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Ayití, una cicatriz en el rostro de América

category américa central / caribe | miscellaneous | portada author Tuesday August 02, 2005 05:14author by José Antonio Gutiérrez D. Report this post to the editors

Retiro inmediato de las tropas de ocupación de la ONU

El siguiente artículo es un análisis de la situación de Haití tras la ocupación militar extranjera auspiciada por la ONU, la cual ha sido caracterizada por la violencia indiscriminada hacial el mundo popular, el desprecio por la iniciativa popular haitiana y crímenes en la más escandalosa impunidad. Esperamos establecer una posición libertaria sobre el tema, a la vez que hacer un llamado a solidarizar activamente en la lucha del pueblo haitiano contra la ocupación.

Amazingly this photo is based on one the UN has chosen for its own Haiti intervention page - the image of a gunman gazing out on the houses of the poor from his castle!



AYITÍ, UNA CICATRIZ EN EL ROSTRO DE AMÉRICA



Déyé món, gen món
(Después del monte, hay más montes. Proverbio Haitiano)


Ha pasado poco más de un año desde la odiosa y lamentable intervención chilena en un Golpe de Estado en Haití, que tuvo por objetivo derrocar al presidente Jean-Bertrand Aristide e implantar el régimen de terror de Gerard Latortue, de la mano de los oligárcas de siempre y de sus aliados internacionales, principalmente en Francia y EEUU; en el cual se ha masacrado al movimiento popular haitiano y se han impuesto condiciones de semi-esclavitud a los trabajadores en ese país[1]. La participación chilena no deja de ser preocupante, y es escandolosa la poca atención que ha recibido por parte de la izquierda y el público chileno en general (salvo por la mención que recibió en los diarios la patética visita de Marlen Olivarí a las tropas chilenas en Haití, en marzo del año pasado, convertida en una Marilyn Monroe al peo, de la mano del Joaco Lavín), tan trascendental movimiento de esta humilde república títere de los yanquis, que por primera vez, actúa de forma efectiva, como ejército mercenario en América Latina al servicio del Imperio. Este sólo hecho debiera bastar para que el movimiento popular repudie al unísono la intervención de nuestro gobierno en Ayití (Haití en Kréyole, la lengua hablada por el pueblo haitiano).

El pequeño país caribeño, ha transcurrido 201 años de tortuoso camino hacia la liberación. Por ser la primera república negra y sin esclavos en el mundo, fue castigada desmesuradamente por los poderes internacionales: quizás el hecho más determinante en la miseria de este país, ha sido la gigantesca indemnización que Francia exigió en 1825 al pequeño país, matonescamente, a cambio de aceptar su independencia: 150 millones de francos, más ventajas económicas, supuestamente, para compensar a Francia por las pérdidas de la guerra, por las pérdidas que dejaron de percibir con la independencia de la ex-colonia y por el "precio" de la liberación de los esclavos. Pese a que la deuda fue finalmente ajustada en 90 millones de francos, Ayití debió endeudarse con 24 millones de francos con la bancas francesa, la cual impuso tasas de interés extorsionadoras –como consecuencia, hacia fines del siglo XIX la deuda consumía el 80% del presupuesto nacional haitiano, y la última cuota fue recién terminada de pagar en 1947, más de un siglo después[2]. En el aislamiento, agobiada por la deuda, se generó un hábito clientelista en la oligarquía de ese país, que “comprendió”, tempranamente, que su bienestar como clase, a expensas del bienestar de la gran mayoría de la población, dependía de sus vínculos amistosos con los poderes imperiales, principalmente, con EEUU y Francia.

Desde luego, tal “conciencia” de la necesidad de mantener trato amistoso con los “grandes” para mantener su condición de clase y aumentar sus privilegios, hizo que la historia del siglo XX en Haití sea una vergonzosa sucesión de intervenciones militares, principalmente, norteamericanas (1915-1934, 1994, 2004) y dictadores (Duvalier, Namphy, Avril, Cédras y ahora, Latortue). Y al calor de esta relación de compadrazgo entre oligarquías internas y externas, deudas externas desorbitantes, presión económica incesante sobre el campesinado y el proletariado urbano, dictaduras e intervenciones, se ha generado una estructura social altamente polarizada, con uno de los índices de desigualdad más elevados del mundo: el 1% de la población se lleva la mitad de las riquezas, y el 4% posee el 65% de la tierra, dejando a un 80% de la población viviendo bajo la línea de pobreza[3].

Es dentro del marco de esta polarización de clase, de riquezas, y de sus múltiples conexiones, locales y foráneas, que debemos comprender los sucesos haitianos de los últimos años, las contradicciones del régimen vigente y las posibilidades de una salida a la crisis favorable al pueblo haitiano. Dada la magnitud de las cadenas que pesan sobre este pueblo castigado por el capitalismo más brutal, no nos hacemos ilusiones con soluciones mágicas o rápidas, y sabemos que es un largo camino el que queda al pueblo por caminar… y después de cruzar un monte, quedarán unos cuantos más por volver a cruzar.

