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Apuntes sobre Colombia y el fascismo clásico europeo

category venezuela / colombia | antifascismo | opinión / análisis author Wednesday August 04, 2010 18:23author by José Antonio Gutiérrez D. Report this post to the editors

El siguiente trabajo nace por solicitud de una serie de compañeros que me pidieron que desarrollara más mis afirmaciones sobre el proceso de fascistización de Colombia que había adelantado en La Red de “Sapos” Universitarios –¿un nuevo paso hacia la fascistización de Colombia? y en “Esto es un crimen monstruoso” DASpolítica y la fascistización de Colombia. Este trabajo no pretende afirmar identidad absoluta en procesos ocurridos en circunstancias históricas y sociales muy distintas, como son la Alemania Nazi y la Colombia para-uribista; lo que buscar más bien son los paralelos y ciertas lógicas comunes entre el proceso del fascismo clásico y el proceso político colombiano abierto desde comienzos de los '80 por esa alianza macabra de la oligarquía y el capital mafioso, que a lomo del paramilitarismo, terminó con Uribe Vélez y ahora con Santos en el poder. La "refundación nacional" que se ha consolidado en la última década expresa tendencias propias de los procesos de fascistización aún cuando el fascismo aún no esté establecido en Colombia. Estas ideas sencillamente buscan entregar algunos elementos que puedan servir para entender mejor y en perspectiva histórica este proceso y entregar, consiguientemente, elementos al debate necesario de la izquierda latinoamericana y del movimiento popular para hacer frente a los desafíos de las luchas que se vienen. Consideramos oportuna además esta reflexión en medio de los análisis serviles y pusilánimes de los politólogos oficiales colombianos relativos al fin de su gestión.
"Adolf" Uribe Vélez.... ¿una exageración o una comparación legítima?
"Adolf" Uribe Vélez.... ¿una exageración o una comparación legítima?


Apuntes sobre el fascismo: contrapunteando el proceso político colombiano con las experiencias fascistas europeas

No hace falta imaginarse como fue el fascismo ni qué le pasó a los alemanes entonces. Hace falta ponernos un espejo para ver el rostro terrible de lo que ya nos está pasando. Hace falta seguir el ejemplo de la dignidad y no el de la cobardía. Este no es momento para entretenernos, ni acomodarnos con los beneficios que nos ofrece el régimen para perpetuarse con nuestra complicidad. Este, es el momento de la conciencia, de la palabra libre y valiente, y de la movilización antes de que la muerte y el terror no vengan ya por algunos señalados o por el vecino, sino por nosotras y nosotros y no quede quien reclame.”

(Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca, ACIN, 27 de Mayo, 2009)


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Desde un tiempo a la fecha, no son pocos los personajes de la oposición al régimen de Uribe Vélez los que han venido hablando de “dictadura”, de “fascismo”, términos utilizados como parte de un discurso que refleja un cierto malestar y preocupación ante las tendencias totalitarias que ha revelado el actual régimen y sus tendencias anti-democráticas[1] amparadas en el difuso término “Estado de Opinión”, según el cual se da a entender que Uribe tiene la clave para interpretar en todo momento los deseos de las mayorías (concepto que además implica que los derechos de esas supuestas mayorías son ilimitados). El capricho del “Mesías” es la voluntad popular y divina. Con la elección del Delfín Santos, el discurso gira del “Estado de Opinión” hacia la “Unidad Nacional”, concepto tras el cual se enmascara el mismo desprecio por cualquier forma de contrapeso a la voluntad suprema del líder máximo del ejecutivo –voluntad que se equipara mecánicamente a la voluntad suprema de la “nación”.

Pero creemos importante tratar de entender qué hay detrás del proceso “totalitario” que se viene consumando en Colombia desde hace una década y cuáles son las implicancias de hablar de “fascismo” en el actual momento histórico. No nos interesa trivializar los términos sino que entender procesos políticos de fondo. Veamos por tanto que hay de sustantivo en estas acusaciones haciendo un examen del proceso histórico del fascismo, a la vez que contrapunteamos algunos paralelos con la realidad colombiana.

Despotismo y fascismo

En un par de artículos escrito por Cristina de la Torre para el periódico El Espectador, bajo el título “Despotismo Deslustrado” el paralelo entre Uribe y los “fascismos reales” (por llamarlos de alguna manera) es tratado de manera cautelosa pero precisa más allá del mero descalificativo con el que a veces se entiende esta palabra (la cual a veces se utiliza como sinónimo de “autoritario”, de “ultraderechista”, de “godo” o de cualquier cosa que no nos gusta como izquierda). Cito estos dos artículos porque en ellos, con valiente pluma, se da cuenta de un elemento fundamental a los fascismos como es el de ser una reacción burguesa en contra de la democracia burguesa, cuando ésta resulta insuficiente para la hegemonía del bloque dominante. Pero no solamente esa reacción es fundamentalmente anti-democrática: uno de los aspectos que la distingue de otras clases de Estado de Excepción (dictaduras tradicionales, por ejemplo) es que cuenta un respaldo de masas si bien no absoluto, al menos sí significativo:

La democracia plebiscitaria ha vuelto, más potenciada ahora por los desarrollos de la radio y la televisión. Y, entre nosotros, también por la impotencia de una sociedad descoyuntada por la ética del sálvese quien pueda, con motosierra o sin ella, sin partidos capaces de emular la voracidad de un hombre y su “partido” que todo lo absorbe y lo domina. A grandes zancadas va desafiando los últimos baluartes de la democracia. La civilidad institucional involuciona aquí hacia la era de los caudillos militares que sólo saben de guerra. De guerra sucia.

El proyecto de raparle a la Corte Suprema la facultad de juzgar a los políticos amigos de los delincuentes que ayudaron a elegir y reelegir a Uribe sólo cabe como tropelía de quien manipula mayorías que ya no ven. No ven los miles de muertos que los aliados del uribato llevan a cuestas. Se quiere doblegar a la justicia y avanzar hacia la protección del crimen. Entre tanto, Uribe dizque señalará a los corruptos frente a las cámaras de TV, en espectáculo de democracia justiciera para deleite de las mayorías. Pero sin los amigos en el banquillo. Y sin jueces
”[2].

Esta breve caracterización que no es un tratado sociológico sobre el fascismo, no pretende más que evidenciar ciertos paralelos que sin ahondar en el proceso político de la fascistización pudieran parecer superficiales, pero que son parte de la raíz del fenómeno. Sobre todo lo relativo al movimiento de masas que acaba con los controles democrático burgueses, dando al Ejecutivo una preponderancia sin ninguna clase de contrapeso, proceso el cual se logra tras una aguda lucha política y no sin resistencias de los otros poderes del Estado (como la actual pugna entre la Corte Suprema y el Ejecutivo ejemplifican). Pero también da su debida importancia al rol que tiene el terror como mecanismo de disciplinamiento político (arte en la cual los aprendices de fascistas colombianos han destacado con creces) y el control de los medios, los cuales son puertos al servicio de la propaganda de la ideología mesiánica desarrollada por las fuerzas fascistizantes.

