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Reseña al libro "Petróleo y Protesta Obrera" (2 vol., Vega, Núñez y Pereira. Bogotá, 2009)

category venezuela / colombia | historia | reseña author Friday January 14, 2011 23:33author by José Antonio Gutiérrez D. Report this post to the editors

Colombia es un país en el cual cualquier forma de protesta social, particularmente si es de carácter obrera-sindical, ha sido criminalizada, estigmatizada, perseguida. Es un país en el cual el sindicalismo ha sido prácticamente aniquilado, fundamentalmente mediante el terrorismo de Estado, asesinando a dirigentes y base social, a la vez que el terror ha tenido el efecto perverso de aislar al pez del agua. Esta es la lógica contrainsurgente que en Colombia se aplica para golpear al movimiento popular, el cual es visto como un enemigo interno. Es por ello que un libro como este es tan urgente: por una parte, porque nos ayuda a preservar una memoria popular que se quiere erradicar a punta de falsedades, distorsiones y mediante la eliminación física de los depositarios de esa memoria de luchas. Por otra parte, porque es un libro que desnuda, desde el caso concreto de los trabajadores petroleros, cómo se construyó la sociedad colombiana en el siglo XX, mediante la represión y la (para)militarización generalizada de la sociedad.

Originalmente publicado en el boletín Perspectiva Libertaria, No.2, Bogotá, Diciembre del 2010, pp.9-15.
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Petróleo y Protesta Obrera

La USO y los trabajadores petroleros de Colombia

Vol. 1: En Tiempos de la Tropical
Vol. 2: En Tiempos de ECOPETROL

Renán Vega Cantor, Luz Ángela Núñez Espinel, Alexander Pereira Fernández
Bogotá, Corporación Aury Sara Marrugo, 2009


Hay poder, hay poder/ en las manos de los obreros/ cuando se levantan codo a codo
(El Poder del Sindicato –There is Power in a Union- canción de los IWW, EEUU, 1913)

Colombia es un país en el cual cualquier forma de protesta social, particularmente si es de carácter obrera-sindical, ha sido criminalizada, estigmatizada, perseguida. Es un país en el cual el sindicalismo ha sido prácticamente aniquilado, fundamentalmente mediante el terrorismo de Estado, asesinando a dirigentes y base social, a la vez que el terror ha tenido el efecto perverso de aislar al pez del agua. Esta es la lógica contrainsurgente que en Colombia se aplica para golpear al movimiento popular, el cual es visto como un enemigo interno. Es por ello que un libro como este es tan urgente: por una parte, porque nos ayuda a preservar una memoria popular que se quiere erradicar a punta de falsedades, distorsiones y mediante la eliminación física de los depositarios de esa memoria de luchas. Por otra parte, porque es un libro que desnuda, desde el caso concreto de los trabajadores petroleros, cómo se construyó la sociedad colombiana en el siglo XX, mediante la represión y la (para)militarización generalizada de la sociedad.

Los trabajadores petroleros son, en efecto, un caso de estudio de un problema mucho más amplio. Entregan una ventana desde la cual entender la Colombia del siglo XX y la que ha heredado el siglo XXI. Pero no son una ventana más entre tantas otras. La historia colombiana está indisolublemente ligada a la historia del petróleo, uno de los recursos que excitó el apetito imperial de los EEUU, y a su vez la historia del “oro negro” está indisolublemente ligada a la historia de esos trabajadores que lo han sacado de la tierra y que han sido la columna vertebral de una historia rica de resistencias y proyectos de transformación social enfrentados frontalmente por el Estado y el imperialismo. Ello hace que la aparición de este libro sea asaz oportuna, más aún cuando Colombia se hunde en un marasmo entreguista, que pese a su retórica patriotera, ha entregado al país en bandeja de plata al imperialismo, convirtiéndose en una plataforma militar y económica de Washington en el sub-continente. Sus autores, Renán Vega, Luz Ángela Núñez y Alexander Pereira han hecho un gran favor a la memoria histórica del pueblo colombiano en tiempos de amnesia; el relato épico que se cuenta en este libro, nos abre las puertas a todo un mundo de oprobio y dignidad, de atropellos y de lucha, que no se conoce en las escuelas, pero que está grabado en la conciencia colectiva de un pueblo que se niega a doblegarse. El libro no está escrito con la cursi pretensión de objetividad que se ponen como mascarada los intelectuales zalameros de la burguesía. Este libro está escrito con una clara toma de partido por los trabajadores y contra el imperialismo y sus agentes locales. Es un libro escrito con rigor académico, pero con capacidad de indignación ante las injusticias de la historia.

El libro en cuestión está escrito de una manera didáctica, libre de un lenguaje deliberadamente pesado y academicista –los conceptos que se manejan en el debate son todos explicados y discutidos para facilitar la lectura de quien no esté necesariamente familiarizado con los términos de la academia. Se combina así el rigor con un estilo pedagógico, otro gran mérito de este esfuerzo.

Además, el libro se encuentra hermosamente ilustrado, lo cual da al lector la idea de estar inmerso en esa historia, mientras cada capítulo concluye con una biografía de algún personaje vinculado a esta historia, que aterriza el relato histórico a un espacio íntimo en el cual uno aprende a entender por qué del afecto que los investigadores sienten por las personas que fueron tejiendo esta historia.