“Opción Cero”: el viejo truco de la burguesía que nunca falla…


Lé yo vle touye yon chen, yo di’l fou
(Cuando quieren matar al perro, dicen que está loco. Proverbio Haitiano)


La actual crisis haitiana comienza a ser orquestada, prácticamente desde la caída de la dictadura duvalierista en 1986. Los Duvalier gobernaron ese país con puño de hierro, desde 1957, reprimiendo al movimiento popular, con el beneplácito de los EEUU, clamando la vida de 60.000 haitianos. La caída de Baby Doc (Jean Claude Duvalier), el segundo y último de los Duvalier, se produce por una amplia movilización nacional, que asumió distintas formas, desde la oposición democrática “respetable” de ciertos sectores de la burguesía, hasta las formas más radicalizadas de lucha que asumió el grueso de la masa popular. Desde entonces, la tensión entre los representantes de la oligarquía más rancia, los duvalieristas en el ejército y los adictos al macoutismo[4], por una parte, y por otra, de quienes asumieron la lucha de corte revolucionaria popular y quienes, asustados de la iniciativa del pueblo, se refugiaban tímidamente en reformas parciales para que todo siguiera igual, ha sido la tónica del proceso político haitiano hasta nuestros días.

La supervivencia del macoutismo en la forma de las dictaduras militares que procedieron a la caída de Baby Doc (Namphy, Avril), sólo fue roto con la elección de Jean Bertrand Aristide, en 1990, convirtiéndose en el primer presidente haitiano en ser elegido democráticamente en la historia de ese país –por una rotunda mayoría (67%). Hay que entender de esta manera la reacción completamente irracional que su elección provocó en la antigua burguesía haitiana y sus aliados foráneos, que, por primera vez, vieron su tradicional control férreo sobre los asuntos políticos del país, de una u otra manera, tocados. Aceptar el triunfo de Aristide sería aceptar una leve alteración del orden que podía agigantarse si el pueblo adquiría confianza para ir más lejos. La oligarquía afrancesada haitiana, no estaba dispuesta a ceder un ápice de sus privilegios, por temor al efecto dominó. Por eso se han mostrado completamente intolerantes a cualquier reivindicación, por mínima que esta fuera. En su oposición a Aristide hace 15 años ya encontramos el primer antecedente de lo que, posteriormente, llamarían la “Opción Cero”: no estaban dispuestos a aceptar nada menos que el control absoluto de la vida haitiana, dejando cero espacio a los movimientos populares.

Tras algunas tibias reformas de Aristide en el plano agrario, en la educación y en derechos humanos, en septiembre de 1991, un golpe militar liderado por Raoul Cedras depone a Titid, como el pueblo llamaba cariñosamente a Aristide, y deja un saldo de 5.000 muertos durante su reinado de terror. En ese punto, el gobierno de EEUU, la administración de Bush primero y de Clinton después, junto a la oligarquía haitiana y la ONU, comienzan una campaña de presión sobre Aristide para presionarlo a negociar con Cedras y aceptar condiciones absolutamente oprobiosas como condición a su retorno. Aristide y sus asesores, todos del campo burgués “progresista” de su movimiento (Lavalas), dan la espalda al movimiento popular y proceden a negociar a toda costa el retorno de Aristide, sin importar a qué precio. Y el precio fue alto: garantizar la amnistía a los golpistas y a los responsables de violaciones a derechos humanos bajo el régimen de Cedras; fijar el término del mandato de Aristide en 1995, como si hubiera servido todo su gobierno de forma efectiva; que compartieran el poder ejecutivo con la oposición, que había perdido en las urnas, pero que fue instalada de facto por su adicción a los EEUU; implementar programas de ajuste estructural acordes a las enseñanzas neoliberales del FMI[5]. Con este paso, los líderes de Lavalas mostraron que la movilización popular no era entendida por ellos como mucho más que un método de ejercer presión, no como el protagonista que crea en la lucha nuevas formas de organización y que impone en los hechos la voluntad del pueblo movilizado. Pero la burguesía aprendió de ello los límites de Aristide y de Lavalas: qué tan lejos eran capaces de llevar adelante la movilización del pueblo y la retórica revolucionaria, qué tan bajo podían llegar en sus genuflexiones ante el poder establecido localmente e internacionalmente, cuánto eran capaces de ceder, y ante todo, a cuánto eran capaces de renunciar.