Sin embargo, los procesos históricos no se repiten dos veces y los modelos políticos así como las clasificaciones tienen valor siempre y cuando se tenga la suficiente precaución como para reparar en las particularidades propias de cada situación y de cada momento histórico: en el caso colombiano debemos mencionar la existencia de una tradición centenaria de violencia estatal como respuestas privilegiada de las clases dominantes a cualquier forma de protesta social; la intervención permanente del imperialismo norteamericano; la existencia de una tradición de respuesta guerrillera a la violencia del Estado, la cual es consecuencia y no causa como nos quiere hacer creer el actual régimen; la formación de milicias privadas por parte de los capitalistas como parte normal de la lucha de clases, un fenómeno que no viene de los 1980 con la entrada del narcotráfico al conflicto, sino que parte de 1946 cuando en el eje cafetero chulavitas y pájaros comenzaron sus expediciones punitivas en contra de campesinos fundamentalmente liberales[3]; ligado a lo anterior, la guerra como un mecanismo normal de acumulación de capital; y el peso exorbitante del narcotráfico y la mafia en la estructura económica colombiana.

La misma Cristina de la Torre es conciente del carácter singular de las experiencias históricas cuando con no poca gracia menciona que:

En su escalada sibilina hacia la dictadura[4], Uribe se ampara en la aritmética de una supuesta mayoría. También a Hitler lo llevó al poder un movimiento de masas y en él lo mantuvo 12 años. Muchos matices separan a estos dos hombres, claro: si el alemán fue genio del mal, el nuestro será simple aprendiz de caudillo para república bananera”[5].

Obviamente algunos de estos matices son relativos a los ojos de sus respectivas víctimas. Dudo que alguno de los miles de campesinos colombianos despedazados vivos con motosierras, después de haber sido torturados por interminables días con machetes, taladros y toda clase de vejaciones sexuales imaginables, víctimas de la demencia paramilitar de las CONVIVIR creadas por Uribe Vélez (que luego se convirtieron en las AUC), encontrarían alguna clase de consuelo en la afirmación de que Uribe no es más que un “aprendiz de caudillo de una república bananera”.

El problema del fascismo

Para entender al fascismo clásico se ha utilizado muchas veces el concepto de que representa a la “reacción absoluta”, concepto que es pertinente pero insuficiente. El concepto que manejamos del fascismo es la de un proceso político mediante el cual se establece la primacía absoluta del gran Capital (monopolista y financiero) para resolver una crisis institucional aguda del Estado burgués (crisis que expresa profundas contradicciones entre las clases y entre las diferentes fracciones del bloque dominante), y no necesariamente el de un programa acabado el cual es aplicado mecánicamente en todos partes[6].

El surgimiento del fascismo en cuanto tal es una respuesta del gran Capital monopolista y financiero a una crisis de hegemonía, crisis en la cual “ninguna clase o fracción de clase dominante, parece capaz de imponer, ya sea por sus propios medios de organización política, ya sea por el camino indirecto del Estado ‘democrático parlamentario’, su ‘dirección’ sobre las otras clases y fracciones del bloque en el poder”[7].

El carácter de la crisis de hegemonía política expresa ciertos elementos fundamentales del fascismo –ésta conlleva a una crisis de ideología generalizada y, en particular, de representación de los partidos tradicionales, lo que conlleva un doble proceso: fortalecimiento del aparato centralizado del Estado por una parte y el surgimiento de redes de poder paralelas mediante la duplicación institucional. Surgen así “redes paralelas ocultas, funcionando como correas de transmisión real del poder y de las decisiones, lo cual va desde la aparición de grupos de presión y milicias privadas como núcleos de reorganización política, hasta la instalación de verdaderas redes paraestatales”[8]. Otros elementos comunes de las experiencias fascistas, que se inscriben dentro de este contexto de crisis, son la primacía del Gran Capital (no hay que recordar que el Gran Capital en la Alemania de los ’30 no es el mismo de la Colombia del siglo XXI), pero que cuenta con la clase media urbana como clase-apoyo; la combinación de mecanismos ilegales (terror) con mecanismos legales (democráticos) para llegar al poder, en el entendido que la conquista del poder mismo se hace por la vía democrática, por lo cual su carácter de masas es fundamental; la hipertrofia del Ejecutivo por sobre los otros poderes del Estado (el cual se mistifica con atributos de semi-divinidad e infalibilidad con que se corona al “príncipe”, los cuales permiten ese margen de maniobra libre de restricciones propias de la democracia –de ahí su carácter fundamentalmente antidemocrático); la supresión de la autonomía relativa de las “instituciones sociales” y de los “aparatos ideológicos” (principalmente mediante el control indirecto a través del “partido” dominante –fascista- que se extiende por toda la sociedad en medio de la crisis de los otros partidos).

Todo esto se da un marco de intolerancia política extrema, alimentada en el anti-comunismo visceral y el pensamiento ultraderechista que glorifica la propiedad, la familia patriarcal y la tradición mistificada –lo cual produce un polo magnético de atracción, en el plano ideológico, para los sectores de la clase media y del bloque dominante inmersos en esta crisis ideológica y de representación generalizada. Esto último resulta particularmente interesante en el caso colombiano, donde, por una parte, los propagandistas del régimen insisten en el carácter desideologizado de la insurgencia, en su carácter de delincuencia común o de narco-terroristas, para luego definirla como parte de complots bolivarianos o del comunismo internacional en contra de Colombia, con lo cual conceden que, después de todo, el conflicto sigue siendo fundamentalmente político. En esta esquizofrenia ideológica, José Obdulio Gaviria, ex asesor de Uribe Vélez, ha alcanzado niveles de delirio increíbles[9].

Pero hay otro elemento, el cual es decisivo, que distingue al fascismo, en cuanto forma particular de Estado de excepción capitalista: este es el aparato de Estado que ejerce la primacía. En el caso del fascismo, la primacía queda en manos de la policía política una vez que el sistema se ha consolidado[10]. En el caso colombiano, no nos estamos refiriendo solamente al DAS, el cual se ha convertido en algo más que un mero enlace entre los aparatos para-institucionales, y más precisamente, paramilitares, con la estructura del Estado; el reciente escándalo de la DASpolítica demuestra cómo este aparato de inteligencia, bajo la directa supervisión del presidente, ha sido utilizado para campañas de propaganda, amedrentamiento, amenazas, persecución, terrorismo y ataques a favor del régimen[11]. También nos estamos refiriendo a las redes de “cooperantes” e “informantes” que, efectivamente, se han establecido como una policía política numerosa, a la cual acuden millones de personas como mecanismo de obtener prebendas y beneficios económicos y sociales. La cultura mafiosa de la recompensa, de esta manera, hace pacto de sangre con la fascistización del Estado colombiano. Esta policía política cumple una función ante todo ideológica, permeando al conjunto de la sociedad, trasmitiendo una imagen de omnipresencia del proyecto autoritario.

A medida que avanza la consolidación del proceso de fascistización, es la sociedad en su conjunto la cual se convierte a sí misma en policía política. Dice Gramsci sobre el fascismo italiano:

“[Debe entenderse a] la policía en sentido amplio, es decir, no simplemente la del servicio del Estado destinada a la represión de la delincuencia, sino el conjunto de las fuerzas organizadas por el Estado y los particulares (…) para proteger la dominación política y económica de las clases dirigentes. En este sentido es en el que lo mismo algunos partidos políticos que algunas organizaciones económicas o de otro género deben ser por entero consideradas como organizaciones de policía política, por tener un carácter de investigación y de prevención”[12].

Cuando en todas las instancias de organización de la vida social se pretende incorporar el elemento vigilante, primero mediante la instalación de informantes, después mediante la modificación misma de la naturaleza de estas expresiones sociales (sean clubes deportivos, sindicatos, gremios como los taxistas, etc.) para cumplir el rol de prevenir y vigilar en contra del “enemigo interno”, estamos ante un proceso de fascistizacion abierto y manifiesto.

