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Colombia: dignidad, indignidad e indignación

category venezuela / colombia | miscellaneous | opinión / análisis author Thursday August 04, 2011 21:02author by José Antonio Gutiérrez D. Report this post to the editors

Pocas palabras tienen tanta fuerza en el imaginario colectivo de los movimientos populares colombianos como dignidad. Mientras en otros países palabras como “libertad” o “igualdad” cristalizan el sentir profundo de las masas, en los llamados a movilizarse en Colombia la palabra “dignidad” aparece con inusual frecuencia, así como en los nombres de varias organizaciones. Hay también quienes, en el contexto del conflicto social y armado, hablan de buscar la “paz con dignidad”.
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Colombia: dignidad, indignidad e indignación

Decía el revolucionario ruso Pyotr Kropotkin, algunos años después de la Revolución Rusa de 1905 que:

Hay palabras –'palabras que tienen alas'- que pueden viajar por toda la Tierra, inspirar al pueblo, darles valor para luchar, para enfrentar la muerte (…) En épocas de revolución, cuando el trabajo destructivo precede al esfuerzo constructivo, los estallidos de entusiasmo poseen un poder maravilloso. Las palabras y las consignas poseen más poder que una ley aprobada, pues ésta no puede sino ser fruto de una transacción entre el espíritu del Futuro y el Pasado decadente.”[1]

Pocas palabras tienen tanta fuerza en el imaginario colectivo de los movimientos populares colombianos como dignidad. Mientras en otros países palabras como “libertad” o “igualdad” cristalizan el sentir profundo de las masas, en los llamados a movilizarse en Colombia la palabra “dignidad” aparece con inusual frecuencia, así como en los nombres de varias organizaciones. Hay también quienes, en el contexto del conflicto social y armado, hablan de buscar la “paz con dignidad”.

Siempre me he preguntado el por qué de esta verdadera obsesión de los sectores populares organizados con la “dignidad”. Las reveladoras palabras de un intelectual tunecino exiliado en París, Sadri Khiari, me han iluminado el sentido profundamente humano que tiene hablar de “dignidad” en Colombia. Cosa curiosa que uno a veces encuentre el sentido de lo que le es más cercano cuando mira a la distancia. En una entrevista, afirma sobre los elementos que confluyeron para el derrocamiento del régimen de Ben Ali en Túnez, que:

“(…) Ben Ali, su esposa y aquellos que les eran cercanos eran percibidos como la encarnación de la corrupción moral del régimen. Es necesario agregar que todos los tunecinos fueron forzados a ser cómplices de esta corrupción en algún grado. Este fenómeno conllevó a una forma de auto-degradación individual y colectiva. El sistema de represión y vigilancia desarrollado por Ben Ali generó un sentimiento de indignidad tanto (si no más) como de miedo. Los compromisos múltiples, las diferentes maneras de tributar la lealtad al régimen, incluso la participación activa en estas redes (lo cual era necesario para encontrar un empleo, ser ascendido, abrir un negocio, resolver cuestiones administrativas, o sencillamente para no tener problemas en el día a día) fueron produciendo frustraciones, humillaciones, y sentimientos de irrespeto hacia uno mismo y hacia los demás en todas las clases sociales.

(…) La degradación de la percepción colectiva que los tunecinos tienen de sí mismos, comprendía también el sentido de degradación de cada individuo. El héroe de la revolución, el joven Mohamed Bouazizi que se inmoló a lo bonzo, pudo provocar un sentido de identificación tan amplio en la población no porque vivía en la miseria, sino que por haber sido alevosamente humillado por un funcionario municipal que lo abofeteó después de quitarle sus mercaderías. La rebelión que se produjo después de su acto último de desesperación, puede ser interpretada como la demanda de reconocimiento social que todos sabían que el régimen no podía satisfacer y que, de hecho, precisaba del derrocamiento de Ben Ali como el arquitecto de la indignidad generalizada. Pese a que varias consignas durante las protestas revelaban preocupación sobre la democracia y los asuntos económicos, la revolución tunecina expresó, ante todo, una voluntad de recuperar el sentido del respeto propio tanto a nivel individual como colectivo.”[2]

¿No es verdad que también el régimen colombiano puede perfectamente ser descrito como un sistema de indignidad generalizada?

¿No es un atentado contra la dignidad del ser humano el control paramilitar de vastas regiones, con plena aquiescencia de la fuerza pública del Estado, que ocupa fincas, el cuerpo de las mujeres, los almacenes? ¿No es indigno que en Colombia haya cinco millones de desplazados deambulando por las calles de las urbes, rebuscándose la vida, comiendo de la basura, mendigando en los semáforos? ¿No es un escupitajo sobre la dignidad de las personas no tener el derecho a sepultar a sus seres queridos, miles de los cuales han sido desaparecidos, arrojados a los ríos o a fosas comunes? ¿No es indigno y absurdo que las víctimas, y no así los victimarios, sean estigmatizados?

