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opinión / análisis
Sunday May 06, 2012 03:18 by Manu García
El contexto de este artículo fueron los acontecimientos inmediatamente posteriores a la jornada de huelga general del 29 de marzo, convocada por los sindicatos de clase del estado español contra una reforma laboral, aprobada por el gobierno del Partido Popular, que está contribuyendo a empeorar las condiciones de vida de las mayorías, para cumplir con las exigencias de la Comisión Europea y el FMI. ¿Violencia sí o violencia no? Esa no es la cuestiónLos aparatos de dominación del capitalismo no se limitan al terreno represivo, sino que también tienen su expresión en el plano de la creación de consenso. Es decir, en el arte de conseguir que quienes objetivamente están interesados en la construcción del socialismo asuman ideas-fuerza y prácticas funcionales al mantenimiento del sistema. Uno de los elementos que más se han empeñado en instalar en la opinión pública como si fuera cosa de “sentido común” es el del monopolio del uso de la fuerza por parte del Estado español y su legitimidad para hacer uso de ella siempre que sus instituciones así lo consideren oportuno. Es necesario romper con esa legitimidad y para eso, como de costumbre, hay que actuar de manera inteligente, con estrategia, y no como los toros, embistiendo cuando nos ponen el trapo rojo por delante. Hay un problema cuando en el movimiento popular se relaciona una acción de fuerza con una cuestión de principios, de ética o de “ganas” en vez de subordinarla a planteamientos tácticos y estratégicos, como corresponde. También cuando se rompe la necesaria disciplina organizativa y en nombre de la “libertad individual” se llevan a cabo actos que lesionan al colectivo. La violencia hay que usarla con cabeza, subordinada al desarrollo organizativo, político y técnico de las fuerzas revolucionarias, que tendrán que tener en cuenta, sí o sí, el estado de conciencia de las clases populares a la hora de asumir mayores grados de enfrentamiento y formas de lucha más contundentes. El uso de la fuerza no es una cuestión de “cojones” ni de principios, ni es un debate en abstracto, es una necesidad del pueblo para hacer frente a unos enemigos que la emplean constantemente, más sutil o más abiertamente, en defensa de sus privilegios. Hay que emplearla en el momento y la dosis adecuada, contra objetivos evidentes (cualquier acción cuyo sentido haya que explicar a sus beneficiarios no es una buena acción) y teniendo en cuenta la correlación de fuerzas. Resumiendo, hay que actuar teniendo en cuenta los contextos y con miras a la acumulación de fuerzas, no para desahogar frustraciones personales o porque se considere ingenuamente que todo acto de rebelión acumula. Las pequeñas algaradas que tuvieron lugar en la tarde del 29-M en Barcelona, debido a una falta de estrategia elemental por parte de sus instigadores, en vez de generar un mayor nivel de politización y animar a sectores más amplios de las masas a incorporarse a la lucha, han contribuido al aislamiento de los sectores más combativos del movimiento sindical catalán (que convocaron a la manifestación donde se generaron pero que no participaron en su planeamiento y desarrollo) y han generado en torno suyo una atmósfera enrarecida que no contribuye a su avance, sino que paraliza y desmoraliza. Y es que si un acto de fuerza se va a convertir en un hecho político que no vas a poder capitalizar tú sino que lo va a hacer el enemigo de clase, mejor no lo hagas. Esa lección básica de la lucha revolucionaria la tiene más clara el Consejero del Interior catalán Felipe Puig que algunos revolucionarios. La fuerza sindical hay que manifestarla hacia dentro y hacia fuera. Hacia dentro para hacer cumplir con los acuerdos aprobados colectivamente (por ejemplo con una mayor organización durante nuestros actos, con servicios de orden que se ocupen de garantizar que dichos actos se desarrollen como queremos que se desarrollen) y hacia fuera para lanzarnos contra nuestros enemigos de clase con toda la energía, cohesión y unidad de que seamos capaces. Manu García |
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