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Retrato de un indignado

category iberia | historia del anarquismo | non-anarchist press author Friday August 26, 2011 19:31author by Antoni Dalmau i Ribalta - El País Report this post to the editors

El pasado día 18 se cumplieron 150 años del nacimiento de un ingeniero y publicista libertario de cuya memoria se ha perdido el rastro casi por completo. Y, sin embargo, Fernando Tarrida del Mármol, a quien ahora evocamos, fue un pensador y un agitador determinante en las cuitas del anarquismo español en el cambio de siglo XIX-XX. Junto con otros nombres hoy igualmente preteridos (como Anselmo Lorenzo, Federico Urales, Ricardo Mella, Soledad Gustavo, Teresa Claramunt, José Prat, etcétera), formaba parte de una generación que alimentó las ideas y las esperanzas de un movimiento que se hallaba por entonces en plena crisis, como consecuencia de su propia deriva individualista y violenta y de la respuesta represiva de los Gobiernos de la restauración.
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Libertario desde los 18, defendió la enseñanza laica, el libre pensamiento y la movilización obrera

La formulación que le dio mayor celebridad fue sin duda la del 'anarquismo sin adjetivos'

Este hombre de ciencias y librepensador se distinguió sin duda por sus orígenes acomodados, por su preparación intelectual y por sus elaboraciones teóricas, tres rasgos muy poco corrientes en el anarquismo de su época. Cultivaba asimismo una prosa clara y concisa y era un brillante orador, cualidad que se acompañaba de una vivísima gesticulación del cuerpo que le hacía aparecer, en palabras de Max Nettlau, como un auténtico perpetuum mobile parlante. A todo ello añadió unas cualidades humanas y un magnetismo personal que le fueron unánimemente reconocidos.

Tarrida nació en Santiago de Cuba el 18 de agosto de 1861, hijo de un industrial catalán que regresó a su Sitges natal tras enviudar de una criolla. Se graduó como ingeniero industrial en la Universidad de Barcelona (1886) y muy pronto repudió sus orígenes familiares y se buscó la vida, dando clases y dirigiendo una Academia Politécnica. Mientras tanto, y gracias a su voracidad lectora, abandonó sus incipientes ideas republicanas para abrazar la militancia anarquista a los 18 años.

Fue en esa época, también, cuando forjó una profunda amistad con Anselmo Lorenzo. Esta evolución se consolidó en varias plataformas y publicaciones que en aquellos años mantuvieron una incansable actividad: nos referimos al grupo librepensador La Luz, fundado en 1885; a la revista sociológica Acracia, la mejor publicación ácrata española del siglo XIX, fundada en 1886; y al Círculo Obrero La Regeneración, que desde 1887 editaba el diario colectivista El Productor.

El joven y activísimo Tarrida pronunciaba conferencias y mítines, escribía en la prensa y se iniciaba en sus aportaciones teóricas, en las que siempre colocó las teorías científicas como principio inspirador. Sin embargo, la formulación que le dio mayor celebridad fue sin duda la del anarquismo sin adjetivos (1899), que logró dar salida a los debates relativamente estériles sobre los procedimientos revolucionarios y las escuelas económicas en los que se había enfrascado el anarquismo. Fueron, aquellos, unos años de efervescencia en los que Tarrida asistió también a sus primeros congresos internacionales, dedicados al libre pensamiento, a la enseñanza laica o al movimiento obrero, con intervenciones que huían siempre del mero doctrinarismo y buscaban vías de conciliación.

No mucho más tarde, concretamente en la última década del siglo XIX, el anarquismo catalán, siguiendo una dinámica de alcance europeo, se deslizó hacia la propaganda por el hecho, dando lugar a una oleada terrorista que se alimentó a su vez de la desorbitada represión de los Gobiernos de la restauración. Uno de los hitos de este proceso fue sin duda la explosión de una bomba de incierta autoría en la calle de los Cambios Nuevos de Barcelona, el 7 de junio de 1896, que causó 12 muertos y unos 50 heridos. La explosión desencadenó una durísima respuesta represiva por parte de las autoridades, que supuso la clausura de los centros obreros y el arbitrario encarcelamiento de un gran número de anarquistas -muchos más de los 400 que suelen mencionarse-, entre ellos, Tarrida de Mármol, quien, sin embargo, logró abandonar el castillo de Montjuïc a los 38 días gracias a la influencia de amigos y parientes.