De esta manera, Aristide vuelve al poder el 19 de Septiembre de 1994, acompañado de 21.000 US marines que ocupan el país y requisan 160.000 páginas en documentos oficiales de la dictadura de Cedras, con el fin de proteger ciudadanos yanquis involucrados en violaciones a DDHH[6] en ese país. Esta ocupación, no puede ser pasado por alto, sentó un pésimo precedente, sobre todo en el sentido en que es el mismo Aristide quien, de una u otra manera, valida el derecho de los yanquis a entrar y salir de Haití a fin de “ordenar la casa”. Como sea, Aristide vuelve debilitado y comprometido con los poderes fácticos trasnacionales que alguna vez había denunciado a los cuatro vientos y enmarañado en sus negociaciones con los duvalieristas, que de esta manera, aseguraron la perpetuación de su control sobre el pueblo haitiano, con el apoyo de la “comunidad internacional”. Como lo expuso claramente a su momento el enviado de la ONU en Haití, Lakhdar Brahmi: “Ni EEUU ni la ONU están dispuestos a tolerar el menor intento de que la elite pierda su monopolio del poder económico (…) los cambios políticos son inevitables, pero (la élite) tiene la simpatía de Big Brother, del capitalismo, en los frentes ideológico y económico”[7]. Es escandoloso que un enviado de la ONU se refiera en términos tan claros, pero así de claro ha sido el funesto rol de Naciones Unidas en las diferentes crisis haitianas.

En diciembre de 1995 René Preval, ex-primer ministro de Aristide gana las elecciones, y durante su gobierno, aumentan las tensiones entre el ala más derechista de Lavalas, liderada por Rosny Smarth y Gérard Pierre-Charles, y el sector más reformista, bajo la conducción de Aristide y Preval. De esta manera, en 1996 se produce el quiebre entre la OPL (Organisation du Peuple en Lutte) y Fanmi Lavalas. La OPL se pasará abiertamente a la colaboración con los duvalieristas, y Fanmi Lavalas con Aristide a la cabeza, combinarán la colaboración con las imposiciones de EEUU y la oligarquía con la retórica populista y con tibias reformas, ganándose así la desconfianza de la burguesía y de parte importante del movimiento popular más radicalizado. Como planteaba Clément Francois, del movimiento campesino Tét Kole Ti Peyizan: "(Aristide) debió haberse quedado afuera y habernos dejado continuar la lucha por la democracia; en cambio, prefirió entregar al país con tal de volver a su despacho”[8].

Durante el gobierno de Preval, comienzan a implementarse los programas de ajuste estructural diseñados por el FMI, los cuales incluyeron reducciones salariales, privatizaciones del sector público, se reorientó la producción doméstica hacia cultivos demandados por las cadenas de supermercados yanquis y se eliminaron, prácticamente, las tarifas de importación. El efecto desastroso de estos programas no tardó en hacerse sentir: el caso más extremo es el de la reducción a la tarifa de importación del arroz norteamericano de un 50% a un 3%. Esto significó que los EEUU inundó con arroz, subsidiado en su país de origen, el mercado haitiano, aumentando su tasa de exportación de 7.000 tons. en 1985, a 220.000 tons. para el año 2002. La producción doméstica desapareció, y después de barrida la competencia local, los precios del arroz se fueron a las nubes, y el país que otrora fuera auto-suficiente de granos, hoy recibe la totalidad del arroz de los EEUU y a precios inaccesibles para los hogares más pobres. A las Compañías privadas trasnacionales, principalmente la industria manufacturera que fue a usufructuar de los beneficios otrogados por las zonas francas industriales (tierra de nadie, en términos de legislación laboral), se les eximió del pago de impuestos hasta por 15 años y se les permitió repatriar el 100% de las ganancias. Aún así, casi todas las manufactureras se fueron, a fines de los 90 a Bangladesh o China, dejando una gran masa cesante y tan sólo 20.000 obreros empleados en la zona de Puerto Príncipe[9].

Pero Lavalas no se mostró como un sirviente muy eficiente para el gusto de los tecnócratas internacionales y no tocó los servicios públicos[10], llevando adelante importantes reformas educacionales que redujeron los niveles de analfabetismo de un 61% en 1990 a un 48% en el 2002. También realizaron importantes programas respecto al SIDA, congelando la expansión de la enfermedad, legado del turismo sexual de los años 70 y 80s[11]. Además, aumentaron ciertos impuestos a las élites, y el año 2003 hubo un cierto reajuste salarial, que fue suficiente para enfadar a la burguesía local, aunque, en estricto rigor, los salarios, en relación al costo de vida, seguían estando bajo los niveles de 1991[12]. También, el año 1994 disuelven las FFAA Haitianas, para evitar futuros golpes de Estado, entendiendo el rol reaccionario que éstas siempre han jugado, siendo una de las herencias que dejó la ocupación norteamericana entre 1915-1934 (fueron los yanquis los que formaron el moderno ejército haitiano).