En él, se nos relata paso a paso, cómo la industria petrolera fue forjando el paisaje humano y ambiental de amplias zonas del Catatumbo, del Magdalena Medio y de las regiones petroleras colombianas; cómo el entorno se fue adaptando a las necesidades de la industria petrolera, aunque en el camino hubiera que producir el genocidio sistemático de pueblos indígenas como los Barí y dejar una estela de ríos envenenados y paisajes deforestados. Así se constituyeron los enclaves petroleros en Colombia: los de la Tropical Oil Company, en la concesión de Mares en el Magdalena Medio (Barrancabermeja, El Centro); los de Shell, en la concesión de Casabe, de El Difícil, de Yondó; los de la Andian National Corporation (parte del imperio de la Standard Oil de Rockefeller, al igual que la Tropical), que operaba los oleoductos desde Barrancabermeja; los de la Colombian Petroleum Company, en la concesión Barco en el Catatumbo y los de la South American Gulf Oil Company (ambas propiedad de la Texas Petroleum Co.) que administraba el oledocuto de este enclave; los de la Texas Petroleum y la Richmond Petroleum en Puerto Boyacá y el Caribe; y por último, los de la Socony Vaccum, que manejaba las áreas de exploración de Puerto Wilches y Cantagallo, por mencionar los más importantes.

Doble conciencia del obrero petrolero

En esos enclaves, no solamente hubo genocidio indígena y despojo, sino que también se forjó desde muy temprano una cultura de la resistencia. Primero, una cultura de la resistencia a la proletarización forzada por parte de los colonos, quienes habían sido alguna vez dueños de su tiempo. Ellos fueron el crisol donde se forjó una cultura rebelde, semejante a la que, en otras latitudes, pero en momentos históricos paralelos de proletarización acelerada, se dio entre el naciente proletariado de Barcelona, de San Petersburgo y Moscú. Entre estos proletarios de raigambre campesina se dieron con frecuencia y de manera espontánea prácticas como el sabotaje a la producción, una de las armas tradicionales del sindicalismo revolucionario, practicados extensamente por la CGT francesa de comienzos del siglo XX y por los IWW en EEUU. La resistencia de estos trabajadores a su explotación era absoluta y constante, implicando las grandes acciones colectivas, y los pequeños gestos de rebeldía de todos los días.

Esta conciencia primitiva, intuitiva, madura rápidamente con el temprano nacimiento de la primera organización obrera de los trabajadores petroleros en Barrancabermeja: la Unión Obreros, más conocida como Unión Obrera, fundada en 1923, la cual sería el comienzo de una largo ciclo de huelgas (1924, 1927, 1934, 1938, 1946,1948), de derrotas y de triunfos proletarios. Será esta organización la cual antecederá al nacimiento de la Unión Sindical Obrera (USO) a comienzos de los ‘30, organización emblemática de la clase obrera colombiana.

Esta confrontación directa con el imperio en los enclaves, genera un proceso agudo de maduración de una doble conciencia. A la vez que los obreros asumen la conciencia de clase, asumen una conciencia nacional-popular por las humillaciones y vejaciones que conlleva el imperialismo: los salarios diferenciales, la división del espacio mediante alambradas, al más puro estilo de las bananeras de Macondo según las describe la pluma de García Márquez, que separan un mundo de miseria de un mundo de privilegios. Esta conciencia nacional-popular, no era una conciencia patriotera o chovinista como lo demuestra la interpelación de Raúl Eduardo Mahecha, el fundador del movimiento obrero petrolero y figura clave del sindicalismo revolucionario colombiano, a los obreros gringos durante la huelga de 1927:

obreros norteamericanos: es el momento preciso de que unidos a nuestros hermanos los obreros colombianos, declaréis la huelga a fin de que vuestros derechos sean reconocidos en todas las formas de equidad (…) vuestra suerte es la nuestra, porque, como nosotros, estáis esclavizados al salario y los mismos patrones.
Obreros: rebeláos que en cada obrero colombiano tenéis un hermano en la lucha por las reivindicaciones del proletariado del mundo.
” (p.150, vol.1)

Es de destacar que efectivamente algunos obreros norteamericanos, pese a su privilegio relativo ante los obreros colombianos, se unieron a esta huelga y después de que fuera aplastada mediante una feroz represión y los líderes obreros sometidos a tormentos medievales (como el cepo), se regresarían a los EEUU.

En este libro se demuestra cómo los obreros petroleros jugaron un rol fundamental en la reversión de las concesiones petroleras de comienzos del siglo XX mediante las huelgas de la década de 1940 hasta las de 1970: emblemática fue la reversión de la Concesión de Mares en 1951, que llevó a la creación de ECOPETROL como resultado en gran medida de las presiones obreras que, desde 1930 venían incluyendo entre sus demandas la nacionalización del petróleo. Luego de la creación de ECOPETROL, los obreros tuvieron un gran rol en la reversión de otras concesiones (como la de Barco en 1975) y en las luchas por evitar la progresiva privatización y desmantelamiento de ECOPETROL para satisfacer intereses tanto locales como imperiales.

La mujer y el petróleo

Otro aspecto importante del libro es el lugar que ocupa en él la mujer, pues aunque la cultura del trabajador petrolero tenga una tendencia a ser machista, y aunque la vasta mayoría de obreros petroleros hayan sido efectivamente hombres, la contribución de las mujeres a esta historia no fue menor. En un comienzo, estos enclaves petroleros que requerían mano de obra fundamentalmente masculina, produjeron una demografía en la cual los hombres eran la mayoría absoluta de la población, lo cual fue caldo de cultivo para el negocio de la prostitución –mujeres muy ligadas la cultura petrolera y que tuvieron un rol importante en el apoyo a las huelgas de los obreros, construyendo barricadas, apoyando las labores de la huelga, prestando sus manos para apoyar la comuna revolucionaria de 1948 en Barrancabermeja; a tal grado llegó la compenetración de las prostitutas con la lucha obrera, que en 1958 se discutía en Barrancabermeja sobre formar un sindicato de trabajadoras sexuales, un hecho excepcionalmente de vanguardia para la época, sobretodo si se considera el conservadurismo recalcitrante de la sociedad colombiana en general. Pero con el tiempo, los trabajadores forman familias o las traen a vivir al enclave y en ese momento, como trabajadoras petroleras, como esposas, como madres o como hijas, las mujeres se vuelven a convertir en protagonistas de la lucha, participando en comités de apoyo a las huelgas de los ’60 y ’70, y conformándose en 1972, fruto de estas luchas, la Organización Femenina Popular en Barrancabermeja, organización que subsiste hasta el día de hoy jugando un importante rol en las luchas y el imaginario popular de esa ciudad.