Ya libre, Tarrida se exilió a París, donde inició una campaña internacional de denuncia de los encarcelamientos y de las torturas infligidas a los detenidos, así como de las irregularidades procesales y de la arbitrariedad de las condenas, que en mayo de 1897 condujeron a cinco hombres inocentes ante el pelotón de ejecución y a muchos otros anarquistas a presidios españoles o al exilio. La campaña, que arrancó con varios artículos en la prensa francesa, saltó después a Reino Unido y empezó a despertar algunos ecos en la prensa española. Otros periódicos y comités de apoyo de toda Europa, de Estados Unidos y de Hispanoamérica se fueron sumando a la causa.

Mientras, Tarrida del Mármol multiplicó sus iniciativas y reunió sus artículos en un libro exitoso titulado Les Inquisiteurs d'Espagne, si bien en agosto de 1897 fue obligado a abandonar Francia y se instaló en Londres, donde permanecería hasta el final de su vida. Generalizada ya la campaña en el seno de la prensa y de la sociedad española, con el apoyo decisivo de los sectores republicanos y de personajes como Federico Urales o Alejandro Lerroux, un extendido clamor acabó logrando en enero de 1900 la promulgación de un vergonzante indulto, que para la mayoría de los afectados se tradujo en un extrañamiento fuera del territorio español. Hubo entonces que acoger dignamente a los desterrados y proseguir todavía la campaña en busca de la definitiva liberación de los últimos presos y de la revisión de la causa.

Tras los efectos del proceso de Montjuïc, a Tarrida le quedó una vida relativamente breve pero agotadora en la capital inglesa. Para ganarse el sustento, se convirtió en corresponsal de varios periódicos españoles, franceses, argentinos y belgas. Durante nueve años (1901-1910), fue remitiendo casi diariamente telegramas y cartas al Heraldo de Madrid en los que recogía la actualidad de la sociedad británica. Más tarde, recuperó su presencia en la prensa madrileña, esta vez a través del diario republicano El País, al que enviaba unas crónicas más espaciadas y prolijas. Trabajaba sin reposo, combinando sus artículos con la participación en toda clase de actividades de signo libertario, sindical, pacifista, librepensador. Muchos de sus trabajos fueron de carácter científico, algunos de los cuales vinculados a una de sus más arraigadas aficiones, la astronomía. Cabe añadir también que asumió en todo momento el papel de representante y embajador del anarquismo español, al tiempo que cultivaba su amistad con significados políticos y sindicalistas británicos y con otros exiliados como Errico Malatesta, Louise Michel o Kropotkin.

Poco antes del indulto de 1900 que hemos mencionado, Fernando Tarrida tuvo que pasar por el terrible trance de perder, en pocos meses, a su joven esposa, May, y a su niña del mismo nombre, por las que sentía un profundo cariño. Sin embargo, más tarde logró rehacer felizmente su vida familiar con Bessie George, una viuda con la que tuvo tres hijos, Margarita, John y Ana.

Con el paso de los años, y sin renegar de sus creencias libertarias, Tarrida del Mármol se fue aproximando poco a poco a lo que los ingleses denominan el socialismo del gas and water, es decir, hacia el socialismo no revolucionario común en la tradición inglesa. Así, en unos tiempos de aluvión en los que grupos y tendencias muy variados fueron confluyendo en lo que acabaría siendo en 1906 el Partido Laborista, Tarrida se adhirió al Independent Labour Party, animado principalmente por Ramsay MacDonald, gran amigo suyo y futuro premier británico.

Al final de su vida, Fernando Tarrida estuvo delicado de salud, pero nunca abandonó sus crónicas ni los mandamientos de la amistad y de la solidaridad. Y el 15 de marzo de 1915 falleció de repente en Londres, a los 54 años, tras un derrame cerebral. Tarrida, que en palabras de Malatesta "tiene una página gloriosa en la historia de la emancipación humana", fue enterrado junto a su esposa May y su hijita, en una ignorada tumba del cementerio de Ladywell, cerca de Lewisham. En la modesta lápida que hoy señala el lugar donde descansan sus restos, figuran unas breves y atinadas palabras, hoy medio borradas por la pátina del tiempo y del olvido: "For liberty and the cause of the humbled he gave all he had" (por la libertad y la causa de los humillados dio todo lo que tenía).

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