y ambiciosa que una a todos los sectores atacados por la furia neoliberal: la clase trabajadora (por supuesto), tanto fija como precaria; las “zonas grises” del mercado laboral (pequeños autónomos, becarios, migrantes, etc.); así como todos los sectores de la clase media empresarial y profesional que van a ser dinamitados y proletarizados por la crisis y por los planes de ajuste introducidos. Debemos hacer conscientes a todos los sectores de que tienen que encarar, con toda urgencia, a un enemigo común: el Gran Capital transnacional y sus servidores domésticos, que han usurpado la soberanía nacional para empobrecerles.

Pero además (y debemos decirlo) una cosa ha de estar también clara (y le interesa a todos los sectores, aunque ellos mismos no lo crean, como iremos explicando a lo largo del texto): la hegemonía dentro de esa Alianza ha de pertenecer a la clase trabajadora. Vayamos matizando cosas. Decimos “hegemonía”, no “dictadura”. Cada cual ha de tener plena libertad para defender y explicar sus posiciones y todas las propuestas deben ser escuchadas y valoradas. Y, además, si hablamos de la “clase trabajadora” no nos referimos a ninguna supuesta “vanguardia”, más o menos autoproclamada, sino al conjunto de sus integrantes: las asambleas populares están para eso. Lo que queremos decir es que no sólo es justo que la mayoría social pueda hacerse escuchar por primera vez, sino que, además, sin el compromiso directo de dicha mayoría cualquier intento de cambio es un espejismo. Ya hablaremos de ciertas ilusiones socialdemócratas sobre la “racionalidad” del poder. Además, hay que indicar que la clase media sola no puede sobrevivir a lo que viene, ni siquiera mediante un ilusorio “fascismo paternalista de los tenderos” que se ha vuelto imposible ante la integración transnacional de los mercados operada en las últimas décadas. Ya sólo cabe el fascismo global de los Fondos de Inversión y las grandes corporaciones. No hay un “Duce” del “pequeño propietario” esperándonos tras la esquina. La próxima desilusión será Rajoy. Él sabe bien quien le manda.

Además, la situación impone poner en cuestión el régimen presente. No sólo el régimen de acumulación neoliberal, sino también el régimen político nacido con la Transición. Ellos mismos han marcado el territorio del enfrentamiento al dar rango constitucional a la exacción de la deuda. El keynesianismo (no hablemos del socialismo) ha sido declarado inconstitucional. Ya no tiene sentido discutir alternativas inexistentes (el uso de la Constitución para trascenderla) que han sido el inofensivo juguete conceptual de la izquierda parlamentaria desde hace tiempo. Se impone, con toda crudeza, la apertura de un nuevo proceso constituyente. Una modificación radical de las reglas del juego político que barra con la “partitocracia” ligada al sistema y abra nuevos espacios para la democracia en su sentido más profundo: democracia directa, régimen de asambleas, participación ciudadana, régimen de garantías y no de dictadura de una supuesta mayoría muda construida con el uso y el abuso de la financiación de los lobbyes y el apoyo de los medios de comunicación ligados a las transnacionales.

Y si se nos pide mayor concreción sobre cómo salir de esta crisis infernal, también podemos plantear medidas de absoluta urgencia que deberían ser implementadas.

3-¿Un programa?

Cuando hablamos de las medidas que se imponen en la actualidad para ser defendidas por la Alianza Social de la Mayoría debemos, como hizo en su día el Instituto de Ciencias Económicas y de la Autogestión (ICEA, www.iceautogestion.org) en sus documentos al inicio de la crisis, subdividirlas en tres grandes apartados.

Medidas reformistas. Se trata de medidas claramente keynesianas, que buscan una reactivación del crecimiento mediante un estímulo público basado en un sistema fiscal operativo y en la regulación de los mercados entregados al caos del más fuerte por las doctrinas neoliberales: hablamos de aumentos del salario mínimo y del empleo público; regulación de los paraísos fiscales; tasación de las transacciones financieras internacionales; recuperación de un sistema de impuestos basado en el principio de que pague más el que más tiene; conformación de una banca pública y reversión de los procesos de privatización, auditoría y repudio de la deuda ilegítima y odiosa…”Nada terrible”, dirán los más aposentados catedráticos socialdemócratas: “la realidad lo exige. El propio sistema acabará por implementar este programa”.