Antes de seguir, es importante separar lo que fue la práctica del fascismo y el tipo de Estado que éste creó cuando el sistema se consolidó y estabilizó, de la demagogia “anti-capitalista” y “corporativista” la cual no fue más que un barniz ideológico pero el cual hasta el día de hoy es utilizado para definir la quintaesencia del fascismo como una “Tercera Fuerza”[13], más allá de la lucha de clases, más allá de capitalismo y socialismo, más allá de derechas e izquierda (ideología a tono con su carácter ultra nacionalista y con el apoliticismo tecnocrático que caracteriza tradicionalmente el discurso, pero no la práctica, de la ultraderecha). Aún cuando el Estado fascista clásico, tanto en Alemania como en Italia, hayan sido Estados que tuvieron un nivel importante de intervencionismo en lo económico, eso no es un elemento fundamental que los distinga. Debemos entender que el proceso del fascismo clásico se consolida en un contexto de intervencionismo estatal generalizado en todas las economías centrales del primer mundo: “no existe, aún así lo afirmen los demagogos plebeyos, nada que pueda ser denominado una economía ‘nacionalsocialista’ o ‘fascista’. La economía fascista no es otra cosa que una versión más pronunciada de la llamada economía capitalista ‘guiada’ (…) sólo los ingenuos han creído que el fascismo representó una auténtica revolución económica”[14]. La política económica fascista se caracterizó en todo momento por su adhesión al principio del laissez faire, a menos que los capitalistas necesitaran de la intervención del Estado para “socializar” las pérdidas, reflotar empresas y favorecerles activamente mediante la supresión de impuestos a los grandes capitales, favoreciendo los monopolios, créditos, préstamos, pedidos, etc. Intervención que siempre fue de carácter estrictamente temporal –no hubo nacionalizaciones ni de la banca ni de las empresas intervenidas en momentos de crisis (las cuales conservaron siempre a sus antiguos propietarios en la dirección) y la creación de nuevas empresas jamás fue hecho con ánimo de ampliar el área “social” de la economía, sino que siempre fue impulsado con capitales mixtos en los cuales el Estado asumió los riesgos para luego dejar las ganancias en manos privadas. En palabras de Mussolini: “no está en nuestros planes el socialismo de Estado, porque el Estado fascista no tiene intenciones de monopolizar la producción; ni busca frenar la iniciativa privada ni mucho menos, perjudicar los derechos de la propiedad privada”[15].

Si los fascismos terminaron estancados en una economía de guerra autárquica, se debió fundamentalmente a las contradicciones propias de sus economías, particularmente de la importancia de la industria pesada (metalúrgica, química) ligada a la industria de guerra, fundamentalmente en el caso alemán. Y aún cuando el Estado, a tono con las tendencias económicas de la época, tuviera un cierto rol en dirigir la economía, este Estado era la expresión directa de la voluntad de los grandes capitalitas, la cual se formalizó mediante la creación de “corporaciones” y “carteles”, los cuales mantenían el punto de contacto permanente mediante el cual los grandes capitalistas imponían su orientación económica[16]. Más aún, “quien dirige la economía sigue siendo el mercado –y se trata por supuesto del mercado capitalista dominado por el beneficio [privado]”[17]

El proceso de fascistización

El proceso político del fascismo tiene varias etapas, las cuales se inscriben dentro de un proceso de ofensiva estratégica de la burguesía y de reflujo defensivo de las clases populares[18]. Dijo en 1923 Clara Zetkin al analizar el caso italiano que “antes de que el fascismo gane militarmente, ha alcanzado ya la victoria ideológica y política sobre la clase obrera”[19]. Y aún antes que ella, dijo con providencial clarividencia el anarquista italiano Errico Malatesta, ante el fracaso de la revolución italiana de 1920: “la burguesía nos hará pagar con sangre el susto que le hemos hecho pasar”[20]. Dos maneras de resumir el vínculo que se establece entre derrota de la clase obrera y de las masas populares y el auge del fascismo –derrota que no se da de la noche a la mañana sino después de un proceso prolongado de ofensiva popular, derrota en un momento de crisis abierta y desgaste del movimiento en un período de “estabilización” durante el cual la burguesía se fortalece antes de pasar a la ofensiva. Es importante hacer notar que una derrota no significa solamente “derrota abierta en una situación de guerra civil [sino que] puede igualmente significar una batalla no entablada en el momento propicio”. Pero también es derrota no solamente fracasar en “hacer la revolución” ahí donde esta opción no era posible, sino que también lo es el no haber “sabido imponer, en una crisis declarada, objetivos políticos ‘posibles’ (…) implícitos en una estrategia a largo plazo”[21].

Este es el escenario el cual sumado a la crisis de hegemonía, nos permite entender el contexto concreto en el cual el fascismo se convierte en una alternativa “lógica” para las clases dominantes. Podemos nombrar por lo menos tres etapas dentro del proceso de fascistización que son las más nítidas[22]. Estas etapas son extraídas del estudio de las experiencias alemanas e italianas, las experiencias clásicas del fascismo, que aún cuando seamos conscientes de que la historia no se repite, no dejan de ser útiles los paralelos, siempre y cuando se consideren las particularidades propias de la situación colombiana. Estas tres etapas son:

1. El fascismo como bandas de asalto anti-populares: en sus comienzos el fascismo no hace sino el papel de grupos paramilitares o parapoliciales que se dedican a acosar, agredir y quebrar las expresiones organizadas del pueblo y particularmente, de la clase trabajadora. Son frecuentes, en el campo, sus expediciones punitivas a los poblados “rojos”, los cuales ocupan ante la cómplice inercia de la “fuerza pública”. En los centros urbanos atacan a los dirigentes populares en las calles. En todo momento estos grupos son armados, tolerados, y financiados por los aparatos represivos del Estado. El objetivo de esta violencia no solamente es la agresión física, sino que la desmoralización del enemigo de clase[23].

Esta violencia tiene un fin muy específico:

"la burguesía se dedica en primer lugar a modificar la relación real de las fuerzas sobre las cuales se han fundado estas conquistas, y sólo después pasa al ataque directo de las conquistas mismas. Y esto por una razón sencilla (...): con el fin de engañar al adversario y adormecerlo, ocultándole el lugar real de la lucha de clases, y a fin de imponerle su propio terreno de lucha (...) no se trataba simplemente de anular estas conquistas, sino de ir todavía más lejos en la explotación de las masas populares."[24]

Es decir, como las conquistas sociales se sustentan en última instancia sobre la correlación de fuerzas en la lucha de clases concreta (y no como pretenden quienes aún desde la izquierda mistifican al derecho burgués como la cristalización de derechos eternos), la burguesía lo que busca primero es cambiar esa correlación de fuerzas atacando no la “conquista” o la “reforma”, sino que a la misma clase obrera que sustenta estas conquistas, a sus organizaciones y a los militantes populares, y sólo después pasa a la ofensiva abierta en contra de las conquistas: cuando la fuerza para defenderlas ya no existe.