Esta cultura sindical y de lucha popular que se coló por todos los poros de los enclaves petroleros, pero muy especialmente de Barrancabermeja, la capital petrolera de Colombia (en esta ciudad a en la década de los ’60 el 80% de la población estaba sindicalizada -90% de los obreros petroleros), llegaba hasta los espacios más insospechados, como los concursos de belleza, los cuales pese a su indudable carga machista, se convertían en un espacio en el cual era evidente que las candidatas reflejaban una sociedad con gran conciencia de clase. Por ejemplo, en 1977, durante el concurso de Miss Santander, tres candidatas se retiraron en solidaridad con los obreros petroleros en huelga, denunciando que en el jurado se sentaba el alcalde militar de Barrancabermeja.

Leonor Primera, ganadora del concurso Reina de los Trabajadores (de hijas de obreros petroleros) en 1960 celebró su coronación con un casco petrolero mientras arengaba al público:

Formulo (…) un llamamiento a todos los trabajadores para que se acerquen a la organización sindical. En especial hago un llamamiento a la mujer trabajadora para que se organice, para que aprenda a defender sus derechos, para que pueda desempeñar la labor a que está llamada, como ciudadana y como productora de riqueza en la fábrica, en el taller, en la oficina.
Y a los trabajadores organizados, los invito a que hagamos todos los esfuerzos posibles en busca de la unidad sindical (…) Tenemos que luchar intensamente por la unidad obrera, haciendo a un lado todos los resquemores, los pretextos partidistas y las cuestiones personales, para que prime sólo un interés: el interés de la colectividad.
¡Viva la organización sindical!
¡Viva la unidad obrera!
¡Viva el 1º de Mayo!
” (pp. 268-269 vol.2)

La organización obrera: entre la autonomía y la dependencia

El libro entrega otros elementos que permiten reflexiones muy importantes no solamente para el sindicalismo colombiano, sino que para el conjunto del movimiento popular. Es más, creo que estas reflexiones tienen un carácter universal, pues la crisis del movimiento obrero es una crisis de carácter internacional y los factores de fondo suelen ser equivalentes. Uno de esos aspectos es relativo a la autonomía del movimiento obrero y cómo éste se posiciona en su interacción con fuerzas externas a los trabajadores (tanto como gremio, así como clase).

Es particularmente interesante el debate que se hace sobre la pérdida de autonomía del movimiento sindical petrolero ante la experiencia liberal inaugurada por López Pumarejo en la década del ’30, la cual fue tremendamente perjudicial para los intereses de los obreros. El Estado (liberal), aún cuando pretendía ser árbitro, terminó fallando fundamentalmente a favor de los intereses de la patronal, y aún cuando ciertas medidas pudieron redundar en beneficios, los obreros perdieron en iniciativa y capacidad de lucha, en claridad política y conciencia de clase, lo cual tuvo un impacto a largo plazo negativo. Otra serie de dependencias se impusieron después: en la época del obscurantismo laureanista y después durante la dictadura de Rojas Pinilla en los ’50, la dependencia de la Iglesia mediante la imposición (por la represión y la violencia) del sindicalismo clerical. Tras la caída de Rojas Pinilla y con la instauración del Frente Nacional, se asumen una serie de nuevas dependencias gracias a las ilusiones con el sistema bipartidista que son dispersadas por la represión del Estado de cara a las demandas obreras.

Este no es un debate ocioso ante el espejismo santista de “Unidad Nacional” que está mareando a no pocos sectores de la izquierda socialdemócrata y que está cooptando a no pocos dirigentes sindicales y de otras organizaciones populares (indígenas por ejemplo).

Además, en el contexto de la huelga política de la USO el 2004, se analiza un desarrollo peligroso que hoy enfrenta el sindicalismo y el conjunto del movimiento popular en Colombia, y que consiste en su progresiva “oenegización”, en parte por las mismas dinámicas impuestas por el terrorismo de Estado, en parte por problemas políticos de fondo, en parte por la dependencia de los financiamientos externos (“cooperación internacional”), en parte por la familiarización y contacto de las cúpulas con las organizaciones burocratizadas norteamericanas y europeas. La tendencia a la oenegización es peligrosa en dos sentidos: primero, porque reemplaza al pueblo por el “profesional”, con la consecuente desmovilización, desmoralización y distanciamiento de la dirigencia con la base. Por otra parte, porque, en consecuencia, la confrontación y movilización directa es reemplazada por el lobby y el cabildeo que se convierten no sólo en métodos privilegiados de “lucha” sino que en métodos exclusivos de “lucha”. Esto, sin mencionar la larga lista de odiosos vicios que van de la mano con la “oenegización” de los movimientos populares.

Es interesante destacar que algunos de los momentos en los cuales los obreros efectivamente ganan en independencia de clase, durante 1948 y durante las décadas del ’60 y ’70, coincide con el momento de mayor radicalidad de la protesta obrera y con algunas importantes victorias políticas del movimiento petrolero. Estos momentos también coinciden con una feroz represión del Estado en contra del movimiento obrero y la criminalización de sus sindicatos y federaciones. Es necesario destacar que esta autonomía jamás debe ser confundida con gremialismo –pues en todo momento, el sindicalismo petrolero estuvo indisociablemente ligado a la comunidad de la cual hacía parte, consistiendo en una auténtica vanguardia para el conjunto del pueblo, como pudo apreciarse con toda claridad en los sucesos de Abril de 1948: tras el asesinato de Gaitán, se funda la Comuna Revolucionaria de Barrancabermeja, donde participaron, codo a codo, comunistas, liberales y hasta un anarquista (Hernando Soto Crespo, médico de los obreros). Durante diez días de poder popular, se desplegaron al máximo las capacidades organizativas del pueblo colombiano el cual se empoderó de la ciudad y de las instalaciones petroleras. Esta huelga, no debe ser pasado por alto, ocurrió tan sólo unos meses después de una importante huelga de la USO en la cual los obreros petroleros se perfilaron como el sector popular de avanzada. En Yondó, también se formó un Comando Revolucionario que se hizo cargo momentáneamente de las cosas. Este rol de los obreros petroleros no era casual, sino que respondía a los niveles de organización y a la madurez política alcanzada durante su lucha.