Así, pese a todo, Fanmi Lavalas siguen siendo el partido mayoritario, y siguen teniendo su principal punto de sustento en las capas más empobrecidas de la sociedad haitiana, concentradas en los barrios de las principales ciudades del país y en los distritos campesinos. En estas circunstancias se llega a las elecciones legislativas de mayo del 2000, donde con un 60% de participación, FL obtiene una abrumadora mayoría. Es en estos momentos, cuando la oligarquía haitiana se da cuenta que no tiene ninguna posibilidad de ganar a FL por medios electorales, que se produce un viraje en su estrategia hacia retomar, nuevamente, el control absoluto de Haití[13].

Con este fin, forman el espacio de la Convergencia Democrática (CD), que reúne una amplia gama de personajes de derecha, incluyendo empresarios, ex-duvalieristas, la OPL, evangélicos y el MPP (Movement Peyizan Papayan), una organización campesina pasada a la derecha. Lo primero que hacen es denunciar las elecciones de mayo como fraudulentas: para este fin, se apoyan en las reservas que hizo la OEA sobre el método para calcular los porcentajes de 8 cargos a senadores (casos en que la comisión electoral –CEP- incluyó sólo a los 4 candidatos más populares, lo cual afectó sólo los porcentajes, pero no los resultados, según el mismo informe de la OEA)[14]. Piden la anulación de las elecciones, y Clinton se aferra al problema metodólogico del recuento de votos, para decretar embargo a la ayuda extranjera[15].

De la misma manera, afirman su plan de caricaturizar a FL como un engendro intrínsecamente anti-democrático en la formación de organizaciones de “la sociedad civil”, serviles al plan golpista que ya se delineaba como “Opción Cero”: buscar la salida de todos los elementos cercanos a Lavalas del poder, y no compartir el poder de ninguna manera. Así, la US Agency for International Development (Agencia de EEUU para el Desarrollo Internacional –USAID), junto a la National Endowment for Democracy (NED) y el International Republican Institute (Instituto Internacional Republicano –IRI), comeinzan a financiar una serie de proyectos con este fin. Se ampararon de la ayuda a ONGs y a programas de desarrollo y sanitación, para financiar, de pasadita, a los grupos golpistas que se iban fundando: la dependencia de ciertos segmentos de la población en esta clase de ayuda, jugó como un poderoso factor de chantaje político utilizado a favor de la oligarquía local y sus aliados republicanos en Washington. Así, formaron redes de magistrados (CHREDE), redes de periodistas para “sensibilizar” a la opinión pública sobre la corrupción del gobierno, la Federación de Estudiantes Universitarios de Haití, en Puerto Príncipe, (FEUH), redes de empresarios, etc… Pero la movida más importante dentro de esta estrategia de satanización de FL, fue la formación de CARLI (Comité de Abogados por el Respeto a las Libertades Individuales), que abrió un “fono-denuncia” para los excesos del régimen, sacando informes mensuales en los que nunca verificaron la autenticidad de la información entregada (esto acorde a miembros de CARLI, que hoy reconocen presión por parte de los organismos de ayuda humanitaria de EEUU, de los cuales han tomado una sana distancia, lo que les ha dado mayor “objetividad” desde la ocupación). De esta manera, generaron una nebulosa red de organizaciones de “la sociedad civil” todas muy preocupadas, en el papel, del totalitarismo, la corrupción y los excesos del régimen, pero que en realidad, sólo buscaban convertirse en un factor más de desestabilización[16]. Si bien es cierto que el régimen de Lavalas estaba bien lejos de lo que podría calificarse como un “régimen impecable” de un punto de vista de la transparencia de un sistema estrictamente democrático-burgués, estaba también muy lejos de la cleptocracia duvalierista y de los niveles de violencia de otros régimenes, ante los cuales estos campeones de la democracia se silenciaron. Con lo cual, legítimamente, podemos poner en duda la veracidad de las convicciones democráticas de esta red de organizaciones “civiles”.

En Noviembre del 2000, pese a que la CD se oponía a la presentación de Aristide como candidato presidencial, tachándolo de “anti-democrático”, Aristide gana las elecciones presidenciales con un 92% de los votos, en unas elecciones de disputada concurrencia (diversas fuentes sitúan la participación entre 10 y 62%) y boicoteadas por la oposición. Una encuesta en octubre del 2000 de CID-Gallup, de cualquier modo, entrega interesantes datos para poder estimar la verdadera representatividad de los resultados de la votación: ésta, daba a Aristide una popularidad de más de un 50%, muy lejos de la segunda preferencia de sólo un 3,8%[17].