En este proceso, el Estado, pese a las apariencias, no se desintegra, sencillamente se disloca al desplazarse el poder real de la clase dominante a instancias ajenas a los mecanismos de poder formal, es decir, de los mecanismos tradicionales del Estado como institución:

"Es cierto que el aparato represivo del Estado parece perder, durante el proceso de fascistización, su monopolio del ejercicio de la fuerza y de la violencia legítima, en provecho de milicias privadas. Sin embargo, por una parte, esto se hace en provecho únicamente de organizaciones armadas del bloque en el poder; por otra parte, no hay que perder de vista las connivencias y las relaciones entre el aparato de Estado y esas milicias, ya que es el Estado el que las arma."[25]

Y aún así, esto no es sino un proceso momentáneo; por eso no deja de llamar la atención que si hay algo que se le reconoce a Uribe por parte del espectro político colombiano (aún algunos de sus opositores) no son sus vínculos innegables con el paramilitarismo, sino el que haya supuestamente “recuperado” el monopolio del uso de la fuerza en Colombia para el Estado: es decir, que haya superado en cierta medida al paramilitarismo como el agente central de represión y haya vuelto a dar esta labor a la fuerza pública, fundamentalmente al ejército, pero también a la policía (estos mismos ilusos deploran, acto seguido, que como parte de este mismo proceso, las fuerzas del Estado hayan escalado notablemente sus actos atentatorios contra los derechos humanos). Pero como la crisis subsiste, la duplicidad de los mecanismos de represión para-estatales sigue siendo una realidad, como lo demuestra la persistencia del paramilitarismo, disfrazado bajo el mote de “bandas emergentes”[26]. El predominio del aparato de fuerza pública por sobre el privado es solamente la prueba de que el proceso de "estabilización" del régimen ha avanzado notablemente desde los días de las CONVIVIR.

2. Ascenso al poder: Es importante una precaución de entrada, y es que el “ascenso al poder” del fascismo ocurre solamente cuando “las cosas esenciales están ya jugadas y decididas (…) como una confirmación de una victoria ya obtenida”[27]. Es en la lucha de clases, no en los formalismos políticos, donde el fascismo ya ha conquistado el poder real y el formalismo democrático es sencillamente un protocolo que a lo más sirve como pantalla hacia la “opinión pública”.

En el período inmediatamente anterior al ascenso formal del fascismo al poder (cuando la balanza de la lucha de clases ya se ha inclinado a su favor), se da una situación de inestabilidad política, que se extiende hasta el primer período del fascismo formalmente en el poder, la cual es propia de su naturaleza compleja: por una parte, es un movimiento que representa íntegramente los intereses del gran Capital monopolista y financiero (con predominio del capital financiero), pero que cuenta con apoyo de masas en los sectores de clase media urbanos (las clases apoyo), cuyos temores íntimos y cuyos complejos maneja en un discurso populista estridente. Junto a la gran burguesía, las clases medias se dedican a atacar a los “políticos”, al “parlamento”, a los “tribunales”, pero en ausencia de contenido socialista, esta crítica necesariamente se traduce en llamados a “mano dura”, “gobierno fuerte”, etc. La precariedad propia a la condición material de esta clase sin impulso histórico la hace tener un complejo estadólatra y una tendencia al culto a la autoridad, la disciplina, la jerarquía, pero en el contexto de crisis generalizadade la ideología y de crisis hegemónica, estas tendencias se exacerban y se traducen, entre otras cosas, en la estridencia de los llamados a la solución autoritaria y en el desliz hacia la derecha de todo el espectro político. Todo esto constituye el telón de fondo con el que se ataca incesantemente, física y verbalmente, cualquier expresión organizada de resistencia, sea de las clases populares, sea de los sectores liberales en el Estado democrático burgués.

Otro elemento de complejidad en esta inestabilidad política viene dado por el ejército de choque del fascismo, sus tropas paramilitares, que son reclutadas entre hampones, delincuentes comunes, oportunistas aventureros y sectores paupérrimos que en su desesperación por la supervivencia bien conocen el refrán de Víctor Hugo “tener hambre y sed es el punto de partida; convertirse en Satanás es el punto de llegada”[28]. Esto ha llevado al fascismo clásico a una serie de concesiones espurias, demagogia violenta y purgas internas crónicas como manera de controlar a los “plebeyos”[29] que no se mantienen a raya o que acumulan demasiado poder: estas purgas se agudizan con la estabilización del régimen.

Ejemplos de demagogia estridente en Colombia abundan, y los mecanismos de concesiones y re-distribución se establecen mediante programas paternalistas como Familias en Acción que sirven para mantener en situación de dependencia política a un porcentaje significativo del mundo popular[30]. Para los “plebeyos” que sirven de mercenarios al gran Capital, los mecanismos de re-distribución, aparte de los fondos que han sido generosamente aportados por grandes capitalistas, terratenientes y empresas multinacionales (como Chiquita, entre muchas otras), son eficazmente suministrados por la economía mafiosa. Este es el terreno mediante el cual el paramilitarismo y sus miles de reclutas salidos del hampa se han beneficiado directamente como retribución por sus servicios.

El fascismo, una vez que ha desarticulado a la izquierda, a los sectores populares y que ha sometido a un ataque constante a aquellas expresiones que aún desde la misma democracia burguesa se les pueda oponer, está listo para conquistar el poder político, lo cual tanto en Alemania como en Italia (y en Colombia) han hecho siempre por métodos absolutamente legales (la legalidad del ascenso al poder del fascismo es otro aspecto que lo distingue de otras formas de Estado de excepción capitalista). No debemos confundir la manera perfectamente legal en que el fascismo conquista el poder político con una “legalidad” de principios. De hecho, el fascismo solamente puede asumir “legalmente” el poder (por ejemplo, mediante una victoria electoral) gracias a la utilización de una larga lista de métodos “ilegales” en su lucha política. No es posible el ascenso al poder del fascismo o su triunfo electoral sin una fase previa de terror fascista y paramilitar, de asesinatos selectivos y expediciones punitivas, sin amenazas ni chantaje[31]. No creo que sea necesario alargarse demasiado en este asunto: cualquier persona que tenga un mínimo de conocimiento de la circunstancias que han rodeado las elecciones colombianas en las últimas décadas o de los escándalos de Uribe relacionados con su elección y re-elección (e intentos de re-elegirse otra vez), sabrá exactamente a qué nos referimos.

3. Estabilización del régimen: Una vez superado el primer período de inestabilidad que caracteriza su estadía en el poder, el fascismo está en condiciones de utilizar todo el aparato del Estado para profundizar el desmantelamiento abierto de la democracia burguesa y establecer un sistema de corte autoritario que permita superar la crisis de hegemonía del sistema en beneficio del gran Capital. Para este fin se utiliza la violencia abierta, tanto de la fuerza pública como de las bandas paramilitares, y el Estado de excepción permanente que permite la supresión de las libertades y da libertad de acción para hacer las modificaciones necesarias a la ley (el Estado de emergencia y de excepción tanto en Italia -1925- como en Alemania -1933- se impone mediante auto atentados, montajes policiales, complots “comunistas” de fantasía, etc.)[32]

Esto se conduce mediante el fetichismo de masas de la voluntad de un jefe que es dotado de carácter mesiánico (semi-divinidad, inteligencia superior, etc.), y el cual es identificado con el Estado y con la nación. Atacar a Uribe es atacar a Colombia; no hay opositores del gobierno sino que del Estado. Como ya hemos explicado, esto es debido a la necesidad de encontrar los mecanismos para saltarse las reglas del juego democrático burgués que dificultan la necesaria “libertad de acción” requerida por los representantes del gran Capital para dar su propia solución a la crisis (en detrimento de los sectores populares).