Que los petroleros, y particularmente sus luchas, fueron un punto de convergencia importante para el conjunto del pueblo lo demuestra el hecho de que una y otra vez en innumerables huelgas vemos al comercio local cerrando, a las mujeres y los niños tomando parte en las barricadas, enfrentando la represión, impidiendo las faenas de trabajo, colocando tachuelas en las vías de transporte para evitar el desplazamiento de los esquiroles. Tales imágenes de unidad popular fueron vistas en Yondó y Cantagallo durante la huelga de 89 días de 1964 que terminó en una gran victoria obrera sin derramamiento de sangre, pero también se vieron en Barrancabermeja en las huelgas de 1963, 1971 y 1977.

Un último punto importante sobre el debate de la autonomía obrera, es qué tipo de relación instauran con los intelectuales orgánicos y con el resto de la izquierda: al discutir la experiencia de uno de estos intelectuales profundamente arraigado en el mundo de los obreros petroleros, como lo fue el abogado Montaña Cuellar, militante comunista, el cual aportó al proceso de maduración política de los obreros sin asumir una posición encuadramiento ideológico. Los autores de este libro trabajan desde el modelo de la “circulación de ideas” para expresar esta relación dialéctica entre la intelectualidad orgánica y los obreros, planteando que la conciencia social y el ser social están mediatizados por la experiencia, directa e histórica. En este modelo van más allá de las nociones crudas y burdas según las cuales las clases populares por el sólo hecho de serlo desarrollan su conciencia social de manera mecánica, o, por el contrario, que la conciencia socialista se implanta como un elemento exógeno a la clase obrera. Creo que este debate tiene muchísima importancia a la luz del renacimiento de los movimientos populares en el continente.

Violencia de clase y radicalidad obrera

En el caso concreto de Colombia es necesario mencionar que ciertos personajes que fungen de “violentólogos” han estado interesados en dar la imagen de que la “violencia” en Colombia es algo como un virus que existe en el aire, sin contextos de clase, sin una estructura estatal que la reproduce, sin inequidades estructurales que la amplifican. Esta visión ha sido llevada al paroxismo por las “reflexiones” (si pudiéramos llamarlas de esta manera) de José Obdulio Gaviria según el cual el país ha vivido una “locura colectiva” fundamentalmente “marxista”.

En realidad, la violencia de clase fue el signo bajo el cual comenzó tempranamente la explotación petrolera en Colombia (y la explotación en general, el caso de los bananeros es otro caso emblemático entre muchos). El libro recuerda los crímenes contra los pueblos originarios, los cuales sufrieron un violento desplazamiento, aculturación y genocidio. La prensa de los años ’40 podía publicar una nota indignada excepcional de un periodista denunciando como los “gringos se entretenían asesinando indios motilones” sin que eso tuviera absolutamente ninguna repercusión política. Los obreros desde el primer momento en que apareció su organización, la vieron perseguida, criminalizada, estigmatizada y prohibida. Desde la huelga de 1924 todos los movimientos obreros de los petroleros enfrentaron la violencia, la militarización y desde épocas muy tempranas, desde la huelga de 1934 ya aparecen actores que podríamos identificar con el paramilitarismo en su fase primitiva (pájaros) que armados hasta los dientes iban sembrando el terror entre los obreros huelguistas.

Por ejemplo, la huelga de 1971 enfrentó un nivel de militarización demencial: 12.000 soldados ocuparon Barrancabermeja –un soldado por cada diez habitantes, y un soldado y medio por cada trabajador en huelga (había tan sólo 8.000 obreros huelguistas). Pero la militarización no fue suficiente para doblegar el espíritu de combate de los obreros. Se formaron también redes de sapos y cuadrillas paramilitares y parapoliciales, una de ellas, con el revelador nombre de “Escuadrón de Esquiroles Vengadores”, en clara referencia al acoso y a la humillación pública a que eran sometidos los esquiroles o “patevacas”.

Con la expansión del paramilitarismo desde mediados de los ’80 y con su mutación en una verdadera máquina de muerte, la violencia que sufrieron los obreros fue en sostenido aumento. En 1992, por ejemplo, cien personas fueron asesinadas por la Red de Inteligencia Militar, la cual era asesorada por el Comando Sur de los EEUU. Esta Red contrató sicarios para realizar estas labores de “limpieza social”, revelando la alianza estructural entre el paramilitarismo y el Estado, según confiesa Carlos Alberto Vergara, uno de estos asesinos a sueldo: “casa asesinato oscilaba entre 100.000 y 200.000 pesos “de acuerdo a la víctima, cada miembro de la USO era pagado con doscientos mil pesos, cada guerrillero a cien mil pesos”. (p.397) ¡Pese a toda la verborrea contrainsurgente, estas redes y esta estrategia de Estado fue dirigida fundamentalmente hacia el pueblo organizado como se desprende de las cuotas pagadas por cabeza!

El año 2000, con plena connivencia de las autoridades locales y estatales, con total colaboración del ejército, las AUC se toman Barrancabermeja y comienzan su orgía de sangre: ese año se asesinó a una persona cada 17 horas, sumando un total de 400 asesinatos anuales para una ciudad de menos de 300.000 habitantes.