En estos momentos, la campaña golpista se intensifica: la CD denuncia el aumento de la importancia de Haití como corredor de cocaína desde 1990 en adelante, tema sensible por la “guerra a las drogas” de EEUU, denuncian el clientelismo en el régimen (menor a todo lo conocido en épocas de duvalierismo, en todo caso) y denuncian la violencia política del régimen; vale la pena detenerse en este punto, porque este se convirtió en una de las mayores mistificaciones para justificar el derrocamiento de FL.

Según Amnistía Internacional, entre los años 2000 y 2003, hubo un saldo de 30 muertos por violencia política, muchos de ellos a manos de la Policía Nacional Haitiana (PNH) y entre los cuales se cuenta a las víctimas de FL[18]. Comparemos esta cifra, con los 5.000 del régimen de Cédras, los 60.000 de Duvalier, y la hipocresía de la denuncia queda al desnudo. Sin embargo, es cierto que grupos armados informales, que no respondían directamente al gobierno, pero que eran favorables a él y que incluían a militantes de FL se conformaron y han sido llamados genéricamente, chiméres –término que se ha convertido desde el golpe del año pasado en un término abusivo para describir a cualquier activista anti-Latortue. Hay que aclarar, eso si, el doble origen de estos grupos: por una parte, en la cultura de pandillas que traen los deportados haitianos desde EEUU, y por otra, en los grupos de autodefensa que ciertos militantes de FL se ven forzados a conformar para enfrentar los ataques de los macoutes y de los paramilitares[19] entrenados por los EEUU, quienes comenzarán sus incursiones de violencia hacia mediados del 2001. Estos grupos tienen su antecedente lejano en las brigades de vigilance, formadas en 1987 en los barrios populares para defenderse de la acción de los macoutes. Por tanto, la mayor parte de esta violencia puede ser atribuíble a violencia de pandillas, más que a una represión sistemática aplicada desde el Estado, como ha ocurrido durante los gobiernos duvalieristas, sumada la “militarización” de ciertas bases militantes por el hostigamiento del macoutismo.

En abril del 2001, los EEUU cortan toda ayuda y bloquean préstamos a Haití del Banco Interamericano del Desarrollo (BID), por U$ 145.000.000 para ese año, y U$ 470.000.000 en préstamos para los años venideros[20]. Haití está, para ese entonces estrangulado con una deuda externa que le arrebata U$ 60.000.000 al año, de la que el 45% fue contraida fraudulentamente por los Duvalier[21].

En esos momentos, la oposición aumenta la intensidad de su “embestida cívica” en contra del gobierno. Al mismo tiempo que inicia negociaciones, para mostrarse “democrática”, sus sectores más radicalizados ya comienzan a preparar la ofensiva paramilitar, no oficialmente reconocida, pero funcional a su estrategia. Es así como en julio del 2001 la OPL entra en conversaciones con FL, las cuales se rompen el 28 de julio, cuando ex-militares atacan retenes fronterizos matando 5 oficiales. El gobierno, entonces, procede a arrestar a 35 sospechosos, entre los cuales se encontraban militantes de CD; la oposición quiebra el diálogo diciendo que el ataque fue un montaje de Aristide para reprimir a CD. El paralelo con las conversaciones de la UP en Chile, con Aylwin y la DC, el año 73, no deja de ser asombroso[22]. Más adelante, el 17 de diciembre del 2001, se llega a producir hasta un ataque con armas de fuego al Palacio de gobierno.

Desde entonces, la insurgencia externa, entrenada por la CIA en República Dominicana, dirigida por los matones de las ex-FAdH (FFAA de Haití) Louis Jodel Chamblain y Guy Philippe, y la interna, dirigida por Jean Tatoune, que logra canalizar el apoyo de ciertas pandillas[23], se suman a la oposición orquestada por el burgués norteamericano radicado en Haití, André Apaid, mediante el espacio G-184, que viene de una u otra manera a remozar la desacreditada CD.

Es en abril del 2003, cuando Aristide hace pública una demanda popular, muy sentida en el pueblo haitiano, que en el bicentenario de la independencia haitiana, Francia devuelva la indemnización que Haití debió pagarle entre los años 1825-1947 como el precio de su liberación. Calculada con un interés bajo de 5% annual, la suma sería equivalente a U$21.000.000.000[24]. Esto logró enfurecer a Chirac, los medios “informativos” masivos franceses, de “izquierda” a derecha, comenzaron una campaña, por decir lo menos, abusiva en contra de Aristide y el Ministerio de Asuntos Exteriores formó una comisión que estableció que el reclamo haitiano no era más que “propaganda agresiva basada en cálculos alucinatorios”[25]. Con este paso, Aristide terminó de echarse encima a la “comunidad internacional”, por su insolencia en desafiar el orden correcto del mundo: sólo los grandes se sientan sobre los chicos. Y por supuesto, la oposición al no hacerse parte de la demanda, se lograron ganar los favores del antiguo amo colonial, que ampara al criminal Duvalier.