Esto lleva al fascismo en el poder a incurrir con frecuencia en actitudes que se podrían catalogar como “antidemocráticas” o “ilegales” –al punto que un cierto sector del espectro político colombiano que posa de “democrático” ha tomado la guerra a la “ilegalidad” como bandera de batalla… ¡sin cuestionarse que esa ilegalidad responde a una dinámica política y económica de fondo![33] A medida que el proceso de fascistización avanza, lo que sucede es el cuadro siguiente:

"El derecho (...) ya no regula: es la arbitrariedad la que reina. Lo que caracteriza el Estado de excepción no es tanto que infrinja sus reglas sino que ni aún da sus propias "reglas" de funcionamiento; en el sentido (...) de un sistema, es decir, de un conjunto que prevea -y permita prever- sus propias transformaciones. El caso es particularmente claro en lo que concierne al Estado fascista y a la ‘voluntad del jefe’ (…) El derecho ya no limita: en este sentido, pero sólo en este sentido, es en el que se puede hablar (...) de un ejercicio ilimitado del poder. Porque incluso en esta forma de Estado, el poder de la clase o fracción hegemónica está limitado por el poder de las otras clases y fracciones del bloque en el poder, asi como por la clase obrera y las clases-apoyo (...) Esto toma la forma de un derecho que ya no pone límites de principio entre lo ‘privado’ y lo ‘público’; todo cae virtualmente en la esfera de intervención estatal"[34].

Cualquier parecido con la realidad colombiana no es mera coincidencia. Lo que escapa, frecuentemente a una izquierda que fetichiza la Constitución como si fueran las Tablas de Moisés, es que se olvida que la única fuerza que puede limitar al fascismo no son ni las denuncias internacionales, ni la ley, ni la estridencia en demandar apego a la Constitución. Como dicen los haitianos, la Constitución es de papel y las bayonetas son de fierro. Lo único que puede mantener a raya al fascismo y derrotarlo, eventualmente, es solamente la lucha de clases, es decir, la fuerza organizada que el pueblo sepa imponer en las calles, mediante la lucha y la acción directa. Ese es el único límite al ejercicio aparentemente “ilimitado” del poder del fascismo. Esto lo sabe el Estado fascistizado y por eso es que busca activamente cooptar a los dirigentes sociales y sus organizaciones de masas, o bien dividirlas en organizaciones leales: se produce una auténtica proliferación de organizaciones sociales adictas al régimen. ¿No hemos visto esto recientemente con algunos sindicatos, organizaciones indígenas fantasmas y con organizaciones populares de todo tipo en Colombia?

Es importante acá hacer notar otra cosa: mientras durante el período de inestabilidad política, las fuerzas fascistas se han encargado de absorber el Estado, en el período de estabilización, es el Estado fascistizado (o paramilitarizado en el caso de Colombia) el cual se encarga de absorver y domesticar a las fuerzas fascistas, al “partido”[35]. En este período se lleva a efecto, en los casos clásicos de Alemania e Italia, una selección rigurosa de los elementos fascistas en el Estado mediante las purgas y los tentáculos paramilitares pierden importancia relativa frente a los aparatos represivos tradicionales del Estado[36].

¿En qué medida los procesos de supuesta desmovilización abiertos con la Ley de Justicia y Paz no han sido maneras de purgar a ciertos elementos “plebeyos” que a través del paramilitarismo habían logrado acumular bastante poder? En Colombia es probable que el creciente enfrentamiento entre mandos medios de las bandas paramilitares, que están librando sangrientas luchas de hegemonía ahora que los “capos” están en los EEUU extraditados, no sea la propia versión criolla de la “Noche de los Cuchillos Largos”, es decir, de las formas clásicas de purgas inherentes al fascismo.

Dígamos, para ejemplificar la virulencia de estos conflictos entre los “plebeyos”, que desde la “desmovilización paramilitar”, unos 2.000 paramilitares han sido asesinados en “ajustes de cuentas” entre ellos, disputas por el control de las migajas de la economía mafiosa (los que realmente la controlan no se matan en las calles) y para garantizar que no “sapeen” a los capos que los financian y mantienen en los procesos adelantados en los tribunales[37].

Algunos prejuicios que es necesario disipar…

Es necesario en este momento aclarar algunos prejuicios que obscurecen una comprensión real de la naturaleza del fascismo. Uno de estos prejuicios es que el fascismo (en oposición a las democracias liberales) es sinónimo de guerra. La guerra es, en realidad consustancial al capitalismo y a la existencia de los Estados Nacionales, como bien lo explica Guerin en su estudio sobre el fascismo. La Segunda Guerra Mundial fue fruto de la Primera Guerra Mundial (antes que existiera el fascismo en cuanto tal) y tuvo relación con la limitación de los mercados internos y externos a los cuales tuvo que hacer frente Alemania e Italia en el contexto de la post guerra. Tampoco el fascismo consiste en matar muchos judíos. Los horrores de los campos de concentración de judíos durante la primera guerra mundial ya eran conocidos de antemano, por cierto, por los militantes de la izquierda alemana, y las comunidades judías (no así los grandes capitalistas de orígen judío) no fueron más que el chivo expiatorio que habían sido durante todo un siglo. Los pógroms no fueron una novedad del nazi-fascismo, ya que cada crisis económica o política, particularmente en Europa del Este, había producido masacres y salvajadas en contra de los judíos. Las clases dominantes europeas tenían en el judaísmo una carta bajo la manga excelente en la judeofobia para distraer la atención del terreno del conflicto de clases y liberar tensiones antes de que se acumularan hasta provocar revoluciones. La única diferencia con el nazi-fascismo fue de grado: el regímen de Hitler puso la organización científica al servicio de la demagogia antisemita, aplicando un sistema industrial de muerte de proporciones dantescas en el contexto de una guerra brutal y sangrienta.

Otro prejuicio muy común es el del carácter intrínsecamente antifascista de las democracias “occidentales”, supuestamente demostrado más allá de toda duda por la Segunda Guerra Mundial. Dirán algunos, entonces, ¿cómo es posible que los Estados Unidos y otras potencias occidentales apoyen a un régimen con semejantes paralelos fascistas, si lucharon para derrocar a Hitler? En realidad, jamás tuvieron problemas de principios con el fascismo. Lo que ocurrió fue que el fascismo clásico precisaba de nuevos mercados, del control directo de fuentes de materias primas, etc. Eso llevó a una confrontación con Francia y con Inglaterra primero, y con EEUU después, quienes supieron sacar provecho a la guerra en virtud a sus propios intereses como potencia mundial con dominio indiscutido del Pacífico. Como dice Guérin: “Las grandes ‘democracias’ (…) si combatieron a Hitler no fue por el carácter autoritario y brutal del Nacionalsocialismo, como afirman hoy, sino porque el imperialismo alemán, en un determinado momento, osó disputarles su hegemonía en el mundo. Con frecuencia se olvida que Hitler llegó al poder con las bendiciones de la burguesía internacional (…) que lo veían como el ‘hombre fuerte’ capaz de restablecer el orden en Europa y salvarla del bolchevismo”[38]. Esto también lo recuerda Jean Bricmont al fustigar la hipocresía antifascista de occidente: “los ‘logros sociales’ del fascismo –eliminación de los partidos de izquierda y disciplinamiento de los trabajadores gracias al corporativismo y al nacionalismo- se ganaron la admiración de las clases dominantes [de occidente: aristocracia británica y burguesías francesas y norteamericanas], es decir, de la misma gente que hoy llama a lanzar guerras preventivas en contra de los nuevos Hitler”[39].