No es casual que en este proceso de profunda represión ante la demanda obrera, se haya desarrollado un gran espíritu radical entre los obreros. La relación entre represión y pensamiento y práctica revolucionarios queda claro cuando se estudia cómo la brutal represión a la huelga de 1963 llevó a que muchos obreros petroleros, particularmente obreros despedidos u obreros que habían sido maltratados, se comprometieran desde el inicio con el proyecto del Ejército de Liberación Nacional de Colombia y que no pocos se fueran para “el monte”. Este proceso no es tratado en el libro de manera moralista, sino que entendiendo la relación entre esta radicalidad y la violencia de clase que los trabajadores tuvieron que aguantar.

Esa radicalidad también se expresó en el período comprendido entre las huelgas de 1971 y 1977: éstas se desarrollaron en un ánimo igualitario que expresaba las prufndas aspiraciones de transformación social que los obreros fueron desarrollando en su experiencia histórica. Es interesante señalar acá cómo los obreros de la USO fueron acusados por la prensa burguesa (El Tiempo, 13 de Agosto, 1971) de “anarquistas”:

Lo ocurrido en Barranca fue sencillamente un acto de terrorismo con las demás censurables características. Lisa y llanamente un atentado contra la economía del país, la integridad de las personas y la seguridad de los bienes del Estado. Que de ninguna manera puede quedar impune. Sería un gravísimo antecedente para el orden y el imperio de las leyes. El principio de la anarquía”. (p.301, vol.2)

En esa misma huelga, dirigentes del Partido Comunista acusaron a la USO y la dirigencia de Fedepetrol de aventurerismo, de abandonar la lucha reivindicativa por la lucha armada (ie, revolucionaria) y de anarcosindicalismo (ver esta discusión en la p.307).

Estas acusaciones resultan interesantes, pues no son del todo gratuitas -aún cuando lo que se busca con ellas es la satanización de la dirigencia sindical utilizando un epíteto (ie, anarquista) que los estalinistas y la burguesía difícilmente comprendían. No es que los obreros hayan sido “anarquistas”, pero creo que los paralelos con las tácticas y los fines del movimiento sindicalista revolucionario (libertario o anarco-sindicalista, términos que en este contexto podemos utilizar indistintamente aún cuando haya matices) son importantes. Personalmente siempre he sostenido que el anarquismo, al igual que el resto del movimiento revolucionario, no puede ser entendido de la manera típicamente idealista de que son buenas ideas que bajan del cielo y que eventualmente el pueblo las entiende y las aplica. Las ideas y las prácticas revolucionarias son fruto sobretodo de la experiencia de la lucha de clases –lo cual no resta importancia al trabajo de sistematización de los teóricos y los intelectuales orgánicos, que facilitan y promueven la circulación de ideas que mediatizan conciencia y ser social. Pero creo que siendo un producto de la lucha y de la conciencia, trabajadores en distintos rincones del planeta pueden arribar a consecuencias y prácticas semejantes. En el ciclo huelguístico de 1971-1977, pero principalmente en la huelga de 1971, el ánimo igualitario y libertario, ese deseo de empoderarse de manera directa de un mundo que el obrero SABE es fruto de su propio esfuerzo, floreció como en tantas otras experiencias revolucionarias globales. La constitución de comités populares que se convirtieron, incluso en situaciones de clandestinidad de la USO, en un doble poder, en un poder popular opuesto al Estado, la ocupación de las instalaciones petroleras y el deseo de los obreros de tomar en sus manos la producción son clara prueba de que estábamos ante una clase obrera madura capaz de imponer a nivel local (más no nacional) su “orden”, es decir, capaz de poner la sociedad burguesa patas p’arriba. La pesadilla última de la burguesía.

Ese ánimo igualitario llegó a tanto que los obreros en un momento durante 1971 amenazaron a los directivos de ECOPETROL que habían retenido de que por cada obrero asesinado, matarían a un directivo. Prepararon para ese efecto una horca y todo. Claro, habrá quienes piensen que esto es una salvajada, pues lo normal es que los directivos de la empresa manden asesinar cuantos trabajadores se les venga en capricho y estos se dejen masacrar cruzados de brazos. La sangre obrera nunca horroriza de igual manera a estos “humanistas” como lo hace la sangre de la élite dorada. Esto demuestra que los trabajadores ya no estaban dispuestos a ser ni humillados ni masacrados y que se enfrentarían en igualdad de términos, clase contra clase. Y aún así sorprende que en sus momentos de mayor radicalidad, los obreros siempre hayan sido infinitas veces más humanos que sus verdugos.

Rescatando al ser humano

Por último, el libro es un brillante homenaje a la humanidad de los obreros petroleros. No los presenta de manera unidimensional como luchadores inmaculados, sino que los analiza en su compleja constitución social y cultural. La influencia de la prostitución y del machismo, la religiosidad del obrero petrolero, su carácter cosmopolita heredado de las múltiples culturas que convergieron en torno al petróleo, la influencia decisiva de la cultura afro-ribereña en los centros petroleros del Magdalena Medio. Aparece el obrero con sus luces y sus sombras, la persona real que podría ser nuestro vecino, que podríamos ser cualquiera, demostrando que ese heroísmo del luchador social no nace de una naturaleza superior sino que es dado por la mezcla de la convicción, de la organización y del momento histórico.