En este punto, la oposición ya se siente completamente segura de dar la estocada final al régimen de Lavalas: entonces, desde Gonaives en el norte, el 5 de Febrero del 2004, se lanza la ofensiva final a cargo de los matones duvalieristas Chamblain y Philippe, que han rebautizado a su grupo paramilitar de macoutes y ex-militares como Frente de Resistencia Nacional para la Liberación de Haití (FRNLH). La “oposición democrática”, el G-184, niega toda posibilidad de diálogo con Aristide, exige su renuncia y no toma en consideración las propuestas humillantes del propio Aristide para solucionar la crisis –incluídas la nominación de alguien de oposición para el cargo de primer ministro, llamado a nuevas elecciones y la limitación de los poderes del ejecutivo. Así, las tropas hacen suyas, una tras otra, cada ciudad del país caribeño, pero no se atreven a entrar a Puerto Príncipe mientras Aristide está aún en el poder. En ese contexto, el 29 de Febrero, Aristide es secuestrado por militares norteamericanos y enviado a la República Centroafricana: luego de ello, los macoutes del FRNLH hacen su ingreso a Puerto Príncipe, tropas chilenas, canadiensas, francesas y yanquis invaden Haití y comienza una humillante ocupación que ha dejado un saldo de alrededor de 10.000 haitianos muertos[26].

La ONU sanciona el golpe y el gobierno de facto de Latortue

Ou pa rele ”Fémen Baryé” lé chwal finn pase
(No grites “cierren la puerta” cuando el caballo ya escapó. Proverbio Haitiano)


La ONU acepta la intervención en Haití, sin denunciar los obscuros intereses tras el Golpe y los siniestros personajes vinculados a régimenes terroristas como el de Cédras o Duvalier que saltaron a la palestra, trocados en “desinteresados” campeones de la democracia. No sólo eso, sino que el propio secretario general de la ONU, Kofi Annan, es capaz de reproducir el lenguaje paternalista y racista de la “comunidad internacional” a fin de justificar el Golpe, cuando declara: “Es desafortunado que, en su bicentenario, Haití deba convocar una vez más a la Comunidad Internacional para que le ayude a resolver una crisis política y de seguridad grave”[27]. ¡Cómo si la mentada crisis no hubiera sido completamente orquestada por esa misma Comunidad Internacional que brindó su apoyo de clase a los oligárcas haitianos! Y el mismo Annan llega aún más lejos, al declarar, para bajar el tono del golpismo: “Haití es una situación peculiar, pero el cambio en su liderazgo no fue un golpe de Estado… sino una situación de deterioro”[28]

Así, disfrazado el Golpe como crisis institucional, y la ocupación militar como un esfuerzo desinteresado de la comunidad internacional para proteger las vidas de los ciudadanos haitianos, la solución a la crisis haitiana es desplazada de ser como una cuestión concerniente, ante todo, al mismo pueblo haitiano. La ONU acepta al gobierno golpista, de facto, de Gerard Latortue sin reservas, mostrando, una vez más, donde están colocadas las simpatías de Big Brother. Este gobierno es llamado de “unidad nacional” y su maqueta fue diseñada durante la dictadura de Cedras, en junio de 1992, bajo el nombre de “Gobierno de consenso”, como alternativa para la salida del dictador –extraño consenso y unidad nacional los cuales excluyen a la fuerza política mayoritaria y que no representa a los sectores más empobrecidos de la sociedad haitiana, sino sólo a sus élites[29]. El socialista Juan Gabriel Valdés es colocado como embajador del secretario general de la ONU en Haití; quizás, pesó a la hora de su elección su asociación, por tradición familiar, con el golpismo (su padre es el demócrata cristiano Gabriel Valdés) y su experiencia con “transiciones democráticas” a la chilena.

Las tropas invasoras, fueron catalogadas como una fuerza de avanzada de una misión de cascos azules para Haití. Su real misión no tardó en revelarse a los ojos de cualquiera que tuviera suficiente estómago para enterarse de la situación política en ese país: las bandas armadas de Philippe y Chamblain no fueron tocadas ni desmanteladas y se aplicó la política del laissez fairez, de dejarles hacer, en su misión de exterminio de la base popular de apoyo de FL. Los cadáveres comenzaban a apilarse frente a los ojos de las fuerzas de ocupación, sin que estas se inmutaran en proteger a los civiles que decían defender. Las fuerzas invasoras concentraron sus excursiones punitivas en los barrios populares pro-Aristide, sumándose objetivamente a la cruzada de los paramilitares. El 14 de marzo comienzan los arrestos masivos a militantes de FL, mientras los responsables de abusos y violaciones a DDHH no se les toca un pelo. El 22 de marzo, Herard Abram, ex-general duvalierista, reaparecido en ropajes de ministro del interior, anunció la reincorporación de paramilitares a la PNH, y manifestó su interés en reformar las FAdH, disueltas por Aristide[30]. Y EEUU, con su política de asilo, no se queda atrás en su papel de ayuda al exterminio del movimiento popular: de antemano, rechazan todas las peticiones de asilo pedidas por haitianos[31].