Ahí es donde se equivocan. Que la realidad lo exija no quiere decir que lo imponga. Para eso está la lucha de clases. Ese extraño motor de la Historia que todos creían gripado o en poder de uno solo de los contendientes. El sistema no es “racional”. Si lo fuese, no habríamos llegado hasta aquí. Todo está demasiado imbricado con todo para que los grandes financieros se levanten un día keynesianos y nos devuelvan al sopor del consumo por pura “racionalidad”. Tendremos que levantarnos. La lucha social es el demiurgo imprescindible de la Historia. Sólo si la exigencia se convierte en energía, si la razón se vuelve también fuerza, los cambios son posibles. Y eso nos devuelve al problema de la hegemonía: sólo si la clase trabajadora en su conjunto entra en la lid con decisión, esto puede tener algún tipo de solución “racional” (al fin y al cabo, hablamos de lo que es “racional” para los intereses de la mayoría, que el sistema degenere o colapse es tan “racional” en abstracto como cualquier otra cosa; todos los sistemas lo hacen.) Y, para intervenir, la clase trabajadora tendrá sus propias exigencias. Eso nos lleva al siguiente arco de medidas.

Medidas progresistas. Estamos hablando de medidas que expresen esa hegemonía proletaria en el cuerpo social, aunque no constituyan una sociedad sin clases: eliminación de las ETTs y la subcontratación, potenciación de las asambleas populares y los mecanismos de cogestión empresarial, recuperación autogestionaria de las empresas en crisis, fomento del emprendimiento social y cooperativo, control de las asambleas populares sobre los servicios públicos locales de un Estado del Bienestar “socializado”, inicio, en definitiva, de la construcción de otra economía por fuera del capitalismo.

Se trata de la conformación de un régimen de tintes populares y sociales, del estilo de ciertos países latinoamericanos, al despertar tras la noche de ajustes de los 90. Aunque, en virtud de nuestras características propias, con una comprensión mucho más profunda y extendida del espacio de la democracia directa. ¿Un “capitalismo progresista” en transición al “socialismo 3.0”? Quizás. Y ese es, precisamente, su problema. Lo que nos lleva al siguiente conjunto de medidas.

Medidas transformadoras. No nos engañamos. El proceso antedicho (pues se trata de un proceso: con sus vaivenes, con sus avances y retrocesos, con sus indefiniciones, con sus contradicciones) no nos dará nada más que tiempo. Eso sí, un tiempo precioso. La crisis del capitalismo que encaramos no es puntual. Todos los sistemas tienen un final y todo apunta a que el colapso se acerca a pasos agigantados. El keynesianismo sólo nos salvará una temporada (es, incluso, dudoso que pueda hacerlo). Justo lo que tarde en enfrentarse con los límites ecológicos de un planeta devastado por la rapiña neoliberal. Se impone el fin del crecimiento sin fin. Y con él, el fin del capitalismo como modo de producción de la Humanidad.

Habrá que asumir el decrecimiento que viene y una nueva relación con el medio natural, con todas sus consecuencias en aspectos como el urbanismo, la alimentación, el transporte, etc. Y para que eso no se convierta en un colapso ni en una brutal amenaza para el conjunto de la especie, habrá que generar mecanismos de democracia directa operativos y justos que permitan seleccionar las modalidades e intensidades del decrecimiento desde la perspectiva de las necesidades sociales afectadas. Se trata de una democracia amplia, real y directa, no sólo en lo político sino también en lo económico, donde los experimentos de autogestión, soberanía alimentaria y desarrollo local, han de convertirse en el pivote de la nueva sociedad.

No se trata de una socialización forzada, ni siquiera estamos hablando, probablemente, del fin de la propiedad privada. Sí, quizás, del final del trabajo asalariado, sustituido por la cooperación de los productores libres (asociados o no) sobre un cuerpo natural en equilibrio y con un acervo de saberes ampliamente compartido. Un espacio del procomún que, respetando a los sectores que (como la propiedad familiar campesina, el trabajo autónomo o el pequeño emprendimiento) quieran subsistir por sus propias fuerzas, impida la explotación y la lucha feroz y sin salida por unos recursos esquilmados en los siglos devastadores del capitalismo.

Quizás lo veamos. Quizás no. Nada está escrito en las estrellas. Quizás, como Corto Maltés, el personaje de cómic de Hugo Pratt, debamos rasgarnos la mano para poder decir un día: “Mi fortuna me la he hecho yo”.

José Luis Carretero

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