Me gusta sobre todo el énfasis que se da a la cultura de los obreros. Esta cultura, en una comunidad fuertemente organizada, puso gran cantidad de ingenio al servicio de la lucha como lo demuestra con ironía la oración de un “patevaca” a su Santo patrón, escrita durante la huelga de 1977:

¡Oh Señor! Tú que eres mi patrón,
De rodillas te pido en mi oración
Que te acuerdes de darme un aumentico
¡Por favor!
Y yo que estoy a punto de ser supervisor
Que cada temporal lo espero con temblor
¡No me dejes baypasiado!
Mi señor…
Ya mis espaldas están cansadas de aguantar
Y mis manos de escribir
Más no importa trabajar y palanquiar
¡Con tal de verte sonreír!
¡Oh patrón!
Como te admiro,
Cuando reprende a los demás
De rodillas yo te pido,
Porque ya no aguanto más
El plan setenta te regalo
El sirviente más fiel yo te seré
Pero déjame ser “súper” yo te lo ruego
Y feliz la pata estiraré
Por los siglos de los siglos
Amén
” (p.338, vol.2)

Acá se expresa una fuerte conciencia de clase, desprecio por el esquirol y desprecio por el arribista, a la vez que la ironía revela la religiosidad del obrero a la vez que su ausencia de fanatismo. Tal expresión de ingenio popular me recuerda a una famosa oración (de muchas) que escribieron los IWW (Industrial Workers of the World, organización sindicalista revolucionaria formada en 1905 en Chicago y prácticamente aniquilada mediante una aguda violencia durante sus dos primeras décadas de vida) en los Estados Unidos a comienzos de siglo:

Alabemos al patrón cuando suena la campana para trabajar en la mañana
Alabémoslo por el poco de horas extras
Alabémoslo por sus guerras, las cuales nos encanta pelear
Alabemos a esta sanguijuela gorda y parásita


Así obtenemos una visión global de un obrero creador, de un obrero que no es perfecto, pero que se fue mejorando con su propia práctica de lucha. Un obrero con innumerables virtudes, pero con defectos.

Es precisamente la no idealización del obrero lo cual permite analizar algunas de las limitaciones, problemas y errores que enfrenta la USO como parte de la crisis general del sindicalismo en Colombia y en el mundo. Con esta crítica constructiva con la que termina el libro, se demuestra que estamos ante una historia puesta al servicio del futuro, al servicio de la construcción de una sociedad mejor, libre, igualitaria, no solamente para los petroleros sino para todos y todas. Por eso es muy acertada la cita de Alessandro Portelli con la que se encabeza el primer volumen: “Hemos conseguido seguir enfureciéndonos con la injusticia y la opresión sin tener que atribuirle al oprimido virtudes que nosotros no tenemos: al contrario, pudimos reconocer que sus debilidades eran muchas veces, consecuencia de la opresión misma”.

¿Mi recomendación? Trate de comprar este libro apenas pueda, léalo completo, subráyelo, escriba notas al borde de la página, discútalo con sus amigos y compañeros, porque es sin lugar a dudas una gran contribución al presente de la clase trabajadora y de los sectores populares, en la cual se encuentran algunas claves para entender la manera de torcer el curso a una historia, hasta ahora, amarga. Pero que no tiene por qué seguir siéndolo. Y que no podemos permitir que lo siga siendo.

José Antonio Gutiérrez D.
16 de Septiembre, 2010

author by Manu Garcíapublication date Tue Oct 25, 2011 09:30author address author phone Report this post to the editors

Acabo de terminar de leer el libro, cuya lectura también recomiendo. Mi más sincera enhorabuena a los autores y mi agradecimiento por ayudar al conocimiento y la comprensión de la trayectoria de uno de los sectores más conscientes y mejor organizados del movimiento obrero colombiano.

Renán Vega, Luz Ángela Núñez y Alexander Pereira han logrado componer un cuadro vivísimo y altamente comprehensivo de la realidad en las comarcas petroleras colombianas. Hay pasajes del libro que valen su peso en oro, por ejemplo la exposición de lo que es un enclave y lo que significa en términos de condiciones laborales, de vida y de renuncia a la soberanía; o el relato de cómo transcurrieron los 10 días de Poder Popular en Barrancabermeja, en que el pueblo fue dueño de su destino.

Coincido plenamente con José Antonio Gutiérrez en que se trata de una obra de importancia capital, no sólo para conocer la historia de uno de los sectores económicos estratégicos de Colombia a través de sus principales protagonistas, sino también para pensar la realidad actual de los trabajadores y las clases populares a la luz de sus experiencias: lejos de ser un trabajo exclusivamente sobre el pasado y sobre un sector laboral muy concreto, lo es fundamentalmente de proyección de cara al presente y para todo el pueblo colombiano, especialmente de quienes no se resignan a soportar sin rechistar el modelo excluyente y empobrecedor que les han impuesto.

Y es que la lucha por la soberanía y la dignidad, la epopeya que el libro relata, sigue abierta y en desarrollo, aún hoy en pugna con la misma oligarquía que "Petróleo y protesta obrera" tan bien caracteriza, igual de mezquina y cerril que hace 80 años, sólo que con su maquinaria de guerra mejor aceitada y con una financiación multimillonaria sobre todo desde los Estados Unidos. Aunque han ahogado en sangre Colombia y han acumulado inmensas riquezas gracias a la desposesión violenta, no han logrado callar la voz digna y rebelde de sus gentes, que siguen construyendo con organización y lucha, como los trabajadores petroleros a los que está dedicado este libro, un mañana mejor para Colombia.

author by Renán Vega Cantorpublication date Thu Aug 30, 2012 22:39author address author phone Report this post to the editors

Este artículo busca plantear la discusión sobre algunos aspectos de la historia obrera, retomando una experiencia de investigación que intentó reconstruir parte de la rica historia de los trabajadores petroleros, un importante sector de la clase obrera colombiana y fue publicada en el año 2009 bajo el título Petróleo y protesta obrera. La USO y los trabajadores petroleros en Colombia. Básicamente se reflexiona sobre algunos problemas teóricos (escala temporal, particularidades de la historia obrera, la noción de totalidad, el uso de la teoría), fuentes y uso de los archivos, y la función social de la investigación.

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author by Rafael Antonio Velásquezpublication date Tue Aug 26, 2014 19:37author address author phone Report this post to the editors

“Mi llegada al Partido Socialista me deparó la oportunidad de realizar la etapa más importante y más hermosa de mi vida: la lucha al lado de los trabajadores del petróleo”.
Diego Montaña Cuéllar

El presente artículo tiene el propósito de desmitificar la idea dominante de la historia oficial de Ecopetrol, que concibe a la fundación de la empresa como resultado exclusivo de la acción de las clases dominantes, sin considerar las luchas y dinámicas sociales, las fuertes disputas, conflictos y negociaciones entre aquéllas y la clase obrera, sobre todo durante la fundamental huelga nacionalista de 1948, protagonizada por la Unión Sindical Obrera (USO). Este hecho sentó las bases de la reversión de la Concesión de Mares y la creación de Ecopetrol como la primera empresa petrolera estatal colombiana, la cual empezó a operar el 25 de agosto de 1951.