Pero ninguno de los países que conformaron las fuerzas de ocupación quiere hacerse cargo de la responsabilidad de mantenerla; en el caso de EEUU más aún considerando la complicada situación que enfrenta este país en sus aventuras bélicas en Medio Oriente. El Tío Sam no pretende embarcarse en una nueva intervención que pueda seguir complicando su imagen internacional. En este panorama, el Consejo de Seguridad de la ONU vota, el 29 de abril del 2004, la resolución 1542, que decide la forma que tendrá la nueva oleada de ocupación de “turistas con fusiles”, como se les ha, elocuentemente, llamado a los cascos azules: nace así la Misión de Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (MINUSTAH). Sus objetivos son: 1. Mantener la seguridad y estabilidad 2. Proteger el buen gobierno y velar por que los procesos constitucionales y políticos no se vean alterados 3. Monitorear, proteger y reportar la situación de DDHH. El objetivo global, es la protección de los ciudadanos y la democracia haitiana. (Notemos que, aparte de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas -China, EEUU, Francia, Inglaterra, Rusia-, votaron por la formación de MINUSTAH los miembros temporales del Consejo, Alemania Angola, Argelia, Benin, Brasil, Chile, España, Filipinas, Pakistán y Rumania –casi todos ellos países con serios problemas en lo que respecta a derechos humanos y libertades democráticas, que andan haciendo la labor del cura Gatica en el extranjero)[32].

Pero en los hechos, lo que la MINUSTAH ha significado es la institucionalización del clásico respaldo que la ONU ha prestado a la burguesía más reaccionaria del hemisferio (la haitiana) y la profundización de esa “ilusión de multipolaridad en un mundo cada vez más unipolar” –la intervención “deja” de ser una aventura yanqui o dirigida por ellos, y la pelota se la tiran al conjunto de las Naciones Unidas. Igualito que Pilatos, los EEUU se lavan las manos de la nueva masacre que han auspiciado y de su nueva intervención imperialista en nuestro continente.

Los lideres latinoamericanos carroñean Ayití

Bel dan pa di zanmi
(Bellos dientes no lo hacen tu amigo. Proverbio Haitiano)


Pero, ¿quiénes componen la MINUSTAH? Actualmente, la misión está compuesta por 6700 cascos azules, comandados por el General brasileño Augusto Heleno Ribeiro Pereira, y 1622 policías internacionales (CIVPOL), a cuyo mando está el canadiense David Beer. Si vemos de cerca la composición de la MINUSTAH, notaremos que no es, sencillamente, la comunidad internacional así en abstracto la que está representada. La comandancia de MINUSTAH queda en manos de Brasil; otros países con importante participación son Chile y Argentina. Vemos que la dirección de la misión queda en manos de países latinoamericanos, cada cual tratando de sacar provecho de esta tragedia. Lo más patético de la crisis haitiana, es la responsabilidad que les cabe, a los Estados americanos y a sus elites que les dirigen, en la aguda crisis y en las horrendas brutalidades que a diario se reportan en los barrios marginales donde se alberga la mayor parte de los habitantes haitianos.

¿Por qué Brasil aceptaría hacerse cargo de la MINUSTAH y participar en una intervención a todas luces ilegítima, que hace la pega a los EEUU? Es sabido que Brasil, desde hace tres años, está pretendiendo convertirse en un nuevo miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (CS-ONU), en un paso más en su carrera por trascender su estatus de potencia regional y converirse en una nueva potencia emergente a escala global. No nos engañemos con la retórica populista de Lula, de que es preferible la presencia latinoamericana en Haití a la presencia yanqui (cosa que, por lo demás es irrelevante; estén los yanquis presentes o no, todos saben que ellos son los arquitectos del “nuevo Haití”): lo que en verdad Brasil pretende, ahora que es miembro temporal del CS-ONU -membresía que expira a fin de año- es mostrarse como un socio fiable para las potencias militares que componen este Consejo de gángsters. Los cinco miembros permanentes han sido los mismos desde 1946 y la emergencia de ciertas “potencias regionales”, que ahora buscan realizar ambiciones largamente postergadas, ha abierto las puertas del CS-ONU para que se discuta la incorporación de algunos nuevos miembros permanentes, que le hagan más representativo: Sudáfrica, India, Brasil y Japón. Brasil quiere aprovechar esta oportunidad, para demostrar, no sólo su fiabilidad para el cargo, sino que también, dada la cantidad de tropas presentes de otros países latinoamericanos, mostrar al mundo su capacidad de liderazgo a nivel regional. Como reconociera Colin Powell cuando aún era Secretario de Estado del gobierno del yanqui Bush, “(Brasil) dieron un paso adelante y juegan un importante rol de liderazgo en el hemisferio y creo que lo que han hecho en Haití lo demuestra”[33]. Esta movida de Lula, lo retrata no como un líder regional anti-imperialista, sino como un líder latinoamericano deseoso de instalar a toda costa a Brasil como una potencia en la orquesta global del capitalismo, sin dudar, en este proceso, en sacrificar a la pequeña nación haitiana y en seguir ciegamente los dictados de Washington, a fin de lograr el ansiado puesto en el CS-ONU.