Recordemos algunos datos que es necesario tener en cuenta: también en Inglaterra en la década de los ’30 el fascismo floreció bajo el liderazgo de Sir Oswald Mosley. Este movimiento contó con las amplias simpatías de la aristocracia y de la fuerza pública: el evento más recordado es la batalla de Cable Street (1936) cuando una marcha de los fascistas en un sector obrero de Londres, con importantes poblaciones judías e irlandesas, enfrentó la resistencia de los locales. No menos de 10.000 policías llegaron a apoyar a los fascistas, que fueron replegados por una resistencia de más de 300.000 personas. Recuérdese también que durante la Revolución Española, mientras las bombas fascistas alemanas e italianas masacraban a la población republicana, Francia, Inglaterra y EEUU decretaron una política de “neutralidad” que en realidad consistía en abandonar la suerte española en manos de los fascistas. Entre una república de izquierda, revolucionaria, o el fascismo, prefirieron al fascismo. Igualmente cuando Inglaterra y Francia cedieron a Alemania en las negociaciones de Munich (1938) la provincia checoslovaca de Sudete: este acto unilateral, en negociaciones donde los checoslovacos no tuvieron presencia, fue una provocación en contra de una república considerada pro-soviética, que expresaba la clara preferencia en ese momento hacia Hitler en vez de los soviéticos.

Es decir, no existe ninguna contradicción de principios entre los imperialismos “occidentales democráticos” y el fascismo, siempre y cuando no haya conflicto por mercados o colonias. Claro, deben guardarse las apariencias y por eso los formalismos democráticos son los que se encargan de mantener la ilusión de liberalismo de cara al totalitarismo político[40].

Para terminar creemos importante establecer nuevamente el vínculo íntimo que existe entre capitalismo y fascismo, el cual es ocultado mediante una cortina de humo de demagogia de “corporativismo”[41], “terceras fuerzas”, etc. Mientras exista capitalismo, y mientras existan relaciones imperialistas, existirá el riesgo de que los intereses del bloque dominante recurran en momentos de crisis hegemónica al fascismo. Si bien es cierto que en el presente “las organizaciones terroristas neofascistas [tienen como] su auténtico rol: el de [ser] agentes de una esfera de poder interno, oligárquico, situada por sobre toda ley y toda moralidad”[42], no es menos cierto que tras las bandas del terror fascista pueden, en determinadas circunstancias, crecer y desarrollarse proyectos políticos como lo demuestra el caso colombiano, donde el uribismo se convirtió en expresión política de la estrategia paramilitar (estrategia que se venía desarrollando incipientemente desde comienzos de los ’80, claramente desde el MORENA)[43]. Esta expresión política es la representación viva de las fuerzas que lo alimentan y “no es más que una mescolanza entre las viejas oligarquías de los partidos tradicionales y las élites económicas con la clase emergente narcoparamilitar. El Frente Nacional ampliado por el Pacto de Ralito. Figuras de mostrar, de la más alta alcurnia y perfecto inglés, por un lado, y por otro, quienes provienen del bajo mundo y usan la puerta trasera de la Casa de Nari. Una montonera, que juntó Uribe, y que hoy no parece tener quién la pueda mantener”[44]. Descripción muy acertada del “uribismo”, salvo por la última sentencia, demasiado optimista –este bloque hegemónico no es mantenido por algún “individuo” particular, como por ejemplo la figura mesiánica de Uribe, sino por una clase social en particular, por un bloque dominante que expresa fuerzas vivas de la sociedad y una determinada estructura económica y, por supuesto, por los intereses superiores del imperialismo, verdadero factor de peso en el caso colombiano.

Creemos que “la eliminación definitiva de una vuelta ofensiva del nazismo, sin duda bajo otro nombre, con otras apariencias políticas y eventualmente en otro país que Alemania, supone modificaciones fundamentales en la estructura económica y social de los países económicamente desarrollados”[45].

El fascismo, al igual que el paramilitarismo en Colombia, aparece ante los politólogos oficiales como una anomalía histórica, sin causa evidente, como actos de locura momentánea de masas que nos recuerdan la animalidad esencial a la condición humana. Nosotros rechazamos absolutamente esta visión. El fascismo, en toda su bestialidad, con todas sus abominaciones, con todos sus horrores, tiene una lógica fría y en cierta medida impecable, como se desprende de quienes han estudiado estos procesos desde una perspectiva materialista. Su desarrollo no es otra cosa que el resultado lógico de una serie de contradicciones determinadas, en presencia de ciertas fuerzas sociales concretas, dentro del marco del capitalismo en su fase imperialista. No ocurre de manera mecánica, claramente no, pero es una alternativa presente en determinados tipos específicos de crisis siempre y cuando las fuerzas populares no sepan oponérsele de manera decidida. La gran tragedia del fascismo es que en todo momento ha sido evitable. Había otras maneras de haber superado la crisis hegemónica en esos momentos bisagras en la historia. Pero entender las respuestas populares al fascismo y los errores de la izquierda para hacerle frente requiere otro ensayo, ya que es un tema que está más allá de los objetivos de este documento en particular.

Pero insistamos, por último, en nuestro rechazo a la visión del fascismo como una anomalía o como una forma de demencia de masas: el fascismo estará siempre presente, en circunstancias específicas, mientras el sistema capitalista no sea superado de raíz.

Algunas palabras para finalizar…

El estudio de las experiencias del fascismo clásico[46] nos revela claros paralelos con el proceso político que se vive en Colombia, guardando las necesarias precauciones de las diferencias de época y de contexto. Lo importante que es tener en cuenta las particularidades del caso colombiano ya lo hemos advertido de entrada.

Uno de los aspectos en que hay una diferencia fundamental es que el partido único, formalmente, no es posible en el contexto colombiano. Esto iría completamente a contravía de las credenciales democráticas que se agitan en el extranjero y sería contraproducente para los EEUU, país que patrocina la fascistización colombiana, a la cual exalta como “democracia ejemplar” (en oposición a la “dictadura” venezolana). Los tiempos en que EEUU podía apoyar abiertamente regímenes de fuerza han pasado, aunque el caso de Honduras nos demuestra que estos tiempos son suceptibles de volver si la situación lo amerita[47]. Pero por lo pronto es más provechoso desarrollar una democracia multipartidista de fachada, en la cual lo que gobierna es en realidad un unipartidismo amorfo, en el cual todo el espectro político está de acuerdo en los temas programáticos esenciales, aún ciertos secotres que se reclaman de izquierda. La “Unidad Nacional” no hace sino reforzar esta tendencia hacia un unipartidismo amorfo que no se expresa como tal en el espacio público, pero que ha sido desnudado mediante la parapolítica: esa es la verdadera medida de la extensión de la unidad programática de liberales, conservadores y toda la caterba de partiduchos uribistas. En los pactos parapolíticos (Ralito, Pivijay, Chivolo, Caldas, Barranco de Loba, Granada, etc.) que reunieron a traquetos, paracos, terratenientes, cacaos y políticos de oficio, es donde realmente se saldó esa red politica obscura que maneja los asuntos colombianos –ese es el partido que verdaderamente gobierna Colombia y el cual definió un proyecto integral de “refundación nacional” que se está llevando a cabo en estos precisos momentos.