Antecedentes En el quinquenio del general Rafael Reyes (1904-1909), se concedieron las dos primeras Concesiones petroleras para la exploración y explotación petrolíferas en Colombia, a dos protegidos del régimen: el general Virgilio Barco y Roberto De Mares. En 1905 se le otorgaron a este último 1.000 hectáreas de tierras, para explotar las fuentes de petróleo, las minas de asfalto y carbón localizadas en el Carare, El Opón y San Vicente de Chucurí (Barrancabermeja en ese entonces era corregimiento de San Vicente), territorios donde habitaban los últimos aborígenes Yareguíes.

Catorce años después durante el gobierno de Marco Fidel Suárez (1918-1921), Roberto de Mares quien había recurrido a argucias jurídicas para obtener sucesivas prórrogas a la caducidad de los contratos de la Concesión, finalmente el 25 de agosto de 1919 traspasó de manera ilegal a la Tropical Oil Company la concesión que se encontraba a su nombre.

Esta empresa había arribado a la región tres años antes y con su llegada se produjo una transformación del espacio y de la sociedad donde se implantó la economía de enclave. Las necesidades del capital imperialista, con sus acelerados ritmos de tiempo, la introducción a gran escala del trabajo asalariado, la construcción de obras de infraestructura y la explotación intensiva del petróleo produjeron un reordenamiento espacial y demográfico que le proporcionó unas características singulares a Barrancabermeja, entre ellas las movilizaciones y luchas obreras contra la Troco.

En la época de la Tropical Oil Company (1919-1951), la USO realizó seis huelgas. La primera transcurrió entre el 8 y el 14 de octubre de 1924, con una participación de unos tres mil trabajadores; la segunda del 14 hasta el 29 de enero de 1927; la tercera del 7 hasta el 20 de diciembre de 1935 (con 4.000 petroleros); la cuarta del 8 hasta el 12 de abril de 1938; la quinta del 28 de octubre hasta el 23 de noviembre de 1946 (12.000 obreros) y la sexta del 7 de enero hasta el 24 de febrero de 1948 (5.000 obreros). Las dos últimas se caracterizaron por la reivindicación y conciencia política de los dirigentes y sus bases, siendo la reivindicación principal la nacionalización de la industria del petróleo.

La nacionalización del petróleo y la creación de Ecopetrol

En la década de 1940 se produjo un avance del movimiento democrático nacional, auspiciado por tres factores fundamentales: el fracaso de la “revolución en marcha” de Alfonso López Pumarejo, la crisis económica que se agravó en el país a raíz de la Segunda Guerra Mundial, y el surgimiento del movimiento político gaitanista. En el gobierno conservador de Mariano Ospina Pérez (1946-1950) se presentaron las confrontaciones laborales de 1946 y 1948. Los motivos de la huelga de 1946, fueron: violación al Convenio Colectivo de trabajo firmado en 1944 entre la USO y la Tropical Oil Company; desconocimiento a los acuerdos y pactos firmados en 1946 entre la compañía y los trabajadores y negación al pliego de peticiones: salarios, despidos, escalafón, salud, comisariato y prestaciones sociales. En síntesis, “el acuerdo con la Tropical Oil recogía los puntos sobre salarios, escalafón, acababa con la discriminación entre trabajadores colombianos y extranjeros, se dictaban resoluciones sobre condiciones higiénicas y sanitarias, y los más importante, había dado inicio a la discusión sobre la nacionalización de la industria del petróleo”. El periódico El Espectador al respecto manifestó: “Los trabajadores entienden su movimiento como el primer paso hacia la indispensable nacionalización de los petróleos, para lo cual verían con extraordinaria simpatía que el gobierno nacional asumiera la administración parcial o total de las empresas petroleras”. Diego Montaña Cuéllar afirmó al respecto que se había promovido “ante el país entero la preocupación por que el Estado colombiano administre sus empresas petroleras cuando se venzan los términos de las concesiones”.

El 7 de enero de 1948 estalló la sexta huelga de la USO. Este hecho fue decisivo para la historia del petróleo en Colombia y del sindicato, por tres motivos fundamentales: primero, “porque logró arrancarle al Estado, pese a su oposición frontal, la declaratoria de legalidad, como puede apreciarse en una inusitada nota de prensa, que difícilmente se encuentra en la historia de Colombia, donde se decía: “En presencia del fallo del juez que declaró la huelga lícita, según la constitución y las leyes; las autoridades están obligadas a proteger el derecho a no trabajar y a facilitar el pacífico y tranquilo desarrollo de la cesación colectiva de trabajo”; segundo, porque colocó en el tapete de la discusión política la cuestión de la soberanía energética y el asunto relacionado con el inconveniente para la nación de prorrogar la Concesión de Mares; y tercero, porque los obreros ganaron la huelga y el gobierno conservador se vio obligado a reconocer el fin de la Concesión en 1951 y la creación de una Empresa Colombiana de Petróleos”.

Uno de los motivos para que estallara la huelga fue el despido masivo en diciembre de 1947 de 107 trabajadores de producción y limpia pozos y la terminación de la Concesión de De Mares. Las denuncias de la USO, de las argucias de la compañía, acerca del despido masivo injusto, estaban sustentadas en el falso supuesto que los pozos en el campo petrolero presentaban descenso en la producción. Ellos eran trabajadores de las áreas de exploración, limpieza y perforación de pozos, sectores importantes para la continuación, con rentabilidad, de las exploraciones cuando la Tropical revirtiera al Estado la Concesión. No obstante, “la compañía no había previsto que el sindicato entrelazaría la reivindicación con discurso fuertemente nacionalista y antiimperialista. O, para decirlo en términos más precisos: los argumentos que tomaban los trabajadores para reclamar los reintegros estaban basados en ideas sobre la soberanía nacional”.