Las motivaciones de Chile, por su parte, no son más nobles que las brasileñas: Chile se está convirtiendo en el aliado preferido de los EEUU en América Latina, y pretende demostrar su capacidad para servir de ejército mercenario en la región cuando quiera que el Tío Sam así lo requiera. De esta manera, las oligarquías de nuestro país muestran su voluntad de postrarse completamente al servicio del imperialismo norteamericano, con tal que éste les permita engordar de las migajas que les pagan por su presto servicio[34]. En Argentina, Kirchner, trata de mostar su rostro más amable a los EEUU, quienes hasta hace poco, veían con cierta desconfianza su discurso un tanto populista.

Pero los países latinoamericanos que dirigen la misión, con sus intereses personales pesando mucho más que su “interés” por la seguridad de la población local, sumado a su propia carga doméstica de violaciones, torturas y muerte, no están solos en su “sagrada” misión: les secundan una serie de países, los cuales, con tan sólo un sencillo análisis de su composición, entregan interesante información sobre los resultados y el “éxito” que se pueden esperar de esta MINUSTAH. Echémosle un vistazo:

· Fuerzas de Paz (cascos azules): Argentina, Benin, Bolivia, Brasil, Canadá, Chile, Croacia, Ecuador, España, EEUU, Filipinas, Francia, Guatemala, Jordania, Marruecos, Nepal, Paraguay, Perú, Sri Lanka, Uruguay.

· CIVPOL: Argentina, Benin, Bosnia-Herzegovina, Brasil, Burkina Faso, Camerún, Canadá, Chad, Chile, China, Egipto, El Salvador, España, EEUU, Filipinas, Francia, Ghana, Guinea, Islas Mauricio, Jordania, Mali, Nepal, Níger, Nigeria, Pakistán, Portugal, Rumania, Senegal, Sierra Leona, Sri Lanka, Togo, Turquía, Uruguay, Zambia.

Lo primero que llama la atención de semejantes “protectores de los DDHH y la democracia” es el carácter autocrático de muchos de los régimenes que estos cuerpos armados defienden –Nepal, Marruecos, Pakistán, como ejemplos de oro- y el serio historial de violaciones a DDHH que casi el 100% de ellos posee –brutalidad, torturas, desaparecidos, ejecuciones arbitrarias cuando no masacres. ¿Es posible ser tan ingenuo como para pensar que ellos pueden cumplir algún rol de defensa de ciudadanos en un país extranjero cuando en sus propios países no les ha temblado la mano para aplicar métodos dictatoriales en contra de los movimientos populares? La sola elección de estas tropas de paz, deja al desnudo la verdadera naturaleza de la intervención de la ONU en la crisis haitiana. Y lo segundo, es que entre esos miles de cascos azules presentes en Haití, sólo uno (¡si, sólo 1!), es encargado de derechos humanos[35]. Las conclusiones las puede sacar cualquiera…

Recientemente, el 22 de Junio, el CS-ONU resolvió extender el mandato de la MINUSTAH hasta el 15 de Febrero del 2006, y aumentar el número de soldados y efectivos policiales en 1.000[36], así que habrán próximamente 7500 cascos azules y 1900 policías, lo que no significa, en absoluto, mayor protección para la población haitiana[37]. Además, acordó que CIVPOL tomará el control efectivo sobre la PNH. Esto, en medio de escándalos sobre abusos de DDHH y la complicidad de MINUSTAH, acompañados de una creciente ola de secuestros y en medio de un incremento en los ataques armados a las fuerzas de ocupación.

 #   Title   Author   Date 
   observaciones 2     Henry Boisrolin    Mon Dec 26, 2005 19:53 
   Observaciones     Henry Boisrolin    Mon Dec 26, 2005 19:47 
   Solicitud de publicación.     Henry Boisrolin    Sat Aug 27, 2005 01:01 
   2a parte     José Antonio Gutiérrez    Tue Aug 02, 2005 04:54 


 

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