¿No es indigno el triste espectáculo de una elite postrada, arrodillada, que mendiga “cooperación” internacional y planes Colombia para masacrar a colombianos pobres, mientras que se ofrece como una prostituta borracha que ya nadie quiere, suplicando tratados de libre comercio para regalar los recursos que deberían pertenecer a la colectividad? ¿No es acaso indigno entregar el 40% del territorio nacional a empresas multinacionales mediante concesiones mineras? ¿No es un espectáculo indigno la dependencia intelectual, moral y espiritual que las clases medias enardecidas colombianas tienen de Washington, como hacen suyos todos los humores pasajeros de la política gringa? ¿No es indigno ver que sean los gringos los verdaderos operadores de la política nacional a través de sus embajadas, como ha quedado claro con lo poco que se conoce de los cables de wikileaks?

¿No es humillante enviar a un cantante vallenato mediocre a cantar a la Casa Blanca en el día de la (in)dependencia nacional? ¿No duele celebrar el 20 de Julio sabiendo que hay poco o nada que celebrar, ya que el nivel de dependencia de Washington está en su clímax? ¿No es indigna la programación televisiva y radial colombiana, hecha por gente que cree que todos los colombianos son unos verdaderos idiotas? ¿No es degradante el espectáculo necrofílico de cabezas, cuerpos mutilados y miembros desparramados de guerrilleros “muertos en combate”, que muestra con bestial alborozo la prensa sometida al régimen, como si esta sangría fuera algo edificante? ¿No es algo indigno que los ciudadanos de a pie deban aprobar esas imágenes a riesgo que se les tache de “guerrilleros”, con todos los riesgos que semejante mote implica? ¿No es indigno el sistema de sapeo y recompensa, esa red de informantes o cooperantes que vuelve a los miembros de una comunidad en una lucha de todos contra todos, en la sospecha generalizada, que pone un precio sobre la cabeza de todos?

¿No es un espectáculo decadente e indigno que un ex presidente, que se pasó ocho largos años despotricando contra el mundo como un finquero prepotente y ordinario, haga circo por tweeter cada vez que alguien dice cualquier cosa con la que esté en desacuerdo? ¿No es indigna la manera en que este ex presidente defiende públicamente a narcos, criminales y genocidas? ¿No es indigna la manera en que todas las instituciones están en manos de ladrones de cuello blanco, narcotraficantes, paramilitares y sus apologistas? ¿No es indigno que la política colombiana se haya convertido en un juego mesiánico en el cual la masa desorganizada, no tenga más rol que seguir a quien le grite más fuerte?

¿No es indigno que Colombia sea líder en los transplantes de senos en la región, con una nada despreciable cifra de 250.000 casos anuales? ¿No es indigno que decir "no sea indio" sea una ofensa, cuando quien lo dice algo de indio seguro que tiene? ¿No es indigno este machismo y racismo reproducidos y amamantados por el sistema? ¿No es indigno que el narcotráfico o el sicariato sean los más efectivos mecanismos de promoción social para una inmensa mayoría del país?

¿No es indigna la falta de agua potable? ¿La muerte por enfermedades tratables, tras deambular de consultorio en consultorio? ¿La desnutrición infantil? ¿El trato bestial en la mayoría de los lugares de trabajo, y ay de quién se sindicalice, porque cuestan menos los servicios de un sicario que un aumento de sueldo? ¿No es indigno que la comunidad internacional se maraville con los avances en derechos humanos porque este año “solamente” van 20 sindicalistas muertos? ¿Es que acaso tan poco vale la vida? ¿No es indigno que la vida cueste menos que las balas que la segan?

¿No es la misma falta de indignación generalizada ante la miseria infernal, ante la mal llamada limpieza social, ante la impunidad de los crímenes de Estado, ante los falsos positivos, ante el descaro saqueo al erario público por parte de las elites cleptocráticas, una afrenta contra la dignidad más básica del ser humano?

El primer paso para recuperar esa dignidad perdida, erosionada, zaherida, es la recuperación de la capacidad de indignarse. Pues un pueblo individualista no se rebela. Un pueblo se rebela cuando uno siente, en lo profundo del alma, el dolor del hermano, del vecino, de la vecina, del viejo, de la joven, como dolor propio. Cuando hace carne que la afrenta a uno es una afrenta a todos y todas. La destrucción del tejido social es parte de ese proyecto fascistizante que se impuso en Colombia montado en el lomo del paramilitarismo, porque bien sabían que una masa desorganizada, desconfiada, recelosa, humillada, es una masa que no se indigna, porque le falta ese sentido de dignidad, ese amor propio colectivo esencial para decir basta. Un pueblo que no conoce su valor, jamás exigirá lo que se merece.

¿Cómo recuperar ese tejido social, esa confianza en los demás y en uno mismo? Pues precisamente mediante la recuperación de esa capacidad de indignarse, como un primer paso en la búsqueda de esa dignidad colectiva –búsqueda que se da en medio de la guerra sucia, del terrorismo de Estado, de la construcción de un Estado fascistizante, vigilante y castigador, que pretende convertir al pueblo en un perro que actúe condicionado según los estímulos básicos del castigo y recompensa.

Frente a ese proyecto social y político, los pueblos en Colombia se movilizan constantemente, con todo en contra, para reafirmar el sentido profundo de esa palabrita con alas, dignidad, que describe, como nada más, la enorme tarea que tienen por delante los movimientos que buscan la construcción de una Colombia diferente.

José Antonio Gutiérrez D.
27 de Julio, 2011


[1] http://www.anarkismo.net/article/19984
[2] http://www.socialistproject.ca/bullet/505.php

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