José Antonio Gutiérrez D.
14 de Julio, 2010




[1] No ha faltado quien ha comparado al DAS con la Gestapo, quien ha comparado a José Obdulio Gaviria con Goebbels o quien ha dicho que Uribe se encaminaba hacia una “dictadura populista” cuando lanzó su propuesta de la segunda re-elección. Una opinión más elaborada e interesante fue entregada por la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca (ACIN) en declaración fechada 27 de Mayo del 2009:

Crucial, esperanzador y angustiante el momento que vive Colombia. Definitivas y definitorias las consecuencias de lo que suceda desde Colombia. O nos vamos por el despeñadero del fascismo, o logramos detener este proyecto que avanza y consolidamos la resistencia y la construcción de alternativas. Lo hemos asegurado antes, pero ahora hablan los hechos: en Colombia se juega el futuro como se jugó en la España Franquista cuando la República fue derrotada. Consolidado el proyecto totalitario en España, el camino estaba abierto para Hitler y Mussolini. No aceptamos la trampa que nos han impuesto desde el poder. Pretenden impedirnos calificar de fascistas a quienes no hayan cometido las atrocidades del III Reich y de Mussolini. Desde acá aseveramos: son diferencias cuantitativas y cualitativas del mismo proyecto excluyente y destructivo, pero también racista y totalitario. Nunca se detuvo el fascismo. Talvez se frenó por un tiempo, pero luego, ahora, está plenamente reconstituido y si no ha llegado a los niveles de atrocidad y terror anteriores, todo parece indicar que es cuestión de tiempo. Nadie puede decir con certeza, ante la evidencia que nos agobia, que no se prepara un salto de muerte e imposición, de aniquilación y horror para el beneficio de unos pocos que necesitan superar la crisis que han causado destruyendo capital y eliminando masas enormes de población por diversas vías. ¿Qué hacer ante esta posibilidad? ¿Esperar y convencernos que no es para tanto? ¿Reconocer que puede ser y que es hora de actuar, de organizar las resistencias y aprovechar los espacios que aún no se han cerrado?¿Ignorar que esto sucede?http://mingaindigena.blogspot.com/2009/05/acin-despenad....html

[2] Despotismo Deslustrado II, Cristina de la Torre, El Espectador, 15 Septiembre 2009

[3] Fenómeno que se fue ampliando a otras regiones y que estalló como reguero de pólvora a nivel nacional después del asesinato de Gaitán en Abril de 1948.

[4] Acá es importante hacer una observación: el fascismo y las dictaduras militares, cívico-militares, o burocráticas, son formas diferentes de Estado de excepción que mantienen elementos comunes, precisamente, por ser formas de Estado de excepción. Aún cuando hagamos una distinción entre el fascismo y otras formas de dictadura, por ejemplo, por el peso relativo que tiene el apoyo de masas en ambas formas de Estado de excepción (no hay que olvidar que en el caso del fascismo el apoyo importante de masas es crucial para su toma del poder, el cual se establece utilizando mecanismos democráticos formales), el fascismo inevitablemente degenera hacia la dictadura porque su programa político no puede llevarse a efecto sin una hegemonía absoluta sobre el aparato de Estado.

[5] Despotismo Deslustrado, Cristina de la Torre, El Espectador, 7 de Septiembre 2009.

[6] Acá es necesario hacer una breve referencia al debate sobre el “fascismo latinoamericano” de las décadas de los ’60 y ’70. En esa época se convirtió en parte del discurso hegemónico de la izquierda el equiparar el gorilismo con el fascismo. Sin entrar en profundidad en ese debate, el cual da para un documento extenso en sí mismo, en nuestra humilde opinión estamos hablando de procesos políticos diferentes, aunque hermanados en su carácter ultraderechista y rabiosamente antipopular.

El fascismo y el gorilismo son dos caras de la reacción para nada idénticas: tanto por la naturaleza diferente de la crisis a la que respondían (una crisis “catastrófica” con balance de fuerzas entre las clases antagónicas); por el momento de la lucha de clases en que se da la crisis (en este caso se da con una clase obrera en ascenso y con revoluciones inminentes en todo el continente, por lo cual representan una reacción “en caliente”); lo cual redunda en la manera diferente en que se soluciona la crisis (en el caso del gorilismo, se saldó con dictaduras militares clásicas, que podían tener simpatías por el fascismo y que en ciertos casos, como en el caso de Chile, hubo sectores minoritarios que intentaron algunos insignificantes experimentos corporativistas, pero que seguían siendo en lo fundamental dictaduras militares clásicas).

Si bien es cierto que se desarrollaron al calor de la crisis movimientos de masas que representaban la clase media urbana enardecida y ansiosa de no perder sus nimios privilegios (Patria y Libertad en Chile entrega un ejemplo clásico de movimiento de masas ultraderechista), los cuales tenían claros elementos estéticos e ideológicos prestados del fascismo, y que a veces sostenían vínculos orgánicos con neofascistas o con criminales de guerra del nazimo, la crisis no se solucionó con un ascenso directo de estos sectores al poder político, ni la policía política ligada al “partido” nacionalista se convirtió en el aparato represivo hegemónico, ni el respaldo de masas fue necesario para la solución autoritaria que la burguesía encontró en las juntas militares.

Este punto lo explica con claridad Ruy Mauro Marini (aún cuando sostengamos diferencias con algunas de sus premisas): “Quienes, siguiendo el camino fácil de recurrir a antiguos esquemas, para de allí deducir una línea de acción, han identificado a esa contrarrevolución con el fascismo europeo, le han prestado objetivamente un buen servicio a las burguesías criollas y al imperialismo norteamericano. En efecto, confundir los hechos es permitir que el verdadero carácter y las perspectivas de la contrarrevolución latinoamericana sigan en la sombra, lo que sólo dificulta al proletariado definir una estrategia de lucha contra ella”. Correo de la Resistencia, No. 13, Agosto-Octubre de 1976.

[7] Fascismo y Dictadura, Nicos Poulantzas, Ed. Siglo XXI, 2005, p.72

[8] Poulantzas, op.cit, p.75.

[9] Ver por ejemplo su columna “Ya entendí” (El Tiempo, 14 de Octubre, 2009) según la cual la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y la OEA están asociadas al “Comunismo Internacional” y por ende, a las FARC-EP.

[10] Poulantzas, op.cit., p.393

[11] Ver el artículo previo “Esto es un crimen monstruoso: DASpolítica y fascistización de Colombia” disponible en http://www.anarkismo.net/article/16405

[12] Ibid.

[13] Tercera Fuerza es el nombre de una banda neonazi que opera en Bogotá, en plena zona centro, haciendo labores para policiales con el total beneplácito de la fuerza pública.

[14] Fascism and Big Business, Daniel Guerin, Monad Press, 1973, p.208.

[15] Citado en Guerin, op.cit., p.242.

[16] Ibid, pp.208-252. También puede revisarse La Economía Alemana bajo el Nazismo, Charles Bettelheim , Editorial Fundamentos, 1980, para más detalles sobre el particular.

[17] Bettelheim, op.cit., pp.179-180.

[18] Poulantzas, op.cit., p.82. Esto va a contravía de la creencia generalizada –sin ningún asidero histórico- de que el fascismo fue la última carta de salvación de la burguesía ante un proletariado que avanzaba resuletamente hacia la revolución social.

[19] Citado en Poulantzas, op.cit., p.88.