Además, la organización de la huelga contó con la participación y solidaridad activa de los comités de agitación, propaganda, alimentos, vigilancia, y con el apoyo de la población del puerto y otros sindicatos del país. El 23 de enero se realizaron marchas de protesta que coordinaba la CTC (Confederación de Trabajadores de Colombia) en todo el país. El 7 de febrero, a un mes exacto de haberse iniciado la huelga, Gaitán lideró en Bogotá la memorable “Marcha del Silencio”, que “advertía al establecimiento el potencial de un nuevo poder capaz de generar grandes acontecimientos políticos en el país”.

También es necesario presentar algunas remembranzas de ex trabajadores de la época sobre la actitud de lucha beligerante y consecuente que tuvo Montaña Cuéllar, por la lealtad y solidaridad con el movimiento sindical: “Montaña fue fundamental en la huelga del 48, cuando le iban a bombear petróleo a unos buques que estaban en Galán y él fue y no dejó; 5.000 personas lo apoyaron, la policía y el ejército vieron que no podían bombear con tanta gente”. De igual forma, según otro obrero: “Fueron 52 días en huelga, vino el ejército, se posesionó abajo en la marina y decían que se les tenía que dar aceite a los buques, porque tenían que irse. Fuimos abajo a Galán, donde abrían la válvula para el aceite, cuando llegó el teniente con dos soldados y le dijo a Montaña Cuéllar: bueno doctor hay que darles el aceite a los buques porque tienen que irse y dijo no señor, no se puede dar porque estamos en huelga y si no, no sería ninguna. Y dijo, sea como sea hay que darles al aceite a los buques. El teniente ordenó a un soldado que abriera la llave, entonces el doctor se sentó en la válvula y dijo “primero muerto que dar aceite”.

Finalmente, la USO representada por su dirigencia y asesorada por el abogado Diego Montaña Cuéllar, presentó al gobierno la propuesta de conformar un tribunal de arbitramento, que resolviera mediante un fallo obligatorio la disputa entre los trabajadores y la Troco. El 24 de febrero, el presidente Ospina Pérez firmó el decreto que convocaba a un tribunal de arbitramiento obligatorio, logrando reintegrar a sus puestos de trabajo a los que habían sido despedidos, forzando además a la Tropical a mantener todas las actividades en la Concesión hasta el último día del contrato. Sobre este hecho trascendental, plantea el historiador Alexander Pereira Fernández: “…como consecuencia de lo anterior, con las deliberaciones públicas originadas a raíz de la huelga, el tema de la reversión de la Concesión de Mares se hizo tan urgente que, inmediatamente terminó el paro, el gobierno organizó un Consejo Nacional de Petróleos. De ahí surgió el proyecto que creó la Ley 165 de diciembre de 1948. Esta fue la norma que dio origen a Ecopetrol, la primera empresa de petróleos colombiano”. Igualmente, el historiador René de la Pedraja Tomán afirmó que esta huelga sentó las bases para la fundación de Ecopetrol porque “los trabajadores exigieran con vehemencia la creación de una empresa estatal y afirmaran que no vacilarían en declarar otras huelgas, constituía un hecho político que no podía desconocerse”.

La USO, madre de Ecopetrol

Es importante señalar el impacto de dicha huelga para la nacionalización del petróleo evocando tres testimonios, que entre muchos, lo confirman. Ángel Ojeda nos dice: “Todo fue pacífico, nadie iba a trabajar y uno le cuidaba los bienes a la empresa. Aquí había cuadrillas que se iban a celar para que los gringos no hicieran daños y después dijeran que eran huelguistas. Por eso le ganamos la huelga”. Patrocinio Mujica asegura que “se buscaba la reversión del petróleo, que no fuera explotado por los extranjeros sino por el país”. Y Jorge Maz recuerda así la acción de la Tropical y la respuesta firme de los obreros: “La empresa hizo una serie de barbaridades a fin de tratar de conseguir la prórroga de la concesión por cinco años más. Al fin la USO tomó la bandera nacional. Hicimos muchos movimientos cívicos; tanto en Bogotá como en Barranca se creó una conciencia nacional y así pudo conseguirse que pereciera el contrato en la fecha estipulada en la escritura de la concesión, el 25 de agosto de 1951”.

Sobre la importancia de esta huelga en la historia de los trabajadores, en una de las cartillas utilizadas por el sindicato para formar a sus afiliados se dice que cada logro de los trabajadores “lleva implícito una gota de sacrificio y lucha de quienes de una u otra manera hemos contribuido a ellos, muchos de los cuales ya no son socios de la USO porque han sido asesinados o despedidos por haber luchado para conseguir esas reivindicaciones o para defenderlas”. Y en otra parte del mismo texto se recuerda que como producto de esas luchas “nació la alternativa de una empresa estatal que se hiciera cargo de la reversión y se fundó Ecopetrol mediante la Ley 165 del 27 de diciembre de 1948, por eso afirmamos sin lugar a equivocarnos que la USO es la mamá de esta gran empresa”.

En esta fecha del 25 de agosto, es necesario evocar a los dirigentes de la USO de las huelgas de 1946 y 1948, y en especial del dirigente político y abogado Diego Montaña Cuéllar, quien le brindo las herramientas jurídicas y políticas necesarias e imprescindibles, para la construcción de una conciencia política a la clase trabajadora en defensa de la soberanía nacional de nuestros recursos energéticos. Ese legado debe ser retomado por la USO de hoy, con el fin de luchar por la soberanía, para que los campos explotados por las multinacionales, como los de Pacific Rubiales en el Meta, sean revertidos y explotados por la nación.

 
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