[20] Clara Zetkin también dijo en 1923 que el fascismo no era otra cosa que “el castigo impuesto al proletariado por no haber continuado con la revolución comenzada en Rusia” (Guerin, op.cit., p.19) lo cual refleja el carácter reaccionario, en estricto rigor, del fascismo subrayado por Malatesta y es cierto sólo en la medida en que se ponga el acento en el hecho de que cuando el fascismo toma las riendas de la lucha de clases, la revolución ya no es una posibilidad.

[21] Poulantzas, op.cit., p.82 y p.156.

[22] Poulantzas define cuatro etapas: comienzos del proceso de fascistización y punto de no retorno; el período que va del punto de no retorno hasta el ascenso del fascismo al poder; primer período del fascismo en el poder; estabilización del fascismo (op.cit., pp.67-68). Por razones pedagógicas, simplifico el proceso en tres grandes fases, fusionando esta categorización con las ideas avanzadas por Guérin.

[23] Guerin, op.cit., pp.102-105.

[24] Poulantzas, op.cit., p.158.

[25] Poulantzas, op.cit., pp.396-397.

[26] La supuesta “desmovilización” propiciada por el gobierno de Uribe no buscaba la erradicación de las milicias paramilitares, las cuales por lo demás siguen intactas, sino que expresaba un proceso mucho más complejo de invisibilización, impunidad y es mi opinión, que se trataba en cierta medida de una purga para deshacerse de elementos que se habían convertido en un lastre para sus patrocinadores. Como lo han reconocido varios ex comandantes paramilitares en entrevistas, se sienten “engañados” por el proceso de Justicia y Paz y las extradiciones que siguieron.

[27] Poulantzas, op.cit., p.67.

[28] Citado en El Medellín que se oculta, por Plano Sur- Nodo CEPA Medellín, en Revista CEPA, Año IV, No.9.

[29] El paramilitar Carlos Castaño expresó que en Córdoba solamente se ganaron la absoluta confianza de los grandes terratenientes cuando Salvatore Mancuso, representante de lo más rancio de la oligarquía, se unió a sus filas. Ver Mi Confesión: Carlos Castaño revela sus secretos, M. Aranguren Molina, Editorial Oveja Negra, 2001, p.242.

[30] Por supuesto que este paternalismo va acompañado de mecanismos descarados de desposesión de riqueza. Se recortan, por un lado, 19 billones de pesos en transferencias a los servicios sociales del Estado, se congela el presupuesto general de salud y educación (desde la reforma de Santos en 2001) y el gasto público se reduce. Por otro, se crea un programa de demagogia masiva que re-invierte otros 19 billones en auxilios y subsidios particulares. Se destruye el “deber anónimo” del Estado para con sus ciudadanos y se convierte en una feria de favores del caudillo para con “su gente”.

[31] Guerin, op.cit., pp. 113-122.

[32] Guerin, op.cit., pp.126-127.

[33] Así como en Colombia el Polo Democrático Alternativo se ha auto impuesto el rol de guardianes de la Constitución de 1991, en Italia y Alemania, en vísperas del ascenso del fascismo al poder, los socialistas se declararon defensores de la legalidad, de la Constitución, etc. ignorando que el verdadero terreno de batalla era la misma lucha de clases.

[34] Poulantzas, op.cit., pp.380-381

[35] En el caso colombiano el “partido” no existe como una estructura monolítica como en Italia o Alemania en los ‘30, sino como una serie de redes en las sombras, de acuerdos programáticos compartidos tras bambalinas –más adelante vuelvo al punto del “unipartidismo amorfo”.

[36] Guerin, op.cit., p.138.

[37] Los Asesinatos de Desmovilizados, Iván Cepeda, El Espectador, 8 de Agosto del 2009.

[38] Guerin, op.cit., p.12.

[39] Humanitarian Imperialism, Jean Bricmont, Monthly Review Press, 2006, p.109.

[40] Mientras el fascismo clásico era antidemocrático en forma y contenido (aún cuando accediera al poder por mecanismos legales y democráticos), en Colombia existe un desprecio profundo por las normas democráticas, prácticas antidemocráticas, pero un discurso que se reclama democrático aún cuando en realidad no lo sea. Esto tiene obvia relación con la ideología dominante del imperialismo y la dependencia completa que el Estado colombiano tiene de éste. En el último párrafo volveremos sobre esta cuestión.

[41] Sobre el carácter supuestamente corporativista, igualitario, establecido en la industria fascista entre Estado, patronal y trabajadores, es Guerin quien con mayor precisión describe el carácter demoagógico de esta política para el caso italiano: “¡Qué colaboración! Unos cuantos funcionarios dóciles de la dictadura (…) supuestamente representando a los trabajadores contra la patronal, tienen permiso para asistir a las deliberaciones de estos señores. En el altamente improbable caso de que estos autodenominados representantes ‘obreros’ se atrevan a asumir una actitud demagógica en la mesa de negociaciones, o se atevan a no votar alineados con la patronal, los tres representantes oficiales del Estado fascista están ahí presentes para sumar sus votos a los de la patronal y asegurarles así la mayoría automáticamente. ¡Eso es el ‘Estado Corporativo’!” Guerin, op.cit., p.202.

[42] Steffano Delle Chiaie, Portrait of a Black Terrorist, Stuart Christie, Anarchy Magazine/Refract Publications, 1984, p. 132

[43] El uribismo supera la serie de contradicciones internas que la clase dominante enfrenta, las cuales se exacerban con la irrupción del narcotráfico y de la lumpenburguesía mafiosa –contradicciones que se expresaron en guerra abierta durante la época del llamado narcoterrorismo desde mediados de los ’80 hasta comienzos de los ’90. Estas contradicciones no desaparecen aún, pero con la creciente integración de la economía mafiosa a la economía formal, cada vez la contradicción es menos violenta.

[44] ¿En vísperas del post uribismo? Daniel García-Peña, El Espectador, 28 de Julio 2009.

[45] Bettelheim, op.cit., p.184. Y recordemos que ni en Alemana, ni mucho menos en Italia, se tocó a las verdaderas fuerzas que alimentaron el fascismo después de la Guerra. Los Krupp, los Siemens, los Farben no fueron tocados ni con el pétalo de una rosa…

[46] En este Trabajo nos fundamentados principalmente en Guerin, pues su trabajo es revelador, claro y muy adelantado a su época (el libro acá citado fue escrito originalmente en 1936, antes de los horrores de la Segunda Guerra Mundial), y en Poulantzas, pues es él quien hace una importante síntesis de gran parte de la investigación realizada hasta la década de los ’70 sobre el fascismo y su trabajo sigue siendo un referente obligatorio en los estudios del fascismo. No nos hemos detenido en otros trabajos clásicos, pues o ya fueron sintetizados en la obra de Poulantzas, o tratan del fascismo desde prismas particulares (Wilhelm Reich y la psicología social, por ejemplo), cuando nos interesa entender el proceso desde la perspectiva de su proceso social. Más aún, una inmensa mayoría de tratados sobre el fascismo han sido escritos desde perspectivas idealistas que ignoran completamente las bases materiales del fascismo y se centran puramente en sus abominaciones y en la dimensión sentimental del fenómeno –una tentación que no es difícil de entender debido a la brutalidad de sus manifestaciones y de su legado para la posteridad, pero una tentación que en nuestra opinión obscurece la naturaleza del fascismo, presentándolo como una mera locura de masas, una irracionalidad profunda, etc. opiniones que no compartimos.

[47] Y aún en este caso se han cuidado de mantener las apariencias democráticas, con una pantomima de elección presidencial incluida.

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